PRIMERA PARTE 1
El mero sonido de su voz en el contestador aún conseguía hacer que su corazón se acelerara más allá de toda lógica. Sage Bristo sonrió al escuchar el mensaje: “Cariño, este fin de semana me quedo en la ciudad. Ven a mi apartamento esta noche. El avión de Brad no llega hasta el domingo a las nueve y veinte de la noche”. Siguió sonriendo mientras se desnudaba deprisa y se dirigía a l a ducha. Pasar el fin de semana en la ciudad significaba dos cosas. No tendrían que ir hasta Kingston ni se verían obligadas a compartir las horas con los hijos de Suzanne, una niña de seis años y un niño de cuatro. En cambio, podrían dedicarse a satisfacer necesidades más íntimas, cuya urgencia ya la presionaba. Los fines de semana como el que ahora se avecinaba, numerosos en los últimos dos años, le habían hecho acariciar la idea de mantener una relación estable con Suzanne Weber. En sus sueños, Suzanne dejaba al hombre con el que había estado casada durante ocho años, se mudaban a otra parte del país y criaban juntas a sus hijos. NaNan habría dicho que era un sueño de humo, de esos que se entrelazan en el humo de las pipas de los viejos y no tardan en disiparse en la transparencia del aire. Quizás fuera así, pensó, quizá no fuera más que eso. Se puso una blusa de seda gris, con los dos botones de arriba desabrochados. Los pantalones de suave paño color negro carbón caían perfectamente ceñidos a su elegante cintura. Sage escrutó la imagen que reflejaba el espejo medio empañado. ¿Qué es lo que atraía a las mujeres? ¿Qué hacía que alguien como Suzanne se arriesgara tanto para estar con ella? Fuera lo que fuese, se preguntó si no desaparecería algún día. Con sus chispeantes ojos marrón oscuros, observó cómo su mano, larga y fina, pasaba cuidadosamente el cepillo por los cortos y suaves rizos. Cada cuatro semanas, como un reloj, se hacía cortar los rizos castaños de manera que dieran poco más de media vuelta y le taparan las orejas. Sus pestañas y sus cejas oscuras hacían palidecer el rímel y era la envidia de las mujeres con las que salía. Metió un dedo en el bote de vaselina y se lo pasó por los labios. Potingues, los menos, murmuró recordando el dolor a que se sometió Suzanne para que le tatuaran una línea de rímel permanentemente. Quizás era sólo su imagen lo que atraía a las mujeres. Andrógina sin lugar a dudas. Pura y natural. Un perfecto 5 en la escala de Loulan. Podía ser que les gustara la forma en que sus ademanes y movimientos denotaban seguridad, o su forma de pensar, siempre decidida y firme. Cabía la posibilidad de que no fuera más que un misterio para ellas, un secreto que deseaban desvelar. De todos modos, lo más probable es que no tuviera ninguna importancia, pues ella era quien era y no había vuelta de hoja. Averiguar la diferencia entre el deseo y el amor, entre el placer y la felicidad era mucho más importante. Durante años había tenido continuas oportunidades de explorar los recovecos del placer sexual pero en su vida no había habido mucho lugar para el amor y la felicidad. Sage Bristo ya no se hacía demasiadas ilusiones. Con la madurez fue concibiendo pensamientos más halagüeños respecto al futuro, que desplazaron la tristeza del pasado. Los recuerdos eran inútiles, excepto los que se referían a Cimmie y NaNan, las dos excepciones de su pasado que valía la pena recordar. Eran el oasis de su vida, su bálsamo y su fuente de cariño. En su joven vida, solamente se había estimado tal cual era y se había celebrado la rareza de su espíritu singular en el corazón de su hermana y entre los brazos de su abuela. Entre aquellos brazos había escuchado sus historias desde la más tierna edad. Había escuchado sus historias desde la más tierna edad. Había escuchado absorta los “desvaríos de vieja”, como los llamaba su madre, y había creído en ellos. NaNan la llamaba Sage, nunca Celia. “Se adapta mejor a tu espíritu”, le había dicho. “Las flores de mi jardín se marchitan si no tienen agua y se quiebran al viento pero tú, como la salvia*, buscas nutrientes donde los haya y te haces fuerte en la adversidad. Tu belleza florece en mi corazón. Me devuelves la herencia que perdí hace tanto, la que conecta mi alma con la tierra y el agua, con el sol y el viento. En mi jardín busco fuerzas para que mi espíritu conecte con las mujeres que trabajaron la tierra y gobernaron las casas comunales. Pero he aquí que está en ti.
Tú posees el fuerte espíritu de los sénecas”, había dicho poniéndose en pie sobre sus frágiles huesos. “Orenda ha marcado tu alma. Avanzas alta y orgullosa como un guerrero pero las mariposas acuden a posarse en tus manos”. Sage notó que la garganta se le tensaba. Cerró los ojos un segundo y tragó saliva. Los recuerdos eran importantes. Siempre les había dedicado tiempo y se había cuidado de mantenerlos claros y fieles. Algún día encontraría la manera de transmitirlos. Sin embargo, ya nunca podría hacer las preguntas que atribulaba su corazón ni volvería a sentir el cálido contacto de aquella mano entra las suyas. Todo lo que podía hacer era reconstruir en su mente los chispeantes ojos de su abuela y el orgullo que modulaba su voz al hablar de espíritus, clanes y una herencia más valiosa que el oro. La añoraba desesperadamente.
* La palabra inglesa sage significa sig nifica “salvia” y también “sabio, pr udente”. udente”. 2
Su apartamento del Village no estaba lejos del piso de Suzanne en el East Side pero no había ni que pensar que podría atravesar Manhattan como quien da un paseo. Sage se fue abriendo paso entre la congestión del tráfico sin lamentarse ya que de momento no tenía alternativa. Toda una vida en la ciudad la había dotado de una indudable habilidad como conductora, pero haría falta algo más para que se decidiera a quedarse a vivir allí. Un día abandonaría la ciudad que nunca duerme y encontraría un lugar en el que la única luz nocturna fuera la de la luna. Deseaba un lugar tranquilo en el que el viento trajera los susurros de la noche, en el que el alma pudiera expansionarse y la mente se relajara. Sage Bristo necesitaba conducir deprisa por largos tramos de carreteras rurales, sentir la fuerza de un caballo dominado por sus riendas y encontrar un amor incondicional en el abrazo de una mujer bella. Algún día lo conseguiría. El suntuoso barrio Manhattan, con sus impresionantes edificios de apartamentos y sus mansiones frente al Central Park, podía resultar intimidatorio pero Sage Briston estaba acostumbrada a la riqueza. Había nacido en su seno para luego ser expulsada. Para ella, la posesión de riquezas era a un tiempo deseable y odiosa. Reconocía la omnipotencia del dinero pero no su influencia. Dio la propina de costumbre al guardia de seguridad. Se le pagaba bien por mantener un discreto silencio. El ascensor enseguida la dejó en el último piso, donde estaba situado el apartamento de los Weber, y tal como había hecho en multitud de ocasiones, entró con su llave. -Estoy aquí, cariño –la llamó Suzanne desde la sala de estar. Estaba sentada en un sofá de piel verde, con la rubia melena, larga hasta los hombros, recogida detrás de una oreja y cayendo en cascada desde la otra. Tenía una belleza universal, franca y elegante. Era una aparición entre nubes de verde y blanco, rodeada de recibos y mensajes. -¿Los niños están con tu madre? -Ajá. Estaba deseando tenerlos un fin de semana. -Lo mismo que yo. –La seductora mirada de Sage se encontró con la bonita sonrisa de Suzanne. -¿Por qué no preparas unas bebidas mientras acabo de mirar el correo? Luego soy toda tuya –dijo haciéndole un guiño al ver la sonrisa que iluminaba el rostro de Sage. ***
Sage dejó la bebida en la mesa de cristal y se acomodó junto a su amante. -¡Maldito sea! –estalló Suzanne al tiempo que tiraba sobre la mesa una confirmación de reserva-. Se va a jugar al golf a Connecticut el fin de semana que prometió a los niños. Las únicas veces que Sage había oído maldecir a Suzanne siempre habían tenido relación con Brad, y no le había pasado inadvertida la creciente frecuencia con que ocurría. -Suzanne, cada vez te hace sentir más frustrada y rabiosa. No es bueno para ti. Puede que haya llegado el momento de dejarle. -No empieces, Sage. –Dio un profundo suspiro y suavizó el tono-. Por favor, cielo. Ya sabes que no puede ser. -NO, no lo sé. –Sage tendió la mano hacia el bonito rostro de Suzanne y la obligo a
mirarla-. A los niños, les gusto ¿no es cierto? -Te adoran, igual que yo. -Gano un buen dinero. No todo el que quisiera, pero suficiente para hacerme cargo de ti y de los niños. Podríamos formar una verdadera familia. -Con el poco caso que hace a los niños, cualquiera pensaría que es así de fácil, pera ya te lo he dicho otras veces, sé que Brad nunca me los dejaría, y menos si supiera que estoy con una mujer. -Lucharemos por ellos. Otras lesbianas han ganado la custodia. -Nos costaría hasta la última peseta que tuviéramos. Eso significaría renunciar a la vida que siempre he llevado. Ya hemos hablado antes, Sage. No quiero pasar por eso. Sus palabras no entrañaban ninguna sorpresa. Sage no era tan ingenua como para pensar que la relación de Suzanne Weber sería fácil, pero el amor que sentía por ella le impedía tirar la toalla, por muy difíciles que le pusieran las cosas. Cogió a Suzanne entre sus brazos y la besó, dejándose enternecer por su suavidad y luchando por borrar el continuo sentimiento de desasosiego que la invadía desde hacía cosa de un mes. Con sus largos dedos, Sage levantó la sedosa melena dorada de Suzanne y la acarició. -¿Qué quieres de mí? –le susurró Sage al oído. -Que me quieras... mientras puedas. Sage cerró los ojos y asintió suavemente con la cabeza. La noche fue el escenario de su pasión, escondió sus secretos en la oscuridad y amortiguó los gritos de deseo que dejaron escapar al alcanzar el éxtasis una y otra vez. Se cerraron al mundo y lo redujeron a lo que podían ver y tocar, lo redujeron al escueto espacio que ocupaban. De momento, no necesitaban más. La luz de la mañana entraba a raudales por la gran ventana de la habitación y envolvía en su calidez los cuerpo semidesnudos de las dos mujeres. Habían dormido muy poco, no queriendo desperdiciar un tiempo precioso. Sage despertó, abrió los ojos todavía soñolientos y contempló el plácido descanso del cuerpo de su amante. Las brillantes sábanas verdes interrumpían las suaves líneas femeninas y los mechones dorados esparcidos por la almohada relucían sobre el mismo brillo. Sage se deslizó sin hacer ruido fuera de la cama y volvió a los pocos minutos con un vaso de zumo de naranja para compartir. Sentada en el borde de la cama, vestida únicamente con la blusa de seda, apartó con ternura el pelo que cubría el rostro de Suzanne y la besó para despertarla. -Mmmm, creía que estaba teniendo un sueño maravilloso –susurró Suzanne con voz de dormida-, pero estás aquí de verdad. -Con provisiones –dijo sonriendo y le alcanzó el vaso. -Eres estupenda. Se lo fueron bebiendo a sorbitos hasta que se acabó, y entonces Suzanne sacó un brazo de debajo de las sábana y atrajo a Sage hacia sí. El cuerpo de Sage, frío por el relente de la mañana, enseguida entró en calor al contacto de la piel de Suzanne. Renovadas las energía la pasión se encendió una vez más. Suzanne se apretó contra Sage, adelantando el cuerpo al encuentro de sus sabias manos y pidiendo placer a su excitante boca. Sage daba con desprendimiento y fervor. Su única meta, su misión, era satisfacer a su amante. El placer de Suzanne era supremo. Con cada caricia de su mano, Sage excitaba más a su amante, con cada roce de sus labios aumentaba la dulzura de sus flujos. La respuesta brillaba en su piel húmeda y podía oírse en la trabajosa respiración del deseo. Suzanne se entregó sin reservas. La besó con labios hambrientos y sintió que cada átomo de su cuerpo y de su alma pertenecían a Sage. Para ella no había otro momento sino aquel, ni otro deseo sino el de emborracharse con el amor de aquella mujer. -Haces que no tenga más deseo que estar contigo – balbuceó Suzanne entre jadeos, haciendo que Sage sintiera el calor de su aliento en el pecho. -Te daré todo el amor que me aceptes. Sage seguía el ritmo de su amante moviéndose con una concentración exquisita; sentía el placer que daba en lo más profundo de sí misma. Notaba cómo el poder de
su sensualidad fluía en el interior de Suzanne cada vez que recibía el poderoso embate de sus caderas contra los muslos. El estallido de calor se extendía, abriéndose camino a medida que derretía obstáculos, penetrándola hasta el alma. La carne caliente encontraba carne caliente. Sage transmitía su calor y su pasión a cada rincón de Suzanne. El ardor y la vehemencia de su boca excitaban locamente a Suzanne en cualquier área de la piel que tocara. Cada centímetro de su piel la atraía con igual fuerza. El arte que necesitaba para satisfacer a Suzanne era innato en ella y sus sentidos registraban los efectos. Los suspiros de Suzanne se convirtieron en jadeos urgentes y espolearon a Sage, haciendo que su excitación alcanzara cotas máximas. Paladeó el flujo salado al tiempo que abrazaba entre sus manos ondulantes caderas. El deseo se había convertido en un impulso imposible de desobedecer. Sage notó la urgencia que se desataba en Suzanne y oyó sus gritos. En la cima de la pasión, la oyó gritar su nombre una y otra vez, y sintió brotar en su interior el inconfundible espasmo del placer. -Oh, Dios... Dios mío, Sage... no pares, cariño... no pares todavía –jadeó Suzanne con voz entrecortada. Los dedos de Sage, exquisitamente tiernos, acariciaron su interior hasta satisfacerla completa y profundamente. Sage dejó descansar su pecho junto al sedoso calor, acunó entre sus brazos las expresivas caderas y apoyó la cabeza en el estremecido vientre de Suzanne. -¡Cago en Dios! No está mal... –se oyó una voz masculina procedente de la puerta de la habitación de los niños. Las sorprendidas mujeres se volvieron al pronto ante la brusca intromisión en su intimidad. Brad Weber estaba en el quicio de la puerta, descamisado y con la mano en la bragueta abierta de los pantalones. Suzanne miró hacia otro lado entre sobresaltada y avergonzada. Sage se apresuró a apartarse de entre las piernas de Suzanne y la cubrió con la sábana. -Tenía razón –continuó ante la mirada imperturbable de Sage-. Querida, ¿Tanto te sorprende? Se reía y la mano en su bragueta se movía rítmicamente. -No te preocupes, no tiene que ser un problema –sus ojos seguían atentos los movimientos de Sage, ocupada en abrocharse la blusa.. Todo lo que tenéis que hacer es ocuparos de mí igual de bien. Empezó a acercarse a la cama y Suzanne se incorporó de inmediato con la sábana apretada contra el pecho. -Quieto, Brad –gritó-. Al menos deja que se vista en privado. -Antes quiero conocer mejor a tu amiga. No te voy a dar ni la mitad de trabajo para contentarme. –Sus ojos escrutaban la elegante figura que le desafiaba de pie al otro lado de la cama. -¿No entiendes nada, verdad? –contestó Sage directa y serena. -No le hagas caso, Sage –rogó Suzanne-. Vete y ay está. No vas a conseguir nada bueno. Cogió una bata de los pies de la cama y se la puso. Sage desvió su atención directamente a ella. -Vente conmigo, Suzanne. Éste es el momento, cariño. Ahora o nunca. -Eres tú la que no entiende nada –la interrumpió Brad-. Ella nunca lo echaría todo por la borda por alguien como tú, por muy bien que la haga subir al cielo. Sage se acabó de vestir y volvió a intentarlo. -Vente conmigo –le dijo, pero sabía que las lágrimas que veía caer por sus bonitas mejillas eran señal de despedida. -Ya sabes lo que pasa –consiguió balbucir Suzanne ahogada por la creciente emoción-. Ya sabes lo que siento por ti. -Siempre necesitarás los brazos de una mujer. Ansiarás el amor de una mujer hasta que mueras, pero a mí no me tendrás a no ser que te vengas conmigo ahora. Cogió su chaqueta de la silla y se quedó un momento parada. Suzanne sollozaba con la cabeza entre las rodillas. Sage dio un profundo suspiro, levantó la cabeza y se fue a paso rápido, haciendo que su hombro golpeara con fuerza contra el de Brad al pasar junto a él. Su última advertencia resonaba en sus oídos. -Si vuelve a haber otra mujer, mejor será que sea bi. Con la radio a todo volumen, Sage se abrió paso por el Wetside hacia las afueras. Pensamientos contradictorios se agolpaban en su mente mientras luchaba por
contener sus emociones. Desde el principio había sabido que llevaba las de perder pero la brutalidad de la situación no la ayudaba en absoluto. Las lágrimas no le servirían para nada, sin embargo. Eran un derroche de emoción inútil. No lloraría. Aceleraría kilómetro a kilómetro, carretera tras carretera, poniendo a prueba su capacidad de control. Bebería, copa tras copa, día tras día, hasta que los contornos se borraran, hasta que los días se confundieran, pero no lloraría. 3
Era demasiado temprano y el sol brillaba implacable. Después de pasar la noche en el club y haber dormido dos horas escasas, lo último que se le habría ocurrido habría sido quedar a las siete de la mañana en el Bagel para desayunar, pero hasta donde se remontaban sus recuerdos, nunca había sabido negarse a nada que le pidiera Cimmie Capra. Nadie habría podido describir adecuadamente el amor que Sage sentía por su hermana; superaba cualquier definición del amor que conociera. Habían desarrollado un duradero vínculo de protección mutua, basado en la honestidad. Su relación era profunda e intensa sin ser sexual, divertida pero no superficial, y llena de atenciones que no se aprovechaban para emitir juicios. Había crecido y florecido durante veintiséis años, a pesar de verse sometida a las duras pruebas de la violencia, la separación y los prejuicios. Los malos momento las habían zarandeado en el sentido más literal de la palabra, pero nunca se habían fallado la una a la otra. -Hola, cielo. Siéntate y dime que me perdonas. Por la cara que traes creo que hubieras preferido desayunar a las dos de la tarde –le recibió Cimmie con una sonrisa amplia y relajada, en claro contraste con el esbozo de sonrisa de Sage, entre sutil y reservada, y aún así tan difícil de ver. Los contrastes sólo empezaban ahí. Las dos hermanas se situaban en los dos extremos del espectro en muchas cosas. Cimmie era de formas suaves y redondeadas, tenía el pelo castaño y le gustaba vestirse con colores brillantes, mientras que Sage, más atlética y angulosa, prefería la ropa de corte más clásico. -Me las arreglaré –farfulló Sage mientras le pasaba un café a Cimmie. -No sé qué decirte. Debe de ser serio cuando recurres al café doble. -La vida es un juego para masoquistas. –Sage cogió la taza con las dos manos y dejó caer los párpados mientras bebía a pequeños sorbos aquel brebaje caliente. -¿Me vas a contar qué te pasa? -Mmm –dejó escapar, sin que se supiera si era un suspiro o un gruñido-. Vuelvo a ser una mujer sin compromisos, desde hace más o menos un mes. -Y como terapia te autoflagelas. -Algo así –dijo esforzándose por sonreír. -Con todas las mujeres que podrías tener, que sólo contando las que conozco ya son más de las que habría imaginado nunca, ¿por qué ella? ¿Te hacía sentir – preguntó con un tono más amargo- como a una reina de culebrón? Sage dejó la taza en la mesa y mantuvo baja la cabeza, normalmente orgullosa. -Por un tiempo, pero en algún momento perdí el control de las cosas. -Si cuando dices “cosas” quieres decir corazón, eso es algo sobre lo que nadie puede tener mucho control. El amor no es algo que uno maneje a su antojo. Sage negó con la cabeza. _-El amor no entra en mis planes futuros. Pero qué más da... –se irguió y miró con resolución a los comprensivos ojos de su hermana- ¿Qué es eso tan importante que te hace despertarme tan temprano? -Siento tener que darte más malas noticias: nuestro padre ha convocado una reunión familiar para esta tarde. No ha dicho nada concreto pero creo que ha concebido un nuevo truco para desvirtuar el testamento de NaNan. La noticia no tenía nada de sorprendente. Su padre había buscado recursos hasta debajo de las piedras para obstruir con una interminable batalla legal que se cumpliera el testamento desde hacia cuatro largos años. Apreciaba la lealtad de su hermana. Cimmie era lo único que la unía a una familia a la que ya no pertenecía, con la que no había vivido desde la edad de once años y que se había negado a reconocerla desde los quince. NaNan y Cimmie habían sido su única familia desde que hiciera público su lesbianismo. Incluso se había cambiado el apellido por el de su abuela. Pero él no podía dejar las cosas así. Que la hija a la que había rechazado heredara tantas riquezas era algo que John Capra no podía soportar y estaba
dispuesto a impedir. -Llamaré a mi abogada y veré si sabe algo. Gracias por avisarme. -Lo siento, Sage. Lo he intentado, pero no se aviene a razones. -Cim, no hagas la tontería de exponerte por mí. –El tono de su voz era firme e insistente-. Ya sabes que no me gusta que te enfrentes a él. -Tantos años temiéndole y haciendo lo imposible por evitar sus enfados empiezan a hacer que me odie a mí misma. Siempre le has hecho frente por las dos. Ya de niña me sentía culpable por dejar que siempre fueras tú quien lo hiciera. Te quiero demasiado para no darme cuenta y ya es hora de que yo crezca. -Tú no has de sentirte culpable de nada. Fui yo quien decidió desafiarle y tú siempre has estado allí cuando te he necesitado. Prométeme que no harás ninguna estupidez –Sage alargó el brazo y cogió la mano de Cimmie. La emoción que se leía en sus ojos iba más allá de las preocupaciones familiares-. Deja que sea mi abogada quien lo haga. -Te lo prometo. No me extraña que las mujeres se vuelvan locas por ti –murmuró y vio como las comisuras de la boca de su hermana apuntaban hacia arriba-. Estoy segura de que acuden a ti sin que tengas que mover un dedo. -Bueno, pero lo que consigo y lo que necesito no se parecen en nada. –Sage apretó la mano de su hermana y la soltó. Cimmie buscó con la mirada los bonitos ojos castaños de Sage, tan parecidos a los suyos. -Algún día dejarás que alguien entre aquí –dijo señalando el pecho de Sage-, alguien que te vea con el corazón y no con los ojos, pero mientras tanto creo que tendré que ser yo la que se ocupe de que desayunes. 4
Las noches en el club, las fiestas y las amigas a las que había tenido abandonadas no tardaron en llenar los solitarios fines de semana de Sage. No estaba en su naturaleza dejar que nadie tuviera poder de entristecer su vida. Desde muy joven había aprendido lo peligroso que podía resultar. Todavía era una niña cuando comprendió que no podía evitar que en su vida hubiera cosas negativas, pero enseguida aprendió a controlar sus reacciones ante ellas. Muy pronto supo hasta qué punto desesperaba a su padre ver que ella le negaba ese poder, ver cómo le negaba la satisfacción de contemplar el miedo o el dolor que trataba de infligirle. Nunca dejó que reconociera el miedo en sus ojos o en su postura, ni que viera sus lágrimas. Suzanne tampoco tendría poder sobre ella nunca más. En adelante, simplemente viviría su vida. -¿Cuánto tiempo vas a seguir jugando con la pobre? – le gritó Pat desde el otro lado de la mesa, en un intento de hacerse oír por encima de la música. Sage se la miró como quien no sabe de qué le están hablando y se llevó el vaso a los labios. Le gustaba Pat, la única persona, aparte de su hermana, que se atrevía a meterse con ella sin piedad. Su irreverencia era refrescante. -¿Ella te envía una copa con el camarero y tú vas y te levantas para bailar con otra? Eres de un arrogante que tumba, Sage. -Es peligrosa –respondió Sage inclinándose hacia delante. -Es preciosa –contraatacó Pat. -Es hétero. El fino rostro de Pat se contrajo en una mueca de cinismo. -Eso no te ha detenido nunca –empezó a sonar una música más tranquila-. ¿Qué te pasa? ¿Has perdido el gusto por la aventura? Una de las amigas dejó la mesa y Pat se sentó junto a Sage, que le dedicó una media sonrisa. -Ve y hazla estremecer. Es toda tuya. -Sí, como si estuviera interesada en este saco de huesos. Tengo que dejar de salir contigo; no resisto la comparación. Créeme, si tuviera tu atractivo, me llevaría a la cama a todas las mujeres bonitas que se pusieran a tiro. -Para mí que tendrías que haber nacido hombre, Pat. Pat soltó una de sus risas, siempre ásperas y a menudo impúdicas. -¿Cómo lo dicen? ¿Soy un hombre atrapado en este vergonzoso cuerpo femenino? –Pasó la mano de largos dedos huesudos sobre su pecho plano con toda la feminidad de la que fue capaz y volvió a soltar la risa.
Mientras disfrutaban riendo juntas, dos mujeres se abrieron camino entre el laberinto de sillas hasta llegar a su mesa. -¿Os importa si nos sentamos a tomar una copa? –Las palabras, pronunciadas con voz sedosa y agradable, llegaron envueltas en perfume. Sage recorrió con la mirada las sensuales curvas, resaltadas por las ceñidas ropas azules, hasta llegar a los ojos y el pelo oscuro de la mujer que la había estado observando toda la noche. Pat ya las había invitado a sentarse. Su amiga era una pelirroja de tez blanca. Se presentaron y la conversación intranscendente acompañó la nueva ronda de bebidas, mientras la que se llamaba Lisa dejaba claras sus intenciones. Sus ojos, centelleaban de curiosidad, no perdían una sola de las expresiones de Sage y se empapaban de cada uno de sus gestos. No tardó en acercarse y dejar que su brazo rozara el de Sage y que su pierna iniciara el contacto bajo la mesa. -¿Os apetece bailar? Si no me muevo un poco, acabaré tan borracha que no encontraré el camino de vuelta. – Al parecer, la invitación de Pat era justo lo que estaban esperando y aceptaron al punto. Canción tras canción, las femeninas formas de Lisa se fueron apretando cada vez más entre los brazos de Sage. El ritual le era familiar. El estilo decidido y clásico con el que Sage llevaba a su pareja dejaba que fuera ésta quien tomara la decisión de acercarse. Que fuera su pareja quien decidiera arrimarse era un triunfo a su atractivo sexual que la excitaba tremendamente. El cuerpo de Lisa, con su pecho exuberante y su estrecha cintura, se movía con ritmo contra las formas prietas y elegantes de Sage. Lisa dejó resbalar los brazos por los hombros de Sage en un gesto sugerente mientras le susurraba junto al cuello: -Bailas muy bien. Me llevas mejor que... –pero entonces se dio cuenta y dejó la frase sin acabar. -¿Mejor que un hombre? –preguntó Sage acercando la boca a la graciosa maraña de rizos negros-. ¿No creerías que no se te nota que eres hétero? -No estoy muy segura de que sea verdad –Lisa hablaba junto al rostro de Sage pero evitando mirarla a los ojos-. ¿Hay algún sitio en el que podamos hablar? Sage la cogió de la mano y la condujo entre la masa contoneante hasta un pasillo escondido detrás de los servicios. Había hablado con otras mujeres allí. No podía recordar con cuántas. Fue allí donde Suzanne lloró entre sus brazos confesándole su atracción. Súbitamente la emoción se apoderaba de ella y amenazaba con despojarla de la capa de austeridad que la protegía. No le interesaba conocer el sentimiento que la embargaba, ya fuera amor, tristeza o ira. Al fin y al cabo, ¿qué importaba? Volvió a ceñirse la capa de indiferencia. Los brazos de Lisa le acariciaban la cintura y el cabello perfumado le rozaba el rostro. La excitación sexual se introducía sin hacer ruido entre los pliegues de la capa con el calor de Lisa contra su cuerpo. El instinto impuso silencio a la voz interior que le decía que debería irse en ese mismo instante. Empezó a hacer cosas que sabía que llevarían a Lisa a saltarse todas las reglas. Movía las manos con intuición y dejaba confiada que su cuerpo encontrara el camino, traspasando límites. Notó que la suave piel de Lisa, con un delicado aroma de maquillaje, rozaba su cuello y su cara. La invitación era evidente. Sage deslizó tiernamente la mano bajo los rizos que cubrían el cuello y la oreja de Lisa, que la miró con sus grandes ojos azul oscuros. -Eres una mujer muy guapa, lisa. -Dame un beso, entonces –murmuró. Sage bajó los ojos y acercó los labios con premeditada ternura. La indecisión inicial de Lisa se fundió fácilmente en un tórrido contacto pleno. Los suaves roces intermitentes de sus labios se tornaron en una serie de besos sensuales. Los labios se separaron invitados por la cálida humedad. Se exploraron buscando el sabor de cada rincón. Los dedos de Lisa se entrelazaron entre el pelo de Sage atrayéndola hacia mayores profundidades. La excitación removía su interior sin dejar margen a la duda. La respiración de Lisa se hizo más rápida. El deseo mutuo se manifestó en un suspiro ahogado cuando Sage se apartó de su boca para buscar el delicioso punto de piel suavísima debajo de la oreja de Lisa. -No sabía que una mujer podía hacerme sentir así. – Las palabras de Lisa, envueltas
en la calidez del abrazo, resonaron en los oídos de Sage. Sage había escuchado ese mismo mensaje y había respondido a su excitación innumerables veces. La forma de pronunciarlo variaba: unas veces era pronunciado en un susurro y otras, en resonante éxtasis. Sin embargo, el sentido siempre era el mismo: tenían ganas de probar. Y luego, se recordó a sí misma, cuando ya lo han probado... recuerdan las normas. El rostro de Suzanne se representaba en la mente de Sage con una claridad abrumadora. Sus ojos, animados por el fuego de incertidumbre, la perseguían sin piedad. Los labios de Lisa eran tentadores, pero se parecían demasiado a los de Suzanne. Las caderas de Lisa se apretaban cálidas contra ella transmitiendo un mensaje carente de ambigüedad. El aliento de las palabras rozó su boca. -¿Ahora es cuando me invitas a tu casa? Sage la miró a los ojos, esos ojos que eran los de Suzanne. -No –dijo, separándose con más suavidad de lo que anunciaban sus palabras-. Ahora es cuando te dejo con tus fantasías. ***
Dejó atrás el ambiente cargado del bar y respiro el aire no menos enrarecido de la noche mientras caminaba hacia el coche. Se sentía bien después de tomar la decisión, sabiéndose dueña de sí misma. A partir de entonces sería ella quien dictara las condiciones. Las emociones habían quedado relegadas al lugar que les correspondía y era capaz de superar las tentaciones, Esa noche dormiría bien. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, antes de que pudiera sentir miedo siquiera, un hombre le cortó el paso y soltó una risa amenazadora al tiempo que una mano áspera le tapaba la boca desde atrás. Rogó por que su objetivo fuera el coche pero cuando las llaves cayeron al suelo y los ojos del hombre no dejaron de mirarla supo que no tendría esa suerte. La mano helada del miedo la agarró con más fuerza si cabe que la mano que retorcía su cuerpo. Gritó mentalmente pidiendo socorro, pero fueron vanos alaridos de silencio. Necesitaba combatir el pánico que no haría sino debilitarla. Luchó por controlarlo y recuperar las fuerzas necesarias para defenderse. El instinto, agudizado por años de práctica, acudió en su ayuda. No dejaría que notaran su miedo, no dejaría que acrecentaran su poder. Levantó la rodilla con fuerza, asestó un buen golpe entre las piernas al hombre que se acercaba e hizo que se doblara de dolor. -Jodida lamecoños –musitó-. Ocúpate de ella, Bobby. Inmediatamente, la alzó en el aire y la tiró al suelo. El impacto la dejó sin respiración. Mareada por el golpe de la cabeza en el cemento, Sage abrió los ojos y se encontró con un cañón que la apuntaba en la cara. De pronto, la muerte era una amenaza real. Así es como me va a llegar, en la inmundicia y a manos de lo más odiado. El peso enorme del hombre que tenía encima se desplazó y un latigazo de dolor recorrió su pierna derecha. Se estaba desabrochando los pantalones mientras maldecía por la dificultad que suponía taparle la boca al mismo tiempo. Miró de nuevo al hombre que estaba de pie junto a ella y sostenía nervioso la pistola. La esperanza de salir con vida la abandonó y sólo tenía un pensamiento. Mejor me muero antes de que lo consigan. Se revolvió con todas las fuerzas que le quedaban. Su fuerza y la aparente falta de miedo sorprendieron a los dos hombres. Oyó como quitaban el seguro de la pistola. El hombre que tenía encima dejó caer todo su peso sobre ella y de nuevo sintió una punzada en los pulmones, que se vaciaron de aire. -¡Me cago en Dios! ¡No dispares! Cógela. Se va a enterar. El hombre se metió la pistola en la cintura de los tejanos y se apresuró a agacharse. Aplastó el brazo izquierdo de Sage con la rodilla y se inclinó hacia ella para taparle la boca con una mano y sujetarle el brazo derecho con la otra. La manaza rechoncha le tapaba parcialmente la nariz e instintivamente Sage se esforzó por respirar. El poco aire de que disponía estaba impregnado de un olor pútrido a sudor masculino. De pronto, el peso volvió a desplazarse y notó que le arrancaban la camisa. Durante unos segundos pudo mover las caderas y las utilizó para defenderse de las torpes manos que intentaban abrirle los tejanos a tirones. El peso enseguida volvió a inmovilizarla. -Estás decidida a que te mate, ¿verdad, marimacho? Pues no te va a ser tan fácil.
Sostuvo la hoja brillante de un cuchillo de caza ante sus ojos antes de rozarle el cuello con el filo. El dolor le permitió seguir el recorrido de la hoja por el cuello hasta la clavícula. -Te voy a hacer una labor de bolillos para que sangres poco a poco. El rastro de dolor cruzó la clavícula y descendiendo por el pecho hasta que notó cómo el cuchillo le rasgaba la cinturilla de los pantalones. La muerte no llegaría a tiempo. Tendría que pasar por eso. El borde rasposo de una cremallera le arañó la suave piel en la parte interior del muslo. Ya no podía situar el camino exacto que había recorrido el cuchillo. El dolor la había invadido pero no iba a aceptar sus condiciones. Antes encontraría su paz personal. Detendría el dolor, les negaría el poder sobre ella. Su mente se apresuró a buscarla a través del tiempo y del espacio. Sobrevoló en amplios círculos los espacios abiertos del tiempo, acelerando hasta el vértigo, espoleada por la urgencia de la búsqueda, hasta divisarla en la colina, con la cabellera negra y ondulada al viento, la cabeza alta y la mirada puesta en el cielo. Era la guerrera de NaNan, tal como la recordaba. Sage cerró los ojos para verla con más nitidez. Estoica y orgullosa, la mujer se había puesto de pie preparándose para la batalla. Con los brazos abiertos en señal de recibimiento daba la bienvenida a la ancestral orenda, que calmaría y reforzaría su espíritu. En su mente, Sage hizo lo mismo. Abrió sus brazos a orenda, aceptó su espíritu en su interior y encontró la placidez de la paz personal. Transformado su espíritu, dejó de sentir dolor. -¡Dios mío! Bobby, date prisa. -¡Joder! La muy puta se ha muerto. –La abofeteó con fuerza en el rostro pero no observó ninguna reacción-. Venga, puta, esto sí que lo vas a notar. El hombre que la sujetaba le soltó el brazo derecho y oyó que otra cremallera se bajaba. -Levántate, Bobby –dijo-. Yo me encargo de ella. Se desabrochó la hebilla del cinturón mientras se levantaba y Sage oyó claramente el ruido de un objeto metálico pesado al chocar contra el cemento. Un instante más tarde Sage había barrido con la mano el trozo de suelo que se extendía tras su cabeza y había encontrado la pistola caída. Sin dudarlo, la apuntó hacia el rostro del hombre que tenía encima y disparó. El terror se reflejó en sus ojos desorbitados al tiempo que la sacudida lanzaba la cabeza hacia atrás. Luego el cuerpo cayó hacia delante, mientras Sage disparaba dos veces hacia la figura del segundo hombre, que huía a la carrera. Notando que las fuerzas la abandonaban, apartó a empujones el cuerpo gordo y convulso que la aplastaba, hasta que finalmente rodó a un lado y se desplomó en el suelo. Con un último estertor, el cuerpo dejó de moverse. Los ojos inexpresivos miraban unas estrellas que ya no podían ver. Había muerto. Debilitada y cubierta por su propia sangre, intentó respirar profundamente. No notaba nada. Se había elevado por encima del dolor y había escapado de la muerte. Ahora, mientras su espíritu conservara las fuerzas, lucharía por vivir. Apretó los dientes y a duras penas consiguió darse la vuelta y apoyarse en un codo. Tenía que ponerse en pie. Intentó izarse sobre las piernas pero le temblaban incontrolablemente. Le sorprendió su insensibilidad. Sólo tenía tacto en las manos y el cuerpo no le respondía pero su espíritu no se daba por vencido. Una y otra vez, se esforzó por ponerse en pie pero las piernas temblaban convulsas y se negaban a sostenerla. Sin darse respiro, volvía a intentarlo y por fin su espíritu triunfó. Sobre unas piernas tan inestables que se torcían, Sage Bristo se puso en pie. Irguió su cuerpo, extendió los brazos y levantó el rostro hacia el cielo. El mundo se oscureció a su alrededor. La voz de Pat reverberó en la oscuridad. Alguien le sostenía la mano. -Por lo que más quieras, Sage. No te atrevas a dejarme. ¿Me oyes? Aguanta, Sage, por Dios. Sage se giró hacia la voz y abrió los ojos. Pat la miraba con expresión preocupada. -He llamado a Cimmie. Nos encontraremos en el hospital. Sage cerró los ojos y le apretó la mano. 5
Cimmie la cuidó durante dos semanas y media. Las contusiones y los innumerables puntos le dolían tanto que no tuvo otro remedio que dejarla hacer. Pat pasó a
visitarla casi cada día, en parte por cariño y preocupación, en parte porque se sentía culpable por haberla dejado marcharse sola aquella noche. El púrpura intenso de los cardenales empezó a desvaírse en tonos rosados y amarillentos, y los puntos se disolvieron. Sólo quedaron las heridas emocionales. También éstas tendría que cicatrizarlas, algo en lo que su psique guerrera tenía experiencia sobrada. John Jeremy Capra se había ocupado de que así fuera. Adquirió las primeras cicatrices siendo todavía una niña, una niña incapaz de entender las exigencias irrazonables y los estallidos de ira del hombre que figuraba ser su padre. Ni siquiera el nacimiento de un hijo, la exigencia máxima que había hecho a su mujer, sirvió para hacer la vida un poco más fácil a las hermanas. Jeremy, con sus acusados rasgos italianos tan similares a los del padre, daría continuidad al apellido. John Capra le educó de acuerdo con el valor que le concedía, con lo que se multiplicaron las exigencias y, por tanto, las posibilidades de que las hermanas no estuvieran a la altura. La separación tampoco acabó con el tormento, pues significó no ver a Cimmie y vivir con un insidioso sentimiento de culpa por haberla dejado sola. Gracias a las inteligentes estratagemas de la abuela las hermanas podían encontrarse de vez en cuando. Cualquier descuido redundaría en un severo castigo para Cimmie, una posibilidad que Sage nunca perdía de vista. -Hoy me ha llamado mi abogada –le dijo a Cimmie, ocupada en hacer la cena-. Ya han fijado la fecha para la vista del testamento de NaNan. -¿Qué día? -El jueves. Sus palabras exactas fueron: “Tenemos a John Jeremy cogido de los huevos”. Parece muy segura. -Espero que sea así, Sage. Esto se ha de acabar – dejó un momento de remover y se quedó mirando a su hermana-. No hay nadie en la tierra que merezca ese dinero más que tú. -Al principio sólo quería evitar que ese dinero quedara en sus manos pero luego me di cuenta de lo importante que era para NaNan que yo dispusiera de él –le cogió la cuchara a Cimmie y se puso a remover-. Nunca toqué un céntimo de su dinero. Siempre intentó pagarme los estudios pero yo me empeñé en trabajar y pagármelos. Hasta que se murió no me di cuenta de lo importante que hubiera sido para ella que le dejara ayudarme. Si la hubiera dejado, podría haber estado mucho más tiempo con ella y eso es todo lo que ella quería. Lo que NaNan valoraba era el tiempo que estábamos juntas. ¿Para qué le sirve el dinero ahora? ¿para qué me sirve a mí? No puedo comprar el tiempo que desperdicié. -La visión retrospectiva puede hacer que un tonto suene como un genio –dijo reclamando la cuchara y empujando suavemente a Sage para que se sentara-. En aquel momento decidiste lo que creíste menos egoísta. Ahora no te sientas culpable. -Hoy por primera vez he pensado seriamente qué haré con el dinero. He decidido invertirlo en cosas en las que creo que NaNan se habría sentido orgullosa de participar –Cimmie empezó a servir el caldo y tortas de pan caseras-. Voy a establecer una beca de estudios para las niñas senecas y voy a fundar una comunidad de retiro para los mayores que la sociedad trata con tan poco respeto, para que puedan vivir en un entorno seguro y digno. -Sage, ¡qué buena idea! –Cimmie la rodeó con los brazos con sumo cuidado para no hacerle daño en los hombros todavía doloridos, y le dio un beso. -Tendré que encontrar el lugar adecuado, con terreno suficiente para huertos y jardines, y espacio para construir talleres y salas de reunión. Recuerdo bien lo que NaNan necesitaba para sentirse vital. Quiero poderles ofrecer eso mismo. En ninguno de los centros en los que he trabajado ofrecían la calidad de vida que yo creo posible. -No se me ocurre que pueda haber una inversión mejor. –Cimmie tuvo el placer de ver dibujarse en el rostro de Sage una de sus sonrisas más bonitas, algo muy raro en los últimos meses. Su corazón se ensanchaba viendo la alegría que la idea le proporcionaba. Esperaba que no fuera el preludio de más desengaños. -Mañana volveré al trabajo. –Partió otra torta de pan-. Tengo que apartarme de tus faldas y empezar a pensar cómo pagarte todo esto. -¿Después de todas las veces en que has sido mi heroína? Ni lo pienses –contesto Cimmie, con los codos apoyados en la mesa y mirando a Sage a los ojos mientras sacudía la cabeza.
Sage respondió con una sonrisa de complicidad que, sin embargo, no le daba la razón. -¿El reposo se está convirtiendo en un suplicio, verdad? -Sage asintió-. Eso significa que ya estás bien para empezar con las sesiones de terapia. -Es de sádicos. -El tribunal sólo quiere asegurarse de que recibes la ayuda necesaria para superar lo que pasó. -¿Cómo puede ayudar a nadie revivirlo una y otra vez en presencia de un extraño? ¿Qué gracia puede tener? Es de sádicos. -No tienes elección. 6
-No, algunas de las historias no pudo haberlas vivido –testificó Ben Silverhorn. Vestido con un traje de tres piezas, con el pelo cano pulcramente recogido, apenas parecía un sachem tribal. Sin embargo, estaba demostrando ser el testigo perfecto del origen de las creencias de NaNan y, por tanto, de su cordura. -Pero tampoco eran imaginaciones suyas. Participé en la reconstrucción de su linaje a través del Hodinon deogg, el clan de la liebre, hasta donde pudimos llegar. Pasó su niñez, como tantos otros de sus familiares antes que ella, en la reserva seneca de Allegheny. No fue una tarea fácil. Los nombres indios se americanizaron con el paso de los años. Además, la línea familiar de los iroqueses no es masculina, sino femenina, por lo que cuando las niñas iroquesas se casaban con hombres blancos, el linaje se confundía y en muchas ocasiones, se perdía. De no ser por la increíble memoria de la señora Bristo, no nos habríamos podido remontar más allá de la tercera generación. -¿Significa eso que los clanes de las casas comunales y las batallas que describía no eran cosas que ella hubiera presenciado? –La abogada D’Armon iba directa al grano y captaba inmediatamente lo más relevante de la declaración; ésas habían sido las razones por las que Sage la había escogido. -Así es. Sólo a través de imágenes y de un recuerdo fidedigno de las historias de sus mayores. -¿A quién se refiere cuando dice “sus mayores”? -A los narradores y a los ancianos del clan. Gran parte de la historia del pueblo indio se ha transmitido de generación en generación mediante narraciones verbales. Ha demostrado ser un medio extremadamente fiable, mientras que muchos escritos se han perdido. Su precisión ha sido demostrada con los métodos más modernos. -Por tanto, NaNan Bristo cumplía con su obligación de transmitir su legado, la herencia de su pueblo, a otra generación. -Correcto. Cuando vio que su alienada hija no mostraba interés, lo transmitió a una nieta mucho más receptiva. -Por tanto, en su opinión profesional, es correcto que lleguemos a la conclusión de que las historias que relataba NaNan Bristo no eran divagaciones dementes de una anciana senil. -No lo eran. -Gracias, señor Silverhorn. Casi sin transición, el hombre alto y corpulento situado junto a John Capra echó la silla hacia atrás y se levantó. -Señor Silverhorn, ¿cree en espíritus malignos? -Sí. -Y, ¿qué me dice de los inanimados, señor Silverhorn? ¿Tienen espíritu? -¿Inanimados? -El viento, los árboles, el agua. -Sí. -¿Los espíritus le hablan, señor Silverhorn? -Bueno... -¿Le han hablado alguna vez los espíritus? –repitió el abogado alzando su voz cascada. El sachem se aclaró la garganta y cambió de posición. -Sí, pero... -Gracias, eso es todo.
Sage se apresuró a cuchichear al oído de su abogada. -¿Me concede un momento, señoría? Le agradeció el permiso y acto seguido prestó atención a su cliente. Al cabo de unos instantes, se levantó y paseó pensativamente por delante de la mesa. -Señor Silverhorn, ¿podría explicarnos más claramente las creencias de los iroqueses, y por tanto las suyas, en relación con los espíritus? -Sí, gracias –respondió, y a partir de ese momento se dirigió al juez Kendall-. Los iroqueses creen que cada persona posee un espíritu que la conecta con los demás y con una fuerza global. Puede que hayan oído llamar Gran Espíritu a esa fuerza. Los iroqueses cuando se refieren a ese espíritu lo llaman orenda. Para ustedes, quizá sea más fácil pensar en orenda como algo similar a Dios y al Espíritu Santo de la religión cristiana. Orenda, siempre que sea respetado y honrado, concede al pueblo indio unidad y armonía con el mundo que lo rodea. Hizo una pausa y sus gruesas manos describieron un gesto amplio en el aire. Las arrugas que rodeaban sus ojos oscuros se hundieron en una amable sonrisa. -Durante el descanso es cuando más receptivos estamos al influjo de orenda, por eso nos esforzamos en recordar y analizar os sueños. En ellos encontramos una guía que nos orienta en nuestras vidas. -Ha hecho comparaciones con la religión cristiana. ¿Quiere decir eso que lo que acaba de describirnos es su religión? -Sí, sin entrar en detalles, esa es la base de la religión de los indios de la reserva pero es importante tener en cuenta que los indios no separan la religión de otros aspectos de su vida. Ni siquiera pueda decirse que vivan según su religión, sino que su religión es su vida. No suelen separarse los conceptos. -Ésta será mi última pregunta, señoría. –La eficiencia de la señora D’Armon se manifestaba en todos los detalles, desde el sencillo traje oscuro hasta su conocimiento de las normas de cortesía del tribunal, características que el juez Kendall apreciaba enormemente-. ¿Entiende usted que ésas eran las creencias o la religión de NaNan Bristo? -En efecto. -Gracias, señor Silverhorn. Eso es todo, señoría. -Señor Gionni, ¿algo más? –preguntó el juez Kendall dirigiéndose al abogado de John Capra. -No, señoría. -Muy bien. No me seduce la idea de seguir deliberando sobre este asunto. –El juez miró con severidad al hombre que tenía sentado frente a sí-. Señor Capra, le sugiero que encuentre otra causa en la que gastar su dinero. En esta ocasión, el testamento en cierto sentido beneficiará a la humanidad. Ha recorrido un largo camino hasta llegar a este tribunal y poder cumplirse. Cuando dirigió la mirada hacia la mesa situada en el otro lado de la sala, su ceño fruncido se relajó. -Señora Bristo –empezó-, acepte las disculpas de este tribunal por lo que parece ser uno de los inconvenientes de un sistema judicial por otra parte irremplazable. Puede que no sea un gran consuelo, pero las mismas cosas que hacen de este sistema el mejor en el mundo lo hacen también vulnerable a los abusos. Sage asintió con la cabeza en señal de comprensión. -Este tribunal falla a favor de la señora Bristo. La última voluntad y el testamento de NaNan Bristo se cumplirán según fueron escritos –sentenció y, acto seguido, con un rápido toque de mazo, confirmó la decisión que tanto había tardado en llegar. Sage miró a John Capra, sentado al otro lado de la sala. Mientras que en su rostro se leía el descanso del punto final, el de su padre estaba dominado por la tormenta de la ira. Lo había intentado todo, había agotado todas las vías legales y había encontrado todos los posibles motivos de retraso, pero no había conseguido hacerle tirar la toalla. Su hija había demostrado ser una temible oponente y finalmente él había perdido. Durante años, el único resorte de que disponía, el último vínculo que había obligado a reconocer su existencia, había sido el testamento de NaNan. La disyuntiva entre luchar por lo que su abuela había dispuesto o limitarse a dejarlo estar no había sido fácil de resolver, pero una vez que tomó la decisión de luchar,
nunca volvió a planteárselo. Finalmente, todo había acabado. Por fin se había liberado de él y de su insidioso odio. -Felicidades, Sage. –Lyn D’Armon le tendió la mano. -Gracias. -Ha sido un placer. Ganar el juicio contra ese hombre me ha hecho recordar por qué escogí esta profesión. El ajetreo inicial de la sala del tribunal se había calmado y ya sólo quedaban algunas personas en el pasillo. Emocionada, Cimmie abrazó cálidamente a Sage. -Estoy tan contenta por ti. Ya eres libre. -Gracias por estar aquí –respondió Sage agradecida, al tiempo que asentía con la cabeza y la abrazaba a su vez-. Ha significado mucho para mí. Detrás de ellas, la puerta se abrió de golpe y rebotó con estrépito contra la pared. Acompañado por el sorprendente estruendo, John Capra irrumpió en la sala, con Lena Capra siguiéndolo sumisamente a dos pasos de distancia. Avanzaba por el pasillo hacia las hermanas, demostrando su cólera en cada paso. -Quítale las manos de encima –gritó-. No eres más que una pervertida enferma. Sage soltó a Cimmie pero se mantuvo en su sitio mientras su padre acortaba la distancia en actitud amenazante. Su presencia, aunque ni de lejos la aterraba como lo había hecho en la infancia, aún la intimidaba. Ahora medían lo mismo, los ojos se encontraban a la misma altura y las miradas eran igualmente implacables. La sangre se le agolpaba en una vena grande que le cruzaba la sien y las mejillas le temblaban, signos evidentes de su esfuerzo por mantener el control. -Lo mejor será que nos vayamos todos y lo dejemos estar –le advirtió Sage con voz calmada. -Eres repugnante. Diseminas tu perversión por dondequiera que vas –espetó. -Déjala en paz –intervino Cimmie, a la que el brazo de Sage impedía acercarse. -He tenido que protegerte de ella durante todos estos años –insistió dirigiéndose a Cimmie-, para evitar que te tocara, que te transmitiera su enfermedad. -Lo único que has conseguido –la voz de Cimmie se elevó notablemente- es que te odie con todas mis fuerzas. -¡Cimmie! No vuelvas a hablar a tu padre de esa manera. –La fuerza con la que había hablado una Cimmie desconocida para ella, había sorprendido a la siempre sumisa Lena Capra. -Hay un montón de cosas que hace años que tendría que haber dicho. –Miro a su padre y le apuntó con el dedo-. La única perversión de esta familia es la tuya, y la de una madre que con su debilidad la ha alimentado. John Capra se acercó amenazador pero se topó de frente con Sage, que le cortaba el paso desafiante. -Con quien tienes problemas, matón, es conmigo. – Volvió la mirada hacia ella y observó el brillo frío de sus ojos-. Ya no te enfrentas con una niña, sino con una mujer, y no con una esposa servil a la que puedes controlar. -Tú no eres una mujer –espetó con una agitación cada vez más evidente-. Tú no eres más que la blasfemia en persona. Lo que haces con las mujeres es profanarlas. -Lo que hago con las mujeres ni siquiera te lo imaginas –en las comisuras de la boca de Sage se dibujó una curva siniestra mientras hablaba-. Las toco de maneras que nunca conocerás, hasta que piden a gritos mis labios y mi boca, hasta que suspiran mi nombre en éxtasis. -¡Putas! –grito, y la golpeó en la cara con tal fuerza que le giró la cabeza hacia aun lado. -¡Por favor, no más! –gritó Cimmie. Sage se mantuvo en su lugar y, en un gesto de protección, extendió un brazo para impedir a su hermana que se acercara. Sage nunca le había levantado la mano a su padre ni siquiera la voz. Lo único que había esgrimido contra él era la verdad, la fría y mordiente verdad. Era mucho más efectiva e infligía mucho más daño. -No, no son putas –dijo y volvió a mirarle fijamente a los ojos-. Son mujeres hermosas, casadas con hombres como tú. -¡Sage, déjalo! –le rogó Cimmie. -Egoístas –prosiguió-, ignorantes, incapaces de querer a una mujer. Perdido ya el control, de pronto levantó la mano para volver a golpearla pero esta vez Sage le cogió por la muñeca y le hundió los dedos en la manga del otro brazo.
Su fuerza le sorprendió. -No vuelvas a tocarme –le advirtió con ira contenida. -¿O qué? –gruñó-. ¿Me pegarás un tiro? -¿Quieres probar? –contestó empujándole lejos de sí con una fuerza sorprendente. -¡Por favor, John! –suplicó Lena entre lágrimas. -Deja de lloriquear y vete al coche –le ordenó. -Vamos. No vale la pena. Ya ha pasado. Por favor, Sage. Vámonos de aquí –le susurró Cimmie cogiéndola del brazo para llevársela aparte. Le dejaron de pie en medio del pasillo, solo, como siempre había estado, con su ignorancia y su cólera. Sage había ganado la batalla que llevaba librando toda la vida para liberarse de él. Sí, esta vez todo quedaba atrás. 7
Encima de la mesa del despacho, algo desordenada, había un letrero que rezaba Joyce Gilbert, Doctora en Psicología. Sage estaba de pie, detrás de un sillón tapizado en paño marrón, evidentemente colocado allí para las visitas, y escrutaba la oficina. Las fotos panorámicas de los lugares más visitados de la ciudad alternaban con numerosos diplomas profesionales en las paredes forradas de papel pintado. Bajo una gran ventana situada a sus espaldas, se alineaban los libros y las revistas profesionales. No había fotos personales en el escritorio ni en el archivo, ninguna señal de su vida fuera de los muros de la oficina. Sage se preguntó cómo podría ser que alguien con tan poca conexión personal con la vida pudiera ser capaz de averiguar detalles íntimos de sus clientes. Era muy escéptica. -Sage Bristo. –Una corpulenta mujer con gafas, vestida con una falda y una chaqueta larga, le extendió la mano-. Soy la doctora Gilbert. Disculpe la espera. No siempre me avisan tan rápido como quisiera. Siéntese, por favor. Sage se acomodó en el sillón marrón y cruzó las piernas. -Según creo, tuvo un enfrentamiento físico. Espero que ya se sienta mejor. -Sí. -Perfecto. Muy bien. Y, ¿ya ha vuelto a trabajar? -Sí. -Bien. Estoy segura de que la hace sentir mejor. –La doctora se arrellanó en el respaldo de su silla-. Veo que sale pronto de trabajar. ¿A qué se dedica? -Soy auxiliar administrativa en una residencia de ancianos. -¿Le gusta su trabajo? -Hasta ahora, sí. -¿Qué le gusta hacer para divertirse? -Montar a caballo y conducir coches rápidos. Obviamente incapaz de identificarse con esas actividades, la doctora Gilbert continuó. -Mis aficiones personales son las películas antiguas y el fútbol profesional. –Se rió y sacudió la cabeza-. Un buen cóctel. Estoy segura de que más de uno entre mis colegas se ha divertido a costa de eso. ¿Le gustan los deportes? -No, desde que Martina se retiró. La Dra. Gilbert sonrió y asintió con un gesto. -No hay duda de que supo mantener el interés durante mucho tiempo. Creo que nunca pensé que llegaría un día en el que ya no jugara. A Sage la complació esta primera coincidencia pero se preguntó si la doctora pensaría que algo tan trivial podía darle acceso a su intimidad. El resto de la sesión transcurrió entre más preguntas aparentemente superficiales. Las respuestas breves de Sage estaban desprovistas de detalles y de profundidad. Se preguntó si la irritación que sentía era producto de que la estrategia fuera tan obvia o de que la sesión resultara tal pérdida de tiempo. La doctora Gilbert, en cambio, seguía inmutable. Era de esperar. Después de todo, cobraría el mismo dinero aunque fuera un fracaso. Al principio de la segunda sesión, las preguntas personales empezaron a pisar la línea que delimitaba el margen de comodidad de Sage. La sensación era similar a la de levantar los bordes secos de una cicatriz grande y acercarse en exceso a la zona central, todavía tierna. El proceso era lógico. ¿Para que arrancar la costra de una herida que ha cicatrizado satisfactoriamente? ¿No había conseguido hasta entonces cicatrizar bien sus heridas Al fin y al cabo, la doctora Gilbert no
pretendía que la herida desapareciera sin dejar rastro. -Señorita Bristo, estamos obligadas a trabajar juntas durante las sesiones decretadas por el tribunal y para llegar a algún sitio necesito su cooperación. -¿No cree –preguntó Sage fijando en ella una mirada endurecida, desprovista totalmente de emoción- que nos ayudaría saber dónde se supone que hemos de llegar? -Necesito saber cuáles son sus sentimientos en este punto a fin de ayudarla en el proceso de curación. – Mientras hablaban Sage dejó su asiento y paseó lentamente junto al ventanal, contemplando en silencio la ciudad-. Sólo puedo basarme en suposiciones si usted no me ayuda. La doctora Gilbert espetó. Observaba la obstinación reflejada en la posición de los hombros y el porte de la cabeza. La rigidez del músculo masetero definía la mandíbula. -Puede que nos ayude empezar con los hechos tal como me fueron presentados. –La silenciosa figura continuó impertérrita. –La atacaron. Las heridas de cuchillo son el resultado de haberse defendido. Disparó y mató a uno de sus atacantes con su propia pistola. ¿Es correcta la información? -totalmente. -Aparte de los hechos, me deja a merced de las suposiciones, suposiciones que pueden ser ciertas o no. La precisión de mis evaluaciones se verá gravemente afectada por la corrección de dichas suposiciones –hizo una pausa con la esperanza de obtener alguna respuesta, pero en vano-. Por ejemplo, ¿qué debo deducir del hecho de que fuera atacada a la vuelta de la esquina de un bar de ambiente? Se quedó callada y esperó pacientemente. -¿Por qué no supone que soy lesbiana? Eso se lo pondría más fácil. -En cierto modo, sí. Es importante que sea sincera conmigo. Es un buen punto de partida... Los expertos aconsejan defenderse, siempre y cuando no haya armas. Usted se enfrentó con dos armas e igualmente se defendió. ¿Actuó así en base a alguna suposición? -¿Qué igualmente me matarían? Sí. -Debió de ser difícil tomar una decisión así. Con los brazos cruzados delante del pecho, Sage se volvió hacia la doctora Gilbert y se apoyó en el repecho de la ventana. -¿La han violado alguna vez? El contraataque la sorprendió. Se puso bien las gafas y se apoyó en el respaldo. No. -¿La han sometido a abusos sexuales? -No. –Ahora ya sabía por dónde iba. -¿Es usted lesbiana, doctora Gilbert? -Sí –respondió sin sombre de duda y sonrió ante la mirada sorprendida de su cliente-. Estaba a punto de cerrar el caso basándose en un supuesto, ¿verdad? Las comisuras de los labios de Sage se elevaron casi imperceptiblemente. -Touché –reconoció, y vio como la doctora Gilbert tocaba el ala de un sombrero imaginario en señal de reconocimiento-. Eso explica la ausencia de fotos de familia en el escritorio. Sage descruzó los brazos y apoyó las manos en el repecho de la ventana, en una postura más relajada. -¿Puedo suponer, entonces, que no voy a tener que aguantar el insulto de teorías anticuadas que vinculan mi sexualidad a las vejaciones infantiles y al odio a los hombres? -Puede –respondió sonriendo-. Creo firmemente que nacemos con una sexualidad específica, de manera que lo único que depende de nosotros es identificarla. En nuestra cultura, es casi imposible que los niños dispongan de modelos homosexuales positivos, con lo que una identificación clara y cómoda es extremadamente difícil y en muchas ocasiones innecesariamente peligrosa. Sage asentía en silencio. Era la primera respuesta positiva que obtenía de la doctora Gilbert. -Cualquier niño, homosexual o heterosexual, de sexo masculino o femenino, blanco o negro, reacciona casi con toda seguridad a los malos tratos. Y lo mismo ocurre con las reacciones de los adultos a la violencia y al ataque sexual. Todos los humanos, con muy pocas excepciones, reaccionan con comportamientos que hace años que fueron
documentados. Decir que la sexualidad de las lesbianas y homosexuales es consecuencia de eso es como mínimo absurdo. Sage inclinó la cabeza levemente, lo suficiente para indicar aprobación. -Ha conseguido hacer saltar por los aires la imagen que tenía de los loqueros. -Bien, es culpa mía si le he pedido que fuera honesta –se rió la doctora Gilbert-. Le sorprenderá comprobar lo fácil que le resulta explorar los rincones más privados de su alma conmigo. Hablará con una persona que no se ha formado una opinión de usted como persona, que no juzgará su forma de pensar y que está profesionalmente obligada a guardar la confidencialidad. Aparte de un cura homosexual, ¿quién podría ofrecerle más seguridades? -NO veo de qué manera pueda ayudarme a aliviar el dolor. Ya lo he dejado atrás; no sirve para nada bueno. Ya me he desprendido de él. Sabía que finalmente tendría que contarle a la doctora lo que ella quería oír. -Si realmente lo ha hecho, es que tiene práctica en estas lides. -Años. -¿Abusos? -Físicos y emocionales. -Sexuales, ¿no? -No. -¿Por parte de su padre? -Sí –Sage volvió a contemplar la ciudad-, pero mi madre no está totalmente libre de culpa. -¿Estaba acobardada? -Todavía lo está. Es una mujer débil. No le tengo ningún respeto. -¿Le ha dicho lo que siente por ella? -Cuando era una niña –respondió volviéndose hacia la doctora-. Viví con mi abuela desde los once años. -así que nunca se lo ha dicho siendo adulta. -Aprendí desde muy joven –contestó Sage moviendo la cabeza lentamente- a dejar a un lado las cosas que no podía cambiar. -Si realmente tiene esa capacidad, es muy notable, pero me gustaría que considerara la posibilidad de encontrarse cara a cara con sus padres aquí. Naturalmente, por separado. -En el improbable caso de que vinieran, ¿de qué serviría? Mi padre estallaría de cólera y mi madre se desharía en lágrimas culpables. Es totalmente irracional. La doctora se inclinó hacia delante, apoyó los codos en la mesa, juntó las palmas de las mano y entrelazó los dedos. -en un entonrno enfrentamientos ha beneficioso. La presencia de un intermediario profesional cambia radicalmente la situación. Es un lugar neutral en el que poder decir al otro sin rodeos lo que sientes y escuchar luego sus sentimientos. Suele ser el primer paso para llegar a entenderse. Sage respiró profundamente, lo que siempre la ayudaba a recuperar la compostura y la calma, y se dispuso a ofrecer su última explicación. -Para que algo así tuviera lugar, las dos parte deberían tener la voluntad de que así fuera, o al menos una razón para intentarlo. Me han repudiado y no quiero saber nada más de ellos. Dedicar aunque sólo sea unos minutos a considerarlo es una pérdida de tiempo, igual que estas sesiones –sentenció volviéndose a poner rígida y a endurecer la mirada. -Por lo menos –respondió imperturbable la doctora tras arrellanarse cómodamente en la silla-, la aliviará contarme lo que se le pase por la cabeza. No tiene por qué preocuparse por cómo lo dice. No puede perder una amistad ni herir mis sentimientos. ¿En qué otro lugar podría tener tanta libertad? controlado, ese tipo de demostrado ser bastante 8
A pesar de los altos muros que protegían los sentimientos más íntimos de su cliente, la doctora Gilbert penetró el camuflaje que escondía las cicatrices y caminó sin miedo por el campo de minas de las emociones de Sage Bristo. Entró en la fortaleza y se introdujo en su interior hasta reconocer el dolor y estar en situación de aliviarlo. El goteo de datos personales pronto se convirtió en un torrente de dolorosa
información que influía entre las brechas abiertas en la fortaleza y se introdujo en su interior hasta reconocer el dolor y estar en situación de aliviarlo. El goteo de datos personales pronto se convirtió en un torrente de dolorosa información que fluía entre las brechas abiertas en la fortaleza. Sage acabó por compartir el secreto de los malos tratos que ella y Cimmie habían guardado celosamente. Habló de palizas descomunales, de armarios oscuros, de largos períodos sin derecho a comer o a lavarse. Habló del llanto solitario de una niña asustada y de la tierna manita de su hermana que entreabría la puerta, exponiéndose a un nuevo estallido de violencia sólo por tocarla. Su único consuelo físico. Habló sesión tras sesión, relatando pesadillas, descubriendo su oculto sentimiento de culpabilidad por haber dejado sola a su hermana. Mostrando en toda su crudeza la ira que sentía hacia su padre y su madre; por último, también la que sentía hacia sus atacantes, la razón por la que estaba allí, la cólera inenarrable... y el haber matado sin sentirse culpable. No importaba quiénes eran los atacantes. No importaba por qué la habían atacado. En cambio, lo que había ocurrido, por mucho que se esforzara en anular sus efectos, sí que importaba. Importaba porque tenía derecho a sentirse segura, porque tenía derecho a ser feliz y porque ella era importante, y nadie, ni su padre ni ningún extraño tenía el derecho de arrebatarle su vida. Quizá la venganza, aun siendo parcial, había hecho desaparecer parte de la rabia. La confortaba que se hubiera hacho cierta justicia. Había tantas personas que sufrían sin que su dolor mereciera ningún tipo de justicia. Sí, la ayudaba saber que no podría volver a hacerlo. Intentaría hacer frente a la rabia que aun sentía con la misma resolución de siempre, ahora que, gracias a la doctora Gilbert, se había mitigado en parte. Una sola cosa cambiaría: ejercería su derecho constitucional a llevar armas. -¿Se da cuenta de que ésta es la última vez que tiene que venir a hablar conmigo? Creo que tiene una psique sorprendentemente sana, a pesar, como usted dice, de las “malas cartas” que le ha repartido la vida. Quiero que recuerde que la curación es un proceso que dura toda la vida. Habrá momentos en que los avatares de la vida faciliten el proceso y otros que lo hagan más difícil. Recuerde que estoy aquí si desea volver para hablar de sus problemas –dijo con una sonrisa-. ¿Cómo le va con las pesadillas? -Es verdad que no aparecen si dejo la puerta abierta y una luz encendida. Nunca había tenido una pesadilla cuando dormía abrazada a alguien. -Es importante ser consciente de estas conexiones, por muy simplistas que parezcan. El inconsciente ya ha realizado esas conexiones y pueden manifestarse en sueños o en reacciones inesperadas ante situaciones sin ninguna relación aparente. Identificar y entender la conexión son pasos esenciales para eliminar las reacciones. -Incluso alguien tan cabezota como ya se daría cuenta de lo mucho que me ha ayudado. -Recuerde que tener pesadillas ocasionales o sentir miedo si alguien la coge por detrás, aunque sea jugando, son reacciones normales. No desaparecerán hasta que transcurra cierto tiempo. -Por lo menos no tengo que vérmelas con un novio ni con un marido. -Sí, pero es posible que sienta aversión a que nadie la acaricie, aunque sea una mujer. Si normalmente mantiene relaciones sexuales, deberá tener paciencia consigo misma durante algún tiempo. En general, el tiempo y la persona adecuada son lo mejor para recobrar la normalidad, pero si me necesita recuerde que estoy al otro lado del teléfono. -¿He sido la cliente más insolente que haya tenido nunca? –dijo sonriendo al tiempo que le extendía la mano. -De hecho, ha sido una de las más inteligentes e interesantes, un reto que me sacó del aburrimiento. Me hubiera gustado que nos conociéramos en mejores circunstancias, pero entonces no nos habríamos conocido tan bien. Soltó la mano de Sage y la acompañó hasta la puerta. -Un último consejo –su mirada adquirió carácter meternal-, no renuncie al amor. Por mucho dolor que pueda acarrear, sigue siendo lo más maravilloso. -Cim, voy a ir a ver otro terreno –dijo Sage, contenta de poder disfrutar de un
domingo juntas, lo que no ocurría desde hacía semanas. -Me alegro de que no te desanimes con todos los que ya has visto. -Hasta ahora, todos tenían defectos tan patentes que ni siquiera me he sentido tentada. Si no estaban demasiado lejos de una ciudad, eran demasiado pequeños para construir casas individuales o no tenían ningún atractivo. Tengo una idea muy clara de lo que quiero. Todo lo que tengo que hacer es seguir buscando. El que voy a ver... –dudó unos instantes, hasta que Cimmie levantó los ojos-. El que voy a ver está en... Michigan. -¡¿Michigan?! –La había cogido por sorpresa. No había imaginado hasta dónde estaba dispuesta a llegar su hermana. -Ya sé que es chocante, pero aunque al final se quede en nada, quería que lo supieras por si resulta interesante. -¿Cómo te has enterado de que existía? -Pat es de Michigan. Hace unas semanas le comentó a una amiga que yo andaba buscando algo y esa amiga le envió información de un terreno cerca de donde ella vive. Parece lo bastante interesante como para que merezca la pena hacer un viaje a Michigan. He reservado billete de avión para el viernes por la mañana. Estaré de vuelta el domingo por la noche. -¿Y si te gusta? -Entonces ya volveremos a hablar. -Sage, te quiero mucho, mucho más de lo que sería capaz de decir con palabras, pero no me gustaría tener la sensación de que por mí dejas de hacer algo que te pueda hacer feliz. Por una vez en tu vida, has de tomar una decisión basándote sólo en lo que tú quieres. Si no lo haces así, lo sabré. -Tú eres lo único que podría retenerme aquí. -Eso es precisamente lo que te estoy diciendo. Ya lo sé. -Te echaría muchísimo de menos... y me preocuparía. -Yo también te echaría mucho de menos y además me tocaría hacer montones de viajes a Michigan, pero saberte infeliz sería mucho peor. -¿Es sólida la relación que tienes con Jeff? -Cualquier relación que no se tambalee ante tu insobornable observación con lupa tiene que estar bastante bien fundada. -¿Se ha aprendido bien las normas, verdad? –replicó Sage imitando la amplia sonrisa de Cimmie. -Sí, hermana mía –dijo Cimmie riendo ya francamente-. Amor incondicional, respeto absoluto y fidelidad sin excepciones. Normas innegociables. Sage respondió asintiendo con un gesto jovial. Tenía que admitir que Jeff le gustaba. No había muchos hombres de los que pudiera decir lo mismo. -Me gustaría que tú disfrutaras de una relación así. Quizá tendría que atreverme a examinar a tus mujeres, aunque a veces creo que me ocuparía todas las horas del día. -No estoy segura de que ese tipo de compromiso sea posible en mi caso viendo lo que ha pasado hasta ahora. Su voz tenía un tono de resignación triste que reflejaba dudas que nunca antes había confesado. Gran parte de lo que las unía como hermanas estaba hecha de sentimientos, reconocidos y compartidos, pero que nunca habían puesto en palabras. No había sido necesario. Las dudas y los miedos que suscitaba su futuro, cosas como el amor o la felicidad, hasta entonces sólo habían preocupado a Cimmie. Ella no le veía la utilidad a darle vueltas a esas cosas, pero allí estaba, cediendo al impulso de expresar un miedo inveterado a no disfrutar nunca más en su vida de un hogar constituido sobre el amor incondicional. -Puede que no estés buscando en el sitio adecuado. – Cimmie podía notar su extraña tristeza y deseaba con todas sus fuerzas ser capaz de disiparla. Quería creer que había una mujer cuyo destino era entrar en la vida de su hermana, una mujer que la amara tan profunda y sinceramente como ella lo hacía-. Está ahí en algún sitio, Sage. Sólo que todavía no te ha encontrado. Combatiendo la tristeza con una tímida sonrisa, Sage intentó convencer a Cimmie de que no tenía importancia. Se llevó el vaso a los labios y le acercó lo que quedaba de su postre para que se lo terminara. -Ni siquiera estoy segura de que supiera mantener una relación estable. Puede
que ni siquiera supiera reconocer la oportunidad. -Cuando llegue el momento, lo sabrás. El aeropuerto de Detroit era un bullidero de actividad, entre cansados ejecutivos de regreso a casa y excitados turistas de fin de semana. Sin embargo, incluso en un ajetreado viernes como aquél, distaba mucho de ser el atestado aeropuerto de Nueva York. Sage, con su paso ágil y rápido, se abría paso fácilmente entre el río de personas que parecían moverse a un ritmo más parecido al de los ancianos de su residencia que al suyo propia. Se disculpó varias veces antes de darse cuenta de que su reloj interno iba acelerado y hacer un esfuerzo consciente por aminorar la marcha. Respiró profundamente y recorrió con la mirada el área de recogida de equipajes en busca de la compañera de estudios de Pat. Robusta, con el pelo castaño y corto. Así se había descrito a sí misma. Dijo también que llevaría una chaqueta de verano azul y un pin triangular con los colores del arco iris prendado en la solapa. Orgullosamente explícita, pensó sonriendo. Excelente. En la cinta transportadora empezaban a aparecer maletas y bolsas de viaje. Sage repartió su atención entre la búsqueda de su anfitriona y la recuperación de su equipaje. Su bolsa de piel negra apareció bajo las bandas de plástico. La reclamó inmediatamente y al levantar la mano vio que una mujer vestida con una chaqueta azul se acercaba lentamente hacía ella. La miró y le hizo señas. -¿Sharon Davis? -La misma. Tú debes de ser Sage Bristo. Se dieron un cálido apretón de manos y sonrieron amablemente. -Gracias por tu hospitalidad. Pat me encargó que te diera recuerdos de su parte. -Pat y yo debemos de estar juntas desde que salimos del arca de Noé –se rió Sharon-. Ni sé el tiempo que hace que nos conocemos. Estoy muy contenta de poder ayudar a una de sus amigas. Ella haría lo mismo por mí. Por lo que parecía, la lealtad era una de las cualidades de Sharon. Le estaba gustando aquella mujer. -Por mi parte, estoy encantada de conocerte. -Lo mismo digo. Será mejor que nos movamos – respondió acelerando el paso-. Los guardias de ahí afuera se ponen como fieras en cuanto dejas el coche unos minutos. -Pasa lo mismo en Nueva York –sonrió Sage. -¿Te ha llegado la información adicional que te mandé? -Preguntó Sharon desviándose para coger la interestatal 94. -No, sólo lo que le enviaste a Pat; cuarenta acres, con una zona de bosque y situado junto a un lago. -Hablé con la corredora de fincas. Me dijo que la casa ha estado deshabitada y necesita una buena rehabilitación. Además, por no se qué caprichosa regulación la casa no puede echarse abajo. También hay una cuadra grande; creo que los dueños todavía tiene allí un caballo. -Me preocupa más la situación del terreno. Es necesario que los residentes tengan acceso a los servicios de una ciudad. Si está bastante cerca será más cómodo para los que todavía puedan conducir y a mí me será más fácil hacer de taxi para los demás. -Podemos comprobar la distancias nosotras mismas, pero según dijeron está a menos de diez kilómetros de la interestatal 96 y aproximadamente a un cuarto de hora de Brighton, que es un núcleo pequeño pero está creciendo. ¿Estás segura de que no quieres bajar las maletas y relajarte un poco antes de que vayamos a ver la finca? -Preferiría ir directamente a verla –el tono de voz de Sage era amable pero formal, si no hay inconveniente. -En absoluto. Nos va de camino. Las ondulantes colinas rebosantes de vegetación, separadas de la carretera por una valla de madera visiblemente deteriorada, se extendían hasta el pie de un espeso
bosque de pinos y robles. El coche avanzó lentamente por un largo camino que describía una amplia curva. Al girar, se encontraron con un caballo bayo de aproximadamente metro y medio de alto hasta la cruz que, ansioso de novedades, las siguió al trote mientras se lo permitió la valla. Al final del camino apareció una magnífica casa de campo de dos pisos; el lado sur estaba abrigado por un acogedor porche enmarcado por una balaustrada. Rodearon la casa y observaron el terreno desde los lugares más altos. La cuadra estaba a una buena distancia de la casa, con lo que podría conservarse aunque se ampliara la construcción. -El camino continúa alrededor de la cuadra hasta el lago –dijo Sharon dirigiéndose hacia las tierras de la parte trasera. -Vamos. El estrechísimo camino, en algunos lugares tan invadido por la maleza que casi desapareció , atravesaba un campo y una zona de espeso bosque de roble y pino antes de perderse en un segundo campo. Sharon aminoró la marcha para seguir lo mejor que pudo los vestigios del camino. La brillante superficie del lago fue haciéndose gradualmente visible tras una loma herbosa de poca altura. -Sharon, me gustaría seguir andando. -De acuerdo. Aparcó el coche justo encima de la loma y echaron a andar. Sharon unos pasos detrás de Sage. Era un hermoso paisaje, escondido y salvaje. Sage respiró profundamente la brisa fresca que jugaba con su pelo y danzaba sobre la superficie del lago produciendo suaves ondulaciones. Con los pulmones llenos de aire puro la invadió la alegría. Sintió un deseo irresistible de correr tan rápido como pudiera a través de la hierba crecida hasta agotarse y luego dejarse caer y mirar las nubes pasar. Consiguió dominarse pero la sensación la hizo sonreír. -¿En qué piensas? -En que me gustaría hablar con la corredora de fincas. -Creo que tenemos compañía –dijo Sharon riendo. Sage se dio la vuelta y vio que el caballo se le acercaba confiado. Con un gesto de afecto instintivo, apoyó torpemente el peso de su gran cabeza sobre su hombro. El empujón la hizo retroceder dos pasos y abrir las piernas para mantener el equilibrio. Volvió a acercarse y ella le acarició las crines entre los ojos. -Me parece que estás muy solo –le dijo cariñosa mirándose el enorme ojo marrón que la observaba pestañeando. -Me va a costar superar una bienvenida así. -Este mozo no lo sabe –dijo Sage sonriendo al tiempo que le acariciaba la nariz aterciopelada-, pero es un privilegiado. No permito que ningún macho se acerque a más de un metro de distancia. -Éste nunca ha disfrutado de su virilidad –se rió Sharon. -Seguramente es por eso que nos llevamos tan bien. ¿Tienes alguna cuerda en el coche, Sharon? -Creo que sí. Déjame ver. Sharon volvió con una cuerda de nailon y vio como Sage la convertía en un cabestro y una riendas provisionales que ajustó a la cabeza del caballo. -Nos encontraremos en la casa –dijo, y cogiéndose de las crines se subió al lomo con elegante facilidad. Ejerciendo un control inmediato, lo llevó hacia la izquierda, luego hacia la derecha y finalmente lo puso al trote en dirección a la casa. Siguieron así un buen tramo, mientras Sage se aseguraba de la buena doma del caballo, y luego con innegable destreza puso al galope la potente máquina de carne. Sage notaba en el tirón de la cabeza la necesidad que tenía el caballo de estirar sus vigorosas patas y, en su rápida respuesta a las órdenes, adivinaba el deseo de impresionarla con su rapidez y su fuerza. Lo iba sofrenando y le obligaba a llevarla exactamente por donde ella le dirigía, avanzando a paso seguro. Atravesaron sin esfuerzo el campo de hierba. El viento levantaba las crines del animal, que le azotaban la cara. Los músculos de sus piernas se tensaban moviéndose con la masa del caballo que controlaba con las manos. Experimentó de nuevo una sensación maravillosa y única que no era igualada por ninguna otra y que era superada sólo por una. Ni siquiera
un motor de última generación que la retara a demostrar su habilidad y respondiera al instante a sus movimientos podría comparársele. Sólo la energía emocional, la sensualidad desbocada de una mujer en el estallido de un orgasmo podía superarla. Aminoraron el paso a la entrada del bosque. El aire estaba impregnado de un lujuriante olor a pino. Caballo y jinete contuvieron la respiración y avanzaron cautelosamente entre las resbaladizas raíces, sorteando las ramas bajas, hasta que la frialdad del camino del bosque desembocó de nuevo en la calidez del sol con la que el espacio abierto del campo les dio la bienvenida. En un arrebato de excitación, irrumpieron en el campo alargando abruptamente el paso hasta lanzarse al galope tendido. Sage le dio rienda suelta e iniciaron una loca carrera dejando atrás la zona de obligado control para disfrutar la libertad. Las responsabilidades habían quedado a kilómetros de distancia; las preocupaciones pertenecían a otro mundo. El tiempo dejó de ser importante. Sage Bristo se sentía maravillosamente bien. Corrieron y corrieron, caballo y jinete, por todo el espacio disponible, como si no quisieran dejar un palmo de tierra sin visitar. Finalmente, el cansancio se apoderó de ambos. Cuando por fin se detuvieron, Sage acarició el resbaladizo y sudoroso cuello de su inesperado anfitrión. -Niio, amigo mío –le llamó-. Niio. Sudorosos y sin aliento, recorrieron lentamente el camino hacia las escaleras del porche, donde Sharon les esperaba pacientemente. -Os lo debéis de haber pasado genial. –Se puso en pie sonriendo-. ¿Quién ha cansado antes a quién? -Creo que nos hemos agotado mutuamente. –Sage estaba a sus anchas. Desmontó y guió al caballo cogiéndole por el cabestro-. ¿Nos acompañas? Voy a ver si encuentro un cepillo en la cuadra. -Sí, claro. Nunca me habría imaginado que montaras tan bien viviendo en Nueva York. -He vivido casi toda mi vida en la ciudad, pero monto desde que tenía once años. Mi abuela me enseñó. Íbamos cada fin de semana si hacía buen tiempo. -Dicen que los caballos son tontos pero me fío de un caballo mucho antes de lo que confío en la mayoría de las personas. -La integridad y la honestidad que les caracteriza raramente se encuentra en los humanos –dijo Sage asintiendo con la cabeza. -Probablemente habría necesitado dos párrafos – respondió Sharon mirando curiosa a su misteriosa acompañante- para decir lo mismo que has condensado en una frase. ¿Siempre eres tan concisa? -Nunca lo había pensado. Creo que sí. Siempre hago una busca rápida por mi mente, desecho la información irrelevante y condenso los fragmentos. Me ayuda a centrarme. Debe de ser por eso que siempre se me ha dado bien jugar a las cartas. Encontró un cepillo colgado de una de las paredes del descuidado establo y empezó a cepillar al caballo mientras Sharon, que ya no podía contener más la curiosidad, le traía un cubo de agua fresca. -¿Qué te parece el sitio? -ME gusta. De hecho, le encantaba. Era perfecto, casi demasiado bueno. Lo había presentido desde el momento en que entraron en el camino y el sentimiento se había ido reforzando con todo lo que veía. El caballo era lo más parecido a un buen presagio que había experimentado en mucho tiempo. Los impulsos, sin embargo, estaban fuera de lugar en las decisiones de negocios. -Me gustaría hablar con la corredora de fincas hoy mismo, sin más tardar. Tengo que asegurarme de que podré hacer la parcelación necesaria y averiguar si se requiere algún permiso. Si no hay ningún problema a ese respecto, estoy dispuesta a dar una paga y señal. –Lo bastante baja, pensó, como para salvaguardar su decisión y lo bastante alta como para tentar al vendedor a avenirse a una transacción en metálico. -¿Se toman tan rápido las decisiones en Nueva York, o es que sabías exactamente lo que querías? -¿Has oído hablar del minuto de Nueva York? Significa que si no te decides a la velocidad del rayo la posibilidad ya se ha esfumado. Y sí, sé exactamente lo que estoy buscando.
-Si todo va bien y aceptan la oferta, ¿supervisarás tú misma la construcción? -Sí. La comunidad de retiro será mi negocio y lo voy a llevar personalmente. -Cuando llegue el momento de buscar a un contratista, te presentaré a la mujer para la que trabajo. No hay nadie mejor que Kasey Hollander. Vivir aquí va a ser un gran cambio para ti. No encontrarás el movimiento al que estás acostumbrada en Nueva York. -Perfecto. En la vida, algunos cambios son tan graduales que pasan virtualmente desapercibidos durante años. Otros son tan rápidos y espectaculares que apenas pueden creerse. El vuelco que iba a dar la vida de Sage pertenecía al lado increíble del espectro. Por mucho que llevara años soñando con encontrar un lugar en el que su espíritu se sintiera en casa, la inmediatez de la realidad no dejó de sorprenderla. SEGUNDA PARTE DOS AÑOS MÁS TARDE 11
Deanne apareció frente a la puerta de Sharon unos minutos más tarde y un poco más nerviosa de lo habitual. Bajó deprisa las escaleras y saludó cariñosamente a las seis mujeres con las que solía jugar a cartas dos veces al mes. Aquella noche iba a conocer a su nueva compañera de juego. Esperaba que durara más que las anteriores sustitutas. Su ex había seguido acudiendo a la cita durante el primer mes después de su prolongada ruptura pero, desde entonces, no había habido mucho donde escoger compañeras que llenaran el huevo. Sharon, con su tremendo don de gentes, no había dejado de buscar. -Buenas noticias, Deanne. Al cambiar al jueves por la noche hemos podido reclutar a mi compañera de piso. No sé qué cita importantísima tiene todos los miércoles –Sharon, con su característico desparpajo hablaba sin respirar y miraba en son de burla a la imponente mujer que en aquel momento salía de la cocina-, pero, por suerte para nosotras, el jueves está libre. Sage Bristo, te presento a Deanne Demore, la reportera gráfica de la que te hablé. Contenta de no haber pospuesto su cita con la peluquera y haber escogido el jersey que más la favorecía, Deanne dejó escapar una sonrisa enmarcada por dos hoyuelos. Sus ojos verdes, brillantes bajo las finas cejas de color miel, mientras miraron a la mujer que tenía enfrente. Era la pulcritud personificada. Seguro que se plancha los tejanos y cuelga las camisetas.
-Sí –respondió-. He oído hablar mucho de ti. Me alegro de conocerte. Un torrente de rumores oídos aquí y allá cruzó por la mente al contacto con la suave y estilizada mano: la reina del éxtasis, la maga de la seducción. Había oído de todo; descripciones desde lo más abominables hasta lo más excitantemente perturbador. Sintiendo todavía la calidez de la mano de Sage, Deanne se preguntó cuántas mujeres habrían pasado por ella. Viendo el dibujo sensual de los labios de Sage, se preguntó cuántas mujeres estaban sedientas de ellos después de creer sus mentiras. O quizás nunca había tenido que mentir. -Mi hermana y yo formábamos una pareja invencible de pequeñas –dijo Sage retirando la mano-, pero ya hace años que no juego. -No importa. Esta noche tenemos suerte. Jugamos contra Sharon y Laura –dijo sonriendo. Un poco de ironía era todo lo que necesitaba para neutralizar los molestos nervios que se estaban apoderando de ella. -¿Cómo dices? –preguntó Sharon con brusquedad. -Se emboba tanto con Laura que se olvida hasta de quién ha repartido la última. La expresión desvergonzada de Sharon la hizo reír e hizo que el rostro de Sage se contrajera en una encantadora sonrisa. -Vaya unas mentes retorcidas –protestó Sharon. -Admítelo. Te gané con una pareja que no había jugado en su vida. -Déjala –le dijo Sage inclinándose hacia delante como si hablara sólo para Deanne-. Será mejor que siga pensando que somos nosotras las que tenemos una gran desventaja. -Dejad de hablar como si no estuviera aquí delante y preparaos para la paliza que os vamos a dar –gruñó Sharon. -Mira que llega a ser arisca algunas veces –Sage, desafiante, seguía dirigiéndose
sólo a Deanne-. Creo que el amor le limaría algunas asperezas. -¿Te ha explicado el sistema de puntuación? – preguntó Deanne sonriendo al tiempo que tomaba asiento delante de su nueva pareja. -Sí. Las ganadoras de esta noche se enfrentan entre ellas el próximo día y lo mismo hacen las perdedoras. Se suman los puntos de las dos noches y el equipo que gane escoge dónde quieren que las lleven a cenar. -Eso es. Así de simple. -¿Qué tipo de comida te gusta? -Creo que me gusta casi todo –contestó Deanne sonriendo ante el alarde de confianza-. Sólo tengo que evitar los productos lácteos. -Yo en tu lugar no empezaría tan pronto a elegir el restaurante, Sage. Antes tienes que jugar unas cuantas partidas –dijo Sharon levantando una ceja retadora- y ganar más puntos que nadie. Llevamos tres meses seguidos pagándoles la cena a Kasey y Connie. Por mi parte, empiezo a pensar que las parejas casadas tendrían que dar ventaja. -No necesitamos que nos den ventaja –insistió Sage. Miró de nuevo a Deanne y le sostuvo la mirada de tal manera que Deanne no pudo apartar los ojos hasta que Sage decidió darle tregua. Deanne no habría podido definir cómo la hacía sentir. Quizá fuera una sensación de exclusividad, como si fuera la destinataria escogida para una confidencia íntima. Respiró profundamente en un intento de asimilarlo. -Cuanto más suben, de más alto caen –sentenció Sharon, dejando caer su pesado cuerpo en la silla. Laura asintió divertida con la cabeza y ocupó su lugar, acomodando sus formas rollizas y redondeadas en la silla situada frente a Sharon. -¿Preparadas las de allí? –preguntó Sharon dirigiéndose hacia la mesa en la que Kasey y Connie se disponían a enfrentarse con Ali y Jan. -Noto preocupación en el ambiente –se jactó Ali. -Son mis rodillas, que tiemblan –se rió Kasey. -Empecemos –dijo Sharon repartiendo las cartas. Deanne y Sage jugaron la primera mano tanteando el terreno sin demasiada estrategia. Aceptaron la suerte de las cartas y los ocho puntos resultantes. A medida que el juego proseguía, la mirada de Sage se clavó en los ojos de Deanne, sin dar ningún indicio de lo que veía en ellos. Los ojos de Deanne, chispeantes y animados, saltaban de sus cartas a las de sus oponentes y a la mujer fascinante que se sentaba frente a ella. Sabía que a veces su mirada resultaba demasiado expresiva para el juego de cartas, sobre todo cuando buscaba indicios o tenía ante sí una decisión difícil, pero la impavidez estoica de Sage compensaba de sobras su transparencia y ganaron la segunda mano sin esfuerzo. En la tercera, Deanne, viendo la ventaja de puntos que llevaban, se relajó y se dedicó a estudiar a su pareja. Los largos y esbeltos dedos de Sage, con sus uñas perfectamente cuidadas, barajaban las cartas de manera que describieran un arco perfecto y luego las hacían entre mezclarse con toda precisión. Sus manos eran un prodigio de elegancia eficiente. Le gustaba cómo ordenaba las cartas en la mano, con rapidez y suavidad, y le gustaba también la forma en que dejaba caer las cartas importantes. Observar las manos de Sage le proporcionó un respiro; se zafó de su mirada y pudo dejar de intentar adivinar qué se escondía tras ella. Deanne jugó su carta y prosiguió su estudio. Cuatro brazaletes resaltaban las formas delicadas de la muñeca izquierda; dos de plata brillante, uno de cuerda negra y el último de varios colores trenzados. Regalos de antiguas amantes, especuló Deanne, exhibidos como trofeos de adoración. El respiro, sin embargo, duró poco. Los penetrantes ojos castaños de Sage se cruzaron con los suyos y la retaron a mirarla más allá de la superficie. Deanne intentó volver a concentrarse en el juego pero tuvo que mirar dos veces para saber qué palo pintaba. Su concentración era intermitente cuando más, y a menudo se distraía mirando jugar a su compañera. En algunos momentos, se sentía incapaz de despegar los ojos de los largos dedos que acariciaban las cartas. Al poco, se dio cuenta de que había seguido la larga línea del brazo, pasando por un musculoso hombro, hasta llegar a las líneas bien definidas del cuello. Fascinada, Deanne continuó hacia abajo por el escote hasta observar una figura de plata que colgaba sobre el pecho, pero entonces los expertos ojos de Sage la atraparon. Deanne quedó
asombrada por la súbita transformación de una rígida austeridad a la calidez líquida que ahora mostraban; brillaban como la luz de la luna sobre las olas de un lago. -Sal una noche conmigo –le espetó Sage de improviso. Estaban en mitad de una mano y Deanne se quedó visiblemente perpleja. -¿Qué? -Sal una noche conmigo –repitió. -Por Dios, Sage –rogó Sharon-. Date un respiro. Deanne miró a Sharon y se volvió de nuevo hacia Sage. -No me parece una buena idea. -¿Por qué no? –preguntó en un tono tan insistente como su mirada. -¿Y qué día te iría bien? –Con los nervios, Deanne había recuperado la capacidad de ironía. No había olvidado las citas de los miércoles ni la pésima reputación de sus fines de semana. -Escógelo tú. –Sage jugó su carta a ciegas, no queriendo desviar la mirada de los ojos de Deanne. -El miércoles –contestó retadora, aunque al momento siguiente no podía creer que lo hubiera dicho, pues no tenía intención de aceptar. -El miércoles, no. -Entonces nunca –dijo sin dejar de mirarla y sonrió, contenta de haberse zafado del anzuelo. -¡La has rechazado! –exclamó Sharon, con una alegría rayana en el sadismo-. ¡Me encanta! -No es la primera. ¿Alguién quiere una copa? –Miró por última vez a Deanne, se levantó y se fue a la cocina. Riéndose entre dientes, Sharon repartió cartas. La sinceridad de Sage respecto a los rechazos no pasó inadvertida. Deanne, como casi todas en la comunidad lesbiana, conocía la historia de Sage y Kasey. Hacía dos amor, Kasey había vuelto la espalda a la recién llegada de Nueva York atreviéndose a decir no a la personificación de la andrógina perfecta que había salido con modelos y con una actriz de Broadway. La razón no fue otra sino que estaba enamorada de una mujer heterosexual. Los cotilleos no habían cesado hasta el mes anterior, cuando Kasey celebró abiertamente su boda con la preciosa Connie Bradford. Allí fue donde Deanne había visto por primera vez a Sage Bristo, la mujer de fama escandalosa. Deanne miró a la pareja que hablaba tranquilamente en la otra mesa. Kasey, una atlética adonis todavía a sus treinta y ocho años, tenía un aspecto que conjugaba fortaleza y feminidad. Cantaba con una voz divina que hacía estremecer a Deanne cada vez que la oía. Connie, una belleza de pelo negro, femenina y con una voluntad firme, compartía su interés por la música y la necesidad de un compromiso para toda la vida. Formaban una pareja perfecta; dos espíritus gemelos. Deanne se alegraba de que se hubieran encontrado y de que Kasey hubiera sido lo bastante inteligente para no dejarse atrapar por los encantos de Sage. Sin embargo, para la gran seductora, que le dijeran que no en el calor de la pasión, si es que había que dar crédito a las habladurías, tuvo que haber sido un golpe duro, por muy bien que lo disimulara. A nadie le habría sorprendido verla indignarse, pero la amistad que había trabado, tanto con Kasey como Connie, desconcertó a todo el mundo. Después de haber experimentado aquella noche el poder de seducción de Sage, Deanne entendió mejor por lo que Kasey había tenido que pasar. Era muy adulador el solo hecho de que te invitara a salir una noche, pero tenía una ventaja que no tuvo Kasey; conocía su reputación y sabía que el interés que Sage mostraba por ella sería pasajero en el mejor de los casos. A pesar de todo, la sensación de halago persistía. -Venga. Se acabó el descanso –anunció Sharon. ¿Dónde está Sage? -En la cocina –contestó Connie desde la otra mesa. -Voy a buscarla –se ofreció Deanne, que aún no se había sentado. Empujó la puerta de la cocina pensando en lo mal que se sentiría si hubiera sido objeto de su propia rudeza para con Sage y lo que vio la cogió totalmente desprevenida. Sage tenía entre los brazos a Ali, entregada a un beso abiertamente lujurioso. Los murmullos del deseo llegaban hasta la puerta y bajo el vestido ceñido, el cuerpo de Ali se movía dando muestras de evidente placer. Un inmediato
torrente de malestar reemplazó la complacencia por la atención recibida y la punzada de culpabilidad que había sentido por su brusquedad. Se reprendió a sí misma por haber dejado que sucediera. Eso es lo que tenía que haber esperado desde el principio. -Perdonad –dijo haciendo un esfuerzo para que su voz sonara indiferente-. Os esperamos para la siguiente partida. -Mmm –gruñó Ali-. ¿Es que no tiene sentimientos? ***
Deanne observó cómo Sage se acomodaba impasible en la silla y tuvo que hacer un esfuerzo para contener su irritación. Sólo pensar que había considerado la posibilidad de salir con esa mujer, aunque nada más fuera durante unos segundos, le ponía los pelos de punta. Era demasiado mayor y demasiado conservadora para esas locuras. Los halagos eran para los ingenuos y las aventuras de una noche para mujeres a las que doblaba la edad. No necesitaba que le destrozaran el corazón para recordárselo. Deanne no habría podido decir cómo ganaron la última partida. Las cartas debieron de salir en el orden correcto y Sage debió de haber jugado bien, porque su capacidad de concentración se había disipado para ser reemplazada por una incómoda desorientación. Al parecer, su mente estaba demasiado ocupada tratando de encontrar razones para la inexplicable e irracional atracción que sentía por aquella perturbadora mujer. -He encargado la cena en la pizzería. ¿Quién va? – preguntó Sharon. -Ya voy yo –se ofreció Sage. Ali se colocó de inmediato tras la silla de Sage. Se inclinó hacia delante dejando que su larga cabellera negra cayera en cascada y cogió el vaso medio lleno. Con un movimiento intencionadamente provocativo, rozó con el pecho la mejilla de Sage. -¡Por Dios, Ali! ¿No podrías se más descarada? – saltó Sharon. -Si te molesta, no mires –contestó Ali, y con un gesto seductor se llevó el vaso a los labios. Los ojos de Sage, sin embargo, hacían caso omiso de la tentadora Ali. Fijó su mirada retadora en los pechos de Deanne, subió por el cuello, se detuvo en los labios y se clavó en sus ojos. Deanne siguió todo el traye4cto con la mirada, pero eso no hizo sino aumentar el placer de Sage, que sonreía sólo con las comisuras de los labios. Ali se inclinó decidida y le susurró algo al oído, dejando que su mano resbalara deliberadamente hacia el pecho de Sage. -¡Por Dios! –exclamó Sharon mientras ponía los ojos en blanco y se levantaba de la mesa. -Nos hemos quedado sin cerveza –dijo Ali irguiéndose-. Te acompaño. Cuando las dos mujeres desaparecieron escalera arriba, Jan se levantó y estiró su delgado cuerpo diciendo: -La pizza llegará fría y la cerveza, caliente. ¿Cómo habéis dejado que esas dos se vayan solas? -Perdona, ¡no sabía que querías mirar! –se rió Sharon. -Ya que hablamos de eso –empezó Deanne-., ¿se puede saber por qué no es Ali la pareja de doña Juana en lugar de serlo yo? Sharon se echó a reír, y las demás le hicieron coro. - Bueno, se supone que sólo estamos jugando a cartas. -Deanne –dijo Kasey empezando a subir las escaleras con la sonrisa todavía en los labios-, ya sé que ahora puede parecer difícil, pero intenta no juzgar a Sage hasta que la conozcas mejor. No te dejes guiar por las apariencias, que pueden ser engañosas. Deanne sentía un gran respeto por su amiga pero lo que Kasey pedía no iba a ser fácil. -¿Por qué otra cosa te podrías guiar? –intervino Jan-. NO recuerdo haberla visto con la misma mujer más de dos veces. ¿Cuántas lleva ya, Sharon? -No, no. Recuerda que vive aquí y he jurado ser discreta. -¿Qué importa? –sé burló Jan-. Todas sabemos que la habitación con puerta giratoria no es la tuya. El gesto obsceno con el que contestó Sharon le valió una regañina de Laura y las
mujeres rieron a gusto. La risa era una de las razones más importantes por las que Deanne apreciaba tanto las noches que pasaba en compañía de aquellas mujeres. Habían sido un elemento vital en el proceso de curación. Mientras su vida se deterioraba mes a mes, ellas habían sido una fuente de apoyo y energía positiva. Des veces al mes, allí quedaba neutralizado el afán destructivo de Angie y su falta de apoyo a sus proyectos e ideas se quedaban sin efecto. En su compañía, las burlas eran un juego pero no tenía cabida el insulto. Los límites estaban claramente marcados. Allí se daba importancia a sus sentimientos, y se valoraban sus capacidades y sus opiniones. Aquellas mujeres eran más importantes para Deanne de lo que ellas mismas podían suponer. Un buen rato después, aunque dentro de los límites de lo aceptable, Sage y Ali volvieron con lo que de verdad resultó ser pizza caliente y cerveza fría. Sage dejó una bolsa en la mesa al lado de Deanne. -No puedes comer queso, ¿verdad? -Oh, me he olvidado de recordárselo a Sharon. -Pero yo no. Te he traído rosbif. ¿Te va bien? -Sí, gracias. Sage finalmente volvió a obsequiarla con la misma sonrisa franca con que la había recibido al empezar la velada. La cautivó de nuevo, como lo había hecho entonces, anulando toda razón para no sonreír a su vez a modo de respuesta. En ese momento ya no podía recordar qué era lo que tanto la había irritado. Sonrió aún con cierto recelo. -Bien, no ha habido ninguna novedad en nuestra mesa –dijo Connie sonriendo al tiempo que abrazaba a Kasey por detrás y le daba un beso de felicitación en la mejilla-. ¿Cómo ha ido por ahí? -Las hemos ganado por ocho puntos –contestó Deanne con una amplia sonrisa. -Nosotras también –exclamó Kasey. -Parece que de aquí a dos semanas tenemos una cita doble muy reñida –añadió Sage. -Y parece que va a ser la única manera de que consigas una cita –se rió Sharon, y le revolvió el pelo demasiado peinado al pasar junto a su silla. -Puede ser –respondió y miró a Deanne a los ojos. 12
-Tú y Jodie os estáis viendo mucho últimamente – comentó Connie durante el descanso-. ¿Hay algo entre vosotras que no nos has contado? Deanne sonrió ante el tipo de pregunta directa típica de Connie. Nunca la había visto andarse con rodeos. Si quería saber algo, lo preguntaba. Kasey se había levantado de la mesa para llenar su copa, pero Sage seguía allí y su presencia hizo que Deanne pensara bien su respuesta. -Sólo somos buenas amigas –dijo, molesta por no ser capaz de mostrarse más espontánea. Durante demasiados años se había callado lo que pensaba pero había decidido no hacerlo más. -¿Cuál de las dos lo ha decidido así? –hurgó Connie. -A las dos nos gusta que sea así. –Los ojos de Deanne espiaron la reacción de Sage, a pesar de que se había propuesto no apartarlos de Connie, pero nada se reflejo en su fría expresión-. Es agradable tener una buena amiga con la que compartir cosas. No nos exigimos nada más que una sincera amistad. Me gusta lo sencillo que es todo. Lo que de verdad le gustaba era el espacio que había reconquistado para sí misma. Le gustaba lo fácil que resultaba adaptar sus horarios para escribir a las horas en las que era más productiva y dejar tiempo para trabajar fuera. Habían quedado atrás las discusiones, los compromisos injustos y los sentimientos de culpabilidad. Era realmente agradable. -¿Preparadas? –preguntó Kasey volviéndose a sentar-. En la otra mesa la partida también está reñida. -Preparada –contestó Sage. Después de jugar dos noches, Deanne estaba empezando a conocer algunas de las características de su pareja. Era innegable que Sage sabía jugar. Decidía rápido y con precisión. Ir perdiendo no parecía desanimarla, antes bien la espoleaba. Se arriesgaba, aunque siempre en momentos necesarios y de forma calculada. Jugar con ella no sólo era agradable, sino excitante. En la última partida habían empatado a seis puntos, pero Kasey y Connie
llevaban una ventaja de tres puntos en el total de la noche. Aunque ella y Sage les arrancaran un punto por mano y ganaran la partida, ellas tendrían cuatro oportunidades de ganar el punto que necesitaban. Sólo había otra estrategia posible. Una de las dos tenía que declarar un solitario para ganar los cuatro puntos de una vez. Mientras sopesaba sus cartas, Deanne se sorprendió al darse cuenta de lo rápido que había comparado los riesgos y se había decidido por la segunda estrategia. Dudaba mucho que hubiera pensado lo mismo hacía un mes. Vista la pobreza de su mano, con una sola figura y sin ningún as, sólo podía esperar que Sage utilizara la oportunidad para declarar en caso de que se le presentara. Connie puso boca abajo el diez de diamantes y le dio la esperada oportunidad. A pesar de que Deanne se sentía incapaz de adivinar la calidad de las cartas de Sage, sospechaba que su pareja no tenía problemas para descifrar su expresión. -Corazones, solitario –declaró decidida. -¡Si que vamos fuertes! –exclamó Kasey. -Veamos cómo sales de ésta –añadió Connie. La jota de corazones, un triunfo evidente, se impuso a la segunda casa de Kasey. El as de tréboles obligó tanto a Kasey como a Connie a servir el mismo palo y Deanne pudo respirar. No parecía que hubiera motivo para preocuparse cuando el rey de corazones de Sage cayó bajo el as que había confiado que estuviera fuera de juego, puesto que también se llevó el diez de corazones de Kasey. Todavía les quedaban dos oportunidades. A Deanne se le aceleró ligeramente el corazón cuando vio que Sage sacaba la reina de diamantes. Connie sonrió y deslizó la reina de corazones sobre ella. Deanne aguantó la respiración y miró a los ojos de su pareja. Había un brillo extraño en su mirada pero era imposible definir de qué se trataba. Enseguida lo supo, sin embargo, en cuanto Sage puso decidida su última carta sobre la mesa. Deanne se quedó mirando incrédula lo que sabía que era el único triunfo que quedaba, el humilde nueve de corazones. -Mierda –gritó Kasey, lanzando su carta negra al otro lado de la mesa y viendo como el as de picas de Conni era derrotado-. No me lo puedo creer. -¡Bien! –exclamó una Deanne muy excitada, lanzando las cartas por encima de la mesa. Sage le cogió la mano, mirándola con un gesto en el que apenas se insinuaba la satisfacción. -Creo que nos deben una cena. -De acuerdo, está bien –gruñó Sharon desde la otra mesa-. Nadie en este lado tiene bastantes puntos para ganaros. No puedo creerme que la primera vez que formáis pareja ya os tengamos que pagar la cena, y después de ganar a esas dos. -Nada menos con un solitario. –Connie le tendió la mano a Sage moviendo la cabeza de asombro. -¿Un solitario? ¡Qué manera de dar la nota! -era nuestra única salida –explicó Deanne con el rostro iluminado por la ilusión-. Ganarles cuatro puntos seguidos a estas dos habría sido un milagro. Sage levantó la mano sonriendo y Deanne le dio una palmada para sellar el triunfo. -Tú nos pusiste juntas –dijo Sage a Sharon inclinando la cabeza. -Ya, ya. ¿Dónde hay que hacer la reserva? -Deanne elige. 13
¿Qué pasaba que siempre tenía que encontrarse con aquella mujer al otro lado de la mesa? Los ojos de Sage taladraban los de Deanne, recorrían libremente su cuerpo y registraban sus reacciones. Durante un rato, Deanne creyó que si evitaba el contacto visual directo podría sustraerse al escalofrío incontrolado que la mirada de Sage le provocaba. Sin embargo, esa sencilla estrategia se reveló estéril. Los ojos de Sage la perseguían y cuando conseguían cruzarse con los suyos inundaban sus sentidos y hacían que se sonrojara hasta arderle el rostro. No había sentido un placer tan incómodo desde la época en que era demasiado joven para saber qué hacer ante los avances de Jena Parrish. Con su escandaloso encanto físico y su don de gentes, Jena la había seducido desplegando toda su habilidad deportiva y haciéndola objeto de una persecución inesperada, pero la edad había sido un factor que fue imposible pasar por alto. Y ahora la ironía de la vida hacía que fuera demasiado mayor para los avances de Sage Bristo.
-Deanne, ¿no había otro sitio donde te pusieran más cubiertos? –gruñó Sharon con el ceño fruncido mientras miraba a Sage para saber cuál tenía que utilizar a continuación. -¿Cuándo fue la última vez que me pagasteis la cena? -No me acuerdo. -Eso es. ¿Me vas a censurar por aprovecharme? -No, no –se apresuró a contestar Sharon poniendo una mano en el hombro de Sage y sonriendo-. Mientras tengamos aquí al modelo de buenos modales, procuraré imitarla durante la cena para no avergonzaron demasiado. Las ocho mujeres reían y disfrutaban de la cena en torno a la mesa, cuando la camarera mostró el camino hasta la mesa de al lado a un hombre y a una mujer elegantemente vestidos. -¿No hay ninguna otra mesa? –preguntó el hombre. -Habían reservado una mesa para dos en la zona de no fumadores –respondió-. ¿Hay algún inconveniente? -Sí, no me gusta dónde está situada. -Chris, está lleno –le advirtió su pareja-. Ésta va bien. -¿Al lado de un puñado de tortilleras? -Es viernes por la noche –replicó la mujer sentándose-. No pienso esperarme una hora para sentarme en otro sitio. Jan y Ali rápidamente les repitieron la conversación que acababan de oír y durante unos minutos las mujeres comieron en silencio, soportando las miradas inquisitivas de la pareja, aunque sólo podían oír algún retazo de sus comentarios. Bastante era, sin embargo, saber que seguían siendo el tema principal. Para Sharon no era bastante, era demasiado. -Jan –dijo alzando la voz para que se la oyera en la otra punta de la mesa-. ¿La orgía de esta noche es en tu casa o en la mía? -En la tuya. Traeré a dos nuevas adquisiciones. -¡Perfecto! Eso te pondrá en cabeza para el premio de este mes. Todas reían por lo bajo, excepto Laura, que dirigió una mirada de censura al travieso rostro de Sharon. -Es suficiente –advirtió. -¿Por qué? –preguntó con voz de niña mimada-. ¿Por qué no puedo jugar con los héteros? Prometo no comérmelos. Deanne tuvo que hacer un esfuerzo para contener las carcajadas y limitarse a una educada risita. Las demás no lo consiguieron. Incluso Sage se rió abiertamente, mientras la pareja las miraba ofendida. Entonces Sage dobló con cuidado su servilleta y la colocó junto al plato. -Perdonadme un momento –dijo levantándose. Avanzó hacia la pareja de la mesa contigua con el paso ligero y seguro que tan intrigada tenía a Deanne. Cuando llegó junto a ellos, ya había captado la atención de todos. Hizo un gesto de saludo con la cabeza y sonrió al hombre, por cuya expresión parecía que había visto aparecer al presidente mientras estaba en el salón de su casa magreando a la primera dama. Luego dirigió toda su atención a la mujer. Ali y Jan, las que estaban más cerca, se esforzaron en oír lo que decía Sage, pero como les daba la espalda, no consiguieron reconocer una palabra. Lo que dijese fue breve. Aló los dejó a los dos con la boca abierta y expresión incrédula. Entonces empezaron los fuegos artificiales. -¿Se puede saber de qué demonios está hablando? -Baja la voz. No lo sé. -Y tampoco sabes nada de las misteriosas flores que te enviaron ayer, ¿verdad? -Esto es una locura. Me estás llamando mentirosa. NO he visto a esa mujer en mi vida. -¡Pues parece que ella sí que te ha visto! Se había puesto rojo y la expresión de ella se diría que reflejaba un malestar que la discusión no había hecho más que poner en evidencia. -Te he dicho que no la conozco –dijo, y a continuación se puso de pie y tiró la servilleta en medio de la mesa-, pero creo que más me valdría. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Ultrajado, se levantó y la
siguió. No todas consiguieron disimular en la misma medida su reacción ante la ofendida retirada pare todas celebraron que se fueran. Sage daba sorbitos del vaso distraídamente, con una expresión traviesa en el rostro, hasta que todas las miradas se centraron en ella. Sus ojos se abrieron como para demostrar su inocencia mientras las iba mirando una a una. Luego hizo un gesto como si les preguntara qué les pasaba y se encogió de hombros. -Ni hablar –exclamó Kasey-. NO te vas a levantar de la mesa hasta que no lo sueltes todo. -Canta –intervino Sharon. Sage se apoyó con los codos en la mesa, sosteniendo con gracia la copa de su cóctel entre los dedos de las dos manos. -Todo lo que he hecho es agradecerle el baile de la semana pasada y expresar el deseo de que se repita algún otro día. Sólo ella sonreía con los ojos. Las demás estallaron en carcajadas. Cuando se fueron calmando y ya sólo se oían risas sueltas, Connie añadió escrutando las caras de todas ellas: -Os dais cuenta de que ni siquiera sabemos bien de qué nos estamos riendo. No descarto la posibilidad de que Sage bailara con ella, aunque no por eso dejaría de hacerme gracia. -¿Es verdad o no? –preguntó Jan. Sage observó la expectación que se reflejaba en sus caras antes de contestar: -Si tanta curiosidad sentís por mi vida social es que el estado de la vuestra es preocupante. Sage la acompañó al coche y al llegar Deanne le tendió la mano diciendo: -Gracias, compañera, por esta magnífica cena. -Gracias por dar al juego un aliciente que no había esperado encontrar. A Deanne le gustaba el tacto de la mano de Sage, que sostenía la suya con firmeza. Notar su fuerza y su calor era muy agradable y no la retiró tan rápido como solía. -Hasta ahora he ido a tientas contigo. Todavía no acabo de entenderte –retiró entonces la mano por un sentido del deber-. Pero sospecho que vives igual que juegas a cartas. -¿Y eso cómo es? -Valiente. Capaz de asumir riesgos. Sin miedo al fracaso. Admiro tu confianza y tu tenacidad. -A mí me gustan tus ojos –dijo ladeando un poco la cabeza y mirándola directamente a los ojos, que estaban más azules que nunca-. Además de otras muchas cosas. Y me gustaría pensar que ha habido un cambio en tu manera de jugar a las cartas estos días. Deanne se apresuró a desviar la mirada y sacó las llaves del bolsillo. -Mejor me marcho. -Espera, Deanne. Quiero disculparme por ponerte en el disparadero aquella primera noche. Me doy cuenta de que fue una situación embarazosa para ti. Debería haberte invitado a salir en privado, como lo hago ahora. Deanne abrió la puerta del coche antes de volver a mirar a aquella mujer que le provocaba esa extraña mezcla de intriga y nervios. -Aprecio tus disculpas –dijo suavemente-, pero creo que es mejor que nos limitemos a ser pareja en la mesa de juego. -No muerdo, por lo menos en la primera cita. -¿He de creer lo que he oído acerca de la segunda? -¿Qué es...? -Que todo lo que tiene que pasar, pasa entonces y a la mañana siguiente, la vida continúa como si nada hubiera pasado. -Convénceme para que no sea así. -Aun en el caso de que fuera posible –respondió Deanne sonriendo y moviendo la cabeza-, no tengo el tiempo ni las fuerzas necesarias para intentarlo. -No me rindo fácilmente. -Si me conocieras un poco, Sage, entenderías que pertenecemos a mundos totalmente opuestos. Nunca podría competir con el tipo de mujeres con las que sales. Son jóvenes, atractivas y desinhibidas. Yo... no. -Las que has visto, o de las que te han hablado, son mujeres que se sienten
atraídas por mí. Eso no siempre significa que la atracción sea mutua. Si nos llegamos a conocer mejor, quizás descubramos que le pedimos las mismas cosas a la vida. Deanne se deslizó hasta el asiento del conductor de su coche y miró hacia arriba una vez más. -Sage, me gustaría decírtelo de la mejor manera posible. No me voy a poner en situación de que experimentes conmigo. Tendrás que probar tu capacidad para construir una relación con alguna otra. Es demasiado tarde para mí. La puerta se cerró sin un adiós y Sage se quedó sola en el aparcamiento. 14
Con una pila de libros en un brazo y una cartera bajo el otro, Deanne hurgaba a tientas con las llaves en la puerta de su apartamento. -Mierda –exclamó cuando se le cayeron en la nieve recién caída. Se arrodilló con cuidado para mantener el equilibrio y rescató a ciegas las llaves, que estaban frías y húmedas. Volvió a intentarlo hasta que por fin la llave se deslizó en la cerradura y la puerta se abrió. Nada más dar dos pasos en el atestado apartamento, el montón de libros empezó a resbalar. Guiándolos hacía el sofá, los dejó caer y se derrumbó junto a ellos. El agotamiento, del tipo que hace que sólo con respirar profundamente ya traspases el límite de la conciencia, se estaba apoderando de ella más temprano de lo habitual. Sólo era la una de la tarde pero hacía demasiadas noches que no conseguía dormir más de cuatro horas de las siete que necesitaba y su cuerpo le estaba pasando factura. Cerró los ojos. Sólo un minuto, se dijo. Pero la lista de compromisos empezó a pasar por la pantalla de ordenador en que se había convertido su mente. Tenía que acudir a una sesión de entrevistas más antes de que se firmara el proyecto para la reforma de la cárcel de mujeres. Tenía que tomar fotografías y le quedaban dos libros por leer antes del sábado para acabar con el tema de la menopausia. Los reportajes de bodas empezarían a la una de la tarde del sábado y la recepción prometía prolongarse, de manera que sólo le quedaba el domingo para escribir las páginas que debía entregar el lunes. Ya llevaba dos semanas así, con sólo un mínimo respiro a la vista, pero rechazar un encargo significaba tener que decidir cuál era el recibo que no pagaría. Tenía que sacar fuerzas de donde fuera. Suspiró y sintió que el cuerpo se relajaba entre los blandos cojines del sofá. Jackie Madouse, una de sus creaciones favoritas, tomo vida. “El curro en Kroger no es tan palo. No da para mucho, pero a las cinco de la tarde estoy libre y no tengo en la cabeza nada más que a mi mujer. Se vive una vez y supongo que más vale montárselo bien y ser feliz, porque no te dejan volver a intentarlo”. Así se habla, amiga. Deanne sonrió. ¿Qué no daría con gusto por tener que limitar el tiempo que dedicaba a escribir sus libros, por dar a Jackie un marco apropiado en el que pudiera expresar su provocativamente honesta, aunque algo simplista, visión del mundo? De lo que estaba segura es de que no volvería a dar su libertad, no pagaría el precio de los últimos seis anos. No volvería a dejar que sus necesidades se supeditaran a las de otra persona ni a comprometer su felicidad por aliviar sus cargas económicas. Vivir con alguien que la despreciaba seis días cada siete por la esperanza que era capaz de concebir el séptimo era una locura. Admitir la derrota y reconocer que la relación era insalvable era mucho más sano que intentar lo imposible. Ahora sabía que el respeto tenía mucho más que ver con la integridad personal que con el estado de una relación. NO había nada que ella hubiera podido hacer para que su relación con Angie fuera feliz. El intento la había dejado sin fuerzas y desorientada. Todo para nada. Era en vano, ahora lo sabía. Quizás Angie habría podido ser feliz viviendo con alguien como Jackie Madouse, una mujer sin especiales deseos de destacar en una sociedad por la que le inspiraba tal falta de respeto. Angie necesitaba una mujer con un trabajo regular y necesidades muy simples, con las mismas costumbres sociales y tiempo de sobra para las tareas domésticas. Alguien que entendiera la importancia de las retransmisiones de fútbol y supiera divertirse. Hacía mucho tiempo que Deanne ya no era esa mujer. Habían quedado atrás los días en que soportaba perder el tiempo en las fiestas del equipo de béisbol o enfrascada en interminables conversaciones producto de la
embriaguez. Con ellos también había desaparecido la tolerancia hacia quejas que no buscaran solucionar las cosas. ¿Cuántas quejas soportaría Jackie antes de contestarle diciendo algo así como “Con tanta queja no conseguirás ni la mitad que dándome un beso apasionado delante de todo el mundo en McDonald’s”? No era exactamente el plan de acción que Deanne Demore adoptaría, pero al menos era una forma de huir del victimismo y hacer algo tangible. NO, pensándolo bien Jackie no pasaría de una discusión con Angie. Tampoco creía que soportara muchas veces su malhumor por detalles tales como dejarse una luz encendida o no haber puesto una lavadora antes de recordarle que el lavabo era el sitio indicado para echar la mierda que llevara dentro. El teléfono la despertó de pronto. Deanne recuperó la conciencia con dificultad y notó que tenía el cuello dolorido y rígido. Cogió el auricular al tiempo que miraba el reloj. Un cuarto de hora podía decirse que era casi una siesta. -¿Mamá? Mamá, cálmate. No te entiendo. ¿Está bien? ¿Se ha caído?... Bien... Bien... No, no intentes levantarlo más... No, te vas a hacer daño tú. Intenta que esté lo más cómodo que puedas. Mamá... Mamá, ya lo sé... Todo irá bien. Déjame hacer unas llamadas y enseguida voy para allí. Estará bien... En cosa de una hora. Intenta que esté tranquilo. Un beso. Sin esperar un minuto, marcó el número del busca de Sage y empezó a reorganizar su tiempo una vez más. Cogió una de las cintas con entrevistas grabadas y la metió en la cartera. No tenía sentido perder los cuarenta minutos que tenía de viaje; podía escucharla por el camino y grabar los comentarios en la pequeña grabadora que tantos buenos servicios le había prestado en ocasiones como ésta. Antes de que pudiera llegar al lavabo, sonó de nuevo el teléfono. Era Sage, siempre tan efectiva. Sonrió en su fuero interno. -Te llamaba para decirte que no podré jugar esta noche... No, una emergencia familiar, pero mi horario es peor que el de la semana pasada, así que seguramente tampoco habría podido. No, pero gracias de todos modos. Es la artritis de mi padre. Esta mañana no quería levantarse. Mi madre al final le convenció pero entonces se cayó al suelo y ella no puede levantarlo... Sí, claro... Pérdida de independencia. De todas maneras, voy a ver si les levanto también el ánimo... Seguro. Gracias... Creo que la semana que viene sí... Estoy segura de que sobreviviréis sin mí – dijo riendo-. ¿Te excusarás en mi nombre? Gracias. Te veo la semana que viene. Hasta la otra semana. Eso serían... ¿doce días? Doce días sin tener que mirar aquellos ojos magnéticos, sin tener que medir sus reacciones ni censurar los sentimientos no deseados. Sería todo un alivio. ¿Tan lejos había llegado? Con unas cuantas llamadas más acabó de reorganizarse. Desde luego, había buenas razones para trabajar de nueve a cinco, con el horario impuesto por otros, que también asumían los dolores de cabeza. La independencia, sin embargo, en cualquier forma y cualquiera que fuera su coste, era algo importante. Estaba convencida en lo más íntimo. Respiró hondo y se encaminó al lavabo. El golpe en la puerta la sobresaltó; no esperaba a nadie. Recogió a toda prisa sus cosas. Si quien fuera veía que se disponía a salir, no pretendería que se quedara a hablar demasiado rato. Abrió la puerta y se encontró con unos ojos seductores que daban al traste con sus doce días de libertad. -¡Dios mío! –exclamó Deanne sorprendida. -Todavía no llego a tanto –dijo Sage con una sonrisa-. Los milagros se me resisten. Deanne respondió con una sonrisa, a pesar de la molesta sensación de calor que la vista de Sage le había provocado.
-Tenías la voz tan cansada que he pensado que podría echarte una mano. -Estoy bien. De verdad. Estoy segura de que no es nada que no pueda solucionar. Tienes un negocio que atender. Deanne empezó a andar por el camino, indecisa acerca de lo que debía hacer en esa situación. -Me pueden llamar por el busca. Además, he traído algo que me parece que será útil. De pronto la invadieron antiguas preocupaciones, íntimamente egoístas. Deanne empezó a pensar qué pensaría una mujer de Nueva York, con toda su sofisticación y su riqueza, de la estrechez y la humildad de sus orígenes. El orgullo adulto que le suscitaban sus padres y los esfuerzos que habían hecho para criar a cinco hijos con el salario de un carpintero contrarrestó rápidamente sus remilgos. Sage Bristo tendría que tener algo tan bueno como su orgullo para hacer que se sintiera inferior. Entonces entrevió una rueda en la parte trasera del cuatro por cuatro negro. -Mi padre dice que prefiere morirse a tener que vivir en una silla de ruedas. -No es una silla de ruedas. Es una versión estilizada de esos carritos que se ven en los concesionarios de coches. Lo bastante pequeño como para pasar por el quicio de las puertas. –Abrió la puerta de atrás para que Deanne pudiera verlo mejor-. No tiene que usarlo a todas horas, sólo cuando lo necesite. -¿Me lo alquilarías? -Veamos primero si le gusta la idea. Sube y dime adónde vamos. -Por donde señala el hombrecito del semáforo de la derecha. –Deanne vio que Sage se sonreía-. Perdona, siempre que vuelvo aquí me invaden los sentimientos de la infancia. -¿Y cómo fue la infancia de la tortillera más bonita de Michigan? -Está a tres millas después de que la carretera gira a la derecha y se meta en el camino de tierra. -Te hace sentir más cómoda la palabra lesbiana, ¿verdad? -Sí, pero no es por eso por lo que no he sabido qué contestarte –dijo Deanne mirándola a los ojos-. Venimos de mundos opuestos. Quería recordártelo antes de que llegáramos. -Te quedan tres millas para contarme todo lo que quieras. -Es bastante aburrido. -Si tan pesada te pones te lo haré notar con un bostezo. Deanne sonrió. ¿De verdad iba a ser tan fácil? -Tú lo has pedido. La mayor de cinco hijos. Criada en una familia en la que lo único que abundaba era el cariño. Todos los hijos de Jon y Eleanor aprendieron que lo que te hace merecedor de la bendición de Dios es la honestidad y el trabajo duro. También aprendimos que los errores no son más que material de construcción y que si éramos honestos no debíamos temer ningún castigo. -Soy todo oídos. Me encantaría oír detalles. Unas casas que parecían cajitas empezaron a hacerse cada vez más frecuentes en los márgenes de la carretera rural. Contaban parte de la historia de Deanne con más claridad que las palabras. La pobreza, o algo muy similar, se hacía evidente en los coches viejos, la cinta aislante que protegía los cristales rotos y los juguetes desparramados en patios desangelados. -En verano comíamos de lo que daba el huerto y hacíamos conservas para el invierno. Hasta que hice tercer grado, en el fregadero de la cocina había bomba manual y no disponíamos de agua caliente. Nos duchábamos en un retrete durante el día o nos echábamos unos cubos de agua por encima por de noche. De todos modos, nuestra casa siempre estuvo bien cuidada y fuimos unos niños pulcros, limpios y a los que no faltaba el cariño. Mi madre limpiaba casas mientras estábamos en la escuela –Deanne cruzó una mirada con Sage-. Es la casa gris con el sauce grande. -Y no he bostezado ni una sola vez. Eleanor Demore, vestida con un chándal rosa y verde que Deanne le había regalado, salió nerviosa a recibirlas a la puerta de casa. -Estoy tan preocupada que le he escondido la pistola en el almacén –susurró antes de conducirlas hasta el pequeño dormitorio. Allí, con la espalda y la cabeza apoyadas sobre cojines en un lado de la cama, estaba Jon Demore, a todas luces incapacitado. Las miró desde su incómoda posición en el suelo y sacudió la cabeza.
Deanne se arrodilló y tomo la mano agarrotada de su padre entre las suyas. Le habló en voz baja, se levantó y dirigiéndose a Sage, que se había quedado en el umbral, dijo: -Le avergüenza que le veas así. -Me parece que no tenemos otra elección. No lo puedes levantar sola. Sage se adelantó y se colocó a la derecha de Jon, que la miraba en silencio. Se arrodilló, le miró a los ojos y habló poco a poco. -Deanne y yo le vamos a echar una mano para que se levante y cuando esté de pie ya nos presentaremos como es debido, frente a frente. El hombre asintió con la cabeza resignado y le pasó el brazo por los hombros. -Papá, lo haremos en dos pasos. Primero hasta el borde de la cama y luego te pondremos de pie. ¿De acuerdo? A la de tres, Sage. Entre las dos lograron izar el peso de un cuerpo que no podía ayudarlas debido a la rigidez de las articulaciones. Cuando estuvo de pie, aunque se le veía dolorido y todavía se agarraba con fuerza al hombro de Deanne, Sage se apartó y se puso frente a él. -Señor Demore, soy Sage Bristo –dijo, y l tendió la mano a modo de saludo. Los gruesos dedos apretaron con firmeza y con más dignidad de la que suele acompañar a los pijamas de franela, se serenó y contestó: -Me alegro de conocerla. -Papá, salimos de la habitación para que te puedas vestir. Vamos a sacar algunas cosas del coche. Mamá, llámanos ni nos necesitas. -¿Por qué no os quedáis a cenar y así pasamos un rato juntos? Sage hizo un gesto de asentimiento a Deanne. -Sí, mamá. Jon Demore apareció en el pasillo andando trabajosamente y con el dolor reflejado en un rostro cansado y se encontró con el zumbido del carrito eléctrico que Deanne maniobraba alrededor del sofá. -No, Deanne –dijo con firmeza al tiempo que rechazaba la ayuda de su esposa para sentarse en su sillón-. Cuando no pueda andar, habrá llegado el momento de que me vaya. -No hables así, papá. Eres muy importante para nosotros. -en este estado no puedo ser útil a nadie. Sus ojos estaban cansados y su mirada era distante. Frunció el ceño y se formaron profundas arrugas entre las cejas. Deanne se sentó en el brazo de su sillón, lo abrazó por los hombros y le dio un beso a un lado de la cabeza. -¿Y a quién le voy a confiar mis historias? ¿Quién será tan sincero conmigo? ¿Quién me contará lo que pasó hace mucho tiempo y que se podría olvidar? Él le dio unas palmaditas en el brazo de cariño. -Ni hablar –dijo ella, dándole otro beso-. No puedes irte a ninguna parte. Me quedan demasiadas cosas que aprender. ¿Quieres ocuparte de Sage mientras ayudo a mamá a hacer la cena? -creo que no he olvidado cómo hacer los honores. Mientras tanto, Sage se había entretenido mirando las fotografías enmarcadas en viejos rectángulos y cuadrados de madera que cubrían la pared por encima del sofá. Tres niñas formaban una pequeña escalera, siempre en orden de altura. Dos niños, bien limpios y sonrientes. Unos padres orgullosos y contentos, cada vez más viejos y canosos a medida que sus hijos crecían y se graduaban. Bodas y familias nuevas. Sage volvió a mirar a la niña que reía a carcajadas en la foto que había sobre la lámpara. Los hoyuelos de la simpatía la identificaban como Deanne, a los cuatro o quizás cinco años, subiéndose unos pantalones enormes, mil veces remendados, y con una camisa que le llegaba hasta las rodillas. Se estaba riendo con tantas ganas que casi se la podía oír. -Mi Didita –dijo desde su sillón-. Nuestro primer tesoro. -Parece que era una niña muy feliz. -Sensible, pero fácil de complacer. Mi Didita. No la he oído reír de esa manera hace mucho tiempo. Sage volvió a mirara la fotografía. ¿Alguna vez en su vida se había sentido ella tan contenta? -sabe que es escritora, ¿no?
Sage asintió con la cabeza. -Una buena escritora. Es capaz de conmover con las palabras, y hacer que el corazón cante o llore. -Siempre leo sus artículos. Es buena. Sacudió la cabeza y señaló hacia un armario con la mano. -Allí abajo, debajo de la lámpara. Abra la puerta y verá una caja. Sage sacó una caja vieja y gastada y se la acercó. Los dedos rígidos del padre de Deanne sacaron una de las carpetas que había en el interior y se la dio. -Sus cuentos. Tiene que leer sus cuentos. -¿Quiere que los lea ahora? -Sí, lea éste; tiene tiempo antes de cenar. Sage se acomodó en el sofá y empezó a leer. Página tras página, se fue introduciendo en el complicado tejido de emociones que unían los corazones y las mentes de unos personajes tan reales que casi podía ver sus caras. Se aisló del entorno y dejó de oír los ruidos procedentes de la cocina o las conversaciones de las otras tres personas que había en la pequeña casa. La gente que vivía entre aquellas páginas se la había llevado consigo, la habían transportado a un mundo del que no había tenido noticia hasta entonces. Antes de que se diera cuenta leer se había convertido en una necesidad, la necesidad de saber más de ellos. Y escondido tras ese primer impulso, estaba también el profundo interés por conocer mejor a Deanne Demore. No oyó a Eleanor cuando los llamó a cenar. -Vosotros dos, a la mesa –repitió Eleanor desde el quicio de la puerta-. Jon, ¿cómo es que la tienes ahí leyendo? Su voz arrancó a Sage de la lectura. -Lo siento –dijo-. Estaba absorta en el cuento. Sólo me queda una página. -Sigo esperando a que escriba cuentos nuevos. Ésos de ahí los he leído cientos de veces. Los demás tienen hijos –prosiguió Eleanor haciendo un gesto que incluía todas las fotos de la pared-, Deanne tiene sus cuentos. Los conozco tan bien como a mis nietos. Ven cuando hayas acabado. Deanne y Sage ayudaron a Jon a levantarse y Sage acabó de leer el cuento de pie. Se cogieron de las manos alrededor de la mesa mientras Jon bendecía la mesa y el delicioso aroma del guiso casero inundaba la cocina. Sage inclinó la cabeza en señal de deferencia, pero su mente seguía ocupada en la apreciación del talento de la mujer cuya mano sostenía. Sus cuentos son sus hijos. Sí, Eleanor está en lo cierto. Satisfacen su necesidad de crear; a ellos transmite sus experiencias y sus pensamientos, su legado. Tiene sentido. Acarició con el pulgar los dedos de Deanne y luego le apretó suavemente la mano al oír el amén.
-¿A qué te dedicas, Sage? –preguntó Jon mientras su mujer le servía. -Llevo una comunidad de retiro junto al lago, llamada Longhouse. -He visto el anuncio en televisión –intervino Eleanor-. Parece un lugar tan bonito, con el lago y los jardines. -Gracias. Me enamoré de esa tierra en cuanto la vi. Saben, la mayoría de los jardines son obra de los mismos residentes. Están muy orgullosos de ellos y les encanta enseñarlos cuando llevo a alguien de visita. – Sage miró a Deanne antes de añadir-: ¿Por qué no te traes a tus padres un día a comer y os llevo a dar el paseo de invierno? Tenemos algunos jardines interiores realmente espléndidos. -Me encantaría, Deanne –se apresuró a decir Eleanor con un brillo de entusiasmo en los ojos que era difícil de decepcionar. -Deanne, lleva a tu madre. Se pasa el día aquí atada a mí últimamente. -Hay algunas cosas que también me gustaría que usted viera, señor Demore. Y algo de lo que me gustaría que habláramos. -Apenas puedo andar, así que poco podré ver. -Para eso tenemos esos carritos motorizados –le respondió Sage y sonrió-. Y no hay que preocuparse por el hielo o la nieve. Las aceras y la calzada tienen un sistema de calefacción que las calienta por debajo. Actualmente, ni siquiera los golfistas caminan entre uno y otro golpe. Deanne guardaba un silencio extraño, pero finalmente dijo: -Venga, papá, iremos los tres. -Hablo en serio cuando digo que tu padre podría enseñar en nuestro curso “Aprenda de los Maestros”.
El cuatro por cuatro se detuvo sobre una acumulación desigual de hielo y nieve frente al apartamento de Deanne. -Quizá ya no sea capaz de trabajar la madera como lo hacía antes pero puede enseñar a los demás cómo hacerlo. Es un maestro de un oficio que está desapareciendo. ¿Quién mejor podría enseñarlo? -Sage, ya sé que intentas hacer que se sienta bien pero no es justo darles esperanzas con algo así. Me encantaría que pudieran vivir en un lugar tan bonito y tan cómodo antes de morir, pero no hay manera posible de que podamos pagar lo que costaría que vivieran en Longhouse. Aunque pudieran vender la casa a buen precio, nunca llegaríamos. -Sí que podríais. Aparte de las casitas individuales, hay apartamentos en el mismo Longhouse. Los recibos de los residentes se pagan con los intereses del dinero que han invertido. El capital pertenece a la familia y siempre se le devuelve. Además, hay becas disponibles y a tu padre se le pagaría bien por las clases. -No sé que decirte, Sage. -Tu madre necesita algo que la estimule para sentirse viva, se le ve en los ojos. Y tu padre necesita sentirse útil. -Eso ya lo sé, pero lo que no necesitan es tener excesivas preocupaciones económicas. -¿Y si te convenciera de que no las tendrían? -Me parece que te costaría bastante. Sage apoyó el brazo en el respaldo del asiento de Deanne y se inclinó hacia ella. -Ya me ocuparé de eso después. Se acercó todavía más. Sus ojos, de un color negro brillante a la tenue luz que entraba de la calle, se acercaron a la boca de Deanne, que notó como unos suaves labios rozaban su mejilla. Deanne se apartó de aquellos labios sensuales y tentadores con el corazón latiéndole como las alas de un pajarillo atrapado. Se giró un instante antes de rendirse a aquella mujer. -Sólo un beso –susurró Sage mientras acariciaba con cariño el sonrojado rostro de Deanne. -No, Sage. No me gusta lo que estoy pensando. Sage se retiró lentamente hacia su lado del coche. -Me parece que a mí tampoco me va a gustar. Deanne la miró sin parpadear. -Si quieres tener la puerta abierta de una amistad – dijo con unos ojos que se habían vuelto pequeños y oscuros-, será mejor que no utilices a mis padres para acercarte a mí. Sage se puso rígida. Sus ojos, que hasta entonces habían calentado de aquella manera extraña el corazón de Deanne, ahora la traspasaron con una mirada fría como el hielo que la hizo estremecer. -Creo que nadie me había insultado tanto –dijo, y la mandíbula se le tensó-. De momento, lo atribuiré a la opinión que te has formado de mi carácter, fruto de las habladurías y la distorsión. Espero que seas capaz de ser más objetiva. -Estás poniendo las cosas muy difíciles para que pueda ser objetiva. -No. Eres tú quien lo hace difícil con esa manera de creerte sin más cualquier rumor y tu maldita aprensión a la edad. -¿Puedes negar que has estado con más mujeres de las que puedes recordar? -¿Puedes admitir que no me conoces? -Tienes razón, no te conozco –le espetó, cogió su cinta del salpicadero y abrió la puerta, y creo que no me interesa conocerte. La puerta se cerró de un portazo haciendo entrar el aire frío de la noche y la silueta de Deanne desapareció entre las sombras del edificio. 15
-Lo último que habría esperado es que me vinieras a buscar –dijo Deanne entrando en el cuatro por cuatro mientras se sacudía la nieve del pelo. -¿Pretendías que jugara solitarios toda la noche? – preguntó Sage sonriendo. -No. Después de la rabieta que tuve la semana pasada, esperaba que enviaras a cualquier otra persona –le tendió la mano-. Una prueba más de que te conozco muy poco.
Sage contestó con una sonrisa. -Ahora me toca a mí pedir disculpas. NO te he dado el beneficio de la duda. Lo siento. -Aceptadas. -Prometo que pondré todo mi empezó en no hacer suposiciones... si tú me prometes no reírte de mi aprensión a la edad. -En absoluto, Deanne –Sage había fruncido el ceño por unos segundos, de una manera muy poco habitual en ella-. Debes creer que soy más joven de lo que en verdad soy. -Veintinueve. -Por favor, tengo treinta y uno, y según el ritmo de vida de los años en Nueva York, debería ingresar en una residencia en lugar de llevarla. -Yo tengo cuarenta y tres, sage. –Sonrió y luego imitó la cara de asombro que ponía Sage-. Sí, cuarenta y tres. Sage se la quedó mirando como quien no puede creerlo hasta que se vio obligada a prestar atención a la carretera y Deanne siguió contestando las preguntas no formuladas. -Me tiño el pelo para esconder las canas, me pongo crema hidratante religiosamente cada día, bebo mucho agua y dedico un tiempo considerable al deporte. -Funciona. -La batería de Deanne está muerta –dijo Connie apareciendo por la escalera con una bandeja de galletas caseras-. Sage ha ido a recogerla y ha dicho que estaría de vuelta antes de que las galletas acabaran de cocerse. -Mmm –Kasey sonrió-. ¿Por qué será que no me sorprende que no haya llegado? -La semana que viene ya se habrá acostado con ella – presumió Sharon mientras cogía una servilleta y se servía tres galletas-. Aunque no puedo creerme que le esté costando tanto. -No es su tipo –dijo Ali al tiempo que pasaba la bandeja con cara de sacrificada. -No creo que el tipo tenga nada que ver con esto – intervino Kasey-. Deanne no sólo es la persona más conservadora que conozco, sino que, además, es la más emotiva y sensible. Sage le da miedo. -Quizá –se sumó Connie-, pero aun así... -Perdonad que os haya tenido esperando –se disculpó Deanne entrando de pronto en la habitación-. Esta noche he vuelto a recordar por qué odio los coches. -¿Están preparadas nuestras próximas víctimas? – preguntó Sage entrando un paso detrás de Deanne. -Ahora estamos esperando a Jan –dijo Kasey. -Ya no –informó Sharon desde el otro lado de la habitación-. Era ella la que llamaba. Tiene las amígdalas inflamadas. Creo que esta noche estamos condenadas a no jugar. -¿Entonces, qué? Por favor, que nadie proponga un pictio –pidió –pidió Ali. pic tionar nary y Laura se unió a ellas con más bandejas de aperitivos. -Nos podemos divertir hartándonos de todo estos aperitivos que engordan de lo lindo y ver como a Ali se le cae la baba –se rió Connie. -No hay nada tan penoso como una mujer que no puede ponerse los tejanos tal como salen de la secadora. Laura vio cómo su pareja del alma cogía una puñado de frutos secos y no pudo resistirse. -Mira a tu alrededor, cariño. Tú y yo somos las únicas que no podemos hacerlo. Las risas no consiguieron perturbarla. Sharon se fue sirviendo más aperitivos hasta que se llenó el plato y dijo: -Ya lo sé... es penoso. -Voy a buscar unas películas de vídeo. -Espera, aquí está –dijo Sharon cogiendo un libro de debajo de la mesa-. Sentaos todas. Hace tiempo que me muero de ganas de probar los juegos de este libro. Dejadme que busque alguno. Las mujeres se levantaron de las mesas y se reunieron en un rincón más acogedor, formando un círculo con sillas desparejas y un sofá viejo al que se había dado una segunda oportunidad en el sótano. Antes de que pudiera darse cuenta, Deanne vio que estaba sentada junto a Sage en el sofá. Al principio se dijo que así evitaría sus incansables miradas y las molestas sensaciones que le provocaban, pero no tardó en
descubrir que estar sentadas tan cerca que sus cuerpo se tocaran y el aroma de su perfume todavía la perturbaban más. -Aquí tengo uno –anunció Sharon sonriendo-. Éste parece interesante, con la cantidad de personalidades especialísimas que tenemos aquí congregadas. Es una lista de preguntas, numeradas del 1 al 150. Cuando os toque el turno tenéis que decir un número y contestar a la pregunta. Luego podéis elegir a otra para que conteste la misma pregunta. -Puede resultar peligroso –advirtió Ali acomodándose en un sillón verde excesivamente mullido y apoyando la cabeza en el respaldo. -Nadie dice que tengamos que decir la verdad –dijo Laura sonriendo. -No podrías mentir ni aunque te fuera la vida en ello –la cortó Sharon-. Bien, empezamos en el sentido de las agujas del reloj. Eso quiere decir que te toca a ti, Connie. -Noventa y cinco. -La pregunta noventa y cinco es... ¡sí! Describe tu mejor fantasía erótica. -Perfecto, nunca la he oído –intervino Kasey con una sonrisa de oreja a oreja. -Sí, cada vez que hacemos el amor. –El desconcierto de Kasey hizo que Connie sonriera y las otras rieran entre dientes-. Kasey es mi fantasía. Connie miró a los ojos de su amante, se inclinó y le dio un beso. -Buena respuesta –aplaudió Laura-. Muy buena. -Pero aburrida. Venga, ¿quién quieres que nos cuente su fantasía? –preguntó Sharon ansiosa. Connie fue mirando las caras hasta decidirse por alguien que pudiera añadir algo de salsa al juego. -Ali. Aliviada por haberse librado de ésta, Deanne se dispuso a escuchar contenta lo que pudiera contarles la sensual Ali. -Esoy desnuda, echada en una playa desierta –empezó. -Ya empieza a gustarme –se rió Sharon. -De pronto, veo que una lesbiana increíblemente atractiva pasea por la playa vestida sólo con unos pantalones cortos muy sueltos. Es morena y tiene una expresión seria. Sin decir palabra, me pone una pierna a cada lado y me tapa el sol. Los pantalones le van tan anchos que puedo quitárselos sin que se los desabroche. Los aparta y se deja caer sobre las rodillas. La tomo con la boca y le provoco un orgasmo que la hace estremecerse de tal modo que tiene que apoyarse en las manos. Cuando recupera las fuerzas, es ella la que me toma a mí, una y otra vez. Apenas puedo respirar y no puedo detenerla. Al final, cuando ya no puedo ni moverme, me coge en brazos y se me lleva. -Para vivir en el éxtasis perpetuo. -¡Por Dios! –exclamó Sharon-. ¡Vaya una batidora! -Ya que no tenemos vídeos porno para lesbianas, los supliremos con las fantasías de Ali –añadió Kasey. -En otras palabras –dijo Deanne lentamente-, si de pronto desapareces, no hace falta que llamemos a la policía ni organicemos una partida de búsqueda. -Lo siento, yo no tengo el idealismo de Connie. Para mí, una fantasía no es más que una fantasía. –Ali se echó el pelo a un lado en uno de sus gestos más característicos y cogió su vaso-. No hay nadie que valga tanto la pena. -Pero es bueno soñar, ¿no? –añadió Deanne. -Kasey, te toca a ti. Elige un número. -diez. -¿de qué decisión te has arrepentido más en tu vida? Kasey se echo hacia delante apoyándose en los muslos y se quedó mirando pensativa el vaso que hacía rodar entre las palmas. -Por más de una razón, no haber salido antes del armario. Habría podido ser mucho más feliz en años pasados –dijo mirando con cariño a Connie-, y no habría hecho pasar a Connie por un infierno ni habría herido los sentimientos de tantas personas. Hubo unos instantes de silencio respetuoso antes de que Sharon preguntara: -¿Quién quieres que diga ahora de qué se arrepiente? -Sage –respondió mirando a la mujer que tenía a su izquierda.
Sage le dedicó un rápido guiño y una sonrisa antes de empezar. -Sería mejor preguntar por qué habría que arrepentirse de algo que no puede cambiarse. Me parece una terrible pérdida de tiempo y energía. Exactamente el tipo de respuesta carente de emoción que era de esperar en Sage, pensó Deanne mientras observaba el impasible perfil que tenía a su lado. -¿Si no analizas tus decisiones, cómo puedes aprender de los errores y decidir mejor la próxima vez? –preguntó Laura. -No existen dos situaciones iguales. Sólo por el hecho de que se produzca una situación por segunda vez ya es única y merece una decisión independiente. Todas tomamos la mejor decisión posible con la información de que disponemos en el momento. -O sea, que no te arrepientes de nada –resumió Deanne. -Nunca –remachó Sage, cuidando de que no se transparentara ninguna emoción con el truco de concentrarse en el vaso que dejó en la mesa que tenía enfrente. -Eso me hace sentir bien –declaró Sharon-. ¿Por qué no eliges un número, elocuente maestra? Te toca. -El cuarenta y tres. Deanne hizo como que no se daba cuenta de la indirecta. Sharon se aclaró la garganta y buscó la pregunta sonriendo. -Aquí la tenemos. La cuarenta y tres quiere saber ¿cuáles son las palabras más importantes que alguna vez te haya dicho una mujer? –En todos los rostros se dibujó una sonrisa y Sharon no pudo añadir un sarcasmo-: ¿en tu casa o en la mía? -Espero que tendrás la decencia de mantener en privado lo que te dije en el calor de la pasión –dijo Ali, y las risas aumentaron. -Sois un tajo de lesbianas perturbadas –replicó Sage con toda seriedad-. Sólo aguanto vuestra insolencia porque soy masoquista por naturaleza. Si no fuera por eso, no sé que gracia os vería. -¿Vas a contestar la pregunta o nos vas a seguir regañando? –la apremió Sharon. -Si intentáis con verdadero empeño olvidaros de esquemas manidos, contestaré la pregunta. –Cambió de postura y se acomodó apoyada en el brazo del sofá-. Estaba ayudando a mi abuela a ordenar cajas del desván, cuando vi que sacaba un paquete viejo de cigarrillos medio vacío de un cajón. No fue tanto lo que dijo como la mirada que había en sus ojos mientras hablaba. “Estaban en el bolsillo de tu abuelo cuando murió”, dijo. “No sé por qué los guardo”. Me miró a los ojos y añadió: “Ahora ya no sirven para nada, ¿verdad?” Vi que los ojos se le llenaban de lágrimas y me fui de allí. Después de cuarenta años, todavía le lloraba. Sage respiró hondo y se puso rígida. -¿Alguien quiere otra copa? –dijo levantándose. Deanne la vio escuchar las diferentes peticiones y encaminarse erguida y serena hacia la cocina. Miró las caras del círculo y vio que sus expresiones no diferían mucho; todas confirmaban la misma sorpresa que había cogido a Deanne desprevenida. Sage Bristo había mostrado emociones. Las tenía bien protegidas en su interior más íntimo, pero era agradable saber que existían. Incluso podría convertirse en un personaje de sus novelas. -Un número, señorita Demore. -Ochenta. -Estás haciendo footing por el parque una mañana temprano cuando oyes algo que te parece que es una mujer en peligro. Te acercas y ves a una mujer luchando con un hombre entre los arbustos que bordean el sendero. Deanne echó la cabeza atrás en el sofá. No tenía ninguna duda acerca de dónde iba a parar esa historia. -¿Qué haces? ¿Sigues corriendo hasta la cabina de teléfonos más cercana, situada al otro lado del parque, te acercas lo suficiente para tener una descripción del hombre y luego sigues corriendo hasta el teléfono, o coges una rama caída e intentas detener el ataque? -Sabía que me iba a tocar una de éstas. Estoy segura de que mi respuesta creará polémica –suspiró Deanne, y notó que Sage cambiaba de postura y se disponía a escuchar atentamente-. Ya sé que el sentido común sin duda dice que debería buscar un teléfono y esperar ansiosa que la policía llegara a tiempo. Sin embargo, ese mismo sentido común me dice que la violación, o incluso el asesinato, podría
producirse antes de que llegue ayuda. Acercarse para tener una descripción podría hacerle desistir, pero no es seguro. De todos modos, estoy segura de que no la podría dejar así. -¿Le atacarías? –preguntó Ali sorprendida. -No pararía de dar gritos pidiendo ayuda pero sí, intentaría detenerle. -No sé si podría decir qué haría hasta que me encuentre realmente en una situación así –comentó Connie. De pronto, Sage se echó hacia delante y se apoyó en la rodilla de Deanne. Se la quedó mirando y se levantó. En sus ojos había una expresión de seriedad que parecía transcender la conversación. Fue una mirada que le inspiró una preocupación inmediata. Preocupada por Sage Bristo, Deanne no había previsto una contradicción de ese tipo en sus pensamientos. Sage desapareció escaleras arriba y la conversación continuó. No podía saberse si llevaba armas y la seguridad personal debía ser tenida en cuenta por encima de todo. La discusión seguía en torno a Deanne, pero ella había retrocedido muchos años con el pensamiento. De pronto, volvía a correr con Nikki, con los corazones desbocados por el miedo, huyendo de los dos chicos que las perseguían por el camino. Más rápida que Nikki, iba unos pasos por delante pero se dejaba guiar por sus indicaciones de que girara a la derecha o a la izquierda. Saltó por encima de una zanja que apareció de improvisto, apenas lo suficiente para llegar al otro lado y tropezarse con un montón de basura y piedras. Entonces oyó el grito de su amiga pidiendo ayuda. Sin pensarlo y con la adrenalina bombeando por todo su cuerpo, volvió atrás y la ayudó a salir de la zanja, justo cuando llegaban sus perseguidores. Juntas les habían arrojado basura a la cara y juntas se habían escapado. Juntas habían tenido una oportunidad. Si la hubiera dejado sola, no quería ni pensar lo que habría pasado. No, no dejaría sola a la mujer tirada entre los arbustos. ***
Cuando Sage volvió, las mujeres estaban recogiendo los platos y preparándose para irse. -Nosotras podemos acercar a Deanne a su casa –se ofreció Kasey. -Gracias, pero me gustaría llevarla yo –contestó Sage con tranquilidad. -Me lo suponía. Deanne se unió a ellas en las escaleras. -Kasey, ¿vamos a seguir con la pirámide y aumentar el peso mañana? -Bien, podemos intentarlo, sobre todo con los trapecios. También quiero retarte en el vertical. -Debes de haber trabajado duro. Ya hago trescientas cincuenta con peso. -Ya lo sé. Estoy preparada. Sage sostuvo abierta la chaqueta de Deanne justo detrás de su hombro izquierdo. -Sage, si quieres me puedo ir con Kasey. -No es necesario, será un placer llevarte –dijo mientras ayudaba a Deanne a ponerse la cálida chaqueta de lana. El grupo acabó de subir las escaleras y en la entrada se intercambiaron las despedidas. Ali, que iba la primera, abrió la puerta de la calle y de inmediato notó la entrada del frío aire invernal, pero acto seguido se dio la vuelta y dijo: -Sólo un consejo –dijo mirando a Deanne-. Si estás pensando en tirártela, no pierdas el tiempo. Lo suyo es mucho ruido y pocas nueces. El asombro se reflejó de inmediato en el rostro de Deanne, mientras Sharon estallaba en carcajadas burlonas. Sage, con un ligero atisbo de sonrisa, se limitó a poner cara de desolación y preguntar fríamente: -¿Significa eso que ya no podré aspirar a ser la mejor amante lesbiana del año? -Me temo que sí –se rió Kasey. -Estoy destrozada –dijo, y cogió su chaqueta del perchero mientras miraba a Ali, que se alejaba con movimientos bruscos en el frío de aquella noche de invierno. El cuatro por cuatro avanzaba sin dificultad por la calle surcada de lodo helado. Los espirituales acordes de Breathless, interpretados por Kenny G, las envolvían. Deanne pensó que aquella mujer que tan perpleja la tenía, era mucho más fácil estudiarla de perfil. Sus largas pestañas ocultaban los misterios que
contenían los ojos oscuros que había detrás. Casi le molestaba que los misterios se desvelaran. No saber le daba sensación de seguridad. Podía mantener sus emociones en un cómodo limbo. Pero no pudo evitar preguntar. -¿Te acostaste con Ali? -¿Importa eso? –Sage la miraba de reojo. -A mí sí. -¿Por qué? –preguntó Sage, y volvió a mirar a la carretera-. ¿Influirá en que tú te acuestes conmigo? -NO. Para esas decisiones me baso en el amor. -entonces mi respuesta sería inútil. Además, si digo que sí, mi calidad de amante queda en entredicho, y si digo que no, empezarás a preguntarme si te lo he dicho para quedar bien. Y de todas maneras, tampoco sabrás por qué lo ha dicho. -Ni cuántas mujeres has dejado insatisfechas a tu paso. -O satisfechas –replicó Sage, esta vez con una tímida sonrisa-. Cientos, si hemos de hacer caso a mi reputación. -¿Y hemos de hacerle caso? Recuerda que se supone que no me voy a basar en suposiciones. -No pretendo ser un modelo de virtudes. Esa reputación no me ha venido del cielo, pero me parece que se ha distorsionado hasta más allá de cualquier límite. Me precede a donde quiera que vaya y permanece haga lo que haga. No consigo desengañar a nadie pero estoy segura de que no es humanamente posible estar a la altura. -Lo que la gente ve está influido por lo que oye. -Sería agradable –le contestó Sage con una sonrisa genuinamente cálida- que por una vez alguien me viera como lo que realmente soy. -De veras que lo estoy intentando. Sage detuvo el coche y centró toda su atención en Deanne. -¿Es un buen momento para pedirte que salgamos a cenar y a algún espectáculo el próximo viernes? -No. -¿No es buen momento, o no, rechazo la invitación? -No, rechazo la invitación. -¿El sábado? -No, Sage. Sage apoyó la espalda en la puerta y pasó el brazo por encima del volante. -Bien –dijo ladeando la cabeza-. Necesito algunas fotografías para el nuevo folleto de Longhouse. ¿Puedo contratarte? -¿Ésas son tus cartas? ¿No pensarás que no me doy cuenta de tu estrategia? -Parece que me he vuelto de lo más rastrero. -No puedo coger ningún otro encargo hasta después de vacaciones. Con todo el trabajo que tengo, no sé cómo voy a ingeniármelas para hacerlo todo. -Mi hermana vendrá a pasar una semana conmigo después del primero de año. Quizá podamos quedar un día mientras ella esté aquí. Podríamos comer juntas. Deanne le sonrió. -Me gustaría que conocieras a Cimmie. -Está usted jugando muy mal sus cartas, señora. Las risas que compartieron eran alegres y ligeras por primera vez desde que se conocían. Deanne se sentía realmente bien cuando empezó a abrir la puerta. -¿Vas a ir a la fiesta de fin de año de Sharon? -Aparte de la reunión con mi familia, ésa será la única fiesta que voy a permitirme. Estaré allí... con Jodie. 16
En las escaleras de entrada, Deanne entregó su tira de papel a Sharon-Yogui, “el personaje de dibujos animados al que más se parecía”. Bubú leyó el papel y luego miró el chándal verde y púrpura que llevaba Deanne. -Deanne, ¿de qué se supone que vas? Aquí has escrito “mi yo secreto”. Echó una ojeada a Jodie, junto a ellas, pero no le dio ninguna pista. Con la aversión que sentía a los disfraces, Jodie no había consentido en ponerse más que un traje y una corbata, en la línea más conservadora. -De gladiadora americana. -¿De verdad, Deanne? –gritó Kasey-. Déjanoslo ver, corre. Haz que al oso Yogui le
dé un ataque de corazón. Un variado elenco de mujeres famosas y personajes de dibujos animados gritó y silbó para animarla. Deanne se sonrojó y rió. -Dejadme pasar la puerta y ponerme cómoda primero – se excusó, y mientras buscaban un sitio en el que dejar sus cosas, se giró hacia Jodie y le dijo-: NO sé por qué hago esto. -¿Dónde está Sage? –preguntó Connie, la mujer gato, al oso Yogui. -Apuesto algo a que llega tarde y se asegura de que hace la gran entrada. -¿con quién viene? -No tengo ni idea. Ni siquiera sé de qué va disfrazada. Dejó olvidada su tira de papel en la mesa del café y yo he hecho trampas y la he mirado. Ponía “cómo te ven los demás”. Será interesante en el peor de los casos. Alguien notó que Deanne se estaba quitando el chándal y más de una empezó a frotarse las manos ante la expectativa. La habitación estalló en un unánime “oh, oh, oh”. Para placer de todas, bajo el chándal apareció un cuerpo bellamente escultórico, bien cuidado de los pies a la cabeza, con músculos bien definidos que subrayaban los hombros y las piernas. Kasey sonrió recordando el trabajo duro de su amiga, que por una vez dejaban ver esos pantalocillos rojo brillante y el sujetador deportivo con un estampado de barras y estrellas. Deanne le arrojó los pantalones de chándal con expresión traviesa. -Se acabó –dijo riendo. Podía ser un placer captar la atención de las demás. Normalmente nadie que no fuera su compañera de entrenamiento tenía oportunidad de apreciar el resultado de horas de gimnasio. -Mm, mm, mm. Una mujer de la calle a la caza de una buena virago –intervino Wonder Woman-. ¿Me he perdido algo bueno? -Tú nunca te pierdes nada, Ali. Con un par de pistolas en la mano, Jodie anunció: -Nos enfrentaremos con cualquiera que nos rete, pero sólo si antes se han tomado por lo menos tres copas. De pronto, el ambiente pareció calmarse y sólo se oyeron susurros. Deanne siguió las miradas de las demás hasta el final de las escaleras. Lo que vio allí la dejó sin habla. Sage bajó el último escalón. Iba vestida con unos pantalones ceñidos de cuero negro, atados con tiras cruzadas por delante, y una camiseta amplia de campesino con los botones desabrochados entre los pechos. Una capa de terciopelo negro caía majestuosa de un hombro. El ala ancha de un sombrero negro en le que había prendido una pluma blanca dejaba en la sombra sus ojos oscuros. No había necesitado nada más para rematar el efecto. Dio los primeros pasos por la habitación con el porte de una aristócrata. Iba sola. -Doña Juana –suspiró Deanne. -¿Qué? –preguntó Jodie. -Nada. -Mierda –exclamó Sharon-. Adiós a mis esperanzas de tener a docenas de mujeres mimándome y acurrucándose al calor de mi piel de oso. -Ya está bien –le dijo Laura dándole un azote cariñoso en la gruesa piel gris-. Tienes más suerte de la que te mereces teniendo a esta mujer que te mima y se acurruca contigo. Edad aparte, recibir las atenciones de dos mujeres ayuda en gran medida a curar un ego herido, aunque una de ellas fuera Sage Bristo. Por extraño que pareciera, ser una más entre tantas la halagaba, aunque no fuera un halago comparable al de merecer el amor duradero y la amistad de Jodie, pero aun asó la hacía sentir bien. Los sentimientos que le suscitaban cada una de ellas eran claramente distintos, tan diferentes como lo eran las dos mujeres. Jodie, cariñosa, madura y estable, le ofrecía afecto y lealtad a toda prueba. Sage Bristo le ofrecía emoción. Deanne no podía negar que nunca se había encontrado con nadie que tuviera una presencia tan imponente, y eso que había cubierto un buen número de acontecimientos y había perdido la cuenta de las entrevistas. No había conocido a nadie tan cautivador. Bastaba con que Sage apareciera en la habitación y, como virutas de hierro atraídas por un imán, sus pensamientos y reacciones súbita e inevitablemente giraban en
torno a ella. su aspecto sin más no podía explicar la atracción que sentía, por lo menos no después del primer momento. Era algo más que atractivo físico. Era su forma de estar, su porte orgulloso, la seguridad reservada que mostraba en todos sus movimientos, su absoluto control de las emociones. No era de extrañar que las mujeres le fueran detrás, jovencitas deseosas de complacerla, sin inhibiciones ni demandas de compromiso. NO tenían miedo de las habladurías. A Deanne no le habría costado nada decidirse a los veinticuatro años. Ahora tampoco debería costarle decidir lo contrario. Con todo, tenía que admitir que tener a dos mujeres disputándose su atención la tentaba a mantener el equívoco y dejar que la competición se prolongara más de la cuenta. Ella misma se reconvino. Disfruta con moderación. Mantén una distancia prudente.
Sage estaba cómodamente sentada, con los codos apoyados en los brazos caídos del sillón, observando los inútiles esfuerzos de Deanne y Connie por convencer a Jodie de que saliera a bailar. Sharon, que a esas horas ya se había quitado la cabeza de Yogui, se dejó caer en el sofá de al lado. -¡Dios mío! ¿Has visto que abdominales tiene? -No me he fijado. Sharon arrugó la cara en un gesto de incredulidad y disgusto hacia su amiga, que no había dejado de mirar alas mujeres que bailaban. De pronto, la panorámica de la que disfrutaban se vio interrumpida por otro vientre de película, éste adornado con la gran hebilla dorada de Wonder Woman. Sage lenvató la mirada y se encontró con un prominente busto y, más arriba, los ojos de Ali, que evaluaban su escote e iban de un pezón a otro, apreciando la fuerza con que pujaban bajo la suavidad de la tela. Sage siguió la trayectoria de sus ojos con frialdad. -Debería estar prohibido –dijo Ali finalmente. -¿Por qué? –replicó Sage levantándose-. Lo que deberían prohibir es lo que estás pensando. Sage pasó junto a Ali sin mirarla y Sharon estalló en carcajadas. Desde el principio de la noche, la situación había estado clara. Cuando Deanne bebía tranquilamente con Jodie, Sage observaba. Si Deanne hablaba con Sage, Jodie observaba. Deanne bailaba con cualquiera que tuviera ganas y las dos observaban era fácil dejar que la música marcara el ritmo y la llevara de una pareja de baile a otra, mantuviera su cuerpo en movimiento y diera a su mente una maravillosa sensación de libertad. Bailó con una y luego con otra y con otra sin miedo a tener que enfrentarse de vuelta a casa con un ataque de celos infundado. Se rió y cantó con las demás sintiéndose más desinhibida de lo que había estado desde hacía años. Aquella noche no tenía que controlar cada palabra que decía para que no estallara una discusión, ni responder a la demanda de un afecto que hacía mucho tiempo que no existía. Aquella noche se sentía respetada, querida e incluso atractiva. Deanne bailaba despreocupada, sonriendo ante los contoneos sugerentes de Kasey con inocente agrado. Sentía un gran cariño por Kasey. Era probable que se hubiera enamorado de ella si las dos hubieran estado libres al mismo tiempo, pero como muchas otras cosas en la vida, el destino no lo había querido. Las dos manifestaban sin tapujos su respeto y admiración mutuos y mantenían una relación muy especial basada en ellos. Las dos jugaban en el límite de lo permisible, porque era divertido y porque las hacía sentirse bien. Decir que nunca habían gozado de la confianza de Angie sería quedarse muy corto, pero Connie se la otorgaba entera y eso era todo lo que contaba en ese momento. Deanne volvió a sonreír cuando Kasey acortó la distancia entre ellas con una mirada seductora. Sabía que podía disfrutar de esa tentación inocente. Kasey se acercó más y la sonrisa de Deanne se convirtió en un gesto de duda. -Cuidado –se advirtió a sí misma en voz alta al tiempo que daba un paso atrás-. ¿No habremos bebido más de la cuenta? -¿De qué te preocupas? –se rió Kasey y con un paso rápido salvó la mínima distancia que las separaba. Deanne advirtió que sus ojos miraban hacia algo que había tras ella, pero antes de que pudiera volverse, Kasey abrió los brazos. Enseguida supo qué pasaba, cuando otras manos conocidas fueron a su encuentro y se encontró rodeada. Cuatro brazaletes dijeron el resto mientras el cuerpo de Sage se deslizaba
junto a la espalda de Deanne y la acunaba rítmicamente entre las caderas y los muslos. Las piernas se le aflojaron. -Eres una preciosidad –le susurró Sage al oído. Deanne estaba segura de que había dicho esas mismas palabras a cientos de mujeres, pero la hicieron sonreír y provocaron que un escalofrío recorriera su cuerpo. Kasey colocó las manos de Sage alrededor de Deanne antes de soltarlas ante la mirada de amable reprobación de ésta. -Sólo os ayudo a que os conozcáis mejor –dijo Kasey guiñándole un ojo. -No necesito ayuda, gracias –replicó Deanne, y dándose la vuelta se deshizo del abrazo de Sage y la miró de frente-. ¿Podías habérmelo pedido? -¿Qué bailáramos? Me habrías dicho que no. -He bailado con casi todo el mundo. -Entonces te lo pido ahora –dijo, y adoptó una elegante postura con las palmas de las manos extendidas en una invitación al baile, mientras K. D. Lang cantaba con voz suplicante “Save Me”. No hagas caso de la letra, se advirtió Deanne a sí misma, viendo que las palabras se le colaban en el corazón por las rendijas más insospechadas. No hagas caso de este torbellino que agita tu cuerpo como una tormenta de verano. Concéntrate en lo que es real, la promesa de no volver a vender tu alma por tan poco. Recuerda que esta vez quizás no serías capaz de recuperarte.
Una vez escuchadas sus propias advertencias, Deanne dio un paso adelante. Apartó los ojos de la mirada magnética de Sage, le cogió las manos y acercó el cuerpo hasta casi rozarla. El calor le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica, desde las manos, a través de los brazos y del pecho, hasta llegar a un lugar profundo bajo su vientre. Se sintió como una niña jugando con fuego, rozando los lados de la llama hasta sentir el calor sin llegar a quemarse. Sus cuerpos se balancearon siguiendo la melodía, conectados tan sólo por las palmas de las manos. Sin embargo, poco a poco Deanne se fue dejando llevar y su pierna rozó el cálido cuero negro y notó en el pecho el calor del de Sage. ¿Cuánto más vas a poder jugar con el fuego sin quemarte? Los ojos de Sage buscaban los suyos con insistencia y a Deanne se le aceleró el corazón con el solo pensamiento de mirarla desde tan cerca. Finalmente la miró a los ojos, al centro de la llama, y se enfrentó a la seducción de frente. Sabía lo que la esperaba, esa mirada que contradecía todos sus razonamientos, que la hacía olvidar quién era y dónde estaba. Su corazón latía tan fuerte que llegó a temer que traspasara la mínima distancia que las separaba y Sage lo notaba latir contra su pecho. Estaba segura de que sus ojos la estaban traicionando y publicaban lo que su cuerpo gritaba en silencio. Deanne desvió la mirada, no deseando tentar al destino un segundo más. Los labios de Sage le rozaron la sien. -Tomémonos las próximas cuatro horas –le susurró entre las delicadas guedejas de color miel- y dejemos que esta excitación siga su curso natural. Cuando estemos a un paso del éxtasis, detengámonos allí, hasta que no importe nada más en el mundo que dar ese paso juntas. Deanne se olvidó incluso de cómo se respiraba con la impresión de que un rayo le atravesaba el cuerpo. Cerró los ojos y por un segundo dejó que su cabeza se acercara a los anhelantes labios de Sage. Respiró lenta y profundamente en un intento de recuperarse y recurrió a una estrategia que hasta entonces le había funcionado. -¿Ése es el párrafo que hace que la pobre damisela caiga irresistiblemente en tus brazos? –preguntó atreviéndose a mirarla de nuevo-. ¿Y cegada por el deseo se entregue a una noche de éxtasis que no se habrá de repetir? -¿Lo es? -No, no lo es –dijo y se separó bruscamente hasta una separación más acuerdo con las conveniencias-. Es un buen intento, de todos modos. Puede ser que lo utilice en algún libro. -A lo mejor preferirías que fuera más directa y te dijera que te deseo y que quiero hacerte el amor. -Me parece que dado que lo que yo busco es una amiga y una amante, alguien que me quiera lo bastante como para pasar el resto de su vida conmigo, una de las dos no
va a obtener lo que busca. –Soltó la mano de Sage y se dio la vuelta diciendo-. Gracias por el baile. Las maniobras empezaron sutilmente a las doce menos cuarto y diez minutos más tarde eran de una evidencia alarmante. Las mujeres que se habían propuesto reclamar los labios de Sage a la hora de las brujas hablaban poco y no la perdían de vista. Las dobles de Amelia Earhart, Wonder Woman y la Primera Dama estaban deseando empezar el año nuevo en los brazos de Sage, y a poder ser en su cama. Sage, cuyos propósitos era muy distintos, se iba abriendo paso hacia las escaleras. Cuando apenas faltaba un minuto para las doce encontró lo que andaba buscando. Deanne bajaba apresuradamente las escaleras. Sage subió un par de escalones y la detuvo poniéndole la mano en la cintura. -Estoy buscando a Jodie. Sage retiró la mano y se apartó. -Si eso es lo que quieres... ***
Sage estuvo ausente de la cuenta atrás y no participó en el intercambio de besos. Los abrazos que se repartían por todas partes fueron un pobre sustituto para las mujeres que hasta entonces habían estado seguras de ser las elegidas. Deanne y Jodie, todavía abrazadas, empezaron a despedirse. Con un poco de suerte, pensó Deanne, estaría fuera antes de que Sage reapareciera. Se puso las botas y sacó su chaqueta del armario. -¿Ya te vas? No podía ser tan fácil . Se volvió para encontrarse con Sage en la oscuridad de la entrada. -Sí. Jodie está calentando el coche. -Quédate y deja que yo te lleve a casa. -He venido con Jodie –negó sacudiendo la cabeza-, y me iré con ella. -¿Eso es lo que quieres hacer? -Eso es lo que voy a hacer –respondió avanzando hacia la puerta. -¿Por qué sales con ella? –le preguntó Sage cogiéndola del brazo y obligándola a volverse. Sus ojos centelleaban pidiendo sinceridad. -Somos buenas amigas desde hace años. Es amable y respetuosa. -Y no comporta ningún riesgo. Deanne no quiso responder. No quería negarlo y defender que la suya era una postura lícita requeriría demasiado esfuerzo. Sin embargo, por mucho que se esforzara en ocultar la verdad, sus ojos hablaban por si solos. A Sage no le costó interpretarlo. Le cogió la mano y estiró con suavidad para que se acercara. Deanne notó que le levantaba la mano y la colocaba sobre el amplio escote, haciendo que su palma presionara sobre la delicada piel entre los pechos. Miró a Sage a los ojos y supo que debía retirarla, pero no pudo. Sus dedos permanecieron inquietos sobre la tentadora pujanza del pecho de Sage. -¿Qué tengo que hacer con esto? –preguntó Sage con el corazón latiendo a un ritmo desbocado contra la palma cautiva. Deanne bajó los ojos hacia su mano. Era una seductora de los pies a la cabeza. No se trataba de un cuento de hadas ni de habladurías de segunda mano. Era una mujer real que la miraba y hacia que su carne se derritiera. No era una broma de la que pudiera reírse. No iba a ser tan fácil. Para Deanne aquello no era un juego. Sage Bristo no podría presumir de esta conquista mientras su mente fuera más fuerte que su cuerpo. Rechazaría este avance y todos los que vinieran después, hasta que Sage se cansara. Superaría lo que aquella mujer provocaba en su cuerpo: el calor, la humedad. Lo conseguiría. Sage levantó un poco más la mano todavía entregada y se la llevó a los labios, cuya suavidad se convirtió en ardiente quemazón cuando rozaban la palma de Deanne. La emoción que transmitían los ojos cerrados de Sage parecía tan sincera. No era fácil resistirse. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo de voluntad para no dejar que su mano se deslizara por aquel cuello orgulloso y sus cuerpo se fundieran en un abrazo. Le pareció imposible no acercarse a probar aquellos labios, sabiendo que entonces no habría camino de vuelta y se entregaría a ellos, pero debía hacerlo. Tenía que resistir. Al oír la puerta que se abría tras de ella, Deanne rápidamente retiró la mano de
los labios de Sage. Por la puerta asomó la cabeza de Jodie, cubierta de nieve recién caída. -¿Lista, Dee? Abrígate bien, está nevando con ganas. Feliz año nuevo, Sage. Deanne no dirigió una sola palabra a Sage, ni siquiera una mirada, y la puerta se cerró de un golpe tras ella. 17
Los gruesos y pesados copos se acumulaban con rapidez, formando una suave manta blanca que cubrió el coche en cuanto salió a descubierto. El calor de los ventiladores puestos a toda potencia los deshizo sin problemas y empezaron a correr hilillos de agua que bajaban desordenadamente por el parabrisas. -Se ha confirmado lo que dije, Sage no te ha quitado los ojos de encima. -No ha cambiado nada, Jodie. Ya te conté que lo había cortado de raíz. Deanne intentaba no sentirse molesta con ella; después de todo no podía saber lo incómoda que la hacía sentir Sage. Además, Jodie no era una ingenua que viviera en una burbuja. Sin duda, también lo había pasado mal. -Noté algo extraño cuando nos íbamos. No quiero parecer posesiva pero me gustaría saber qué pasaba. -Tienes derecho a saberlo. Yo era tu pareja esta noche. Me pidió que me quedara y que la dejara acompañarme a casa. Jodie, no sientas celos de alguien como ella. Sólo soy un reto para ella, nada más. Estoy segura. Simplemente, no está acostumbrada a que las mujeres no caigan rendidas a sus pies. -No sólo tiene una mirada matadora, sino que además le sobre el dinero. Son muchos puntos a su favor. -Pero estoy aquí contigo. -Sí. Jodie se decantó hacia el lado de Deanne, contenta de haber conservado el viejo Buick, con sus asientos tan íntimos y estrechos. -Entonces, es ella la que puede sentirse celosa de ti, ¿no? Aceptó sonriendo el abrazo de Jodie, que las gruesas chaquetas estorbaron bastante. Sus tiernos besos no tardaron en alcanzar el límite que Deanne había impuesto en las últimas semanas, pero una nueva confianza llevó a Jodie a sobrepasarlo. La besó con más pasión envolviéndola en un abrazo más estrecho. Deanne se sorprendió a sí misma cuando se dejó ir, separó los labios y la beso a su vez. Y todavía sorprendió más a Jodie cuando se abrió la chaqueta para dejar paso a sus manos. Los besos de Jodie se trasladaron al hueco más íntimo del cuello y fueron bajando, mientras sus manos acariciaban cálidamente la tela del chándal. -Vayamos adentro –susurró. -Quiero que me hagas el amor –dijo suavemente Deanne al tiempo que acariciaba el pelo mechado de canas de Jodie. Una mezcla de excitación y asombro se apoderó de Jodie. -Oh, Dee –musitó haciendo un esfuerzo por contener su emoción-. Hace tiempo que lo espero. Cuando vio que Deanne se desabrochaba el chándal, Jodie supo que tendría que ser ahí en el coche, que no estaría desnuda bajo unas sábanas limpias junto al cuerpo escultórico de Deanne, aspirando su olor tan dulce. Pero ¿cómo podía negar a sus manos, que ya habían empezado a explorar bajo las capas de ropa, la oportunidad que se les presentaba? ¿Cómo podía refrenar sus labios? Después de todo, era ella y no Sage Bristo quien recibía la calidez de Deanne Demore; era su boca y no la de Sage Bristo la que probaba la dulce ternura de sus pechos. -Jodie, me siento tan bien. -Deanne –dijo con miedo-, tú sabes que te quiero. -Sí, lo sé. Jodie disfrutó del murmullo de las palabras tan cerca de su oreja y no quiso pensar en que no hablaban de amor. La humedad que notó cuando deslizó su mano por debajo de las bragas era recompensa suficiente. La acarició con ternura al tiempo que expresaba todo su amor con los labios. Los gemidos que oyó sabía que le estaban dedicados. Deanne la acompañó con sus movimientos, guiándola, y durante un rato las caricias de Jodie la complacieron, pero cuando desapareció la humedad que Sage había provocado, el placer dio paso al escozor. Intentó que Jodie se moviera más adentro
y acentuó los embates de las caderas. Por más que lo intentaba, no lograba borrar de su mente la imagen de Sage y si cerraba los ojos todavía era peor. Todos sus pensamientos se hilvanaban en torno a Sage. Aún podía oler su perfume y de nada servía que sumergiera la cara entre el pelo de Jodie. Finalmente, Deanne puso su mano sobre la de Jodie e hizo que se detuviera. Si no podía correrse estimulada por Jodie, no se correría con la imagen de Sage. -Me has hecho sentir muy bien, Jodie. Me he sentido querida –le dijo abrazándola muy estrechamente mientras le acariciaba la cabeza con ternura. -Quiero pasar la noche contigo, sentir que estás acostada a mi lado y quererte como te mereces. -Esta noche no. Sage estaba echada boca arriba n la cama, sola, con un brazo sobre los ojos, aunque cubrirlos no impedía que las imágenes se sucedieran. Visiones de Deanne en los brazos de Jodie, en los mismos lugares en los que ella la había acechado. La boca de Deanne aceptando hambrienta los besos de Jodie. Las manos de Jodie quitándole la ropa con prisa, tocándola donde sólo las caricias de una amante eran bienvenidas. La mujer que tanto deseaba, excitada hasta las más altas cimas de la pasión, suspirando por la liberación del orgasmo. Una liberación que Sage le habría procurado, dulce y completa, con sólo que sus manos pudieran estar en el lugar de las de Jodie, con sólo que su boca tuviera acceso a aquel cuerpo tan notable. Las visiones eran tortuosas y le provocaban un dolor que no recordaba haber sentido antes. Era una sensación tan intensa que superaba el dolor físico, e incluso la torturaba más que la soledad. Intentó poner en marcha el mecanismo que los años de práctica habían automatizado, pero sólo consiguió una molesta rigidez en el cuerpo. Insensibilizarse al dolor, preservar la objetividad y mantenerse en territorio seguro. Dejar que suceda lo que deba sucedes, se recordó a sí misma. No intentar impedirlo. No intentar impedir lo que no se puede cambiar. Intentó desencadenar el proceso de forma consciente. Pasará. El dolor es momentáneo. Pasará. Siempre le había dado resultado. Sage se volvió de lado sobre la almohada mojada en un intento de borrar las huellas de llanto, incapaz de controlar un corazón renuente a cooperar. 18
Deanne estaba acurrucada bajo el edredón pesado y viejo, y abrazaba con fuerza la almohada. Se desperezó disfrutando del calor de la cama, cerró los ojos y volvió a acurrucarse todavía más, hasta quedar hecha un ovillo. A pesar del bienestar físico, había dormido muy poco. Su mente, perturbada, la había despertado a las pocas horas de conciliar el sueño que tan evasivo se había mostrado. Haciendo un esfuerzo, alcanzó el teléfono y apretó el botón de marcado automático. -Jodie Brandt –dijo una alegre voz al otro lado de la línea. -Voy a verte. Tengo que hablar contigo. ***
Jodie salió a recibirla con su permanente sonrisa y le ofreció un vaso de zumo. -Siéntate. El almuerzo está listo. Mirarla a los ojos la hacía sentir incómoda pero se obligó a hacerlo. Su piel siempre tan tersa le causaba admiración. Sólo con que se tiñera el pelo, parecería tan joven. Pero a Jodie no le quitaban el sueño preocupaciones tan agobiantes como el miedo a envejecer. No le gustaba inmiscuirse en el curso natural de las cosas. En la vida, había cosas más importantes como mantenerse lejos del alcohol. El respeto que sentía por Jodie le hacía aún más difícil cumplir con el propósito que la había llevado allí. Pensar en las dificultades de Jodie siempre conseguía que las suyas le parecieran menores. -No vas a querer invitarme a tu mesa cuando oigas lo que tengo que decirte. Jodie estaba sentada frente a ella bebiendo su café con expresión pensativa. Sus ojos azul oscuro se clavaron en los de Deanne por un instante pero enseguida se dulcificaron. -DeDe, ya sé que no estás enamorada de mí. Eso es algo que no puede simularse, o por lo menos tú no puedes. El alivio fue inmediato. Deanne apoyó la frente entre las manos y permaneció en silencio. Jodie ya estaba de pie a su lado. Le cogió la cabeza entre sus manos con cariño infinito y la atrajo hacia sí.
-Creo que por un tiempo me convencí de que podría funcionar, pero en lo más íntimo siempre lo he sabido –dijo tranquilamente. -Lo siento. Deanne se abrazó a sus delgadas caderas y apoyó la cabeza en su vientre tapizado de vieja franela azul. -Sabía lo que sentías y me he aprovechado. Estoy segura de que he echado a perder nuestra amistad – murmuró abrazándola aún más fuerte mientras se secaba las lágrimas. -Haría falta mucho más que eso –replicó Jodie acariciándole con sus dedos la cabeza-. Nuestra amistad puede aguantar eso y más. Tú lo sabes. Si no, no habrías venido a verme hoy, ni durante mucho tiempo. -¿Por qué es tan extraña la vida? –dijo Deanne enjugándose las lágrimas. Luego, abrió los brazos y miró a Jodie con expresión preocupada-. Si hay alguien en el mundo de quien debiera enamorarme, ésa eres tú. -Esas cosas no se pueden forzar. Si hubiera habido alguna posibilidad, habríamos estado juntas antes incluso de que os juntarais Angie y tú. Cogió el plato de Deanne y lo puso en el microondas, mientras Deanne se maravillaba en silencio de los muchos años que hacía que su amiga más leal la amaba. Más de seis, que ella supiera. -Aunque te habría tratado mucho mejor. -Lo has hecho. A menudo he intentado imaginar cómo habría sido mi vida si hubiera estado contigo en lugar de vivir con Angie. ¿Por qué me enamoro siempre de quien no debo? Jodie se apoyó en el mármol y observó preocupada a la mujer que tanto amaba. El sol se reflejaba en su pelo, del que ella se solía reír diciendo que era la versión de Dee de una Tina Turner doméstica. Una mujer con tanto talento desperdiciado, con tanto amor despreciado. ¡Cómo la quería! -Te va a arrancar el corazón del pecho. La advertencia la sobresaltó. -No puedo ser tu amante y menos aún la suya. Por razones diferentes, pero... El plato de comida caliente que Jodie le puso delante fue una buena excusa para no acabar la frase. -He visto cómo la miras –insistió Jodie entre cucharadas. -¿Cómo? -Como una adolescente embelesada. Te sonrojas hasta cuando crees que te está mirando. -No es verdad. -Sí lo es. Ahora mismo lo estás. -Porque me estás avergonzando. Centró la atención en el plato mientras notaba que el calor de la cara se extendía hacia el cuello. -No me es fácil ser objetiva, lo admito, pero creo que tú tampoco lo eres. Puede que por fuera te comportes de manera intachable pero sospecho que la procesión va por dentro, ¿no es así? -Estoy siendo objetiva. No me olvido de que a mi edad llamar la atención de alguien como Sage Bristo es muy halagador y nunca he pensado que una relación pueda basarse en algo tan banal como es el halago. Nunca habría estado con Angie si sólo me hubiera atraído una cosa así. ¡Dios mío! Eso me dice algo. -Te dice que el amor, o el deseo, puede hacer enloquecer al más prudente. Angie tampoco te convenía por varias razones, pero en el momento no las podías ver. De todas maneras, lo más inquietante es que te quedaras a su lado cuando finalmente las viste. -Al principio todo iba bien. Era muy cariñosa. La relación se fue deteriorando tan gradualmente que apenas me di cuenta de lo que ocurría, sólo sufría las consecuencias. Si hemos de ser juntas, me corresponde la mitad de la culpa. -No lo creo, Dee. Tú única culpa fue no dejarla antes. Abrió el grifo del agua caliente para empezar a lavar los platos mientras Deanne recogía la mesa. -Lo que más me molesta –dijo con una voz teñida de una notable amargura-, Deanne,
es que todavía te resistas a considerarla la gilipollas egoísta que ha demostrado ser, después de todas las veces que has tenido que esconderte aquí para escribir, después de todas las mentiras y todo el sentimiento de culpa que has tenido, y ¿para qué? Lo único que querías es poder cultivar ese don que te honra y del que te nutres. No puedo soportarlo. -Lo siento, Jodie. He sido una carga durante tanto tiempo. -No eras una carga –replicó Jodie en un tono mucho más dulce mirándola a los ojos-. Lo que pasaba es que veía como mi alegre e independiente amiga se convertía en una prisionera social reprimida que agotaba sus fuerzas intentando que su compañera no tuviera otro de sus ataques de furia. No sabes lo doloroso que ha sido para mí. No soportaría volverte a ver pasar por lo mismo. -Me he recuperado y no tengo ninguna intención de volverme a dejar atrapar en una situación como ésa. Con el trapo en la mano, Deanne esperaba a que Jodie enjuagara los platos. -Me preocuparía lo mismo aunque no estuviera enamorada de ti. Creo que Sage ha rondado tantas veces tu casa que llegaría antes ella dormida que yo con la moto. Aunque el tema la hería, Jodie quería ver sonreír a su amiga y lo consiguió. Deanne le ofreció una de esas sonrisas suyas que empezaban en los ojos y acababan con una risa argentina. Para Jodie eran un placer exquisito, comparable a la alegría de ver un hermoso pájaro en el alféizar de la ventana, aunque supiera que pronto alzaría el vuelo. Disfrutaría mientras pudiera. -Vuelves a reírte como solías hacerlo. Ya no tienes que preocuparte por tener la aprobación de nadie excepto la tuya, Deanne. Eres libre de emplear tu tiempo en la lectura, la escritura o el gimnasio, lo que te venga de gusto. Nadie que no te aprecie por lo que eres merece nada de ti –añadió sonriendo-. Necesitas rodearte de gente positiva. -Eso he hecho y me siento realmente bien. -También con Sage. -¿De verdad crees que con sólo que me chiste, voy a volverme loca y meterme en su cama de un salto? -Creo que si lo hicieras, para ella no significaría lo mismo que para ti. Las mujeres como ella sólo buscan pasárselo bien. Consiguen lo que quieren, se apuntan el tanto y a continuación vuelven a pensar en la próxima conquista. -Tienes el mismo concepto de mí que Angie. La ira que contenían sus palabras había tardado años en poder mostrarse, pero ahora que salía a la superficie se expresaba con una facilidad que rayaba lo excesivo. -Eso no es verdad, Deanne, y no hace falta que yo te lo diga. Es tu sensibilidad, la forma en que te apasionas y lo das todo lo que me preocupa. -¿Era eso lo que te preocupaba anoche? Cada vez le era más difícil refrenarse, incluso cuando como entonces estallaba sin motivo. Jodie, incapaz de disimular sus emociones, la miró con los ojos brillantes. -Eso no es justo y tú lo sabes. El dolor que Deanne vio en su amiga hizo lo que no había podido hacer por sí misma. -No lo es... No quiero hacerte daño, Jodie. –Sonrió arrepentida-. Quizás deberíamos casarnos. Nos peleamos como un matrimonio de viejos y seguramente nos queremos la una a la otra tanto como esas parejas eternas. -Si algún día llegara a pensar que de verdad lo quieres, no tendrías que decirlo dos veces. -Nunca ha sido mi intención despreciarte. He estado demasiado inmersa en mis propios problemas, en mi infelicidad, para darme cuenta de lo doloroso que ha sido para ti. –Se quedó mirando el trapo y el ribete tan bien planchado que lo rodeaba-. Perdóname por ser tan egoísta, Jodie. Siempre he sabido que podía contar contigo para que me apoyaras y me animaras. Me hubieran tenido que ingresar en el loquero si no hubieras estado aquí con toda tu fuerza y tu saber hacer. No podría decirte lo mucho que nuestra amistad significa para mí, pero si te hace daño, dímelo. -A veces casi te odiaba por como me hacías sentir. A menudo soñaba con que la siguiente discusión fuera tan horrible que te presentaras aquí a media noche. Luego me pasaba días enfrentándome al sentimiento de culpabilidad que me provocaba ver cómo sufrías. Veía tus lágrimas y me decía que haría lo que fuera para que desaparecieran. Sólo quería que fueras feliz, aunque no fuera conmigo, aunque eso
significara volver con Angie. Deanne cogió las manos de Jodie entre las suyas. La expresión que veía en aquellos ojos azules oscuros era un recuerdo agridulce de cómo habían sido los primeros días, antes de que las peleas y los abusos lo estropearan todo. Habían recorrido un largo camino juntas. Jodie se la quedó mirando, con los ojos brillantes de la emoción. -Puedo decirte incluso cuál fue el momento exacto en el que supe que me habías cambiado para siempre. -Dímelo. -¿Recuerdas aquella muñeca que tu abuela te regaló? -La que Angie rompió en un ataque de celos –dijo Deanne asintiendo con la cabeza-, sólo porque sabía lo mucho que significaba para mí. -Cuando apareciste en la puerta con los trozos en una caja –dijo y, bajando la mirada, apretó la mano de Deanne. -Te pasaste horas ayudándome a pegar todos los trozos para reconstruirla. -Viéndote colocar las piezas con tanto cuidado supe que me habías robado el corazón para siempre. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Deanne. -Me has querido todos estos años sin decírmelo. -Siempre te querré, dondequiera que estés y con quienquiera que estés. 19
Una sorprendente variedad de colores veraniegos salpicaba el exuberante verdor, surgiendo aquí y allá entre las rocas de los jardines que se alineaban a ambos lados de los senderos del atrio de Longhouse. Deanne enfocó manualmente la lente de su Hassey y disparó. La hora del mediodía era perfecta. Un chorro de luz natural se filtraba por la pirámide de cristal que cerraba el techo del atrio, haciendo resaltar los delicados matices de los azules, los púrpuras y los rojos. Las fotos quedarían perfectas, de postal, para mayor prestigio del diseñador por su buen gusto y de ella misma por su arte fotográfico. Estaba contenta de haber aceptado el trabajo, a pesar de que se pareciera tanto a una irresistible zanahoria colgando delante de un caballo perezoso. Quizás, a pesar de todo, traería a sus padres a conocer el sitio. Todo el complejo de casas y jardines era una obra impresionante que había conseguido un entorno que para muchos sólo puede existir en sueños. Tenía que admitir que le causaba cierto orgullo saber que un lugar tan notable era el resultado de la concepción de Sage y la profesionalidad de Kasey como contratista. Tiró otra instantánea antes de tomar el sendero que llevaba directamente al primer piso, donde habían quedado para comer. Encontró a Sage y a Cimmie en una mesa apartada con vistas a la zona sur de los jardines. El tintineo del agua derramándose alegre sobre las rocas y saltando hasta unos pequeños estanques naturales que había debajo daba una sensación de calma instantánea. Era el encargo menos estresante que había realizado en toda su vida y eso se reflejaba en su cara. -Sage, este sitio es increíble. Estoy realmente impresionada. -Y pensar que he tenido que contratarla para que viniera –comentó Sage mirando a Cimmie. -¡Ya está bien! –dijo Deanne riéndose-. Tarde o temprano habría acabado viniendo. -Habría preferido más temprano. -¿Has podido hacer buenas fotografías? –preguntó Cimmie. -Mi tía Margaret sería capaz de hacer buenas fotografías aquí, y eso que todavía no ha conseguido sacar ninguna sin cortar varias cabezas. La sonrisa de oreja a oreja que iluminó el rostro de Cimmie demostraba auténtico regocijo. Deanne se relajó ante la calidez del trato. En apenas dos horas, habían encontrado una camaradería que suele tardar meses en establecerse. Cimmie era un encanto; de mentalidad abierta, ingeniosa en la conversación y con un desparpajo alegre en su forma de expresarse. La otra cara de Sage. Las dos hermanas componían un fascinante claroscuro que ponía de relieve cada una de aquellas personalidades complementarias. Deanne paladeaba cada minuto en su compañía. -No te engañes con ella –decía Sage-. Publica artículos en varios periódicos y escribe para una revista de tirada nacional. Además, ha escrito no sé cuántos cuentos cortos. ¿Sabes que tu padre me dejó leer uno?
-Me lo imaginaba. Está muy orgulloso de mí, pero diría que no es un crítico objetivo. -Yo tampoco lo debo ser, porque me encanta como escribes. No sé cómo lo haces en tan pocas páginas, pero conseguiste que me metiera en el relato y me sintiera como un personaje más. ¿Has publicado? –preguntó Cimmie. -Dos veces lo he intentado –contestó Deanne negando con la cabeza- y dos veces me han rechazado. Es bastante humillante. -¿Eso es todo? Para pescar hay que meterse en el río hasta las rodillas. ¿Vas a seguir intentándolo, verdad? La mujer que les servía retiró los platos de la ensalada y empezó a servir el segundo plato. -Hace años que perdí la confianza necesaria para hacerlo. Sage, me encanta la lasaña pero no puedo comerla. -Sí que puedes, y también el pastel de queso que tenemos de postre. Los han preparado especialmente para ti, sin lactosa. -Oh, hace años que no me doy este gustazo. Ha sido todo un detalle por tu parte, Sage. -Resulta que a Cimmie también le encanta la lasaña. -Y que quede entre nosotras, nos hemos zampado unos cuantos pasteles de queso – añadió Cimmie-. En la tranquilidad de la noche, cuando estar juntas era más importante que ninguna cita amorosa. -Así que cuando sientas deseos de darte un gustazo, no tienes más que avisarme –se apresuró a decir Sage. Cimmie sonrió ante lo que sospechaba que era otra de las indirectas no muy sutiles de su hermana. Se lo confirmó que Deanne desviara la mirada. Nunca había visto a su hermana en acción. Era todo un espectáculo con el que estaba disfrutando. Diplomática, pensó Deanne. Había introducido con gracia todas las indirectas del día en el curso de una conversación por lo demás absolutamente correcta, de manera que surgieran de forma natural a medida que iban cumpliendo el plan del día. Cimmie era una mujer despierta a la que no le podían haber pasado por alto, pero no le importaba. Le gustaba mucho. Se sentía a sus anchas en su compañía. Los sentimientos de Cimmie hacia su hermana eran tan evidentes que sin darse cuenta Deanne había empezado a ver a Sage a través de su hermana. Su amor y su lealtad estaban fuera de toda duda. Había desaparecido cualquier rastro de reserva o emoción reprimida, e incluso la sospecha de hipocresía que normalmente acechaba en la mente de Deanne siempre que Sage estaba cerca. Tenía ante sí una refrescante nueva versión de Sage Bristo y decidió disfrutar de ella aunque sólo durara un día. -Enseguida vuelvo –dijo Deanne-. Estoy viendo algo que me gusta. Cogió la cámara y el trípode, y se encaminó hacia un rincón dl comedor. -Me parece que te pasa lo mismo –la pinchó Cimmie viendo como los ojos de Sage seguían con mirada ávida la figura de Deanne alejándose. -¿Tanto se nota? –preguntó volviéndolos con malicia hacia Cimmie, donde reposaron tranquilos. -Que seas lesbiana no explica las molestias que te has tomado durante todo el día ni la sonrisa que no se te borra de la cara. Algo debe de estar pasando cada vez que sus ojos se encuentran con los tuyos, porque no te había visto nunca así. -Eso es porque nunca me había sentido así. -¡Sage! –exclamó Cimmie con una sonrisa sorprendida que se le salía de la cara-. ¡Cuéntamelo! ¡Hace tanto tiempo que esperaba una cosa así! Sage se echó hacia atrás con un suspiro y pasó un brazo por encima del respaldo. -Veo que te alegras. -¿Cómo no? -¡Dios mío, Cim, ha invadido mi vida! –exclamó sacudiendo la cabeza mientras suspiraba una vez más-. NO hago nada más que pensar en ella. Sus ojos me dejan atontada. Su sonrisa me rinde. -¿Se lo has dicho? ¿Te has acostado con ella? – preguntó Cimmie emocionada. -Sí, y no. Se lo he intentado decir pero ni siquiera he podido besarla. -¿No te has acostado con ella y ya te sientes así? Esto es mejor de lo que pensaba. Siempre he pensado que te enamorarías perdidamente, pero ¡vamos! –se rió-, esto es
como volar sin alas. -Y en la caída voy a perder las plumas –el rostro de Sage había perdido la alegría de hacía un momento-. No quiere oír hablar de nada que vaya más allá de ser mi pareja en los juegos de cartas. -No sé si me rendiría tan fácilmente en tu lugar – dijo al tiempo que le hacía una señal con los ojos avisándola de que Deanne se acercaba. -¿Ha conseguido sobrevivir mi postre entre dos monstruos de los pasteles de queso? Cimmie señaló unas gotas de agua en el mantel. -El rastro de las babas –dijo-. Lo has salvado en el último momento. Deanne rió y le apretó la mano. -¿Cómo está tu padre, Deanne? –preguntó Sage. -Increíblemente bien. Utiliza el carrito los días en que se encuentra peor. Mi madre está siguiendo el régimen especial que le mandó tu dietista. -Aquí tenemos residentes con artritis que cuentan maravillas de esa dieta. -Te estoy muy agradecida, Sage, pero deberías decirme cuánto te debo. -Nada. -No quiero discutir. ¿Por cuánto se alquilan esas cosas? -¿Por qué no me dejas que haga algo por ti? -Entonces no te cobraré nada por las fotos de hoy. -De ninguna manera. -Callad un momento, las dos –intervino Cimmie levantando las manos en señal de paz-. Deanne, el carrito no se está utilizando aquí, así que acéptalo en préstamo. Y tú, Sage, págale el material y acepta los servicios de Deanne. -Es un buen elemento –respondió Deanne mirando a Sage. Sage asintió dedicando una sonrisa a su hermana y le tendió la mano a Deanne en señal de acuerdo. -Sí que lo es. -Disculpe, señorita Bristo –dijo una empleada joven acercándose con cierto recelo a la mesa-. Siento tener que interrumpirla pero necesitaría hablar con usted. -¿Estás segura de que no es algo que puedas solucionar tú sola? -Sí. No la habría molestado de no... -Bien. No pasa nada. Señoras, con su permiso. -Aquí la estaremos esperando, señorita Bristo –se burló Cimmie. -Mírala –dijo Cimmie cuando estuvo segura de que Sage no podía oírla-. Nadie podría dudar quién manda aquí. -Casi esperaba que se formara un charquito debajo de la pobre chica. Cimmie se rió y empezó a rebuscar en su bolso. -Descríbeme a mi hermana en una sola palabra. -¿Una sola? Mm, difícil me lo pones. ¿Primorosa? -Orgullosa, arrogante, seductora. Esas son algunas de las respuestas que me habían dado. Primorosa me gusta –dijo, y sacó una foto de la cartera-. Es una excelente mujer de negocios. -Eso es trampa, me habías dicho solo una palabra. -¿Qué crees que haría el personal si viera esto? – Cimmie se rió y le pasó una fotografía en color bastante vieja-. Sage Bristo, la sofisticada mujer de negocios neoyorquina. Deanne empezó a reír nada más echarle un vistazo y cuando Cimmie se le unió, todavía rió con más ganas. -¡Con el pelo largo! –exclamó, desternillándose. Las ondas de la larga melena castaña de una sage de siete u ocho años habrían sido bastante para hacerla sonreír, pero el resto de la foto parecía una comedia de despropósitos. -Según la reglas familiares –explicó Cimmie, enjugándose las lágrimas-, el domingo había que vestirse de punta en blanco para todo el día. Nunca entendimos por qué. Una vecina captó a la sheriff Sage en acción cuando había atrapado a su hijo fugitivo. Deanne no podía parar de reír. La pequeña sheriff Sage, con la pistola al cinto y una rodilla desollada doblada sobre el escalón del porche, había reducido a su cautivo pasándole por el cuello la falda de su vestido rosa floreado. Estaba a punto de estallas. Deanne no recordaba haberse reído tanto.
-Convirtió una regla estúpida en algo útil –dijo secándose las lágrimas de las mejillas. -Prométeme que no le contarás que te la he enseñado –consiguió articular Cimmie entre risas-, por lo menos de momento. -Ssssch, sssch. No deja de mirarnos. -No sabes la de veces que la he amenazado con enseñar esta foto. No sé por qué lo he hecho ahora. Me ha salido sin pensar. -La risa me ha dejado nueva. Cimmie guardó la fotografía en un lugar seguro. -Quiero a mi hermana con toda mi alma. Me gustaría que pudiera disfrutar de algo así. –La sonrisa de Cimmie se disolvió en una expresión meditabunda-. No ha tenido muchas oportunidades para la alegría en su vida. Espero con todo mi corazón que eso esté cambiando. -Es evidente que tenerte aquí la hace feliz. Hay algo extraordinario entre vosotras dos. -Mi hermana y yo somos supervivientes, Deanne. Siempre hemos encontrado en la otra lo que necesitábamos: fuerza y compasión, pero ahora tenemos que buscar la manera de superarlo. Nuestros caminos tenían que separarse algún día; el camino de la felicidad tiene que recorrerse en solitario. –Cimmie miró con adoración hacia donde estaba su hermana-. Mi camino siempre ha sido el más fácil, en gran parte gracias a Sage. Desde que recuerdo, siempre hizo todo lo que una niña podía hacer para evitarnos el dolor. – Deanne observó que los ojos de Cimmie retrocedían en el tiempo recordando el dolor-. Sage me envolvía con su cuerpo y daba la espalda a la cólera de mi padre. Todavía puedo notar las sacudidas de su cuerpo al recibir los golpes y era yo la que lloraba. Deanne supo que las lágrimas que veía en sus ojos eran producto de un amor forjado en el fuego de un dolor emocional desgarrador. La profundidad de ese amor era inconfundible. El silencio se instaló entre ellas, un silencio más preñado de significado que cualquier discurso. Deanne cubrió con su mano la de Cimmie y la apretó con cariño. -Hay alguien muy especial esperándola –dijo Cimmie con una sonrisa-. Se merece a alguien muy especial. Sage recorrió con pasos rápidos y seguros la cuesta que daba al primer piso. -Es muy reservada. Si hay algo que necesitas saber, se lo tendrás que preguntar a ella –añadió Cimmie en un rápido murmullo. Una fina capa de nieve reciente cubría las pisadas antiguas y crujía bajo sus pies. Sage y Deanne paseaban por el camino que se alejaba de las casas de los residentes. -Cimmie tenía que hacer algunas llamadas pero me ha hecho prometer que te enseñaría el lago. -Este lugar exalta mi mente. Tienes todo el derecho a sentirte orgullosa de lo que has conseguido. -Es un tributo a mi abuela, conforme a nuestra tradición de Hodinonhsonik, constructores de casas. Ha sido su dinero lo que lo ha construido. Y Kasey. Sin ella, habría estado perdida. -No puedo creérmelo. Que te encontraras perdida, quiero decir. Sage sonreía tranquila, casi con dulzura. -¿Te importa que tengamos compañía durante el paseo? Deanne levantó la vista y descubrió al autor de las extrañas huellas. El gran bayo aceleró el paso al ver que Sage le animaba a acercarse. -Niio pasea conmigo todos los días. Es el confidente perfecto. Le puedo contar cualquier cosa con la seguridad de que será discreto. Es un perfecto caballero. – Sonrió y le acarició entre los enormes ojos marrones, a lo que el caballo respondió con una cabezada de agradecimiento-. Incluso te lleva a casa montada en el lomo si estás cansada. -Es precioso –dijo Deanne acariciándole la nariz de terciopelo-. Y va muy elegante con su traje de invierno. Sage sonrió mirando las gualdrapas de color granate y verde que cubrían su enorme lomo. -Tuvo una vida muy dura hasta que nos conocimos pero ahora tiene siempre lo mejor. -¿Cómo le has llamado?
-Niio. En iroqués significa “así sea”. ¿Crees en presagios, Deanne? -Creo que sí. -Niio fue el mejor presagio. Me dispensó el mejor de los recibimientos y montada en él me enseñó todo lo hermoso que encierra esta tierra. Galopamos hasta agotarnos y supe que este era el lugar que me correspondía. -Me parece fascinante. Cuéntame más cosas –dijo Deanne y se quedó esperando. Cuando vio que a Sage le costaba seguir, decidió ayudarla-. Creía que eras de origen italiano. -En parte, sí, pero mi abuela era una seneca pura. -¿La misma a la que le dedicas todo esto? Sage asintió y se puso a acariciar el potente cuello de Niio. -¿Cómo era? -Era la mujer más sabia que he conocido. Procedía de un poderoso linaje de mujeres senecas. Las mujeres gobernaban las casas comunales, cultivaban los campos y criaban los hijos. Ellas escogían y nombraban –dijo enarcando una ceja para dar énfasis- a los hombres que habían de ser sachem, o jefes de los clanes. Decidían incluso si los prisioneros de guerra iban a ser adoptados o ajusticiados, y basaban su decisión en la manera en que corrían por un pasillo de mujeres que los baqueteaban. A veces me pregunto si no habré nacido en una época equivocada. Creo que te habría gustado conocer a NaNan Bristo. Era como una chamán para su gente, una mujer sagrada, mística y llena de sabiduría. Los valores que ella sustentaba nos harían a todos mejores. -¿Estuvisteis muy unidas, verdad? -Ella me crió y me dio su cariño. Albergó mi alma y mi cuerpo a salvo de todo mal. -¿Cómo? -Mi padre habría acabado por matarme, o yo a él. Siguieron andando y traspasaron la pequeña cima de la loma. Frente a ellas apareció una vasta extensión de tranquilidad helada, la naturaleza luciendo sus mejores galas de invierno. Un manto suave de nieve virgen borraba los límites entre el bosque y la orilla, las rocas y el agua. Las ramas de los enormes pinos, de un verde intenso, caían graciosamente vencidas por el peso de la nieve. Caldeado por el sol de mediodía, un gran cúmulo de nieve se deslizó desde una rama ante su vista, rompiéndose en mil pedazos, que salpicaron el liso manto que cubría el suelo. El sol de la tarde, ya bajo en el cielo, arrancaba cálidos brillos en el paisaje invernal. -La naturaleza se exhibe –dijo Deanne sonriendo-. Debería haberme traído la cámara. -Esta zona no la tocaré. La dejaré a merced de la madre naturaleza, a excepción de la casa. Creo que se construirá aquí, en la orilla norte. Kasey se está impacientando conmigo porque todavía no he escogido los planos. -Si tuviera dinero para construir una casa a mi gusto, creo que no podría estar quieta... -Construir una casa cara no quiere decir tener un hogar. Para eso sería necesario que la persona amada la compartiera y también todo esto –añadió señalando a su alrededor- y el espectáculo de los rosas del amanecer. Sage hablaba de unos valores antiguos y legítimos que el mundo que hoy juzga la calidad de vida por su valor monetario ha dejado de tener en cuenta. Deanne dejó que el silencio se prolongara serenamente. La soledad que advirtió en las palabras de Sage la sorprendió. Siguió contemplando el lago y soplándose las manos para calentarlas. -Toma –dijo Sage quitándose los guantes y ofreciéndoselos. -Esta vez no voy a discutir. Gracias –contestó Deanne deslizando las manos en el interior de la cálida y suave piel. Se miraron divertidas viendo las puntas caídas y vacías de los guantes. -¿Qué crees que opinaría tu abuela si viera este lugar? Sage observó aquel paisaje de ensueño. -NaNan sabía apreciar la perfección de la naturaleza de manera innata. Le gustaba revolver en los jardines y hundir las manos en la tierra. Sabía que era de la naturaleza humana de lo que tenía que desconfiar. De mí no esperaba ni menos ni más de lo mejor que fuera capaz de dar. Cuando lo hubiera visto y asimilado todo, adoptaría una postura orgullosa, me miraría a los ojos y diría: “Bien hecho”.
Luego, no pasaría un minuto antes de que me recordara que la tierra no nos pertenece, que tan sólo somos sus cuidadores –Sage bajó la mirada y, aunque sus ojos expresaban tristeza, esbozó una tímida sonrisa-. Entonces tomaría mis manos entre las suyas y me contaría historias de las casas comunales, de las verdaderas longhouse, y de las mujeres cuyo nombre adoptaron los clanes. Me hablaría de la mujer guerrero que se le presentaba en sueños y luchaba junto a los hombres para proteger a su pueblo. Una visión fugaz pasó por la mente de Deanne y se desvaneció antes de que pudiera identificarla. Intentó recuperarla pero en vano. Ya le había pasado otras veces y siempre la dejaba con un raro sentimiento de angustia. Esta vez, sin embargo, cuando miró a Sage la angustia se vio contrarrestada por otro sentimiento más intenso. Quedó paralizada ante la clara conciencia de la profundidad de los sentimientos y del amor que albergaba aquella mujer. Recordó la noche del juego después de hablar de su abuela y la extraña preocupación que le había suscitado. -Me entristece pensar que no la conoceré nunca. Siento que me gustaría saberlo todo acerca de ella, aunque tú me haces sentir como si la hubiera conocido. Significaría mucho para mí escribir sus historias. Creo que es importante que se conserven para que otros las puedan compartir. -Tradicionalmente, los indios las transmitían verbalmente de generación en generación, mediante relatos de los mayores. Así es como las trasmitiré a los hijos de Cimmie y como espero que ellos las trasmitirán a los suyos. Pero si pasara algo y no pudiera... ¿Podrías utilizarme para escribirlas? -¿Qué tal estás de memoria? -Sus relatos son todo lo que me queda de ella. Los he conservado intactos. -Procúrate una grabadora pequeña y cada vez que te acuerdes de algo, te paras un minuto y... -Hablo conmigo misma –acabó la frase sonriendo. -No, hablas conmigo, a cualquier hora del día o de la noche. -¿De verdad tenemos que hacerlo con una grabadora? -Niio –dijo Deanne acariciándole la amplia curva de la quijada-, tu amiga es imposible. 20
Sage echó la cabeza hacia atrás para sentir el frescor de la toalla húmeda que tenía en torno al cuello. La media parte en cada partido se le hacía más corta. Volvió a echar un vistazo al marcador antes de unirse a sus compañeras para lanzar los últimos tiros de calentamiento. Dos puntos de ventaja no eran nada, sólo servían para garantizar que el otro equipo saliera a pelear con más fuerza en la segunda parte. Con la toalla todavía al cuello, una pelota y la sonrisa dentuda de Chinita la recibieron en la línea de tiro libre. -¿De dónde ha sacado Sharon a las preciosidades que la acompañan esta noche? – preguntó. Desconcertada, Sage siguió su mirada hacia la gradería. -Se ha traído tres golosinas. ¿No pensará negarse a compartirlas? Sage sonrió divertida. No le sorprendería que Chinita estuviera más interesada en detectar mujeres bonitas que en ganar un partido de baloncesto, aunque fuera la final del campeonato y sólo tuvieran una sustituta en el banquillo. Tampoco la sorprendía que a ella misma le sentara bien la distracción. -No nos dejarán ni probarlas –le contestó-. Las dos de en medio están casadas. Chinita dio un paso y saltó perezosamente. -¿Y han decidido conocer el apasionante mundo de las lesbianas? -No, casadas la una con la otra. Sage lanzó otro tiro libre. -¿Qué? Chinita miró de nuevo hacia las gradas y vio que Kasey y Connie se levantaban a estirar las piernas. -¡Oh, no! –exclamó haciendo una mueca-. Ese tipo de mierda debería estar prohibido por la ley lesbiana. Despedirse dando la exclusiva. Se supone que la buena miel tiene que derramarse para que todas podamos lamerla. -Eres la perversión personificada, Chinita. –Sage, que la quería hacer rabiar, le
robó una pelota y la lanzó-. Nadie tiene la lengua tan sucia como tú, por eso eres la reina. Chinita se rió y saludó a Deanne agitando los brazos. -¿Conoces a Deanne? -¡Ajá! –asintió y se apoderó de la pelota cuando Sage ya alargaba los brazos-. Era la mejor base de toda la liga hace unos cinco años. Saltaba como un demonio y se movía tan rápido que te volvías bizca siguiéndola. -¿En serio? –Sage miró hacia las gradas y un rebote le pasó rozando la cabeza. – Hace meses que intento que salga conmigo. -A lo mejor es que prefiere a una mujer un poco más alta y más morena –se burló Chinita mientras se oía sonar el timbre que avisaba del inicio inmediato de la segunda parte. -¿Es que no cabe nada más en esa cabeza tuya? – replicó Sage tirándole la pelota con fuerza. -¿De verdad que es la primera vez que ves jugar a la reina del hielo? –preguntó Kasey. Deanne se quedó pensando en lo apropiado que era el sobrenombre. -Leo su nombre en el diario cada dos por tres pero nunca la había visto en un partido. Volvió a centrar la atención en el campo. Algo en la manera de moverse de Sage hacía que la mente volara hacia otro sitio, a un lugar en el que sabía que había estado pero que no podía recordar. No conseguía fijar los fogonazos de la memoria. Sage cruzó la línea del centro del campo corriendo a escape. La forma de correr le era familiar; los pasos tendidos de un elegante caballo de raza y la urgencia de un mensajero del que dependiera la vida o la muerte. -Ya te había dicho que era buena –añadió Sharon. -Nunca lo he dudado. Connie recuperó su sitio y se sumó a la conversación. -Me encanta ver cómo lanza. No parece que sea físicamente posible mantenerse suspendida en el aire tanto rato. La segunda parte del juego empezó a ganar en emoción mientras las mujeres discutían los atributos de la máxima anotadora de las Sychrocees. -Con lo que más disfruto, aparte de la emoción del juego, es viendo ese talento que no puede enseñarse – explicó Deanne. -¿A qué te refieres? -Observa el siguiente lanzamiento. Fíjate en el codo. Esperaron impacientes hasta que Sage volvió a estar en posesión de la pelota después de interceptar una diagonal en el interior de la botella. Pivotó, saltó y lanzó la pelota, que salió disparada rodando sobre sí misma hasta pasar limpiamente por el aro. -¿Has visto cómo colocaba el codo, justo delante de la cara, así? Imposible de bloquear sin hacerle falta. Y a continuación el golpe de muñeca que manda la pelota directamente de los dedos a la cesta, con esa rotación suave tan bonita. Eso es técnica, buena técnica, que puede ser enseñada y aprendida. Connie observaba a Deanne mientras la escuchaba. -¿Pero has notado cómo defiende su puesto en medio del torbellino de golpes y empujones, cómo mantiene la atención en el lugar preciso sin aturdirse? Eso es innato. No puede enseñarse. Eso es lo que la convierte en la “reina del hielo”. Connie susurró algo al oído de Kasey, algo que desvió su atención del campo y le hizo observar la emoción que se reflejaba en el rostro de Deanne. Kasey sonrió y asintió con la cabeza a otro comentario inaudible. Un estruendo de silbidos las alertó de que había estallado una pelea en el área del equipo contrario. El entrenador se adelantó furioso hasta la línea frente al banquillo dado voces a los árbitros. -¡No les quitan las manos de encima esos malditos marimachos! -¡Mierda! A partir de ahora van a repartir todavía más leña –predijo Sharon, frunciendo el ceño preocupada-. Con el odio que tienen a las lesbianas, esas divas van a ir a por todas con tal de no perder dos años seguidos contra las lesbianas. Y realmente el partido se endureció. Las faltas, pitadas o no pitadas, eran cada vez más evidentes y los enfrentamientos se sucedían. Las puntuaciones seguían
equilibradas, con uno o dos puntos de diferencia. Los nervios empezaron a afectar la calidad del juego. -¿Esas palmitas cariñosas significan que os apetece un revolcón? –las picó Chinita después de un sucio intercambio de codazos y patadas en el interior del área. El marcaje del equipo contrario se concentró en el interior de la botella, impidiendo en buena medida el juego interior de Chinita, y eliminando asó las entradas de Sage. Aunque dejaron sola a la base para marcar a la lanzadora de triples de las Sychrocees, cada vez conseguía intimidarla para que detuviera su avance antes de tiempo. De pronto, las Sychrocees iban cinco puntos por debajo y las cosas no pintaban bien a tres minutos del final. El tiempo muerto se tradujo en un cambio de estrategia y pareció que recuperaban el dominio. Un buen salto en el exterior del círculo y un retroceso a la base de Sage crearon dos oportunidades que consiguieron materializar. Iban un punto abajo cuando quedaban cincuenta y ocho segundos de juego. La emoción del público de cerca de un centenar de familiares y amigos de las jugadoras se expresaba de forma incontrolable. Los gritos y los silbidos eran ensordecedores. La competición deportiva se había convertido en un enfrentamiento entre amigos y enemigos. Una vez más, como ya había hecho demasiadas veces, la base del equipo contrario se abrió paso por la derecha, obligando a seguirla a la base y la alero de aquel lado, que ya habían acumulado cuatro faltas cada una. Y una vez más, su lanzamiento dio en el tablero y las puso tres puntos por delante. -Tenéis que pararla más arriba –gritó Deanne-. No ha de poder entrar por su izquierda. -Baja al campo –gritó Sharon dándole un empujón-. ¡Corre! Han pedido tiempo. Deanne se abrió paso a toda prisa entre la atestada gradería y corrió hasta el grupo de sorprendidas jugadoras. Nada más llegar, se arrodilló y el círculo se cerró en torno a ella. Se vieron miradas que expresaban determinación y cabezas que asentían decididas antes de que los pitidos del timbre deshicieran el círculo. Deanne se escurrió de vuelta hacia la grada mientras las intrépidas guerreras tomaban posiciones de ataque. Un mal lanzamiento de la alero y un rebote largo perdido hicieron correr casi inmediatamente a las Sychrocees a las posiciones de defensa, pero esta vez, las aleros subieron a defender más arriba. Cuando la base empezó a abrirse paso hacia la derecha, la pequeña alero de pelo negro la marcó como una jabata forzándola a retroceder hacia su lado más débil donde la esperaba la alero izquierda, que con un movimiento rápido le burló la pelota y fintó con maestría para apoderarse de ella. La pequeña alero de pelo negro corrió sola hacia la canasta contraria. El pase la alcanzó justo en la línea de tiros libres y pudo completar con éxito el contraataque dejándolas a tan solo un punto. El reloj marcaba treinta y seis segundos para la final. Inmediatamente, sus compañeras se le unieron como un enjambre en la defensa evitando utilizar su último tiempo muerto. La tremenda presión a la que sometieron a sus oponentes a pesar de que las piernas casi no las sostenían las obligó a pasarse continuamente la pelota y les dio oportunidad de interceptar un pase. Veintinueve segundos. Rápidamente se colocaron en las posiciones de ataque. La base se acercó botando y miró a Chinita. El centro se cerró de inmediato; acceso negado. La presión del marcaje forzó un pase alto a Sage, en ese momento rodeada de defensas y en mala posición. Levantó la pelota pero no tenía ángulo. El público aullaba como loco. Deanne agarró con fuerza el brazo de Sharon y gritó: -Van a por sus pies. -¿Qué? –preguntó a voz en cuello en el momento que Sage devolvía la pelota. -Sus pies. Es la única manera que tienen de impedir que lance. -¡Baja corriendo! –rugió. Deanne se precipito pasillo abajo por las gradas y llegó al campo justo cuando la pelota volvió a Sage. Impotente, vio como Sage pivotaba para colarse y en ese momento una pierna se adelantó y la pisó con fuerza en el empeine del pie derecho. Perdió el equilibrio y cayó de espaldas al suelo con el pie hacia dentro. La pelota se le escapó de las manos, dando lugar a una lucha salvaje mientras Sage se retorcía de dolor, hasta que la pequeña alero de pelo negro surgió de entre el revoltijo de cuerpos llevándose la pelota a una posición protegida. Chinita gritó
pidiendo el último tiempo muerto que les quedaba. En el reloj parpadeaba amenazador un burlón nueve amarillo. Barb Hanslett, su amiga y preparadora, ya estaba arrodillada junto al pie de Sage. -Deja que te quite la bota, Sage –le dijo palpándole el pie derecho para intentar evaluar el daño. -Esoy bien. Estoy bien. Déjalo tal como está –le pidió Sage. -Déjame echarle una mirada. -He dicho que estoy bien. Sólo tengo que levantarme u andar un poco. -Si estás pensando en seguir jugando, ¡olvídate! –La miró a los ojos y vio en su mirada castaña una determinación de acero-. Es una estupidez, Sage. Te lo puedes haber roto. -Voy a jugar. Barb la conocía lo bastante bien como para saber que no había nada que se lo pudiera impedir, así que intentó negociar. -Te lo tengo que vendar. -No hay tiempo. -Vas a ver como sí –prometió Chinita. Barba ya le había quitado la bota y con una habilidad impresionante empezó uno de los vendajes más rápidos de su carrera. Sage observaba nerviosa cómo el reloj de la mesa arbitral marcaba los segundos. Justo antes de que expirara el tiempo, Chinita captó la atención de todos con sus gritos: -¡Qué nadie se mueva! ¡Quedaos donde estáis! He perdido una lentilla. Nadie hizo caso de las enérgicas protestas del equipo contrario y las Sychrocees se pusieron de rodillas y empezaron a palpar con las manos en busca de la lentilla perdida. Un minuto más tarde, Barb ayudaba a Sage a ponerse de pie. Con la mandíbula apretada, Sage dio unos pasos cautelosos y luego probó la resistencia del pie con más decisión arrancando emocionados vivas de un grupo de mujeres entusiasmadas. En ese mismo momento, Chinita sospechosamente anunciaba el encuentro milagroso de la lentilla. -Aquí está. ¡La tengo, la tengo! –Se la metió en la boca y luego se la colocó cuidadosamente en el ojo-. Ya podemos jugar. -De verdad va a jugar –les dijo Deanne con admiración a las otras, que se habían reunido con ella en la parte baja de la gradería. -Lesionada o no, no hay otra jugadora mejor que pueda encargarse del último lanzamiento del partido – le explicó Kasey. Deanne podría haber predicho sin temor a equivocarse que Sage seguiría jugando. Como en muchas otras ocasiones de los últimos tiempos, había cosas que parecía intuir con una seguridad pasmosa. El velo que antes empañaba las expresiones y reacciones de Sage parecía haberse desvanecido. Por muy sutiles que fueran, ahora Deanne podía interpretarlas sin dificultad. Incluso había momentos en los que habría jurado que un gesto era idéntico a otro que ya había visto antes, aunque no podía recordar cuándo o dónde la había visto hacerlo. A lo mejor le recordaba a otra jugadora que conociera años atrás. Déjà vu, decidió. Como ya había ocurrido durante casi toda la noche, todas las miradas se concentraron en Sage, que avanzó cautelosa rodeando por la izquierda el férreo marcaje de zona. Y afuera por orgullo o por desprecio, las Peppers aflojaron la presión a la que habían sometido a Sage durante casi todo el partido. Optaron, en cambio, por evitar uno de esos lanzamientos dentro del área que tan abundantes habían sido y que tenían el peligro añadido de provocar faltas. El saque pasó la pelota a las manos seguras de la pequeña alero de pelo negro. Siete segundos. La pelota estaba protegida pero en marcha. Miró cómo Chinita se esforzaba por meterse dentro del área. Dejó de botar. Un pase a la zona era pelota perdida. Un paso en falso. El pase a ciegas llegó a las manos de Sage justo frente al punto más débil de la defensa. Pivotó sin botar la pelota. Dos segundos. Sintió el doloroso tirón del pie derecho pero saltó, por última vez en aquel partido, con fuerza y decisión. Lanzó la pelota, que salió rodando sobre sí misma con suavidad, y todas las mujeres contuvieron la respiración. El largo y agudo pitido que anunciaba el final del partido sonó cuando la red restallaba al pasar limpiamente la pelota dándoles los dos últimos puntos del partido. Partido y campeonato ganado, por 76 a 75 a favor de las Sychrocees.
A Deanne se le humedecieron los ojos, como siempre en estas ocasiones. Las compañeras de Sage la rodearon en un abrazo colectivo. Los gritos de alegría reverberaban inundando el pabellón. Las seguidoras del equipo empezaron a saltar al campo y corrían hacia las jugadoras. Deanne esperaba a unos pasos de distancia oyendo felicitaciones, los abrazos y los halagos generales. Se le acercó Chinita con una amplia sonrisa que dejaba ver sus grandes dientes separados. -¡Ea, estás aquí! –le dijo envolviéndola en un abrazo que la lenvantó del suelo-. Estás contratada como entrenadora. -Habéis jugado todas muy bien. Felicidades. -El sábado por la tarde haremos una fiesta para celebrarlo. Tienes que venir. No hay excusa que valga –le dijo mientras otra persona ya la cogía del brazo. Entonces, de improvisto, como en una escena sacada de una película sensiblera de los años cincuenta, las jugadoras y las amigas que la rodeaban se hicieron a un lado. Allí de pie, a menos de dos metros y mirándola directamente, estaba Sage. Deanne se resistió con firmeza para no ceder al impulso de correr y abrazarla, de decirle lo valiente que era, de dejar que la emoción la embargara. En lugar de eso, le sostuvo la cautivadora mirada y se le acercó lentamente. -Mi heroína –le dijo sonriendo. -Mi maestra –replicó Sage inclinándose. -Eres el sueño de una entrenadora. En el campo, me refiero. -Puedes entrenarme siempre que quieras –se apresuró a contestar Sage enarcando una ceja ante el piropo- y donde quieras. -¿Cómo tienes el pie? –le preguntó Deanne desviando la mirada. -Está ahí. -Deberías ponerte hielo ahora mismo. -ya lo sé. Barb me ha dado instrucciones precisas. Le he tenido que prometer que me haría una radiografía esta misma noche para que se fuera tranquila. -Vamos a hacer esa radiografía –le dijo con una firmeza que no aceptaría ningún pero-. Coge tus cosas. -No voy a ningún sitio antes de darme una ducha. Y ¿quién te ha dicho que puedes mandarme? –replicó Sage con una expresión que pretendía ser seria. -Chinita –le anunció sonriendo-. Me ha contratado de entrenadora, así que empieza a moverte. -¿Por qué te has empezado en conducir? Soy perfectamente capaz de conducir mi propio coche. -Sé muy bien lo que pasará cuando te corten la venda –respondió mirando el pie, antes tan fino y ahora deformado por la hinchazón bajo las bolsas de hielo. -Entonces sólo habrá dos posibilidades; o te llevas el cuatro por cuatro y me dejas colgada o pasamos la noche juntas. -Te lo devolveré a primera hora de la mañana. -¿Sage Bristo? La voz grave del médico de guardia interrumpió su juego privado del gato y el ratón. Sage le dedicó su atención a regañadientes. -Hemos examinado la radiografía. Tiene una fractura múltiple en el quinto metatarso y un desgarro del tejido blando bastante extenso en el área del maléolo externo. Tenemos que enyesarlo antes de que aumente la inflamación. -Tienes un hueso roto y una torcedura de tobillo complicada –le tradujo Deanne. -¿Dónde está situada la fractura? –preguntó Sage sin dirigirse a nadie en particular. Deanne señaló el borde externo del pie. -Exacto –confirmó el doctor. -Entonces no afecta a la articulación. -No, la pérdida de movimiento se debe a la torcedura. -¿Se ha desplazado el hueso? -No, parece que todo está bien alineado –la informó. -Sage, ya sé dónde quieres ir a para con todo esto – la advirtió-. ¿Para qué te lo quieres poner más difícil? -No quiero que me lo enyesen –declaró. -Realmente, deberíamos enyesarlo, señorita Bristo. De esa manera, nos aseguraríamos de que no se produce ningún desplazamiento y le sería más fácil moverse –le explicó
con paciencia-. Le pondremos un yeso con una suela de caucho para que pueda andar y en cuanto pueda apoyar el peso ya ni siquiera necesitará muletas. -Limítese a vendarlo y darme las instrucciones necesarias para cuidarlo. -Le recomiendo firmemente el yeso –insistió el médico. -No. -Sage, ¿por qué no? –le preguntó Deanne un poco molesta. -Doctor, ¿no es verdad que recuperaré la movilidad y la fuerza del pie antes si no lo enyeso? -Depende de la tolerancia que tenga al dolor, tengo que decir que sí. -Tengo buena tolerancia. -Pero la temporada ya se ha acabado, Sage. ¿Qué sentido tiene pasarlo mal? -Ya he pasado por esto antes, Deanne, y no me importa volver a pasar –dijo con firmeza-. No me van a enyesar. -De acuerdo –se resignó el médico-. Es su pie y la decisión es suya. -Gracias –le respondió Sage con frialdad. Deanne recogió algunos cojines del sofá mientras Sage cojeaba hacia la habitación. -Voy a buscar más hielo. Grita cuando hayas acabado de cambiarte. No quería pensar más en por qué Sage se había negado a que la enyesaran. Seguramente era una cuestión de independencia, pero daba lo mismo. Lo que estaba claro es que para ella era muy importante. Tampoco quería pensar en por qué había acompañado a casa y se ocupaba de cuidar a ese modelo de independencia. En realidad, ya lo sabía. Con todas las razones que se había dado para quitarle importancia al asunto y sentirse más cómoda sólo había conseguido engañarse un rato. Estaba allí porque Sage la intrigaba más cada día que pasaba, pero sobre todo porque Sage Bristo, con todas sus contradicciones acerca del compromiso y del amor que Deanne no podía dejar de advertir, simplemente la atraía. -Está bien, entrenadora. Estoy visible –la llamó Sage. -Es cuestión de opiniones –dijo Deanne, sonriendo al ver el modelo de dignidad sentada en una silla con una camisola gris y el pie levantado. Sage aceptó agradecida el caso de agua y el analgésico. -Sabes, a pesar de tu constante bombardeo de comentarios despectivos acerca de mi carácter, estoy empezando a pensar que te gusto. -No. Es que tengo una fastidiosa necesidad instintiva de proteger a los animalillos y cuidar a los enfermos. -Entonces, supongo que tendría que decirte que me hace sentir un poco incómoda tener a una mujer atendiéndome. -Perfecto. –Deanne le aplicó de nuevo las bolsas de hielo provocando que Sage se agitara un poco por el dolor. –Perdón. Ya sé que te está empezando a doler. Tómate esta pastilla si quieres dormir un poco esta noche. Se sentó en el borde de la cama junto a la silla de Sage y observó su trabajo. Cuando levantó la vista, se encontró con los ojos de Sage que la observaban a ella. -Eres una atleta del demonio –le dijo con toda seriedad. -Gracias –aceptó Sage con llaneza. -Me hace sentir fatal pensar que no llegué a tiempo para advertirte. Sabía que iban a por tus pies. -Y las héteros dicen que somos brutas. –Cerró un momento los ojos para disimular el dolor que le producía el cambio de posición-. Chinita habla maravillas de tu juego de baloncesto. ¿Por qué lo dejaste? -Por la misma razón que ha hecho que esta noche te lesionaras. Era demasiado vieja para aguantar ese tipo de juego. Me lesioné casi al final de la temporada y ya no volví a jugar. -¿Qué pasó? -Alguien me pisó a conciencia en un contraataque rápido. Fue una caída brutal. El resultado fue un pie roto y el otro con un esguince grave –Sage hizo una mueca de compasión-. Durante algún tiempo fui una verdadera tullida. -¿Hiciste canasta? -Eres la única persona que me ha preguntado eso – respondió Deanne riendo-. Sí, la hice. -Mi mujer ideal –exclamó Sage-. ¿Por qué no te he visto antes en ningún partido?
-No me es muy agradable ir por el pabellón. Mi ex suele estar por ahí con un grupo que todavía juega. -¿Cómo es? -¿Mi ex? Sage asintió con la cabeza. -triste. -¿Por qué no está contigo? -Eso no importa. También estaba triste cuando estaba conmigo. Siempre ha sido una persona amargada. –Se levantó y empezó a quitarle las bolsas de hielo-. Creo que por esta noche es suficiente. Déjate la venda toda la noche, a no ser que te apriete demasiado. Mañana te la volveré a poner. -No tienes por qué hacer todo esto, Deanne. -Lo hago porque quiero –contestó mientras dejaba el pie de Sage en el suelo con todo cuidado; luego, extendió las manos para ayudarla a levantarse. -Me haces sentir más vieja que mis residentes. Sage la cogió de las manos y cuando estuvo de pie, Deanne se inclinó hacia ella más de lo necesario para ofrecerle un apoyo. Pasó el brazo por la delgada cintura de Sage y se quedó paralizada cuando ella le pasó el brazo por los hombros. Durante un largo segundo, Deanne dudó. Sage no hizo un solo movimiento o sonido. La decisión era de Deanne. Volvió la cabeza, evitando mirarla a los ojos, hacia el interior del cuello de Sage, hacia la calidez de un abrazo al que deseaba entregarse. Notó el calor del aliento de Sage en su pelo mientras la sostenía completamente inmóvil a su lado. De pronto, se dio cuenta de que estaba reteniendo la respiración y los latidos de su corazón eran tan rápidos como los de un conejo asustado paralizado ante el peligro. La invadió un olor fresco y limpio, un misterioso aroma que persistía después de la ducha. Sage la besó suavemente en el pelo. Los sentidos de Deanne se dispararon con la emoción. No saldrá bien. No saldrá bien. Soy demasiado mayor para esas tonterías. Es mejor que no me líe.
Deanne se separó hasta una distancia más respetable. -Es mejor que descanses –dijo evitando la mirada de unos ojos que sabían que la tentarían-. Estamos consiguiendo que no haya servido para nada ponerte hielo. Sage se echó en la cama sin decir una palabra mientras Deanne se ocupaba en poner cojines debajo de la pierna y el pie de Sage y doblando la pesada colcha para retirarla. -Si no voy con cuidado, todo esto va a empezar a gustarme –dijo Sage en un susurro y cogiendo la mano a Deanne cuando ésta se incorporaba, añadió-: Gracias, Deanne. -Volveré mañana temprano. A lo mejor Sharon puede acercarme a casa de camino al trabajo. –No pudo resistir la tentación de dejar que sus dedos disfrutaran una vez más de la suavidad de su pelo, todavía demasiado bien peinado. Luego dejó que sus ojos se enfrentaran al peligro y la miró-. Que duermas bien. 21
Sharon le abrió la puerta con una taza de café en la mano. -Buenos días, Dee –la saludó-. ¿Querrás que te lleve a casa? -Depende. ¿Sage va a ir a trabajar hoy? -No. Esa es una de las ventajas de ser la jefa. Deanne se quitó las botas y las dejó junto a la puerta. -¿Se ha levantado? -Sí, creo que he oído a la inválida arrastrarse hasta el lavabo. Intento no reírme, porque debe de estar viendo las estrellas, pero se da siempre esos aires de seguridad en sí misma que me da risa verla así. -No creas que no te entiendo –dijo rechazando con la mano una taza de café-. No hará falta que me lleves. Veré lo que puedo hacer para ayudar a la inválida y luego llamaré a un taxi. -Le encantará –se rió Sharon-. Dile que tengo sus llaves de la unidad nueva y que le diré a Kasey que la llame esta tarde a primera hora. -De acuerdo. La puerta de Sage estaba entornada. Deanne dio unos golpecitos y la puerta se abrió acompañada por el taco de caucho de una muleta. Deanne se asomó por la esquina del armario y vio a Sage sentada en el borde de la cama sosteniendo el otro extremo de
la muleta. -¿Cómo está mi paciente? -No he dormido mucho –le contestó sonriendo-. Ya me he puesto hielo esta mañana. Ahora iba a vendármelo. Deanne tampoco había disfrutado mucho del placer del sueño. Durante toda la noche la habían asaltado visiones de los tentadores ojos de Sage y de su tierno abrazo. ¿Se habría decidido a volver esa mañana si no hubiera tenido que devolver el coche? Observó el pie grotescamente hinchado que Sage tenía apoyado con precaución en el brazo del sillón. El borde exterior se había teñido de color rojo violáceo oscuro y el resto estaba enrojecido por la acción del hielo. -Ya te lo vendo yo. Dejó su chaqueta en el otro brazo del sillón y cogió la venda que Sage había vuelto a enrollar con esmero. Rápidamente aseguró el extremo y empezó a vendarle el pie con tanta destreza como lo había hecho la enfermera la noche antes. -¿Has estado haciendo horas extras de enfermera privada? Deanne saltó con la mirada de la pierna desnuda del camisón gris, abrochado sólo hasta la mitad. -Tuve que vendar tantos tobillos y rodillas cuando entrenaba que podría hacerlo dormida. Sharon apareció en la puerta. -Si estás segura de que no quieres que te lleve a casa, Dee, me marcho ya. -No. Gracias, Sharon. -Que pases un buen día, entonces –dijo guiñándole un ojo-. Hasta luego. Deanne sujetó el extremo con un esparadrapo. -¿Te molesta? -Lo mínimo necesario. ¿No tenías una entrevista, hoy? –le preguntó Sage un poco extrañada. Deanne fue hacia la puerta y la cerró. Luego se colocó justo enfrente de Sage. -¿No querías meterme mano debajo de las bragas? Sage la miró a los ojos. -Creo que yo lo habría dicho con más delicadeza. -Anoche podrías haberlo hecho –respondió pasándole los dedos por los suaves y graciosos rizos. -Ya lo sé. Sus ojos eran de un verde prístino y demostraban una firme determinación cuando su mirada se detuvo en los de Sage. La emoción que las embargaba era innegable y se respiraba en el aire cargado de electricidad. Había llegado el momento de rendirse a la evidencia de lo que Sage había sabido desde el principio. Deanne se acercó hasta tocar el borde de la cama, entre las piernas de Sage. Se inclinó y rozó con la boca abierta los labios de Sage. Su voz apenas era un murmullo. -Acabemos con esto. -¡Viva el romanticismo! Deanne se incorporó sin dejar de mirarla. Cogió el borde inferior de su jersey, lo levantó hasta encontrar el sujetador deportivo, y se los quitó a la vez por encima de la cabeza. Al estirar el torso, se marcaron las líneas de cada una de las costillas. Los músculos abdominales se tensaron bien definidos. Con un golpe rápido de caderas se deshizo del resto de la ropa y la dejó a los pies de la cama. Los ojos de Sage, que habían visto un buen número de mujeres desnudas, recorrieron su cuerpo con el evidente propósito de juzgarlo. Lo que vio la dejó maravillada; un cuerpo cuidado y perfecto, firme y pujante. Se permitió echarle otra ojeada antes de volver a mirar a Deanne de frente. -Hay algo en lo que te equivocaste de medio a medio. Eres una mujer excepcionalmente atractiva. Las cálidas manos de Sage envolvieron la cintura de Deanne, subieron por la espalda y la atrajeron hacia sí. La boca, con los suaves labios separados, murmuraban habiéndola sentir su aliento en los impacientes pezones, mientras de lo más profundo de la garganta de Deanne surgía un hondo suspiro. Como si fuera una corriente eléctrica, el calor se transmitía por todo su cuerpo, hasta que de pronto se concentró, como había pasado en otras ocasiones, al sentir la mirada de Sage sobre ella, oler el aroma de su perfume y notar el tacto de su mano.
-¿Estás segura de que es esto lo que quieres? – murmuró Sage. -Hace semanas que te deseo. No puedo más. Pasó los brazos por los hombros de Sage y envolvió con su deseo a aquella mujer que la estaba haciendo quebrantar todas las normas que se había impuesto para protegerse. Sabía que transgredirlas era asumir un riesgo emocional que casi con toda seguridad habría de concretarse en dolor, pero ya estaba allí. Sage la miró a los ojos, traspasó la débil fachada, le desnudó el alma y tomó sus pechos en la calidez de su boca. La excitación aumentaba peligrosamente segundo a segundo. El mero contacto de aquella mujer le impedía pensar. Se sentía incapaz de razonar con un mínimo de claridad en ese momento, como ya le venía pasando desde hacía algún tiempo. Su cuerpo bullía de sensaciones y el corazón se le aceleró en el pecho. La lengua y la boca de Sage se movían enviando prodigiosos mensajes de placer desde sus pechos hasta el vientre y más allá. En la nebulosa de aturdimiento y excitación, Deanne notó que los dedos de Sage encontraban sin dificultad la cremallera de sus tejanos; sus manos se deslizaban por las caderas y con primorosa precisión le bajaban los pantalones y las bragas hasta los tobillos. Sí, ha hecho esto cientos de veces. Las cálidas caricias recorrieron sus piernas, sus nalgas y regresaron a su espalda. Los tiernos labios de Sage recorrían los temblorosos contornos de sus abdominales, atravesando el convulso vientre hasta hozar el poblado sendero de denso vello castaño. Deanne jadeó de expectación y su cuerpo respondió con una oleada de calor y flujo. Sage la levantó en brazos, por encima de sus piernas, y la acostó en la cama. Luego, se acomodó ella, remolcando el pie con cuidado hasta quedar echada junto a la mujer que había creído que nunca podría poseer. Deanne le desabrochó los últimos dos botones del camisón y miró cómo Sage se deshacía de él. Quedó al descubierto una fina cicatriz blanca que bajaba por el cuello, subrayaba la clavícula, giraba describiendo una brusca curva y se iba hacia el pecho. Una forma extrañamente familiar. La cicatriz era la única marca que se veía en la piel, que por lo demás lucía un saludable y uniforme bronceado. Deanne la empezó a recorrer acariciándola con la yema del dedo, y ya iba a decir algo, cuando Sage se lo impidió uniendo sus labios en un primer beso realmente profundo y entregado. Deanne se quedó sin aliento y cogió aire por la nariz mientras sentía que en su interior estallaba una intensa sensación de placer. La urgencia de los húmedos besos de Deanne hizo sonreír a Sage en su fuero interno. Observó el deseo ardiente que transmitían los ojos de Deanne, recorrió sus trémulos labios con la lengua y abandonó su ternura inicial. Los besos de Deanne eran firmes y desenfrenados. Sin más reservas, Sage se apoderó de aquellos gruesos y sensuales labios que durante tanto tiempo la habían eludido. Mientras Deanne reclamaba el placer con su boca, las suaves manos de Sage se movían con sabiduría y eficacia, en claro contraste con la furia de sus besos. Encontraron fácilmente lo que buscaban y se abrieron paso para tomar el mando del curso del deseo. Sage dejó de lado la urgencia de la boca de Deanne y asaltó la tierna piel del cuello y del pecho sin más miramientos que los necesarios para no dejarle marcas. En respuesta, la respiración de Deanne se aceleró y sus caderas se levantaron en un gesto de aceptación. Jadeó al oír su nombre susurrado calurosamente en su pecho. La excitación de pronto se convirtió en una emoción pasional e íntima, exactamente lo que habría querido impedir, pero no había vuelta atrás. Deseaba a Sage Bristo como no había deseado a nadie desde hacía mucho tiempo. Las manos de Deanne encontraron la última barrera que las separaba e introdujo los dedos por debajo de la goma de la cintura. -Por favor –dijo jadeante-. Necesito sentirte toda entera. Deanne le bajó las bragas hasta donde le permitía su brazo y Sage acabó de quitárselas con cuidado; luego, se recostó lentamente sobre su amante y deslizó la pierna buena entre las de Deanne. -¡Oooh! –suspiró Deanne acoplandose al largo y terso cuerpo de Sage y dejándose envolver por su piel cálida y húmeda-. ¡Oooh, sí! Sus palabras poco a poco fueron confundiéndose en un quejido inarticulado, al ritmo del movimiento armónico de sus cuerpos. Lenta y sensualmente, se ondulaban haciendo que sus pezones se encontraran, que sus caderas se enfrentaran, que sus muslos se
aplastaran en un largo abrazo. Sus cuerpos se conocían y se daban la bienvenida, explorando una intimidad ardiente. Deanne marcaba el ritmo, y Sage la seguía interpretando las señales que su cuerpo le transmitía de forma automática, hablándole de su placer y de su excitación. En su deseo, Deanne hundió los dedos en las nalgas de Sage y la atrajo hacia sí, entregándose con más fuerza. El dulce anhelo del principio dio paso a una tensión que crecía con cada movimiento. Sage se contoneaba sobre ella con pasión y, sin embargo, se sentía presa de una ternura que nunca antes había sentido. Buscó de nuevo con la boca los pezones de Deanne, se fue acercando trazando círculos con la lengua y finalmente los mordisqueó con exquisita suavidad. Oleadas de calor recorrían el cuerpo de Deanne pidiendo más. Sage siguió lamiéndola hasta que Deanne empezó a respirar entrecortadamente y estrechó el abrazo. Entonces Sage bajó la mano, apartó el muslo, y concentró el placer de Deanne en un punto. La excitación de Deanne era más profunda de lo que ni siquiera había imaginado. Jamás antes de entonces una amante había conseguido una química tan perfecta, ni la espiral de placer había sido tan apretada. Sage parecía conocer de antemano los puntos más sensibles de su cuerpo y los tocaba como si interpretara una sinfonía. La conducía por caminos desconocidos y le daba más de lo que nunca antes había recibido. De algún modo extraño había penetrado el carácter especialísimo de su deseo por ella y saboreaba el reconocimiento. Sin piedad, Sage jugaba con los pliegues sedosos de su vagina al tiempo que la besaba profundamente, hasta que la tensión alcanzó el punto máximo. -¿Estás a punto, verdad? –susurró Sage. Deanne dejó oír un quejido por respuesta. -Espera un poco todavía, cielo. Hazlo durar un poco más, mi niña, un poco más. Lo intentó, separándose de la mano de Sage por un instante, pero ya no había vuelta posible. Gritó, sus caderas se sacudieron y todo su cuerpo empezó a convulsionarse. Saga se acopló a tiempo para sentir la poderosa succión de las contracciones, que se repitieron una y otra vez. La luz del sol se reflejaba en el rostro de Deanne cuando gritó el nombre de la mujer que había jurado que no la haría correrse, gritó entre jadeos expresando gratitud por un orgasmo increíblemente profundo y turbador que la había dejado agotada y sin aliento, pero su cuerpo aún no había acabado. Sage seguía acariciándole el interior de la vagina y con cada caricia los espasmos volvían a sacudirla, hasta que, aunque la intensidad iba decreciendo, no pudo más y, poniendo su mano sobre la de Sage, le pidió que se detuviera. Su cuerpo todavía se estremecía y, aún extasiada, mantuvo la mano de Sage entre las suyas hasta recuperar la respiración. Decidida a satisfacerla a su vez, alargó entonces la mano hasta notar en sus dedos el cálido flujo, pero el cuerpo de Sage se tensó con el contacto. Le apartó la mano, se llevó la palma a los labios y luego la abrazó. Deanne se relajó entre sus brazos. Y así permanecieron en silencio, abrazadas la una a la otra, sin que ninguna palabra de amor saliera de sus labios. Sage se resistía a hablar. Se guardó para ella los sentimientos que le inspiraba aquella mujer. Aunque la profundidad de la pasión sin duda había comportado una emoción intensa, no había oído una sola palabra de amor. Eran raras las ocasiones en las que Sage Bristo había temido decir lo que pensaba, pero esta vez no se trataba tanto de abrir su mente como de abrir su corazón y no estaba preparada para adoptar una posición tan vulnerable. Era el turno de Deanne. Las manos de Deanne acariciaban suavemente su espalda y sus hombros haciendo que se estremeciera. Le besó entonces la delicada piel del cuello debajo de la oreja y murmuró: -¿Me vas a decir a qué viene todo esto? -Quería conocer de primera mano la razón de tanto alboroto –contestó con la cara todavía enterrada en el hombro de Sage. -¿Y? –la instó Sage apartándose justo lo suficiente para mirarla a los ojos. -Mucho ruido y pocas nueces. Sage deshizo el abrazo riéndose. -Así que seduces a una inválida y luego te permites evaluar su habilidad sexual. Eres una vampiresa cruel, Deanne. -¿Seducirte, yo?
-¿Cómo lo llamas si no? Un pie roto no es muy seductor. -Simplemente he decidido jugar según tus reglas. -¿Mis reglas? No recuerdo haber dicho que tuviera ninguna. –Vio como Deanne se sentaba y la cogió del brazo-. Estás haciendo suposiciones. ¿Y si has ido contra tus propias reglas basándote en una suposión falsa? -¿De qué reglas estás hablando? -Ahora soy yo la que me arriesgo a suponer, pero creo que Deanne Demore en toda su vida no había hecho algo así. Y más aun, que al hacerlo ha roto su norma de no dormir con alguien que no quiere. Bruscamente, Deanne se sentó en el borde de la cama y se apoderó del camisón de Sage. -No tengo intención de dormir aquí –anunció y, poniéndose el camisón, salió disparada de la habitación. Burlada, Sage se dejó caer sobre las almohadas en un mar de frustación, torturada por el suplicio del pie hinchado, que empezó a palpitar en cuanto se disolvió la pasión que enmudecía las punzadas de dolor. Ya había empezado a quitarse la venda cuando volvió Deanne. -Deja, ya lo hago yo. Tómate esto –le dijo acercándole un vaso de agua y una pastilla. En silencio, se aplicó a la tarea de retirar la venda y aplicar el hielo mientras Sage la observaba desconcertada. -¿Tanto te cuesta creer que pueda querer algo más que tu cuerpo? –preguntó finalmente Sage. -Lo que quieres es una enfermera atenta, y dispuesta a que le paguen sus servicios con un buen revolcón. – Deanne se quitó el camisón y empezó a vestirse con una sonrisa cínica en los labios-. Sólo te pido una cosa... y es que lo que ha pasado entre nosotras no salga de aquí. -No tengas cuidado, pero no me trago esa fachada de frialdad. No me creo que seas así, y menos después de lo que acabamos de experimentar juntas. Deanne se puso el jersey por la cabeza, se levantó el pelo con los dedos y lo dejó caer con un gesto despreocupado. -Por muy profundas que sean esas palabras, parecen perder cierta solemnidad viniendo de una mujer desnuda con el pie levantado en el aire –se burló haciendo bailar el camisón en el aire y, cuando Sage fue a cogerlo, lo apartó-. Mm, no sabes cómo me gusta verte en una posición tan vulnerable. -¿De verdad? –respondió Sage incorporándose sobre los codos-. Ven aquí, entonces. La mirada de Sage hizo que Deanne sintiera que la recorría una corriente eléctrica. -Mi taxi llegará en cualquier momento –replicó desviando la mirada y dejando caer el camisón en el regazo de Sage-. Además, no puedes herir unos sentimientos que no suscitas. -¿Por qué estás tan segura de que lo haría? – preguntó viendo que Deanne se disponía a irse-. ¿Y si te equivocas? Deanne la miró brevemente a los ojos, se dio la vuelta y se marchó. 22
La timba de aquella noche se presentaba difícil, casi tanto como lo había sido encontrarse con Angie y sus amigas por primera vez después de la ruptura. Podía pensar en cientos de excusas creíbles para no presentarse, pero un día u otro tendría que enfrentarse a Sage y cuanto más tiempo dejara pasar más cuesta arriba se le haría. Así que allí estaba, esquivando aquellos ojos castaños que la perseguían, luchando contra un deseo que la atormentaba y hablando sin parar a su corazón en un intento de que se comportara. En la penumbra del pasillo, Deanne por fin pudo encontrar un poco de paz. A lo mejor no hay nadie en el lavabo y puedo quedarme aquí el resto de la noche, esperando inútilmente a que salga alguien que no ha entrado. Seguro que no faltaría quien lo calificara de escapatoria propia de algún tipo de complejo infantil. La
puerta se abrió de improvisto y tuvo que enfrentarse a los hechos. Sage la cogió por el brazo y la hizo entrar. -Sage, no hagas eso –protestó al tiempo que se dejaba envolver en un abrazo. -¿no te he demostrado ya que estabas equivocada? ¿No te dice nada que haya estado intentando hablar contigo toda la semana? ¿No sabes ya que quiero de ti algo más
que tu cuerpo? –la interpeló besándola en las sienes mientras notaba que sus brazos le rodeaban la cintura. -No hay nada que desee más en mi vida que comprobar que estoy equivocada, Sage, pero cuanto más cerca te tengo, más se complica mi vida. Me sorprendo tomando decisiones que me aterran. -Equivocada o no, Deanne, créeme cuando te digo que no me has abandonado ni un minuto en toda la semana. Te he encontrado en el coche, en el trabajo, en cada reunión que he tenido. Cada vez que me relajaba, te me aparecías. Mi vida tampoco es tan simple como solía ser. -¿No sería más fácil si fuera más joven? –insistió Deanne abandonándose al abrazo mutuo. -No creo. Se trata de confianza, no de edad. Era evidente que Sage tenía razón. A los treinta y tres habría desconfiado tanto como ahora, sólo que quizás habría estado más dispuesta a arriesgarse a vivir una historia pasajera, pero no porque hubiera pensado que su modo de ver la vida fuera más compatible. ¿A quién estaba tratando de engañar? Ya no podía seguir mintiéndose a sí misma y estaba claro que tampoco engañaba a Sage. Quería seguir adelante. Deseaba a Sage, quería que la envolvieran sus brazos, que repitiera las caricias que el otro día la habían transportado a un éxtasis salvaje. Las dos lo sabían. Depositó un beso en el cuelo de Sage y dejó que su excitante perfume la invadiera. -¿Qué perfume es? –musitó-. No logro reconocerlo. -¿Así que ha sido la esencia de Observ’e L lo que te ha hacho caer en mis brazos? -De todas todas. Sin el perfume, todo ese atractivo tuyo, esa presencia abrumadora... –susurró mirándola con ojos seductores-, la manera en que me miras y la forma en que me tocas no me habrían hecho ningún efecto. La ternura con que Sage le acarició la cara y la mirada que la acompañaba acabaron de despojar a Deanne de la escasa capacidad de resistencia que le quedaba. -Entonces tendré que proteger a cada y espada mi contacto con Francia –le susurró al oído. Deanne, derrotada por la pasión del momento, buscó con sus labios la boca dulce y cálida de Sage y reconoció abiertamente su deseo. Después de su resistencia y de todas las recomendaciones que se había hecho a sí misma, ahí estaba entregándose otra vez a una mujer de la que no podía creer que aceptara compromisos, y nada menos que en un lavabo, pero lo que de verdad la atemorizaba era la posibilidad de haberse enamorado. ¿Es que todavía no he admitido que sólo soy una buena jugadora en las partidas de cartas? ¿Cómo puede pensar alguien que busca un compromiso y que es tan vulnerable como yo que puede entrar en el juego del sexo duro? No importa que sea con la mujer más seductora del mundo. ¿Dónde está Jackie Madouse cuando la necesito para que me inyecte un poco de realismo virtual?
Nada de eso importaba ya. Deanne había entrado en la espiral del deseo y disfrutaba con la presión del cuerpo de Sage contra el suyo. Sus besos desataron la pasión y la hicieron olvidar dónde estaba y, por el momento, también las posibles consecuencias de lo que hacía. En su mente no había lugar para nada que no fueran las sensaciones que las manos de Sage arrancaban de su cuerpo, hasta que la realidad se impuso con el golpe de la puerta de la casa al cerrarse. Sage dejó oír un gruñido cuando Deanne retiró sus labios. Aunque su respiración estaba lejos de tener un ritmo normal y la piel que estaba a la vista se le había enrojecido notablemente, Deanne se aclaró la garganta y dijo en un susurro: -Ya han vuelto con la comida. Será mejor que baje. -Vas a estar muy incómoda si no me dejas acabar lo que he empezado –respondió Sage con suavidad tomando el sonrojado rostro entre sus manos. Un atormentado suspiro salió del pecho de Deanne. -Por favor, no me lo pongas más difícil de lo que es. -Si lo que te preocupa es que hagamos demasiado ruido, podemos ir a otro sitio. -Ya te dije que no quería que nadie lo supiera. Sage aflojó los brazos y miró pensativamente a la mujer que tenía frente así. -Yo también tengo sentimientos, Deanne. ¿Cómo crees que me siento cuando veo que no te importa acostarte conmigo pero no quieres que salgamos juntas? Deanne permaneció en silencio, limitándose a fijar la mirada en algún punto próximo
a la cintura de Sage. -Te avergüenzas de haberte acostado conmigo. -Me avergonzaría no ser más que la última de tus conquistas –dijo por fin-. Ya he hecho bastante el ridículo en mi vida, y fui la última en saberlo. Esta vez no voy a ser la risa de todo el mundo. Cuando llegue el momento, quiero entristecerme en privado. -Nunca te haré daño intencionadamente, Deanne. Lo que está ocurriendo entre nosotras me afecta en lo más íntimo y, aunque tengo que admitir que no estoy acostumbrada, lo último que quiero es hacerte daño. -Intencionado o no, el dolor es el dolor. Para que llegue a confiar en lo que siento yo misma y en lo que sientes tú tendrá que pasar algún tiempo y lo que te pido es que ese tiempo sea privado. -Eso ya te lo prometí –le dijo dándole un tierno beso. -Bien –repuso Deanne liberándose del abrazo-. Te espero abajo. -Las que quieran fotografías de la boda, que rellenen uno de estos papeles para que Deanne se los pueda llevar esta noche –avisó Kasey poniendo el álbum de muestra en medio de la mesa. Laura pasaba las páginas mientras Jan y Ali miraban por encima de sus hombros. -Te han quedado perfectas, Deanne. -Gracias, tenía unas modelos guapísimas y eso siempre hace que parezca una buena fotógrafa. -No seas modesta –dijo Kasey masajeándole los hombros por un breve instante-. Eres buena. -¡Guau, Sage! –exclamó Laura-. ¿Quién es la mujer negra con la que fuiste a la boda? -¿Es una modelo o algo así? –preguntó Jan. -Es una amiga de Nueva York –respondió Sage como si no tuviera importancia, aunque el tono de voz no fue muy convincente-. Antes era modelo, pero ahora se encargada de compras de Saks. Su contacto en Francia, pensó Deanne atando cabos. Protegerla a capa y espada. -Oh, perdon –repitió Jan riendo-, pero con el calor que desprenden estas fotos podría rizarme el pelo. -Sólo es una amiga, Jan –repitió traspasándola con sus ojos castaños. Deanne, impávida, se levantó de la silla, se dirigió al otro lado de la habitación y recuperó su vaso. Sharon salió entonces del lavadero con la boca torcida en una mueca de descaro. -Sí, lo que se dejó esa “amiga” era de encaje negro, así que éstas –dijo balanceando en el aire unas bragas rojas- deben ser tuyas, Deanne. El rubor que le subió de inmediato a las mejillas delató el impacto y la turbación que sentía. Furiosa, se abalanzó hacia Sharon, le arrebató las bragas y las arrojó con fuerza a la cara de Sage. Dio media vuelta y se encaminó hacia las escaleras con una feroz determinación. Mientras las otras observaban en silencio, Sage cojeó hacia ella con evidente dolor. Viendo que no podía alcanzarla, se detuvo al pie de la escalera y gritó: -¡Deanne! ¡Espera! -¡No me sigas! ¡No me llames! –se oyó decir a Deanne por el hueco de la escalera y a continuación la puerta de la calle se cerró de un portazo que resonó en toda la casa. Sage extendió los brazos apoyando las manos en las paredes de la escalera y por un momento bajó la cabeza en un gesto de desespero. Nadie dijo una palabra. Se dio la vuelta con lentitud y miró a Sharon con una expresión que la dejó helada. En el aire flotaba todavía la amargura de Deanne cuando Sharon intentó paliar la creciente antipatía. -Nunca pensé que... -volveré mañana a buscar el resto de mis cosas –dijo Sage, y desapareció escaleras arriba antes de que nadie pudiera hablar. -Tenemos un problema –se atrevió a decir Jan. -Eso diría –se sumó Laura. -No puede decirse que no la avisé –comentó Ali con impertinencia. -¿Por qué, Sharon? –preguntó Kasey-. ¿Es que no puedes pararte a pensar en los
sentimientos de los demás cuando sientes la tentación de hacer algo tan estúpido? -No quería herir a Deanne. Es sólo que estoy harta de que Sage vaya siempre con secretitos y no diga abiertamente con quién folla. -Hay quien lo consideraría toda una virtud –replicó Connie con un marcado tono de dureza. -Está bien. Alguien, que no sea Sharon, tiene que hablar con Sage. Y tú –dijo Laura poniéndose en pie decidida y cogiéndose a Sharon- llama a Deanne. -Sage –la llamó Kasey a través de la puerta entornada-. ¿Puedo hablar contigo? -No hay nada de qué hablar –contestó Sage mientras cojeaba entre el armario y la cama arrojando cosas a una bolsa de una forma absolutamente impropia de ella. -Te he subido las muletas. -Gracias –contestó y, tras cerrar decidida la cremallera de la bolsa, se acercó a cogerlas. Kasey no las soltó hasta que Sage levantó la mirada. -¿Te has enamorado de ella, verdad? -No importa. -Creo que í, si no, no reaccionarías de esta manera. Conociéndoos a las dos como os conozco estoy en una posición privilegiada, así que espero que intentes sacar provecho y me escuches. Sage echó a andar para irse y Kasey, sabiendo que no podría detenerla, le cogió la maleta y la acompañó al coche. -Deanne se parece mucho a mí, Sage, así que puedo decir esto sin miedo: a veces es demasiado sensible para su propio bien. Hay cosas que tú has sido capaz de superar endureciéndote pero que a ella le hacen daño. No sabe qué hacer contigo, excepto quererte, y ahora mismo está demasiado inmersa en su propio dolor como para ver el tuyo. -Si tan bien conoces a Deanne, también sabrás que ya le han dado la última razón que necesitaba para no volver a hablarme en la vida. -Dale un poco de tiempo, pero no deberías tener miedo a decirle que la quieres. Gracias a Dios, Connie fue lo bastante decidida para decírmelo. Imagínate el cacao que habríamos montado tú y yo juntas. –Por primera vez, Kasey vio un brillo de reconocimiento en la mirada de Sage-. Si así lo quiere el destino, el amor puede superar cualquier obstáculo. Te lo digo yo por experiencia, es el sentimiento más fuerte que existe. -Pues si me tiene que hacer sentir así, me parece que no quiero tener nada que ver con el amor –le espetó arrojando las muletas al asiento trasero. 23
Deanne se quedó mirando el sobre abierto con la dirección a máquina que ocupaba el centro de la mesa. Tenía que admitir que estaba bien pensado. Sharon debía de haber adivinado que las que habían llegado con la dirección escrita a mano acabaron quemadas sin abrir. Ésta había eludido su destino. La firma al final de la carta, sin embargo, la había delatado. Volvió a dejar la carta encima de la mesa sin leerla. ¿Por qué razón debería concederle ese honor si se negaba a leer las de Sage? Luego la quemaría en lo que había llegado a convertirse en un ritual. No le había dicho nada a Jodie, a pesar de su misteriosa capacidad para notar al instante que algo le pasaba, incluso por el teléfono. Jodie lo sabía sin que mediaran palabras que sólo habrían servido para que se sintiera herida sabiendo que se había acostado con Sage, o quizás para darle la triste satisfacción de saber que tenía razón. Una vez más la mujer que escogía se había demostrado incapaz de igualar su amor. Visto el panorama, seguramente Jodie y ella estaban destinadas la una a la otra. Empezaba a darse cuenta de cómo era la vida: cuidas y amas a tu pareja lo mejor que puedes y dejas los sueños para las novelas. Volvió distraídamente a la cocina. Se quedó un rato mirando el interior de la nevera y luego cerró la puerta sin coger nada. Llenó un vaso de agua fría y de pronto se dio cuenta de que lo había dejado junto a la carta. -¡No! ¡Maldita sea! No necesito tus tristes excusas y no voy a darte el gusto de que te quedes con la conciencia tranquila a cambio de un pobre disculpa – dijo en voz alta, y haciendo una pelota bien prieta con el papel la hizo rebotar contra la pared de la cocina y no quiso mirar donde caía-. ¡Cómete tus remordimientos! ¿Por qué debería preocuparse por cómo se sentían? Estaba claro que sus
sentimientos no contaban para ellas. Al fin y al cabo, ella no había sido más que una compañera de cartas que acudía cada dos jueves para la una y una conquista sin más consecuencias para la otra. Eso era todo. Fin de la historia. Sonó el teléfono y Deanne cogió el libro de Urvashi Vaid, Virtual Equality , volvió a leer la dedicatoria de la autora y se dejó caer en el sofá dispuesta a dejarse llevar por las palabras. El contestados se disparó y colgaron. Desde la semana pasada ya no dejaban mensajes. El único que había contestado había sido el de Kasey que, no queriendo hacer de intermediaria, le pidió que hablara directamente con Sage y con Sharon. Deanne juró que eso no ocurriría en mucho, mucho tiempo. Era la tercera vez que leía el mismo párrafo y no conseguía entenderlo. Volvió a la página anterior. ¿Ya o había leído? Retrocedió otra página más. ¡Mierda! ¿Cuántas páginas hacía que no se enteraba de lo que leía? Arrojó el libro a la otra punta del sofá. Perdona, Urvashi, creo que Jackie Madouse será una compañía más apropiada en este momento. Necesitaba un poco de filosofía de estar por casa, la lógica aplastante que sólo el desparpajo y la franqueza de Jackie podía ofrecerle. Deanne encendió el ordenador y abrió el archivo de Jackie. Leyó un poco, se fue hasta el final del documento y la dejó hablar. -Así que se te llevó a la cama. ¡Vaya hazaña! Y luego va presumiendo por ahí. Será porque pasó algo de lo que se pueda alardear, ¿no? ¿Qué pensarán? Una mujer de cuarenta y tres años que está tan buena y es tan sexy que hasta la vampiresa de Sage le va detrás. ¡Pero si es de puta madre! Se me ponen duros los pezones sólo de pensarlo. Pero, mujer, ¡si eres tú la que tendrías que presumir! Eso es, Jackie, pensó riéndose en silencio. Su filosofía de la vida siempre hacía que se sintiera bien. Si tuviera una mínima parte del amor propio de Jackie, ya habría publicado y seguramente no habría salido tan malparada del enredo con Sage Bristo, pero su recientemente renovada capacidad de confiar en los demás había recibido un golpe bajo y su frágil confianza en sí misma no había superado la primera prueba real. Era evidente que si se negaba a contestar el teléfono y a leer las cartas nada le impediría seguir enfadada o herida o lo que fuera que en ese momento pareciese ayudarla a enfrentarse a la situación. Era más fácil pero no podía engañarse: no hablaba nada bien de su madurez emocional. ¿Era por eso que estaba en la cocina buscando desesperada un maldito papel arrugado? Probablemente. Tocaba creer y aprender de la vida en lugar de intentar construir un mundo idealizado que sólo era una abstracción de la realidad. Jackie hace años que intenta hacérmelo entender. El súbito ataque de ansiedad que se había apoderado de ella también podía deberse a las palabras de Sage, que no dejaban de repetirse en su mente: “¿Y si estás equivocada?”- ¿Qué precio había pagado ya por una suposición que quizá no era cierta? No conseguía ver donde había ido a parar la carta. Ni queriendo la habría podido esconder tan bien. Claro, doble rebote entre la pared y el armario y directa al interior de la cazuela con el resto de macarrones. ¡Mira que dejar de jugar a básquet! Extendió la carta y la secó sobre un papel de cocina y finalmente se
decidió a leer. Querida Deanne, No eres la única que no me habla. Sage se cambió de casa esa misma noche y tampoco contesta a mis llamadas. Kasey me ha trasladado del trabajo en Longhouse a otro puesto, a petición de Sage, pero esa no es la razón de que me arrepienta de lo que hice. Nunca pensé que te iba a hacer tanto daño, a ti y a tu relación con Sage. Fue egoísta y estúpido. Lo siento, Deanne. Sage nunca me dijo una palabra, ni a mí ni a nadie que yo conozca, de vuestra relación personal. Eso es algo que me tenía frustrada. Nunca me contó nada de su vida personal. Fue mi curiosidad egoísta la culpable de todo. No sé si podrás perdonarme alguna vez. No creo que Sage lo haga. Siempre le había hecho bromas, a veces crueles, pero nunca había reaccionado así. Debería de ser mucho más importante de lo que nunca pensé. Lo siento, Deanne. Por favor, no juzgues a Sage por lo que yo he hecho. Sharon.
-Lo siento –le contestaron al otro lado del teléfono-. La señorita Bristo se fue hace horas. -Es muy importante que hable con ella. ¿Hay algún otro número en el que pueda encontrarla? -No estoy autorizada a darle esa información. La señorita Bristo estará en Nueva York hasta la semana que viene. Puedo decirle que la llame cuando vuelva. -No, gracias. Está bien. Deanne colgó y dudo sólo unos segundos antes de volver a marcar el siguiente número. -Sharon, soy Deanne –dijo y, sin dejar que contestara, continuó-: Todavía no quiero hablar contigo. Sólo quiero que me des algunos números de teléfono. Puede que Sage ya se haya ido a Nueva York, no lo sé. Limítate a darme algunos números, de aquí o de allí, donde la pueda localizar esta misma noche. -Llama primero a su hermana –contestó-. Pero si todavía está aquí... es miércoles. Déjame darte la dirección. Deanne garabateó los números en un sobre. -Deanne, deberías presentarte allí directamente, aunque Sage ya se haya ido. ***
Fiarse de Sharon la hacía sentir como si dejara que Hacienda le calculara los impuestos, pero al ver el cuatro por cuatro aparcado en el camino de entrada se olvidó de todo lo relacionado con Sharon. Intentó concentrarse y pensar en alguna forma madura y tranquila de disculparse por la intromisión. Se le hacía cuesta arriba pensar que no sabía con quién iba a encontrarse: una modelo en ropa interior de encaje negro, una atleta rubia, una amiga o una amante. Estuviera preparada o no, enseguida conocería las respuestas a esas preguntas y quizás a algunas más. Era una prueba que necesitaba pasar, por muy incómoda que se sintiera. De una cosa era consciente, podía ser que a Sage Bristo ya no le interesaran ni ella ni sus disculpas. Deanne respiró profundamente y llamó a la puerta. En cuanto se abrió, tuvo la respuesta a dos de sus preguntas. Le dio la bienvenida una mujer parecida a un duende, con una peluca rubia rojiza y una sonrisa pícara que desmentía una edad que debía de rondar los sesenta. -Hola, soy Deanne, una amiga de Sage. -Pasa, pasa –la invitó con un brillo de alegría en los ojos azul grisáceos-. No tiene mucho tiempo. Ha de coger un avión. Su hermana se casa el viernes. Nunca la había visto tan nerviosa. -Esther, yo... –Sage se calló al ver a Deanne pero no tardó en recuperarse-. Deanne Demore, te presento a Esther Yearger. Su sentido de la oportunidad, señorita Demore, es desastroso. -Déjame que te lleve al aeropuerto. Quiero hablar contigo antes de que te vayas. -el coche estará bien ahí en la entrada –la animó Esther-, pero empieza a moverte si no quieres perder el avión. -Me ahorraré los ceros del ticket del aeropuerto – aceptó dejando las llaves en la mesa. Se agachó, abrazó a la mujer con evidentes muestras de cariño y la besó en la mejilla-. Te veré a la vuelta. -buen viaje. -Me alegro de haberla conocido –se despidió Deanne sonriendo. -Las noches de los miércoles –dijo Deanne divertida, con los ojos puestos en la carretera. -¿Te ha sorprendido? -Me ha encantado. -La conocí hace cosa de un año. Estaba en el camino de entrada de su casa intentando apartar una rama caída que debía de pesar el triple que ella. fue amor a primera vista. -¿Una abuela adoptiva? -Puede. –Sage cambió de postura y se recostó en la puerta-. ¿De quién era la carta que finalmente t has decidido a leer? -He leído la última que envió Sharon. Escribió la dirección a máquina y no puso remite. -Es obvio que subestimamos su perspicacia.
-Lo es, y también que te debo una disculpa en toda regla. Creo que te la debo desde el principio, Lo siento, Sage. -Discúlpate por sacar conclusiones demasiado rápido pero no por tu desconfianza emocional. Eso es algo que entiendo muy bien, aunque yo me enfrente a ella de otra manera, pero, ¿me vas a explicar de dónde viene o estás disfrutando viéndome avanzar a tientas? -¿Avanzar? -avanzar en eso que tenemos a medias. -No sé –respondió Deanne con un hilo de voz-. Si de verdad te interesa y ate aburriré un día con esa historia. Se daba cuenta de que Sage la observaba y prefería mantener la mirada fija en la carretera. -También a mí me gustaría saber algunas cosas. -Pregunta. -De acuerdo. Para empezar, ¿cómo sabía Sharon que tipo de ropa interior uso? -De verdad que no lo sé. Ahora que lo dices... te las quitaste tan rápido que yo ni siquiera las vi. -¡Oh! Sage le cogió la mano, que iba directa a darle un puñetazo en la pierna, y se la acarició riendo. -¿Será posible? Está bien, ¿preparada para las preguntas espinosas? -¿Cómo de espinosas? -¿Quién era la mujer del restaurante? -No sé. Nunca la había visto, pero he salido con bastantes mujeres de ese tipo como para saber de qué pie cojeaba. -¿Te has acostado con Ali? -Parece que realmente te importa. No, Didita, no me he acostado con ella. -¿Didita? ¿Es que ese hombre no me va a dejar guardar ningún secreto? -Casi todo lo que sé de ti me lo contó él. La sonrisa con que la miró era la misma con que la recibió la noche en que se conocieron. Dulce y sincera, la hacía sentir como si fuera la única mujer en el mundo a quien se la hubieran dedicado nunca. Dudó antes de hacer la siguiente pregunta por miedo a que desapareciera. -¿Ésas son todas las preguntas espinosas? -No, no. ¿Cómo de íntima es la amiga de las fotos de la boda? Como ya esperaba, la sonrisa de Sage desapareció en un gesto pensativo. -Es una amiga... y una amante de hace mucho tiempo. Nuestra relación nunca ha sido exclusiva y a lo único que nos hemos comprometido alguna vez es a ser amigas. -¿por qué? -Le pedimos cosas distintas a la vida. Tia apenas duerme una vez al mes en el apartamento que tiene en Nueva York y en el resto de las ciudades que visita siempre la espera alguna guapa lesbiana. Lo único especial en mi caso es que sabe que puede contar con mi amistad. Esa parte no ha cambiado, pero yo no me he vuelto a acostar con nadie desde que te conocí. ¿Puedes decir tú lo mismo? -No –contestó en un tono de voz casi inaudible sintiéndose desfallecer ante su propia hipocresía. Sage se apiadó de ella y no insistió en el tema. Deanne se quedó callada, concentrada en la carretera, hasta que finalmente se decidió a preguntar: -¿Qué le pide Sage Bristo a la vida? -¿Y qué necesita? Tener un hogar, un lugar en que me sienta segura y querida. No sé si eso es posible. La casa de Sharon ha sido lo que más se ha acercado a un hogar desde que mi abuela murió. -Antes de conocer a Cimmie, nunca habría creído una cosa así de ti. No das ninguna facilidad para que te conozcan. -Otra forma de protegerme. El esfuerzo que se requiere es una forma de selección, pero si alguien desea de verdad conocerme puede acabar teniendo una buena amiga. A mí tampoco me es fácil confiar en nadie. El tráfico cada vez se congestionaba más a medida que se acercaban a la terminal. Sage soltó la mano de Deanne y empezó a organizar papeles y a tomar notas. -ven conmigo a Nueva York –dijo de pronto.
-Sage, ¿por qué me haces una cosa así? No puedo dejarlo todo y marcharme contigo a Nueva York. Se acercó todo lo que pudo a la puerta de entrada y aparcó en doble fila frente al indicador de los vuelos dirección noroeste. -¿por qué no? Aparca el coche. Yo pago el aparcamiento y ahora mismo te compro el billete. Deanne abrió el maletero y sacó las bolsas de Sage. -Yo no soy como tú, Sage. No puedo tomar decisiones así de rápido. Cogió la maleta grande de cuero negro, la llevó hasta un carrito y se encaminó hacia el coche. -Arriésgate por una vez en la vida. Ven conmigo. -buen viaje –respondió Deanne negando con la cabeza. -¿Qué te lo impide? -Mi trabajo. Los encargos –dijo y ya se daba la vuelta cuando añadió-: No sé lo que quieres de mí. -Quiero que me digas lo que sientes de verdad. Alguien hizo sonar la bocina. Deanne abrió la puerta del coche con expresión irritada. -Dímelo, Deanne –gritó Sage haciéndose oír por encima del tumulto. -Déjalo, Sage –gritó Deanne por encima del techo del coche. Me haces sentir incómoda. -Dímelo. -¿decirte qué? –replicó sin que le importaran ya los bocinazos-. ¿Qué te deseo, que te necesito? -No, algo que no sepa. -¿Qué te quiero? –balbució mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. -Sí. ¿Me quieres? -Sí. Te quiero –gritó y se apresuró a dejarse caer en el asiento del coche y arrancar bruscamente. Aceleró camino de vuelta por la interestatal 94, sin ver los coches que la rodeaban, maniobrando por rutina y a una velocidad de veinte kilómetros hora más de lo permitido. La adrenalina que todavía tensaba su cuerpo había perdido su razón de ser y ya no servía más que para que no lograra tranquilizarse. Deanne agarró el volante con fuerza y se inclinó hacia delante par buscar alguna emisora, pero por mucho que se esforzara no conseguía impedir que el intercambio de gritos se repitiera en su mente una y otra vez. No se había quedado tranquila después de haberlo admitido, de haber hecho una confesión forzada. ¡Delante de toda esa gente! Redujo la velocidad al pasarse al carril de la derecha. Se echó hacia atrás en el asiento y cogió el volante por debajo adoptando una postura relajada. Todo un espectáculo en honor a Sage Bristo. Sonrió pensando en las caras que debían de haber puesto los que pasaban por allí. Daba miedo la fuerza del amor, un miedo muy real. Hasta que no aparcó el coche en el porche, Deanne no vi el sobre con su nombre escrito que había debajo junto al asiento. Dentro de la bonita invitación a la boda de Cimmie había quinientos dólares y una tira de papel en la que se leían dos palabras escritas en la característica caligrafía de Sage: “Te quiero”. 24
-¡No! ¡No! Los mismos gritos que la habían despertado eran la causa de que Deanne estuviera ahora temblorosa y asustada. Su propia voz, sus propias palabras, gritadas desde las profundidades de otro mundo, un mundo que le era tan familiar como su habitación pero que no podía reconstruir fielmente. Tenía la camiseta empapada de sudor y el relente de la noche le provocaba escalofríos. Se arropó bien con el viejo edredón, cerró los ojos e intentó recuperar las cisiones. Su mente perseguía imágenes fugaces de una figura que parecía jugar a eludirla, asomando por detrás de sus ojos cerrados, retándola a que la reconociera. Encendió la lamparilla, cogió lápiz y papel, y garabateo una descripción de la desdibujada visión antes de que se le olvidara: en la cima de una colina boscosa; con el rostro hacia el cielo; largos rizos negros; los brazos extendidos a ambos lados. El sueño de hacía tantos años aparecía de pronto. La esencia era la misma.
Antiguos retazos cruzaban su mente a la velocidad del relámpago, pero poco a poco conseguía recordarlo. Ahora sabía de dónde le venían todas aquellas premoniciones. Se puso una bata, abrió el armario y sacó todas las cajas de los estantes. Como si estuviera poseída, se sentó en el suelo y empezó a buscar en una caja tras otra, en una carpeta tras otra, hasta que por fin dio con lo que buscaba. En una colección de escritos de juventud, manuscritas en un papel amarillo, las palabras reconstruyeron las imágenes de hacía veinte años. El sueño
Empieza como siempre, con una sensación de quietud silenciosa. Me agito en sueños, porque sé que la veré. Siempre se presenta como una figura distante en la cima de una colina. Mi mente describe círculos sobre su cabeza, acercándose cada vez más, hasta que siento toda su intensidad. La silueta oscura se arrodilla y sé que está al acecho con todos sus sentidos. Siento el viento frío de la noche que me azota el rostro. Todo es calma y silencio, y en el aire hay un denso olor a pino. Ella siente la noche de manera muy distinta. Sus oídos están acostumbrados a escuchar la melodía del viento, entrenados para detectar cualquier nota falsa. Observa atenta a una liebre que como allí cerca con su cría, protegida por la oscuridad. No la mira por placer, sino porque conoce el desarrollado sentido del peligro de la liebre y lo utiliza. A su lado, yo también observo en silencio, al acecho de lo que acelera su corazón. Las largas orejas de la liebre giran bruscamente. Aguantamos la respiración y escuchamos. Otra vez. La cabeza de la liebre se alza en gesto petrificado de alarma. Un instante después ya ha desaparecido. La mujer arrodillada se levanta con el corazón acelerado, en sintonía con el mío. Aspira profundamente y huele algo que la hace correr colina abajo. La urgencia de su carrera me produce angustia. Mi corazón corre con ella hacia las chozas alargadas del llano. Hoy un total de cinco y ella vuela de una a otra. De cada una de ellas, empieza a salir un torrente de mujeres y niños, que desaparecen en los bosques. El peligro flota en el aire, avanzando como un espeso banco de niebla, cada vez más cercano. Los hombres se apresuran a tomar posiciones al pie de la colina. La mujer aparece entre las sombras. La luna la ilumina por un instante y puedo verla moverse con movimientos precisos, alta y con el torso desnudo. Una nítida cicatriz blanca baja desde el lado derecho del cuello describiendo un dibujo parecido a la trayectoria de un rayo hasta llegar al pecho. Se une a los hombres. Ella también es un guerrero. Espero a su lado en profundo silencio, intentando controlar mi pesada respiración. Ahí están, formas oscuras que se arrastran hacia las casas en busca de sus presas dormidas. Siento el miedo de los guerreros, que transciende el espacio y el tiempo. Mi corazón se encoge y estoy a punto de perder el control, pero ella ha participado antes en la batalla y empuja su miedo hacia el interior, lo esconde de forma que ni ella misma pueda detectarlo. De pronto, se produce un farragoso torbellino de carreras y el enemigo es rodeado. Los guerreros blanden las armas con fiera determinación. La mujer guerrera atesta golpe tras golpe con mortífera eficacia mientras detiene los ataques del enemigo con un burdo escudo. Voltea su arma con poderío, sin dar muestras de cansancio. De algún modo sé que luchará hasta la muerte si es necesario con tal de no ser atrapada viva. Hay sangre por doquier y se suceden sin tregua los alaridos agónicos. El guerrero que luchaba espalda contra espalda junto a ella cae a sus pies. Se gira ligeramente para adoptar una postura más protegida y dirige sus embates hacia derecha e izquierda, pues ahora se enfrenta con dos a la vez. Inaccesible al miedo, sigue luchando, más allá del agotamiento, contra cualquiera que se le ponga delante. De pronto, un enemigo se le acerca por la espalda con el arma en alto, dispuesto a atacarla. El miedo me hiela la sangre. Debo alertarla pero de mi garganta no sale ningún sonido. Mi mente se esfuerza por desechar el terror que me paraliza y gritar, pero el alarido escalofriante que se oye no es el mío, sino el del enemigo que ya se abate sobre ella. Mi mente se aparta del lugar, tropezando en la carrera. No podría soportar verla sufrir o pensar en perderla. Corro con mi
mente, cada vez más deprisa, y las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Los alaridos retumban en mis oídos. No puedo decir si son los suyos o los míos. Deseo ardientemente que no sean los suyos y me doy cuenta de que no puedo abandonarla. Aterrada y exhausta, doy media vuelta. Ahora sí que son míos los gritos que lanzo en mi desesperada carrera: ¡No! ¡No! No podía salir de su estupefacción. El misterio que se desvelaba ante sus ojos era demasiado extraordinario incluso para que ella misma lo creyera. Observó el dibujo que había hecho de la cicatriz que recorría el cuello y el pecho de la guerrera. Hacía veinte años había pensado investigar su origen. Nunca habría podido adivinar su significado. 25
El trayecto desde el aeropuerto hasta la iglesia en un coche alquilado fue digno de una película de Spielberg. La forma de conducir de Deanne había sufrido una transformación drástica. Según sus nuevas normas, los frenos sólo había que aplicarlos cuando ya fuera a chocar contra el coche de delante, la bocina era la parte más importante del coche y se utilizaba en sustitución de los frenos, los espacios libres pertenecían al conductor con los reflejos más rápidos y con menos miedo a sufrir un accidente. Llegó a la iglesia deseando haber tomado dos tranquilizantes en lugar de uno. Más de trescientos invitados llenaban los bancos, atentos al desarrollo de una ceremonia bellamente orquestada, y Deanne ni siquiera estaba segura de que Sage supiera que estaba allí. La vasta solemnidad de la vieja iglesia, con sus techos altos y abovedados, era el escenario ideal para una ceremonia pensada según los cánones de la elegancia tradicional. Por descontado, Cimmie estaba espléndida en su vestido de seda y encaje, con un escote de exquisito gusto. El novio, vestido de negro y blanco, sonreía orgulloso. Sage estaba magnífica. Las elegantes líneas del satén color vino brillaban con la luz ambiental. No estaba nada segura de que su cámara pudiera hacerle justicia por mucho que hubiera renunciado a tres encargos para intentarlo. Los invitados empezaron a dirigirse con parsimonia hacia los portalones de madera. Deane se abrazó a la pequeña bolsa de viaje que llevaba y se unió al río de gente, entre apretones y sonrisas. Justo cuando se encontró ante la disyuntiva de tirar hacia la derecha o hacia la izquierda, notó que un brazo le rodeaba la cintura y oyó la voz de Sage que le susurraba al oído: -¿Te has decidido a seguir el camino de adoquines dorados del mago de Oz? -Sí –contestó Deanne con una sonrisa-, pero estoy aterrada. -Sígueme, Dorothy –dijo riendo-, tengo mucho que enseñarte antes de que vuelvas a casa. La poca participación de John Capra en la boda de su hija quizás había pasado inadvertida para la mayoría. La decisión de Cimmie de avanzar sola por el pasillo hasta el altar había sido la señal más evidente hasta el momento, pero esa ambivalencia pronto iba a disolverse con una claridad meridiana. Al oírse la voz de Cimmie en el micrófono los invitados guardaron silencio. -Según la tradición, este es el momento en que la novia baila con la persona que la ha protegido durante toda su vida, la persona con la que ha podido contar durante todos estos años cuando se sentía insegura o temerosa. En los veintinueve años que tengo, esa persona ha sido siempre mi hermana Sage. No quiero ni pensar cómo habría sido mi vida d no contar con su firmeza. Cuando nos separaron, se apuntó en todas mis clases de danza sólo para que pudiéramos estar juntas. Yo sabía que lo hacía por mí. A los doce años, bailar no era precisamente su pasatiempo favorito. –Sonrió mientras esperaba a que se apagaran unas discretas risas-. Gracias a aquellas clases pude seguir viendo a mi mejor amiga y tener conversaciones que aunque quedaran limitadas a aquellos tres cuartos de hora lograban confortar mi alma. Tres cuartos de hora en los que Sage me comunicaba su fuerza. John y Lena Capra habían desaparecido y Jeremy Capra estaba demasiado borracho para que le importara lo que oía, pero Cimmie sonreía tranquila. -A esa temprana edad, ya supe reconocer lo que valía el amor de mi hermana, aunque aprovechó tan bien las clases que pronto tuve que competir con las demás chicas de la clase, que también la querían de pareja.
Cimmie observó cómo Sage surgía entre la multitud que ya empezaba a arremolinarse alrededor de la pista de baile y se secó los ojos con un pañuelo que le tendieron. -Te quiero mucho, Sage. Estoy segura de que recordarás esta música; era uno de nuestros valses vieneses preferidos. Deanne también se vio obligada a secarse los ojos mientras observaba cómo las hermanas se encontraban en el centro de la pista. Cimmie apoyó la mano en el brazo que le ofrecía Sage con un gesto preciso y elegante, e iniciaron el baile con diestra soltura. Los movimientos seguían con exquisita pericia la música que fluía con gracia y finura. Sus cuerpo interpretaban la mezcla de notas y sentimientos deslizándose con desenvoltura por la pista. Constituían una imagen aristocrática de otros tiempos. Sus miradas y sus giros se sucedían sin ningún tropiezo. Formaban una perfecta unidad. Viéndolas bailar, Deanne fue consciente de la singularidad del vínculo que las unía y en su mente se suscitaron nuevas dudas. ¿un amor como ese podría oscurecer cualquier otro? Seguramente era el patrón con el que se juzgaban los demás. El impacto que pudiera tener en cualquier relación que Sage mantuviera sólo ella lo sabía, pero había muchas posibilidades de que la esperanza de encontrar un amor así de profundo y duradero fuera una malévola trampa emocional. En toda su vida no se había arriesgado tanto pero la recompensa podía ser mayor de lo que nunca había siquiera imaginado. A todo lo que había aspirado era a que su amor fuera suficiente para alguna mujer que supiera darle el suyo a cambio, y a que el amor mutuo fuera lo bastante fuerte como para que funcionara una relación monógama. Había creído, quizás ingenuamente, que algún día sería posible encontrar a esa mujer, pero nunca se atrevió a pedir que fuera alguien como Sage Bristo. Nunca soñó que su mera cercanía la estremeciera ni tampoco creyó que una mujer como Sage pudiera querer lo mismo de ella. Con todo, estaba dispuesta a arriesgarse y averiguar si era posible, sin importarle el precio. -No pierdas de vista a Brando, el individuo del mostacho con traje gris – advirtió Cimmie a Sage en los últimos acordes del vals-. Está a punto de abalanzarse sobre Deanne y no quiero que se sienta incómoda. -Le he estado observando. Cimmie hizo una graciosa reverencia y Sage inclinó la cabeza. Su demostración de baile de salón en el más puro estilo clásico fue aplaudida con entusiasmo y las hermanas se abrazaron conmovidas. -Siempre serás mi heroína –dijo Cimmie en voz baja, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. -Pero bueno, ¿es que quieres hacerme llorar? -Ajá. Te quiero mucho. -Y yo a ti. –Sage le dio un tierno beso en la mejilla-. ¡Qué seas feliz! -Lo seré –le aseguró Cimmie sonriendo al tiempo que recogía una lágrima de Sage con el pulgar-. Ahora ve a rescatar a tu dama. Seguida por la mirada curiosa de los asistentes, Sage se aproximó con paso seguro hacia la mesa en la que Brandon se cernía como un buitre sobre Deanne. Estaba tan absorto que no advirtió la presencia de Sage hasta que la vio inclinarse acercándose al oído de Deanne. -He venido a rescatarte. La sonrisa con que la recibió irradiaba gratitud por no haber tenido que pedirlo. -¡Hey! –exclamó efusiva, y le señaló la silla vacía que había a su lado-. Sage, ¿conoces a Brandon? Trabaja con Jeff. -Encantada de conocerte –le dijo mirándole fríamente a los ojos. Le tendió la mano derecha mientras rodeaba los hombros de Deanne con la izquierda en un gesto deliberado. Como era de esperar, los ojos se le salieron de las órbitas viendo cómo los largos dedos de Sage acariciaban con actitud provocadora el hombro de Deanne. El apretón de manos fue firme y seco. -¿Así están las cosas? –preguntó él mirando a Deanne. -Sí, así son las cosas –respondió Deanne con una sonrisa burlona, más por sí misma que por Brandon. -¡Vaya con la chica de provincias aventurera! – exclamó y miró a Sage que le
observaba con clínica frialdad-. Seguro que la gran ciudad te ofrecerá oportunidades de experimentar cosas interesantes. Se apresuró a volver la mirada hacia los ojos menos severos de Deanne, se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y le dio su tarjeta. -Llámame antes de marcharte. Estoy convencido de que los tres podríamos tener alguna experiencia interesante si lo que buscas es excitación. Deanne acarició lentamente la pierna de Sage por encima del voluptuoso satén color vino. -Creo que sería incapaz de excitarme más. Se dio la vuelta de forma brusca y desapareció entre los invitados. -¿Dónde ha ido a parar mi ingenua Dorothy? ¿Me estás proponiendo que...? -Lo que digo es que si no dejas de mirarme así, a este paso no llegaremos a donde sea que vayamos a dormir esta noche. -Por mí que no quede. -¿Lo has hecho alguna vez en el lavabo de una iglesia? -¡Ajá! -Eso me pasa por preguntar. A medida que las horas pasaron, la tensión del reencuentro había dado paso a una excitación placentera y armónica. Había desaparecido la indecisión que lo impedía, habían caído las barreras mentales que pesaban como lápidas sobre el placer de saberse juntas. La excitación que ahora sentían era pura, sin rastro de miedos ni amenazas de angustia. Estaban dispuestas a entregarse la una a la otra. ***
La puerta del apartamento de Cimmie se cerró tras ellas, concediéndoles la intimidad que tanto deseaban. Se fundieron en un cálido abrazo mutuo lleno de pasión. Sus labios expresaban tiernamente el deseo, acariciándose con una pericia nacida de un profundo entendimiento, abriéndose la una a la otra con innegable deseo. -Ya sé lo que me vas a decir –le susurró Deanne junto a la boca-, pero quiero oírtelo. Sage la atrajo todavía más hacia sí y la besó en la mejilla diciéndole: -Te quiero. La besó en la tierna piel debajo de la oreja y le dijo: -Te quiero. La besó en el hueco del hombro y repitió: -Te quiero. Sus palabras recorrieron el cuerpo de Deanne como una corriente eléctrica que se manifestó en un débil suspiro que hizo sonreír a Sage. Deanne le echó los brazos al cuello y le acarició los suaves rizos. -Nunca había luchado con tanta fuerza –dijo, al tiempo que Sage la cogía por las nalgas y la apretaba contra sus caderas- ... mm, contra algo que deseaba tanto. Estaban echadas en la cama, desnudas bajo la calidez del edredón de plumas, intercambiando excitantes caricias y besos largos y profundos. La manera en que se tocaban daba testimonio de su difícil viaje emocional. Se inundaban de ternura la una a la otra, entregándose sinceramente a sus emociones. La tenue luz ambiental dulcificaba los rasgos de Sage entre brillos y sombras. -Déjame volver a ver lo preciosa que eres –dijo con voz suave al tiempo que sacaba los brazos de debajo del edredón. El corazón de Deanne se aceleró espoleado por el calor de la mirada de Sage, que recorría parsimoniosamente su cuerpo desnudo. -Esos ojos me han hecho el amor mucho antes de que me tocaran tus manos. Ya no queda rastro de resistencia en mí, sólo amor y deseo –dijo envolviendo el noble mentó en su mano mientras bebía de los ojos que tales incendios le provocaban-. Eso es todo lo que tengo; espero que será suficiente. -Eso es todo lo que quiero. Las largas y suaves manos de Sage se movían con delicadeza sobre el cuerpo de Deanne. El deseo que suscitaban se extendía a su paso, hacia los hombros, por los pechos. Allí donde tocaban, la desnudez se agitaba ardiente. Se movían con lentitud dibujando la curva de sus piernas y subiendo por el interior de los muslos. Eran manos expertas, que sabían dónde tocar, dónde entretenerse y dónde jugar. El placer
se manifestaba sin pudor en la respiración entrecortada y los suspiros de Deanne. Durante todo el camino, las excursiones de sus manos fueron acompañadas de la mirada, que de vez en cuando se apartaba de su cuerpo para bañarse en el deseo azul verdoso de sus ojos. El cuerpo de Deanne serpenteaba fluidamente bajo las manos de Sage, contoneándose y alzándose para ir a su encuentro, acurrucándose para atraparlas. El deseo pronto se convirtió en hambre. En un momento en que se cruzaron sus miradas, Sage advirtió en sus ojos lo que el cuerpo de Deanne estaba empezando a decirle. Ya habían pasado el ecuador de las caricias tiernas. La atrajo hacia sí y rodeó con sus brazos y sus piernas el esbelto cuerpo de Sage. Los gemidos roncos que se escapaban de su boca traicionaban una pasión a punto de romper con cualquier ligadura. Entretejió sus dedos entre el pelo de Sage y la besó recorriendo su boca con pasión. Con cada uno de los besos que siguieron las amantes se sumergieron paulatinamente en un pozo de placer, que pasó luego a un estadio de dolor gozoso que iniciaba el ascenso hacia un espléndido estallido. Sus cuerpo, amoldados en un fluido ardor, se movían en un frenesí coordinado mientras todos sus poros se humedecían. Cuando mantener el control se le hizo tan difícil como la respiración de su amante, la boca de Sage se trasladó al cuerpo. -¡Te deseo! –suspiró Deanne. -Soy toda tuya –musitó rozando con su aliento caliente el cuello de Deanne-. Toda. Deanne se estremecía al paso de los ardientes labios que recorrían su sensibilizada piel bajando desde el cuello hasta los pechos. Sus sentidos, exacerbados, respondían al olor de su amante, al tacto de su cuerpo, al dulce sabor de su boca y a los murmullos del placer. Deanne veía aumentar su deseo con cada bocanada de aire; cada célula de su cuerpo ansiaba el contacto. Su cuerpo se arqueaba anhelante con el pecho envuelto en el calor de la boca de Sage. Las sensaciones recorrían su cuerpo sacudiéndola con cada lametón de la lengua sobre los pezones endurecidos y con cada mordisquito de los dientes que extraían con destreza hasta la última gota de placer. -¡Oh, Sage...! ¡Ooh, sí! -Mi encantadora amante –murmuró Sabe abrazando el cuerpo arqueado de Deanne mientras deslizaba su boca por entre las costillas. Se apretó contra la cálida humedad que fluía en su honor y le respondió un ronco gemido expectante surgido de lo más profundo de la garganta de Deanne. La misma expectación que espoleaba la sangre en las venas de Sage la empujaban a moverse a un ritmo sensual. Sus cuerpos se unieron en un flujo de movimientos unánime. Esta vez no habría ningún intento de aminorar el ritmo. Se lo daría todo, tan torrencialmente como ella quisiera, desde las profundidades más primitivas de su deseo hasta la cima del clímax, porque ahora sabía que tendría oportunidad de darse de todas las maneras posibles. -Sage, por favor... –pidió Deanne con voz grave. Sage se empleó a fondo con la boca, ofreciéndole toda la emoción que bullía en su interior. Empapada de terciopelo líquido, acarició el impulso de su amante hasta empujarlo a alturas donde el control no lo alcanzara, al tiempo que templaba la tensión conduciéndola a un estado de suspensión temblorosa. En el frágil momento que antecede al éxtasis, Deanne sólo sentía una necesidad desesperada de esa última caricia exquisita que rompe barreras. Cuando finalmente llegó, su cuerpo estalló en un glorioso y resonante orgasmo. Entre gritos de exaltación, sus caderas se levantaron una y otra vez a medida que los espasmos la sacudían ininterrumpidamente, hasta que cayó extenuada. Atrajo a Sage hacia sí y le apoyó la cabeza en su pecho haciéndole escuchar los latidos de su corazón. Luego apretó las piernas para aquietar los dedos que todavía se movían en su interior, y con Sage entre sus brazos, respiró profundamente en la serenidad de la satisfacción. De los labios de su amante salían sonidos inarticulados, en un lenguaje incomprensible para Deanne. Era capaz, sin embargo, de captar los sentimientos que, como los suyos, se desbordaban borboteantes en las palabras de amor. Sage se agitó, se hizo a un lado y volvió a abrazarla. -¿Qué decías entre murmullos? ¿Qué me decías? -Que eres una flor en mi corazón, la guardiana de mi alma.
Oyendo esas palabras se le cortó la respiración, hasta que finalmente pudo decir: -¿Alguna vez antes...? -Nunca, a ninguna otra. Emocionada hasta las lágrimas, Deanne recorrió tiernamente con las yemas de los dedos las nobles líneas del rostro de Sage. Se había perdido de forma irremediable en el amor más profundo de su vida, un amor tan sublime que creyó no volver a necesitar comer ni dormir, tan vital que no necesitaría respirar, pues era la vida misma. -No sabía que era posible amar tanto a alguién. Sus labios siguieron el camino que habían trazado sus dedos, acariciando levemente los rasgos de Sage. Recorrió la orgullosa línea de las cejas aspirando el aroma de su pelo. Se detuvo por un breve instante en la delicada piel del párpado, jugó con las largas pestañas oscuras, exploró la forma de la nariz y luego posó un beso en el finamente esculpido pómulo. Llegó a los voluptuosos labios y recorrió su contorno con la punta de la lengua, tentando su blandura hasta que se separaron y a su vez jugaron transmitiéndole un calor húmedo que mojó su renovado deseo. Balbucía palabras incomprensibles mientras se deslizaba por el cuerpo de Sage, amoldándose a los rincones. Sage se recostó en las almohadas y Deanne acurrucó la cabeza en su cuello. -Me cortas la respiración –dijo en un tono de voz suave y todavía algo ronco-. Me dejaste sin aliento el mismo día en que te conocí. Sage, que le estaba acariciando el pelo, acercó los labios a su cabeza y musitó: -Y tu sonrisa me rinde. Deanne levantó la vista con una expresión en la que se mezclaban la sorpresa y el halago. -¿No te dabas cuenta de que me estaba literalmente deshaciendo delante de tus ojos? –le preguntó. -No –dijo, y se incorporó para mirarla directamente a los ojos-. No me daba cuenta, pero te aseguro que me voy a enterar cuando ahora te deshagas debajo de mí. Le dio un beso profundo y sensual antes de envolverla con su cuerpo en una caricia global. Sage se acomodó debajo de ella y recorrió su espalda con sus cálidas manos, hasta llegar a las nalgas, que le apretó incitantemente. El sabor de su boca desató una pasión renovada y el contacto volvió a excitar a Deanne, aunque esta vez el deseo de hacer el amor a Sage brotó con más fuerza que sus propias necesidades. Pensar en la respuesta del cuerpo de Sage, oír sus gemidos e imaginar el exquisito placer que deseaba proporcionarle la exaltaba. Espoleada por el deseo, Deanne exploró su boca con la lengua mientras con las manos acariciaba con reverencia la suave piel de su cuerpo, deteniéndose en las elegantes curvas de los hombros y bajando luego al encuentro de los pechos, perfectos y tan pequeños que podía cubrirlos con las manos. Los sintió agitarse bajo sus amantes dedos y se entretuvo allí, disfrutando de la suavidad y del armónico contraste con la dureza de los pezones que presionaban sus palmas. Quiso rodearlos con la boca y saborear su ternura con la lengua. Deslizó los labios por las hondonadas de la garganta de Sage bajando hacia sus pechos, mientras sus manos descendían en una caricia lenta, recorriendo la longitud del cuerpo de su amante. Sage cerró los ojos en un gesto de aparente placer pero su actitud era reticente y permaneció inmóvil y reservada. Los dedos de Deanne rozaron la mata oscura de vello al tiempo que rodeaba con la lengua un pezón erecto pero antes de que pudiera cogerlo entre los labios, Sage le cogió la cabeza con las manos y se puso de costado. La besó entonces de nuevo en los labios, con firmeza y pasión. Deanne sentía que su cuerpo se electrificaba con una excitación desenfrenada que se mezclaba con un punzante anhelo de llevar a su amante al orgasmo. Embriagada de expectación, deslizó una mano esperanzada entre las piernas de Sage pero inmediatamente, antes de que pudiera saborear la cálida humedad de sus flujos, Sage le apartó la mano y la envolvió en un estrecho abrazo. Deanne le acarició el pelo con ternura y murmuró: -Guíame para que pueda darte lo que necesitas. -No importa –respondió en un suspiro mientras sus largos dedos se deslizaban por el contorno de las mejillas de Deanne-. Mientras yo pueda satisfacerte... -Sí que importa, cariño. Por favor, dime qué necesitas.
-Voy a buscar algo para beber –respondió Sage deshaciendo el abrazo y levantándose. Deanne le cogió la mano y saltó de la cama para abrazarla. Sus ojos la interrogaban en silencio. -Son muchas cosas, todas enredadas, y no he encontrado la oportunidad ni la manera de desenredarlas. -Lo haremos juntas. -¿Hasta dónde llega tu paciencia? -No lo sé –murmuró cubriéndola de pequeños besos en el cuello, la oreja y la mejilla-. Bésame y lo sabremos. No fue necesario más que sus lenguas se tocaran, que sus pechos se rozaran y que sus caderas se encontraran para que la pasión se hiciera dueña de ellas demostrando su fuerza. Un suspiro de deseo se escapó de la garganta de Deanne fundiéndose con los roncos gemidos de amor de Sage. La fuerza de la atracción mutua se extendió por sus cuerpos que de inmediato sucumbieron al calor exquisito del deseo acompañado de emociones y sentimientos. Sus besos se hicieron apasionados. El frenesí del hambre mutua las recorría y se concentraba en sus caderas, que iniciaron un movimiento rítmico y ardiente. Los suspiros entrecortados de Deanne marcaban el compás con que sus manos apretaban las nalgas de Sage. Giró la pelvis para notar la humedad de su entrepierna y su cuerpo empezó a temblar. -Estoy casi a punto –gimió Deanne. La mano de Sage se deslizó entre los tensos músculos de sus nalgas hasta notar el calor húmedo que la inundaba. -Oh... sí... Sage –musitó moviéndose al ritmo de las caricias, disfrutándolas atenta a no perder el control, hasta que finalmente se agachó hurtando su vagina a los dedos de Sage. Siguió con la boca el húmedo pasaje entre los pechos de Sage hasta llegar al calor de su vientre mientras con las manos le acariciaba la espalda. -Deanne –fue todo lo que pudo decir Sage con una voz grave y crispada. Las manos de Deanne continuaron adelante, acariciando las largas y bellas curvas de las piernas de Sage, robustas y firmes en al intersección con los músculos redondos y carnosos de las nalgas. Allí se hundieron los dedos de Deanne acercando lentamente la morena mata de vello a su boca. Los dedos de Sage se entretejieron en el pelo de Deanne y se quedaron allí quietos, sin animarla a seguir pero sin detenerla tampoco, aunque su cuerpo se tensó con un súbito escalofrío. Con cautela, Deanne besó la suavísima piel del interior de los muslos, sin saber si al segundo siguiente la mente de Sage dominaría su cuerpo y o si conseguiría entregarse. Quería prepararla rápido para el contacto con su lengua pero temía pulsar el botón equivocado. Notó que los dedos de Sage se agitaban entre su pelo, advirtió que la tensión de sus manos empujaba la pelvis hacia delante y le dio la bienvenida moviendo con suavidad los labios mientras con las manos guiaba las caderas de Sage empujándolas a coger ritmo. Sus sentidos se emborracharon del turbador olor de Sage, que aguijoneó su deseo. La envolvieron murmullos de deseo diferentes a los suyos. Deseaba desesperadamente penetrar en el interior de su amante y sentir el temblor de su orgasmo. A Sage se le había borrado la línea definitoria que separaba el placer que sentía al complacer a una amante del que ahora experimentaba. Nunca nada le había parecido demasiado si se trataba de satisfacer los deseos de la mujer con la que se acostaba y ahora era ella la que anhelaba egoístamente su propia satisfacción. Separó las piernas, dando la bienvenida a un deseo durante largo tiempo insatisfecho. Sus dedos se agarrotaron entre el pelo de Deanne y un largo gemido acompañó la primera caricia de su lengua. Sus caderas respondieron adelantándose para invitar a Deanne a que explorara sin miedo. La expectación hizo que dejara de respirar mientras los suaves lametones en espiral la guiaban hacia el centro de un placer exquisito. Las caderas de Sage, ahora animadas por un movimiento fluido, fueron la señal para Deanne de que el deseo estaba a punto de desbordarse. Presionó con la lengua adentrándose en los cálidos repliegues de terciopelo y la movió variando sucesivamente la presión. Oyó que la respiración de Sage se convertía en una serie de suspiros entrecortados y notó que las manos dejaban su pelo para cogerla por los hombros con firmeza mientras que el movimiento de sus caderas sufría un cambio
brusco y se reducía a una tensa presión hacia delante. Las piernas se le atirantaron y temblaron con creciente tensión. Era el momento. Con sensual precisión, Deanne movió la lengua en sucesivas caricias rápidas y luego se la introdujo en la vagina con ímpetu. Sage echó la cabeza hacia atrás entregándose sin reservas. Su vigoroso cuerpo se arqueó en un arrebato sublime. Permaneció así, suspendida en el éxtasis, elevando su voz en un prolongado silbido que testimoniaba su orgasmo. Los gritos de alegría que surgieron en un torrente de libertad reverberaban en el techo. Sus caderas se adelantaron una vez y luego otra antes de que empezara a apaciguarse en las manos de Deanne. Deanne escaló su cuerpo dejando un reguero de besos húmedos y Sage se relajó entre sus brazos. Sus labios buscaron los labios de Deanne y saboreó el fruto de su deseo. Reencontraba la sensibilidad y el aplomo en los brazos de aquella mujer. -Ha sido glorioso –dijo con voz ronca-. Eres maravillosa. -Acuéstate y deja que te abrace. Deanne arropó a Sage bajo el edredón de plumas y le acarició la cabeza susurrándole: -¿Ya te he dicho que te quiero? -Con una habilidad envidiable –dijo alzando la cabeza del pecho de Deanne-. Nadie antes... Nunca antes había sentido algo así. -¿Has conseguido abandonarte? -Sí. -Puede dar miedo cuando hay tantos sentimientos en juego –le dijo acariciándole la cabeza- pero la recompensa, amor mío, no tiene igual. -No he olvidado la tuya –respondió Sage. Cubrió con su mano los flujos todavía cálidos de Deanne y, dándole un beso apasionado, le introdujo los dedos y con caricias largas y lentas la condujo rápidamente al orgasmo. Sintió una ternura infinita y no los sacó hasta que Deanne se aquietó relajada entre sus brazos. Ambas se acariciaron entonces rozándose con las yemas de los dedos. -Ahora cualquier otra mujer me va a parecer sosa en comparación –bromeó Deanne en voz baja. -Entonces tendré que quedarme contigo –respondió Sage rodeándola con los brazos mientras hundía la cara en su pelo dándole besos. Deanne levantó la cabeza y vio que se había quedado pensativa mirando al techo. -Recuerdo que NaNan más de una vez me dijo: “No me preocupa a quién ames, sólo que seas capaz de amar, y de amar bien”. Supe que eso significaba que aceptaba mi sexualidad, pero hasta hoy no he sabido de qué amor hablaba. No puedo decir que hubiera sufrido, ni siquiera por esto –dijo tapándose la cicatriz con la mano-, ni tampoco por mi padre, hasta que me dejaste. Ahora sé que éste es el amor del que hablaba, un amor como el que hacía que se le llenaran los ojos de lágrimas después de cuarenta años. Deanne le acarició la cara con cariño, siguiendo el dibujo de los rizos por detrás de la oreja y cuello abajo. -¿Por eso me has llamado la guardiana de tu alma? -Y porque creo que sientes el mismo amor por mí – dijo asintiendo con la cabeza. -Así es. Por eso me aterrorizaba. ¿Te acuerdas en Longhouse cuando me preguntaste si creía en los presagios? En ese momento no estaba segura, pero desde que te conocí he tenido sensaciones y visiones fragmentadas que cruzan por mi mente y luego se devanecen. Me solía pasar cuando tú estabas cerca. Eran como extrañas sensaciones de haber visto algo antes. Nunca las he podido identificar, ni retenerlas lo suficiente para saber de dónde salen. Deanne se levantó de la cama y rebuscó en su bolsa de viaje. Sacó la página amarillenta escrita a mano y encendió la luz de la mesita de noche. -Me gustaría que lo leyeras. -Ahora que te tengo en mi cama desnuda –dijo acariciando suavemente el pecho de Deanne- me parece que preferiría hacer otras cosas antes que leer. Deanne se acurrucó entre los brazos de Sage con una sonrisa. -Voy a estar aquí toda la noche y todo el día de mañana. Te prometo que no tardarás ni cinco minutos en leerlo. Además, creo que lo vas a encontrar muy interesante. Lo escribí cuando iba a la universidad. Es un relato de un sueño que tuve varias veces
seguidas hace veinte años. Anteanoche volví a tenerlo. Se quedó mirando a Sage fijamente y esperó su reacción. Sage enseguida acabó de leer el relato, pero retrocedió hasta media página y lo releyó. Con toda su impasibilidad, Sage no pudo evitar fruncir el ceño al comprobar la fecha que figuraba en la parte superior de la hoja. De pronto, su frente se relajó, las arrugas desaparecieron y levantó la vista fascinada. -Es la guerrera de NaNan. Exactamente como ella me la describió. Deanne dio la vuelta a la hoja y señaló el dibujo de la marca de la guerrera. Luego, recorrió con la yema del dedo la cicatriz de Sage. -Eres tú. Sage abrió los ojos estupefacta. Miró inquisitivamente a Deanne y luego a la página escrita, como si buscara alguna otra explicación posible. -Creí que lo entendía –dijo recostándose en el cabezal de la cama al tiempo que sacudía la cabezapero nunca lo he entendido realmente. -Esperaba que pudieras explicármelo. -Lo intentaré, pero estoy segura de que todavía te va a parecer más raro. Deanne esperó sin dar muestras de impaciencia. -Era orenda -¿Qué es orenda, amor mío? Sage estiró del borde del edredón para cubrir los hombros de Deanne y se acomodó sobre las almohadas. -Mi abuela creía que en cada uno de nosotros hay un espíritu, una fuerza que si se respeta nos conecta unos con otros, con nuestro creador y con el mundo que nos rodea. Con el paso de los años, muchos senecas dejaron de alimentar su espíritu; perdieron su fe en orenda y ya no pudieron oírla ni sentirla. Después de abandonar a su gente para casarse, NaNan siempre temió perder la fe y eso hizo que se esforzara tremendamente en conservar la salud espiritual. Deanne le dio un beso y volvió a sentarse a su lado. -Habla sin miedo –le dijo, y vio como en el rostro de Sage se dibujaba una sonrisa-. No sabría decirte si estoy sorprendida o confusa. No acabo de entender qué hacía orenda en mis sueños. -Ganarse mi eterno agradecimiento. Has debido de ser muy receptiva, o quizás buscabas algo y estabas abierta a tomar una nueva dirección en tu vida. No sé. No pretendo tener la sabiduría de mi abuela. Sólo sé que se supone que somos más receptivos a la voz de nuestro espíritu mientras dormimos. Los sueños son mensajes que nos guían en la vida. Por mi parte, por las noches tengo tantas pesadillas que no podría oír nada pero NaNan siempre intentaba analizarlos y entender su significado. Creía que había recibido la bendición de un espíritu fuerte pero ahora sé lo poderosa que orenda era en ella. -Tan fuerte que podía transmitirme sus sueños. Si no los hubiera tenido yo misma, dudo que pudiera creer que nada de esto fuera cierto. Sage señaló la fecha en la parte superior del papel. -Entonces yo tenía once años –dijo levantando la vista y Deanne asintió-. Fue el mismo año en el que superé mi primera búsqueda espiritual. Ya antes había visualizado muchas veces a la guerrera de NaNan; concentrarme en ella me ayudaba a aliviar mi sufrimiento emocional. Sin embargo, aquel día, y cuando lo conseguí, el dolor físico había desaparecido. Deanne la miró con expresión perpleja. -Ahora te lo explico. Para un indio, la búsqueda espiritual es una especie de rito de iniciación en el que se aparta del poblado sin compañía para visualizar el origen de la fuerza de su espíritu. Si han alimentado bien su espíritu superarán la prueba con éxito. Para la mayoría, su espíritu extraía la fuerza de un animal, como el águila o el zorro. Yo siempre pensé que el mío recibía la fuerza de la guerrera. -Y tenías razón. -Más de la que entonces supe reconocer. Aquel día me habían dado una paliza brutal. NaNan vino y se me llevó con ella. Cuando ocurrió yo estaba en su jardín con la cara contra la tierra, y entonces noté por primera vez que la fuerza de la guerrera me inundaba, curaba mi cuerpo apaleado y confortaba mi alma maltratada. Nunca antes había sentido una paz semejante. El odio, el miedo y el dolor habían desaparecido. A esa edad, pensé que lo único que pasaba era que yo sabía que ahora viviría con
NaNan y ya no tendría que soportar más dolor. Tenía razón, pero sólo en parte. -Me pregunto si NaNan sabía que la guerrera de sus sueños era tú o si notaba que yo los recibía. Sage reflexionó pensativa y dijo: -Un día le pregunté... entonces debía de tener unos diecisiete... si últimamente había soñado con la guerrera, y me dijo: “Hace tiempo que no la veo, pero no me preocupo. Sé que ahora es fuerte y está segura”. -¡Dios mío, lo sabía! –exclamó Deanne con un hilo de voz. -Sabía –dijo Sage asintiendo con la cabeza- que había hecho todo lo que una chamán, una guardiana del alma, podía hacer por mí. -Me transmitió la responsabilidad, me hizo guardiana de tu alma. -De mi corazón y de mi cuerpo... como yo lo seré de ti –repuso pasándole los dedos por la frente-. No sé quién me intriga más, si mi vieja abuela o tú. Deanne se acurrucó muy cerca de su amante. -¿Tienes frío? -Mm. Sabes, creo que un día la conoceré. -Bien..., espero estar allí cuando llegue ese día – dijo Sage arropándola entre sus brazos y besándola tiernamente en los labios-. ¿A una escritora le gustaría vivir en una casa que diera a un embarcadero y tuviera vistas a un lago tranquilo? -Sería la casa perfecta para una escritora. Fin