El Tao de la Mente Occidental
Claudia Ruiz Arriola, Ph.D.
www.elzoologicodeyahve.com
El Tao Tao de la Mente Occiedental: Claudia Ruiz Arriola
1. ¿Un Tao de la Mente Occidental? Si el título de este librito te llamó la atención, es muy probable que hayas intentado sentarte en flor de loto, escuchar tu respiración y dejar tu mente en blanco. A mi también me pasó. En diferentes dif erentes ocasiones me apunté a un taller o seminario de meditación y tras muchas horas de (incómoda) práctica llegué a pensar: "¡Hey, "¡Hey, lo estoy logrando, ya no estoy pensando!" Claro que inmediatamente me cayó el veinte que echarme porras por no pensar es... pensar. (¡Adiós, Iluminación instantánea!) Va de nuevo. Una y otra vez: pensar que no pienso, repetir mantras como avemarías de rosario, cantar Oms hasta aturdirme. Y un día: ¡la Iluminación! No, por cierto la budista o el satori japonés, sino la que viene en focos de 100 watts y se aprende en "Redes Eléctricas para Dummies". Ja. No se crean.
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1. ¿Un Tao de la Mente Occidental? Si el título de este librito te llamó la atención, es muy probable que hayas intentado sentarte en flor de loto, escuchar tu respiración y dejar tu mente en blanco. A mi también me pasó. En diferentes dif erentes ocasiones me apunté a un taller o seminario de meditación y tras muchas horas de (incómoda) práctica llegué a pensar: "¡Hey, "¡Hey, lo estoy logrando, ya no estoy pensando!" Claro que inmediatamente me cayó el veinte que echarme porras por no pensar es... pensar. (¡Adiós, Iluminación instantánea!) Va de nuevo. Una y otra vez: pensar que no pienso, repetir mantras como avemarías de rosario, cantar Oms hasta aturdirme. Y un día: ¡la Iluminación! No, por cierto la budista o el satori japonés, sino la que viene en focos de 100 watts y se aprende en "Redes Eléctricas para Dummies". Ja. No se crean.
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Mi "Iluminación" nada tiene que ver con el Dalai Lama, los Avalokitsevaras o haber conseguido el estatus de gurú. Muy al contrario: mi Iluminación es de corte Occidental o, lo que es lo mismo, eso que llamamos "caer el veinte". Ahí les va la historia: Un día, leyendo un libro sobre el Tao caí en la cuenta que el primer supuesto de todas las religiones y filosofías orientales es "aceptar la realidad tal cual es" (What ( What is, is). is). Y sin embargo, la primera práctica de esas mismas religiones es dar la espalda al hecho innegable de que los humanos somos seres pensantes (unos más que otros)
y que
nuestra grandeza y miseria radica, precisamente, en nuestra capacidad de pensar. Ergo, Ergo, si aplicamos el primer principio oriental y aceptamos la realidad "tal cual es", en vez de pasar años tratando de silenciar la mente, tendríamos que invertir ese esfuerzo en aprender a pensar. Y recalco aprender porque -contra los gurús orientales, los místicos monoteístas y demás críticos del pensamiento- a mí me queda claro que pensar no es algo que se logre sin esfuerzo. Con la pena, pero pensar no es el monólogo monólo go fatuo y tarugo que "nos sale" cuando andamos a la carrera haciendo pendientes.
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Pensar es una forma de vida que se logra con muchos años de práctica y que implica "recordar quienes somos y cual es el lugar que los seres humanos ocupamos en el Universo. Es tomar 'a pecho' lo que tenemos enfrente, es decir, llevarlo al corazón y a la mente para descubrir su verdad y, en el proceso, descubrir nuestra propia humanidad" (J. Glen Gray. Introducción a Heidegger's What Is Called Thinking?). Ese aprender a pensar, a valorar, a crear y situarse en el mundo es el Tao de la Mente Occidental. O, lo que es lo mismo, el camino que los grandes pensadores occidentales desde Pitágoras hasta Heidegger han explorado y propuesto para realizar nuestro potencial humano. De lo que se trata es de vivir una vida plena a través del desarrollo del pensamiento auténtico, mismo que -si hemos de creer a nuestra tradición pre y post-cristiana-, es también el paso previo para vivir creativa y espiritualmente. Así que abróchense los cinturones, nuestro tour en alfombra mágica por lo mejor de la tradición occidental está por iniciar.
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2. ¡No Pienses! Vamos empezando por el principio. Decía yo en el capítulo anterior que resulta cuando menos curioso que los Occidentales nos hayamos afiliado acríticamente a la receta de que no pensar es sinónimo de iluminación, paz mental y/o creatividad. Digo, después de todo, somos parte de una tradición que por más de 25 siglos ha definido al hombre como el animal racional (zoon logon) o, lo que es lo mismo, el animal que piensa. Así que antes de obedecer a todas esas voces que ordenan bajarle el switch a la mente para encontrar la paz, la iluminación o la originalidad, pongamos la mente a trabajar dos minutos. Ya si después decidimos apagar la creación más sofisticada de la Naturaleza, por lo menos nuestro cerebro no morirá virgen.
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La pregunta que se impone preguntar antes de sentarnos a contemplar nuestro ombligo y escuchar nuestra respiración es esta: si no pensar es esencial para remediar nuestra ansiedad existencial y hacernos felices, ¿por qué el Universo (Dios, la Evolución, la Naturaleza o como tú lo llames) se molestó en dotarnos con un cerebro diseñado para pensar? ¿No te resulta paradójico que mientras a todas las demás especies se les dio lo que necesitaban para prosperar, a los humanos nos hayan puesto piedritas en el camino en la forma de un cerebro que hay que aprender a apagar? ¿No que éramos la especie favorita de Dios, la máxima atracción del Zoológico de Yahvé? Mi compadre Aristóteles alguna vez escribió: “la Naturaleza no hace nada sin un propósito”. Es decir, que las aves tengan alas tiene el propósito de hacerlas volar, que las hormigas tengan antenas tiene el propósito de ayudarlas a orientarse, que los lobos tengan un magnífico sentido del olfato tiene el propósito de ayudarles a sobrevivir. Cada de una de estas características hace viable a la especie y le permite alcanzar la plenitud de su naturaleza. Entonces, ¿por qué afirmar que el cerebro humano es diferente? ¿Por qué creer que, lejos de ayudarnos a vivir bien, el cerebro es la única 6
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creación de la Naturaleza que obstaculiza la plenitud de sus poseedores? ¿Por qué creer que el cerebro es la excecpción que no ayuda a sus poseedores a alcanzar su plenitud? Y es que, si hemos de creer a los logofóbos (enemigos del pensamiento) que circulan por ahí, Dios, la Naturaleza, el Cosmos o la Evolución nos han dado un cerebro para hacernos los seres más infelices del Universo. Según esta postura -que es la que subyace a todo el movimiento logofóbico- el cerebro es una maldición. De ahí que según ellos, no tengamos más que dos opciones: o seguimos usando el cerebro a costa de nuestra felicidad, o invertimos la creación más increíble de la Naturaleza -333 cm cúbicos de materia gris con capacidad de triplicarse a los tres años de nuestro nacimiento para albergar 100 billones de neuronas, cada una con capacidad para desarrollar 20 mil dendritas o conexiones- en repetir mantras y balbucear Oms noche y día. Yo no sé ustedes pero a mi esta disyuntiva no me da ni poquita paz mental ni me acerca lo más mínimo a la felicidad. Antes bien, tan obsceno desperdicio de materia neuronal lo único que me produce es insomnio.
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En mi humilde opinión la ecuación "No pensar = Paz existencial" está trucada, mal planteada y peor resuelta. Y no importa qué gurú la recomiende, no estoy dispuesta a apagar mi cerebro y entregarme a los deliquios de escuchar mi respiración. Para mí, el humano es un ser pensante y debe buscar su plenitud existencial (paz mental incluída) dentro de su naturaleza racional. Después de todo, eso es lo que predican las filosofías orientales: lo que es, es. Así que para ser congruentes con esta aceptación radical de la realidad, quizá debamos considerar emplear nuestro limitado tiempo e ingente potencial mental buscando caminos hacia la plenitud que requieran el uso de nuestros cerebros, en vez de intentar aturdir la neurona con cánticos y mantras. Digo, a fin de cuentas, si algo nos enseñó Freud sobre las funciones de la mente es que entre más nos esforzamos en reprimir nuestros instintos naturales, más obsesivos se vuelven. Tratar de obliterar la mente toma el mismo esfuerzo que aprender a pensar. Así que ¿por qué no trabajar con lo que somos en vez de ir a contracorriente de nuestra naturaleza pensante? ¿Por qué no pensar que si 8
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Dios, la Evolución o el Cosmos nos dieron cerebro no es por azar o por maldición, sino con el propósito de que busquemos, con él y a través de él, las más altas cotas de felicidad y plenitud existencial. Si mantenemos una mente abierta a la posibilidad de que pueda haber un camino más acorde a nuestra naturaleza pensante para llegar a la plenitud existencial, quizá hasta lleguemos a darnos cuenta que toda la campaña contra la mente deriva de un malentendido (cartesiano) de lo que es el pensamiento y los resultados que puede obtener.
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3. Todo es Pensamiento Dicen por ahí que una mente totalmente abierta es una mente totalmente vacía (¡estaba tan, pero tan abierta que se le salió todo!). De ahí que no pida a estas alturas que me crean. Soy alérgica a la fe. Lo que si pido es que pensemos críticamente (después de todo, ese es el Tao de la Mente Occidental que estamos explorando). Así que seamos escépticos y miremos a nuestro alrededor. ¿Cómo creer que pensar puede llevarnos a la paz si los resultados del Pensamiento Occidental están a la vista y no son nada halagadores? Miseria. Desigualdad. Injusticia. Destrucción Ambiental. Consumismo. Ambición desmedida. Competencia despiadada. Ideologías Asesinas. Falta de solidaridad. Explotación irracional de recursos naturales. Prostitución infantil y ese largo etcétera de maldades que los gurús logofóbicos denuncian desde sus púlpitos. Lo que es, es y no hay forma de negar que estos males salieron del Pensamiento Occidental. Así que no resulta extraño que muchos se hayan desilusionado de la mente y busquen en las filosofías orientales, las 10
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religiones monoteístas, el romanticismo ecológico o las drogas, una panacea para dejar de pensar. El problema con este punto de vista es que la mayoría de quienes lo sostienen –sacerdotes, conservadores, ecologistas, poetas, padres y maestros preocupados, chavos espontáneos- padecen de una muy conveniente amnesia selectiva, pues si bien es cierto que todos estos males los ha destilado la mente occidental, no es menos cierto que esa misma mente occidental ha producido verdaderas maravillas. Escrituras sagradas. Organizaciones filantrópicas. Filosofías éticas. Sinfonías
y
sonatas. Sistemas de justicia. Museos, iglesias, iPads. Movimientos ecologistas. Descubrimientos científicos. Naves espaciales. Curas a enfermedades mortales. Luz eléctrica. Teoremas matemáticos. Lo que los enfermos de amnesia selectiva olvidan es que
estas cosas –que ellos atribuyen a una realidad superior no racional (Dios, las Musas, los ángeles, el corazón)- son en realidad productos de la mente humana. 11
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A estos amnésicos les pasa de noche la moraleja de aquella fábula de Esopo donde cuenta que un día su amo lo mandó al mercado a traer “lo mejor del mundo”. Esopo regresó con una lengua pues, le explicó a su amo, la lengua es lo mejor del mundo: nos ayuda a entendernos con los demás, nos permite comunicar la verdad y expresar nuestras razones. Es el instrumento del amor y de la poesía. Nos permite decir “si” y “te amo” y “Dios”. Encantado con la sabiduría de su esclavo, el amo envío a Esopo de vuelta al mercado a traerle “lo peor del mundo”. Y Esopo regresó con una lengua. “¿Cómo –preguntó el amo enojado- puede ser la lengua lo peor del mundo, si hace rato me dijiste que era lo mejor?” Y Esopo contestó: ¿Qué puede ser peor que la lengua? Ella es el instrumento del engaño, del insulto, de la mentira, de la seducción y la corrupción. La lengua genera malentendidos, destruye la armonía, conduce a la guerra. Con ella decimos “no”, “te odio” y “no me importas”. La lengua como instrumento puede ser lo mejor y lo peor del mundo.
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Ahora bien, lo que mueve a la lengua hacia cualquiera de estos extremos es la mente. Así que Esopo bien pudo haber regresado del mercado con un cerebro. Y esto es lo que deliberadamente ignoran quienes hacen de la mente la causa de todos nuestros males pero se niegan a darle crédito por las grandes nociones que han salido de ella. O, como quien dice, el cerebro -como instrumento que es- tambien puede ser lo mejor o lo peor del mundo. Y si somos honestos tendremos que aceptar que la lista de las cosas positivas que ha creado la mente occidental es tan larga –o quizá más- que la lista de las cosas negativas que ha generado. No puede ser de otra manera ya que Kant acertó al decir que la única realidad que los humanos conocemos es la realidad filtrada por la mente. En esto Oriente y Occidente concuerdan: todo lo que somos, todo lo que creemos y todo lo que experimentamos es resultado de nuestros pensamientos (¿qué otra cosa es el Karma?). Si el Buda dejó su palacio para encontrar la Iluminación es porque pensó que ese era el camino correcto. Si Cristo decidió sufrir para redimir los pecados de la humanidad es porque pensó que muriendo en la cruz 13
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lograría su cometido. Si hoy miles de personas trabajan para aliviar la miseria ajena es porque piensan que eso es lo que les toca hacer. Si hoy muchos se unen a causas ecológicas y filantrópicas diversas es porque piensan que algo debemos hacer para detener la miseria y destrucción que hemos causado en el mundo. Todo lo que hacemos es la conclusión práctica de nuestros pensamientos. Como los maestros taoístas y los filósofos griegos bien sabían: todas nuestras actividades surgen del estado de nuestra mente. La praxis (acción), decía Aristóteles, sigue a la phrónesis (conclusión práctica de un pensamiento). O, dicho en términos taoístas, el Ch’i (la energía) sigue al Shen (mente). Un pensamiento destructivo llevará a acciones destructivas, un pensamiento constructivo a acciones constructivas. La solución no es apagar el cerebro sino aprenderlo a utilizar. Así que por favor, ¡no apagues tu cerebro! Si hoy día somos viables como especie es por nuestra capacidad de pensar y si hemos de enfrentar los grandes retos del planeta nuestra más fundada esperanza radica en desarrollar nuestro potencial racional.
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4. Pensar No Es Lo Que Piensas Supongo que para estas alturas del partido, mis dos atentos radioescuchas ya captaron que estoy en contra de cualquier ideología, religión o espiritualidad basada en la noción de tratar a nuestro cerebro como si fuera un pañuelo desechable (usar y tirar). Sin embargo -antes de que los practicantes y/o creyentes de alguno de los que he denominado “sistemas logofóbicos” (misticismo, cristianismo, budismo, ecologismo, romanticismo) se me vayan, cual Drácula, a la yugular- quiero ondear una pequeña bandera de paz. Lo escrito hasta este momento no intenta ser una polémica, ni quiero negarles a los místicos y meditadores lo que ellos nos han negado a los logofílicos (amigos del pensamiento) tanto tiempo. A saber: yo no niego que los caminos por ellos elegidos -búsqueda al margen del cerebro- puedan ser una experiencia maravillosa, transformativa e iluminadora y/o que quien se sienta atraído hacia ellos tenga todo el derecho de explorarlos.
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Más bien, lo que pretendo aquí es reclamar para el pensamiento idénticos derechos. Porque, contra lo que ellos predican, a mi (lo mismo que a cualquier fan de Platón) me consta que el uso del pensamiento puede ser una experiencia existencial tan maravillosa, transformativa e iluminadora como la que ellos privilegian. Ir de la Caverna de la ignorancia a la luz del sol intelectual, o lo que es lo mismo, captar algo es, diría Aristóteles, el equivalente intelectual del orgasmo (ah, ¿verdad que ya les interesó eso de aprender a pensar?) Y es que la capacidad de transformar nuestra perspectiva y hacernos vibrar existencialmente no es monopolio de ningún movimiento, gurú o institución, ni hay un sólo método o camino garantizado. De hecho, el pensamiento genuino tiene el mismo potencial de transformar positivamente nuestra existencia que la contemplación, la oración, la meditación o la poesía pues, como alguna vez escribió esa gran mística y filósofa que fue Simone Weil, “brindar a cualquier cosa nuestra atención indivisa es 16
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de suyo, una forma de oración” (¡y así, hasta ver un partido de fútbol cuenta. yes!). Así que mi objetivo no es rebatir ni polemizar con místicos, budistas, románticos y etc. Mi objetivo es desafiar la noción, tan arraigada entre los buscadores espirituales, de que el pensamiento el Enemigo Público # 1 y demostrar que no sólo no es así, sino como dijera Echeverría, es todo lo contrario. En realidad, el Enemigo Público # 1 no es el Pensamiento, sino el no pensar. Y aquí, de nuevo Oriente y Occidente concuerdan pues, si le preguntamos a un budista, un romántico, un cristiano cuál es el objetivo de todas sus acciones y prácticas, su respuesta es paradójica: vivir de manera consciente (ya sea en el sentido budista de estar atento al presente, en el cristiano de estar atento al prójimo, o el romántico de estar atento a las emociones y sensaciones). La idea, entonces, es estar atento. Pero curiosamente estar atento es un estado mental. O, lo que es lo mismo, estar atento es “desocuparse”un poco de sí mismo para atender a otro. Y eso mismo, si Heidegger y toda la tradición Occidental no se equivocan, es pensar: poner atención a lo que nos rodea, conocerlo, apreciarlo, degustarlo, saborearlo, entenderlo. 17
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“Pensar -escribe J. Glenn Gray- es la respuesta de la naturaleza humana al misterio del Ser, es nuestra forma de agradecer a la existencia, de tal modo que entre más pensamos se puede decir que más humanos somos, pues estamos menos alienados y más en contacto con nuestra propia naturaleza. Pensar es considerar y considerar viene del latín considere, consultar con las estrellas. No en el sentido del horóscopo, sino en el sentido de llevar los asuntos al silencio y reposo de la noche, para repensarlo donde no hay distracciones y cuando el músculo de la voluntad está cansado.” (Introducción What Is Called Thinking?) Pensar, como veremos muy pronto, no es lo que comúnmente pensamos y lo que tanto budistas, cristianos, románticos y demás logófobos desprecian como si fuera un pariente pobre, incapaz de aspirar a las riquezas espirituales que ellos poseen. Pensar es nuestra riqueza y, -así me quemen en leña verde o me cuelguen de una pata en el Tíbet-, el pensamiento es lo que ha creado al budismo, al cristianismo y demás “ismos“ y no al revés. Comencemos, pues, a deconstruir los mitos del pensamiento, empezando por el del "Mono Enjaulado".
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5. Primer Mito: El Mono Enjaulado La primera objeción que se topa uno al defender la idea de una vida plena basada en el disfrute neuronal, es aquella que supone que el monólogo mental que traemos dentro las 24/7, es pensamiento. Con la pena de tener que informarles, pero ese “tengo que ir por los niños, que no se me olvide comprar pan, hoy en la noche tengo que hacer las cuentas de la semana, ahí viene fulanita que me cae gordísima porque le bajó el marido a mi comadre” y esa incesante marejada de sandeces que producimos los humanos a la velocidad de la luz NO ES PENSAMIENTO. Tristemente, de aquí deriva el mayor de todos los malentendidos sobre el uso del cerebro pues, -a falta de un término para designar esa actividad mental espontánea y agotadora- se le ha designado “pensamiento”. De hecho, los Budistas tienen una metáfora para ese agobiante ir y venir de la mente: le llaman el mono enjaulado. Y así como los changos del zoológico que todo el día brincan de barra en barra y al final del día, agotados, no han llegado a ningún lado, así -dicen- es el pensamiento. 19
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Lo que se les escapa a los budistas occidentales (porque se me hace que los budistas orientales si lo tienen claro) es aquello que Ralph Waldo Emerson sabía muy bien: que el verdadero pensamiento no es algo que nos “pase” sin esfuerzo mientras hacemos otras dieciocho cosas. No, al verdadero pensamiento -decía Emerson- es preciso dedicarle tiempo en silencio y soledad, pues “es una de las cosas más difíciles (y más gloriosas) del Universo” (Society and solitude). Entonces, si el run-run mental que traemos dentro no es pensamiento, ¿qué es? Heidegger le llama el remolino de la mente y lo define como “esa actividad mental inútil que incluye el chisme, la especulación ociosa y la interminable lista de pendientes” (oh, oh, esto se aproxima peligrosamente a nuestro concepto de pensamiento, ¿o no?). Y estas tres actividades dice el filósofo de Messkirch no sólo no son pensamiento, sino que son el antídoto perfecto contra el pensamiento (al que se podría agregar el radio, la navegación internética y la TV).
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Definido brevemente, el chisme -según Heidegger (y yo, como el buzo, me sumo)- es un intercambio superficial de conjeturas sobre la vida de los demás: ¿Ya viste que Chuchita se casó con Paquito? Ay si, el vestido no solo estaba horrible sino que me dijo la amiga de una cuñada que conoce a un amigo de la familia del novio (¿así o más fidedigna la fuente?) que ella estaba embarazada de otro… (Nota de la editora: dicen por ahí que el chisme es tan popular debido a que cuando la gente no piensa no tiene nada más de qué hablar que no sea la vida de los otros). La especulación ociosa por su parte, nace de la obligación de mantenernos al tanto de una serie de temas irrelevantes, de rápida caducidad elegidos por otros (los medios, las celebridades, la high) para “estar in”. O, como quien dice, se trata de hablar de lo que todo mundo habla… con el pequeño detalle de que se trata de cosas sobre las que nadie reflexiona antes de hablar (la política, la moda, la boda real, etc, etc y etccccc). Y la joya de la corona del anti-pensamiento es el activismo de los pendientes que, según Heidegger es un intento para calmar la ansiedad existencial que nos produce nuestro estilo de vida (basado en las dos actividades infraneuronales antes mencionadas) a través de un montón de actividades y hobbies a los que nunca les dedicamos suficiente tiempo y/o 21
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atención (los queremos hacer al multitasking y al garete porque, como el conejo de Alicia, siempre vamos tarde). Estas tres actividades del cerebro se reflejan en una mente y estilo de vida turbios; una condición muy posmoderna que Heidegger describe como estar atrapados en el “remolino mental”: vernos absorbidos por una serie de actividades que nos extenúan y no nos llevan a ningún lado ( Ser y Tiempo, Parte I, ¶167-180). Y este remolino mental es precisamente el mono enjaulado de los budistas. Pero, con la pena de contradecir al Dalai Lama y a sus seguidores, eso NO ES PENSAMIENTO. De hecho, los budistas tienen razón al querer narcotizar al mono enjaulado a base de Oms, pero se equivocan al creer que ese rotundo desperdicio del sofisticadísimo hardware que los humanos tenemos entre ceja y oreja es lo máximo a lo que puede aspirar la mente racional. De ahí que la receta oriental de apagar el cerebro no sea, ni por mucho, la solución a nuestros males (y no lo digo yo sino los historiadores de la ideas: el 99.99% de los adelantos que han traído una mejora sustancial a la
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calidad de vida y longevidad humana -medicina, higiene, tecnología- han salido de las pocas mentes Occidentales que se han dedicado a pensar). Con la pena, pero apagar el cerebro porque la mayoría de nosotros no sabe cómo usarlo equivaldría a querer tirar el refrigerador a la basura porque se nos echó a perder un litro de leche. Más bien lo que hay que hacer tan pronto como sea posible es conectar el refri y poner la temperatura al máximo para evitar que se nos enrancien las ideas. Y no estaría de más cambiar de proveedores mentales para evitar estar refrigerando puro chisme, especulación barata y el agobiante bla, bla, bla de los pendientes. Porque una cosa es tan cierta del cerebro como del refri: si le metes basura, basura saldrá (nomás poquito más fría).
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6. Segundo Mito: La Lógica es el Pensamiento Seguro mis amigos budistas (si es que no me niegan el saludo por andar contradiciendo al Dalai Lama) estarán pensando que ya los agarré de piñata y que sólo a ellos les va a tupir. Nada más alejado de la realidad: si empecé con el asunto del Mono Enjaulado es porque entre la gente que ya desempacó la neurona es uno de los mitos más extendidos. Ora voy por los que ni siquiera se han molestado en sacar la neurona de la caja. En Occidente la guerra contra el pensamiento comenzó con Saulo de Tarso (aka San Pablo), un fariseo muy leído y mejor escribeido que por ahí declaró: Sapientiam Sapientum Perdam (lo que Saulo quiso decir fue: Yo destruiré la sabiduría de los sabios) y, fiel a su amenaza, comenzó a despotricar contra “la lógica vacía de los filósofos”. Siglos más tarde de ahí se agarró Agustín de Hipona (para algunos San Agustín pero no para mí porque cualquiera que pretenda enmendarle la 24
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plana a Dios y negarnos el uso de la obra máxima de la Creación -el cerebro- no merece ser llamado santo), para advertir: “hay otra forma de tentación aún más peligrosa. Esta es la enfermedad de la curiosidad (!!!) que nos lleva a querer descubrir los secretos de la Naturaleza, secretos que están más allá de nuestra comprensión, que no nos reportan ningún beneficio y que el hombre no debe ambicionar conocer” (¿no nos reportan ningún beneficio?!!!) Si por Agustín fuera seguiríamos alumbrando nuestras noches con la tenue luz de las aureolas de los santos, pensando que el Sol es el centro del Universo y que el cáncer se cura con tres avesmarías. No sorprende, como dice Charles Freeman en su magnífica obra Closing of the Western Mind, que el obispo de Hipona fuera el principal culpable de la “clausura de la mente occidental” y que, a los años que siguieron a Agustín se les llamara la Edad Oscura (ahí seguiríamos picando piedra de no ser por los árabes y los herejes). Afortunada (o desgraciada) mente, siglos después y por vía de los árabes, Gerardo de Cremona (dice Cremona, no Cremena) se topó con algunas de las obras de Aristóteles y de ahí pasaron a las regordetas manos de Tomás de Aquino, cuyos escolásticos seguidores se encargaron de
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perpetuar el malentendido que sigue hasta nuestros días: a saber, que la lógica y el pensamiento son procesos equivalentes. Nada más alejado de la realidad: nótese que los griegos jamás confundieron la gimnasia con la magnesia, ni el pensar con el silogismo lógico. Para ellos, la lógica era una herramienta para “hacer fuerte el argumento débil” y no un sinónimo del acto de pensar. Y es que como bien vio el último de los pre-socráticos, Martin Heidegger, pensar y argumentar son cosas completamente opuestas: quien piensa busca descubrir la verdad, quien argumenta ya sabe (o cree que sabe) cuál es la verdad y busca, por vía de la lógica, rebatir las objeciones para imponer esa verdad a los demás. Dicho en pocas palabras: la lógica no piensa, rebate. Con el subterfugio “lógica = pensamiento” Agustín pudo poner la carreta delante de los bueyes y decir en sus Confusiones (digo, Confesiones) “desideravi intellectu videre quod credidi”: he deseado ver con los ojos de la razón lo que ya creo. O, lo que es lo mismo, para Agus la fe se encarga de establecer la verdad y el “pensamiento” (lógica) de rebatir todas las objeciones que 26
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puedan presentarsele a la fe. Y, desde entonces, para muchos el pensamiento quedó convertido en “esclavo de la teología”: es decir, un obrero diligente que sabe obedecer a la fe pero carece de iniciativa propia. No por nada, la Iglesia se colgó de la obra de Tomás de Aquino (que es pura lógica diseñada para convencer incrédulos) con más gusto que un monaguillo del badajo de la campana de Catedral y hasta proclamó “Doctor Mirabilis” al gordo de Roca Secca. Y es que al rebatir con éxito las objeciones que se le presentan, la lógica da a quien la práctica una certeza envidiable. Pero lo que pocos advierten es que las conclusiones de la lógica dependen completamente de las premisas iniciales, pues como dijo Aristóteles las premisas (arché o punto de partida) conducen necesariamente a conclusiones prefabricadas. Vaya, a modo de ilustración de esta idea, un chistorete escolástico (leer con entonación hispana, joder!): Pepe, el tendero del pueblo, se encuentra a Manolo el nativo de Galicia en la calle y le pregunta: “Manolo, ¿tu sabes como va eso de la lógica?” “No, responde Manolo, ni idea.” 27
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“Ah, dice Pepe, pues es muy fácil. Mira yo te voy a hacer unas preguntas y de tus respuestas llegaremos a una conclusión lógica”. “Vale.” “A ver, Manolo, ¿a tí te gusta el clima tropical?” “Si, si”, dice entusiasta el simple. “Bueno, pues por lógica entonces te gusta la playa.” Manolo asiente. “Si, si, por supuesto.” “Entonces por lógica te gusta ver a las chicas en bikini.” “Pues, claro, hombre, claro!” “Pues bien, entonces, por lógica eres hombre. Así de fácil es esto de la lógica…”
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Encantado con sus nuevos conocimientos, Manolo va buscando a quien demostrárselos y se topa con Iñaki. “Iñaki, tu sabes como va eso de la lógica?” “No”, responde Iñaki. “Ah, pues es muy fácil. Mira, yo te voy vo y a hacer unas preguntas y de tus respuestas llegaremos llegaremos a una un a conclusión lógica.” “Vale, Manolo, dale pa’lante.” “A ver, Iñaki, ¿a tí te gusta el clima tropical?” Iñaki menea la cabeza. “No.” “Ah, bueno”, dice Manolo dando un salto atrás, “pues entonces por lógica eres gay!” Fin del chistorete lógico. Regresemos a nuestra discusión:
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Aristóteles decía que en el silogismo lógico uno asume ciertas premisas y puede llegar a una conclusión lógica (es decir correcta) a partir de ellas. Así, si uno parte de la existencia de Dios, encontrará que la lógica “demuestra” Su existencia y si uno parte de la premisa contraria, “demostrará” la inexistencia de Dios o, o , en términos de nuestro chistorete: si uno asume que la virilidad se demuestra con cierto gusto por los trópicos, llegará a la misma conclusión sobre Iñaki que Manolo. Pero bueno, esa es harina de otro costal. Aquí lo que nos urge es disasociar el pensamiento de la lógica porque el pensamiento incluye pero supera con mucho a la lógica, y si no hacemos esa distinción nos pasará como a Petrarca: llegará un momento en que tanta lógica vacía nos tenga uptothemother y uptothemother y nos preguntemos si eso es lo máximo a lo que que puede llegar el cerebro (o como dijo Mafalda después de una mañana de aprender “mi mamá me ama, mi mamá me mima, yo amo a mi mamá”: Pues, qué gusto que así sea Miss, ahora, ¿tendrá algo más relevante que enseñarnos?) De hecho, si regresamos regresamos a Petrarca -el renegado de la lógica- estaremos en camino a comprender mejor el pensamiento, pues fue precisamente el
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poeta Renacentista quien cayó en la cuenta del error de Saulo de Tarso al identificar lógica y pensamiento. Y las pesquisas de Petrarca para darle a su cerebro un mejor uso que el recomendado por los eclesiásticos de su época (y la mía), lo llevaron a redescubrir lo que en la Antigüedad implicaba pensar y, gracias a él y sus Studia Humanitatis o Escuelas de Humanidades, la neurona floreció tras trece siglos de forzada clausura y explotó en ese festival de creatividad que llamamos Renacimiento (yes, (yes, we’re open for business again!)
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7. Tercer Mito: Pensar es una Profesión Ora si ya la hicimos, estará pensando la fauna “pensante” profesional de este País. Si pensar no es el run-run mental que traemos dentro las 24/7 como dijimos en el mito del mono enjaulado, ni es la lógica de los filósofos en el capítulo anterior, no queda más opción que decir que pensar es una actividad a la que sólo tienen acceso ese puñado de vacas sagradas que dominan las metodologías de su disciplina profesional: científicos, intelectuales y académicos. Según este mito (que como otros mitos, lo hemos aceptado por comodines) pensar es una actividad reservada a aquellos que tienen tiempo, educación y vocación. A estas personas -nuestros intelectuales- les pasamos la responsabilidad (y consiguiente autoridad) de decirnos cómo es y cómo funciona el mundo. Ellos piensan y nosotros nos asombramos, asentimos o disentimos. Sin embargo, aunque todos viven de mover la neurona, ninguno de estos profesionales “piensa” en sentido estricto del término, pues pensar no 32
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es una profesión sino una transformación de nuestras percepciones que nadie puede hacer por nosotros. En varios pasajes y ocasiones, Heidegger enfatiza que “la ciencia no piensa” (What is Metaphysics? y What Calls for Thinking, P.I, Capítulo 3). Y con esto, el filósofo de Messkirch no sugiere que los científicos anden por la vida contemplando su ombligo y esperando que les caiga del cielo la proverbial manzanita newtoniana. Como diría Rubén Aguilar (ex vocero de Fox), lo que Heidegger quiso decir fue que el método científico -basado en la observación agresiva y el tratar de encajar hechos con hipótesis-, no es pensar. Whaaattt?!! Si, oyeron bien (o más bien, leyeron bien): la tan cacareada razón científica que desde Sir Francis Bacon se ha caracterizado por “poner a la Naturaleza en el potro de las torturas para arrancarle sus secretos”, tampoco califica como pensamiento. Primero, porque se trata de una actividad neuronal a la que sólo tienen acceso unos pocos, mientras que el pensamiento -aunque usted no lo crea33
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es propio de todo ser humano (con excepción de los políticos mexicanos y alguno que otro Cardenal). Y en segundo lugar, porque el pensamiento científico es coercitivo por naturaleza (“poner a la Naturaleza en el potro de torturas y arrancarle sus secretos”), mientras que el pensar genuino es todo lo contrario: pensar, dice Heidegger, es Gelassenheit o dejar ser. (Ah, por cierto: si cito constantemente a Heidegger es porque como bien dice el extraordinario video A Zen Life (2008), este filósofo revitalizó el pensamiento occidental merced a la influencia que sobre él ejercieron los textos del Dao De Jing y las enseñanzas del maestro Zen Daisetz Teitaro Suzuki; de ahí el título de esta serie: el Tao de Occidente o, cómo la filosofía occidental puede lograr los mismos resultados que la meditación oriental). Entonces, si pensar no es lo que hacen los científicos, ¿qué hay de los intelectuales y académicos? Seguro ello si piensan… Pues con la novedad que lo que hacen nuestras vacas sagradas tampoco es pensar. En su mayoría, los intelectuales y académicos de este y otros países, buscan hacerse notar y para ello es preciso recurrir a la confrontación, el escándalo y la polémica. Pero como dice Heidegger en el 34
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inicio de What is Called Thinking?: “cualquier tipo de polémica es contraria a la actitud que requiere el pensamiento” (P.I, Capítulo 1). Y es que la polémica que tanto le gusta a nuestra inteligentsia está basada en dos principios que hacen imposible pensar: la creencia de que uno ya está en lo correcto y, la determinación de defender ese punto de vista a cualquier precio (y entre más público sea el debate, mayor la presión para “ganar” el argumento, ergo mayor la cerrazón para considerar y reconsiderar nuestras “verdades”). Como bien sabía Platón, en la erística (debate para ganar) nadie escucha a su interlocutor por estar pensando en la mejor manera de rebatir el argumento del otro (ganarle el pleito, pues'n). Y puesto que pensar tiene mucho que ver con escuchar, en la polémica nadie piensa. O, como quien dice, toda polémica es un diálogo de sordos (razón de más para no ser periodista de opinión…). Quedan, entonces, los hombres de negocios y de acción como posible fuente de pensamiento.
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Y pá pronto habrá que evitar se hagan ilusiones nuestros Coparmexos, pues la actividad neuronal propia de los hombres (y mujeres) prácticos nunca se ha considerado pensamiento. Los griegos le llamaban techné -tecnología- y, aunque es muy útil para la vida, encontrar los medios más eficientes para lograr un fin práctico se parecen al pensamiento tanto como los libritos de pintar por números a la obra maestra... Así que al parecer nadie está pensando por nosotros (no por nada estamos como estamos). Pero nadie se alarme, pues pensar -como ir al baño- es de esas actividades que debemos hacer por nosotros mismos. Y es que como bien dijeron el poeta (Hölderlin), el médico (Paracelso) y el filósofo (Heidegger): pensar tiene mucho que ver con el amor. Y nadie, absolutamente nadie, puede enamorarse por nosotros. De hecho, quien más ama, coinciden los tres, más piensa pues sólo quien ama se da el tiempo de conocer al otro profundamente y, el pensamiento es precisamente eso: darnos el tiempo de conocer al mundo, amarlo en toda su profundidad y belleza.
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Así que poco importa que nadie esté pensando por nosotros, lo que importa es si nosotros estamos pensando para nosotros, si nos hemos dado el tiempo y la oportunidad de enamorarnos de la existencia, pues de ello depende nuestra relación con nosotros mismos, con el mundo y con los demás.
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8. Y Yo, ¿Qué Gano Con Esto? Hace unos años me tocó la suerte de entrevistar a Jetsunma Tenzin Palmo aka “La Mujer de las Cavernas” o la Dalai Lama femenina. Británica de nacimiento, Diane Perry -nombre original de Tenzin Palmo- dejó la comodidad de una vida de adolescente inglesa de clase media para irse a meditar al Tíbet (omm, ooommm). Nada más que cuando llegó a los Himalayas, Diane Perry se topó con la novedá que la presencia femenina no era bien vista en los monasterios. Entonces, para cumplir su sueño a Perry le fue preciso vivir sola en la cumbre de una montaña y visitar a su instructor de vez en cuando. Aún así, se convirtió en una de las primeras mujeres en recibir la ordenación budista. Puesto que mi chamba siempre ha sido escribir para un público Occidental, en aquella entrevista quería comunicar a mis lectores lo que empujó a Perry a emprender tan ardua búsqueda. Pero sabía que en la 38
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cosmovisión Oriental la pregunta que yo quería hacer -¿qué pretendía lograr Perry al irse a meditar al Tíbet?- era una contradicción: los logros, las ventajas y lo que los Occidentales pensamos ‘ganar’ al embarcarnos en un proyecto, son el oxígeno del ego. Y, obviamente, el fin de las religiones orientales es aniquilar el ego. Para los Orientales, la búsqueda se justifica a sí misma: no se necesita ningún logro extra para sentir que el esfuerzo de meditar ya valió la pena. Así que preguntarle a alguien como Perry -¿qué intentabas lograr?- es hacer gala de idiotez suprema. Aún a riesgo de que le pareciera un sonoro rebuznido Occidental, le hice la pregunta. Al margen de la respuesta de Perry (que se puede ver en mi blog elzoologicodeyahve.com), este dilema se ha quedado conmigo todos estos años porque, hasta cierto punto, es la pregunta a la que nos enfrentamos todos cuando nos embarcamos en una actividad intelectual o espiritual: ¿Y yo, qué gano con esto? ¿Qué ventaja supone ponerme a leer un texto para aprender qué es y como se come el auténtico pensamiento?
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Obvio que cada uno de nosotros tiene mil cosas más urgentes que hacer. Pero difícilmente ese sinfín de cosas serán mejores o más importantes que desempacar la neurona. Y es que en palabras de ese maestro que fue Martin Heidegger: en ello nos va “la transformación del pensamiento" para ser más humanos, aprender a habitar la Tierra y, en el proceso, hacérsela más habitable a los demás (suegras y demás flora y fauna exótica incluída). Eso -que no es poca cosa- es lo que ganaríamos de ponernos a pensar como el cerebro manda (y puede). Así que si esta magra "ganancia" te atrae, sigue leyendo por que a continuación analizaremos el punto de partida del pensamiento.
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