MIGUEL ANGEL GRANADA
MAQUIAVELO
BARCANOVA EL AUTOR Y SU OBRA
Colección dirigida por Higinio Clotas y Mauricio Wacquez
© Miguel Ángel Granada Cubierta: Gráfic Disseny BARCANOVA Plaza Femando Lesseps. 33 Barcelona-23 Depósito Legal: B. 15.103-1981 I.S.B.N.: 84-85923-22-7 Primera edición: Mayo 1981 Printed in Spain Impreso en España Impreso por Romanyá/ Valls Verdaguer, 1 - Capellades (Barcelona)
Indice
Introducción.................................................... Cronología......................................................... Un mundo gastado ........................................... Los primeros años (1469-1498) ......................... El secretario florentino (1498-1512).................. «Post res perditas» (1512-1527) ......................... De la religión a la p olítica................................. Sísifo o el Estado............................................... El legislad or..................................................... «Quisque faber fortunae suae» ......................... Bibliografía.......................................................
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Introducción
Las páginas siguientes se han planteado un objetivo fácil de exponer, pero no sabemos si difícil de realizar: carac terizar con rasgos precisos, fundamentales y breves a Maquiavelo y su tiempo; mostrar su itinerario biográfico, la realización de su obra y la formación de su pensa miento en el marco de la vida, la cultura, la crisis y las expectativas florentinas e italianas en torno a 1500; de terminar lo que debe Maquiavelo a todo ello y aquello en lo que abre una nueva forma de pensar y actuar. Por lo que a nosotros respecta no nos atrevemos a lanzar una ojeada al paisaje después de la batalla; el lector juzgará si algo hemos conseguido de todo ello. Pero considera mos que el fracaso no será total si hemos suscitado en él la chispa ya que no de la vida, si al menos de la curiosi dad por perseguir ya él mismo algo de lo que aquí hemos trabajado: el conocimiento directo de Maquiavelo, el diá logo personal con su obra y el interés por aquella edad tan compleja y acaso fascinante del «Renacimiento», el anhelo por descubrir el verdadero sentido y función en la época de ese mismo concepto y palabra. Los condicionantes previos -número limitado de pá ginas y método de discurso excluyeme de notas y aparato erudito- hacen que no consideremos enteramente culpa nuestra dos realidades: en primer lugar que nuestro pro pósito inicial de caracterización de conjunto del «pensiero» maquiaveliano no haya quedado enteramente satisfe cho, pudiéndose detectar ¡a ausencia de algunos temas importantes; en segundo lugar no haber dejado testimo nio en el curso de alguna reflexión o exposición puntual
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Introducción
nuestra deuda con algún estudioso contemporáneo, y pensamos sobre todo en Gennaro Sasso. Sirva, pues, esta presentación para dejar constancia de ello. Nada más nos queda ya sino exponer nuestro deseo de dirigir asimismo este librito al profesor Francesco Adorno, naturalmente no como pago, sino como recuer do y fruto de nuestro caminar por las colinas florentinas, de nuestra estancia en el albergaccio y de aquellos va sos de buen vino de la heredad de Niccoló MachiavellL Y nuestro recuerdo agradecido también a los empleados y a las bibliotecas de la Facultad de Filosofía y Letras, Marucelliana y Nazionale de Florencia (de civitate ipsa florentina silemusj donde se pensó buena parte de lo que ahora se ofrece al lector, cuyo agudo juicio sabrá atribuir certeramente los errores que encuentre en las páginas siguientes a su verdadero responsable. Barcelona, diciembre de 1979
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Cronología
1469. 1478. 1490. 1492. 1494.
1498.
1499. 1500. 1502.
Nace Nicolás Maquiavelo en Florencia. Loren zo (el Magnifico) asume el control de Florencia a la muerte de su padre Piero de Medici. Conjura de los Pazzi y endurecimiento del régi men mediceo. Comienza la predicación de Savonahola en Flo rencia. Muere Lorenzo el Magnífico. Asume su papel su hijo Piero. Muere Giovanni Pico della Mirándola. Descen so a Italia de Carlos VIII de Francia, caída del régimen mediceo y expulsión de los Medici de Florencia. Cambio cpnstitucional en la ciudad y consolidación de la república popular de ins piración savónaroliana (república «piagnona»). Detención, condena y muerte en la hoguera de Savonarola. Muere también Carlos VIII de Francia. Maquiavelo es elegido secretario de la segunda cancillería de la república florentina. Comienza a operar en la Romaña César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Muere Marsilio Fi emo. Primera legación de Maquiavelo a Francia. Luis XII de Francia se reparte el reino de Nápoles con Fernando el Católico. Reforma constitucional en Floroncia: Piero Soderini es elegido «gonfaloniero de justicia» vi talicio. Legaciones de Maquiavelo ante César Borgia.
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Cronología
1503.
1504. 1506. 1508. 1509.
1510. 1511. 1512.
1513. 1515. 1516.
1517. 1518.
Escribe tres opúsculos muy importantes: Descrizione del modo tenuto..., Parole da dirle..., y Del modo di trattare... Muere Alejandro VI; tras el breve pontificado de Pío III es elegido papa Julio II. Hundimiento de César Borgia y victo ria española sobre Francia en Nápoles. Escribe el Decennale primo. Segunda legación a Francia. Se publica el Decennale primo. Maquiavelo re cluta la milicia florentina. Escribe desde Perugia los Ghiribizzi al Soderini. Legación a Alemania. Redacta el Rapporto delle cose della Magna. Florencia recupera Pisa; Venecia es derrotada en Agnadello por el papa y Francia. Segunda le gación de Maquiavelo ante el emperador. Re dacta el capitolo dell'ambizione y el Discorso sopra le cose della Magna e sopra l'imperatore. Liga de Julio II y Venecia contra Francia. Ter cera legación a Francia y redacción del Ritratto delle cose di Francia. Liga Santa (Papa, Venecia, España) contra Francia. Cuarta legación a Francia. Fortaleci miento del partido mediceo en Florencia. Derrota de Francia ante la Liga. En Florencia cae la república y Soderini; retornan los Medici y recuperan el control sobre la ciudad. Maquia velo es depuesto de sus cargos. Muere Julio II y es elegido papa León X Medi ci. Maquiavelo compone // Principe, interrum piendo los Discorsi. Muere Fernando el católico. Participa en las tertulias de los Orti Oricellari, donde lee sus Discorsi sopra la prima Deca di Tito Livio. Pomponazzi publica su De immortalilate animorum y Ariosto el Orlando furioso. Redacta el Asino y dedica los Discorsi a C. Rucellai y Z. Buondelmonti. Escribe la Mandragora y comienza la redacción del Arte della guerra.
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Cronología
1520. 1521. 1523.
1524. 1525.
1526.
1527.
1530. 1531. 1532.
Escribe la Vita di C. Castracane. Es contratado por el Studio florentino como historiador; sur girán de aquí las Istorie fiorentine. Se imprime en Florencia el Arte della guerra. Muere León X. Agostino Nifo plagia II principe en su De regnandi peritia. Guerra entre España y Francia. A la muerte de Adriano VI es elegido papa Cle mente VII Medici. Se edita en Roma la Mandrágora (con anteriori dad en Venecia). A finales de año redacta la Clizia sobre la base de un texto de Plauto. Derrota francesa en Pavía ante Carlos V. Maquiavelo es declarado hábil para el ejercicio de cargos públicos. Termina las Istorie y se repre senta con gran éxito en Florencia la Clizia. Muere Pomponazzi. Triunfal representación de la Mandrágora en Venecia. Francisco I de Francia no respeta los acuerdos de Madrid y organiza (con el Papa, Milán, Venecia y Florencia) la liga de Cognac contra el emperador. Maquiavelo vuelve a la actividad política como canciller. «Saco de Roma» por las tropas imperiales. Caí da del régimen mediceo en Florencia y nueva expulsión de los Medici de la ciudad. Se restau ra la república de inspiración savonaroliana. Maquiavelo muere pocos días después, el 21 de junio. Al día siguiente es enterrado en Santa Croce. Caída de la República y nuevo retorno -ahora definitivo-, de los Medici, que enseguida serán nombrados Duques de Toscana. Editio princeps de los Discorsi (por Blado en Roma y Giunta en Florencia). Editio princeps del Principe en los mismos edi tores, acompañado de la Vita di C. Castracane, Del modo di trattare y de la Descrizione del modo tenuto dal duca. En 1532 también publi can ambos editores las Istorie fiorentine.
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Cronología
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Sibila cumana.
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Un mundo gastado
Ultima Cumaci venit iam carminis aetas Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo Iam redit et virgo, redeunt Saturnia regna Iam nova progenies cáelo demittitur alto «Ecce iam ad novum illud saeculum per va rios casus divino te nomine voco: ecce iam per tot discrimina rerum ad auream illam aetatem excito... Román ad interitum usque destruendam... Ecclesiam ab interitu divina ope vindicandam atque adeo illustrandam; Mahumetanos ad Christianam fidem adsciscendos. Ovil^ tán dem omnium unum, pastorem unum» (G. Nesi Oraculum de novo secuto, Florencia 1497). «Pero volvamos a los italianos, quienes por no ha ber tenido príncipes sabios, no han tomado ningún or den bueno y por no haber tenido aquella necesidad que han tenido los españoles, no lo han tomado por sí mismos, de forma que se han convertido en el vitupe rio del mundo. Pero la culpa no es de los pueblos, si no de sus príncipes, los cuales han sido castigados y han pagado justas penas por su ignorancia al perder ignominiosamente sus Estados sin ningún ejemplo de virtud, ¿Queréis ver si lo que digo es cierto? Conside rad cuántas guerras se han producido en Italia desde la caída del rey Carlos hasta hoy: a pesar de que las guerras suelen hacer a los hombres belicosos y afama dos, las de Italia -cuanto mayores y más fieras han sido- tanta más reputación han hecho perder a sus
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Un mundo gastado
miembros y a sus jefes. Esto procede necesariamente de que los órdenes acostumbrados no eran y no son buenos y no hay nadie que haya sabido adoptar otros nuevos... Creían nuestos príncipes italianos, antes de que experimentaran los golpes de las guerras ultra montanas, que a un príncipe le bastaba con pensar en su gabinete una aguda respuesta, escribir una carta hermosa, mostrar en sus dichos y en sus palabras agu deza y prontitud, saber tejer un engaño, adornarse de joyas y de oro, dormir y comer con mayor esplendor que los demás, tener a su alrededor las lascivias sufi cientes, gobernarse con sus súbditos avara y soberbia mente, pudrirse en el ocio, conceder por favor los gra dos militares, despreciar a quien le mostrara un cami no loable o pretender que sus palabras fueran las res puestas de un oráculo. No se percataban los misera bles de que se preparaban para ser devorados por el primero que los asaltara. De aquí nacieron después, en 1494, los grandes miedos, las repentinas huidas y las sorprendentes pérdidas. Y así tres Estados podero sísimos que había en Italia han sido varias veces sa queados y devastados; pero lo peor de todo es que los que quedan siguen en el mismo error y viven en el mismo desorden y no toman en consideración que quienes antiguamente querían conservar el Estado ha cían y hacían hacer todas las cosas que yo he indicado y que se afanaban por preparar el cuerpo a las fatigas y el ánimo a no temer los peligros. De aquí nacía que César, Alejandro y todos aquellos hombres y príncipes excelentes eran los primeros entre los combatientes, caminaban armados a pie y si perdían su Estado pre ferían perder la vida. De esta manera vivían y morían virtuosamente. Y si en ellos, o en parte de ellos, se po día censurar demasiada ambición de poder, jamás se encontrará que se censure en ellos alguna molicie o cualquier cosa que haga a los hombres delicados y co bardes: cosas todas ellas que si nuestros príncipes las hubieran leído y creído, hubieran cambiado necesaria mente ellos de forma de vivir y sus Estados de fortu na.»
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Un mundo gastado
Son palabras escritas por Maquiavelo en 1520 como conclusión apocalíptica de su Arte delta guerra. Manifestaciones parecidas son frecuentes además en tre autores contemporáneos, florentinos e italianos, y nos muestran la autoconciencia de la época, domina da por los conceptos de crisis, degeneración, corrup ción, desgaste de las formas. Para muchos autores, 1494, año de la invasión francesa, es el momento y el episodio que hace patente el total hundimiento de Ita lia, aunque el proceso se había gestado desde mucho tiempo antes, como trata de decir Maquiavelo. En cualquier caso y precisamente en tanto que perfecta corrupción, desorden y deformación, el momento pre sente -los años noventa o las primeras décadas del si glo X V I- era sentido al mismo tiempo (en cumplida aplicación de la noción de historia y tiempo dominan tes) como el fin de un ciclo que estaba a punto de de jar el paso a un ciclo nuevo, a la «regeneración», «renacimiento» y «reforma» del mundo humano, aca so -y también era frecuente decirlo- como una mani festación concreta más de la total renovación del cos mos universal. La representación del mundo como gastado -en términos incluso ontológicos; Maquiavelo habla, en su campo, de la virtú desaparecida y consu mida- es la premisa básica para la esperanza (sentida inminente) de la regeneración y «re-creación», tal y como viene «profetizada» por los versos de Virgilio con los que hemos abierto el presente capítulo y cuya difusión en estos momentos era verdaderamente enorme. Pero ya el mismo Maquiavelo lo indicaba ce rrando su Arte della guerra: No quiero ni que temáis ni que desconfiéis de ello, porque este pais parece nacido para resucitar las cosas muertas, como se ha visto en la poesía, en la pintura y en la escultura. En el año 1494, la invasión francesa trae consigo el hundimiento del sistema de equilibrio entre los cin co grandes estados italianos (Venecia, Milán, Floren cia, Roma y Nápoles) por el que se había regido Italia
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Un mundo gastado
en la segunda mitad del siglo. Había sido, por otra parte, un equilibrio entre fuerzas conservadoras, enca minado precisamente a estabilizar e inmovilizar la po lítica italiana con vistas a la perpetuación de las es tructuras básicas y las relaciones sociales vigentes de hecho. El hundimiento del sistema abre un largo pe ríodo en el que la clase dirigente italiana se ve obliga da a subordinarse a las nuevas monarquías extranje ras (Francia y España), al tiempo qule la monarquía (o sea, la tiranía según el sistema de valores de la tradi ción del humanismo civil) se impone como la forma de gobierno que garantiza la dominación de la clase dirigente. Es un período el que se abre que va a regis trar en Florencia -en el resto de Italia ya estaba regis trado desde hacía tiempo- la incapacidad e impoten cia de los sectores «populares» por desplazar el poder político a la minoría oligárquico-patricia (por obligar la al menos a compartir el poder) y por asumir y orga nizar el funcionamiento del Estado. Es el fracaso de la República florentina y el fracaso también en cierto sentido de Maquiavelo. 1494 abre el sangriento perío do de las guerras de Italia, del enfrentamiento entre Francia y España por la hegemonía en la península, de los papas guerreros y astutos políticos: Alejandro VI Borgia (con su séquito, dirá Maquiavelo, de «lujuria, simonía y crueldad»), Julio II (que será «excluido de los cielos» por Erasmo) y los papas Medici. La vida económica y la sociedad italiana se ruralizan. La burguesía manufacturera y financiera italiana, antaño hegemónica en Europa, pierde posiciones ante las nuevas condiciones vigentes en Europa. Las inver siones se orientan hacia la tierra, los bienes inmuebles y el consumo suntuario; la industria se estanca en unos momentos en que se están formando las bases del despegue comercial e industrial de Inglaterra, Paí ses Bajos y Francia. La banca y la finanza italiana cede y retrocede ante nuevos banqueros como los alema nes. La carestía además se hace sentir periódicamente. La cultura filosófica y literaria florentina recoge y expresa esta situación de crisis. El humanismo civil
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Un mundo gastado
(cuyo apogeo corresponde a la primera mitad del si glo XV con las figuras de Salutati y Bruni, cancilleres de la República) no puede dejar de reconocer, en tan to que filosofía republicana de la aristocracia ciudada na, la fuerte refutación que representa la «tiranía» de Lorenzo el Magnífico, ante la cual los viejos conceptos de la vita activa civilis, libertas republicana y participa ción en los asuntos colectivos se manifiestan como abstracción y retórica. Es lo que nos expresa el De li bértate de Alamanno Rinuccini cuando tras la conjura de los Pazzi el régimen de Lorenzo se endurece hacia la tiranía larvada. La época medicea, sobre todo el gobierno de Lo renzo (1469-1492), asiste al auge y apogeo del platonis mo ficiniano. Favorecido por el poder, está más en consonancia con la condición de los tiempos este pla tonismo hermetizante y mágico-astrológico de orienta ción eminentemente contemplativa, trascendente y cosmológica. Pero, como veremos más adelante, esta filosofía ilustrada y propia de sectores cultivados ma nifiesta también la esperanza en una inminente o ya iniciada «renovación» total de las cosas humanas, en la instauración inminente de la paz y concordia univer sales. Aunque la representación platónica (en Ficino, Pico, Landino, Egidio de Viterbo) del desarrollo de la «renovación universal» difiera sustancialmente, sin embargo comparte dicho principio con las corrientes profético-apocalipticas-milenaristas de extracción po pular que desde el último cuarto de siglo XV van a sa cudir la vida italiana y particularmente florentina en una serie de oleadas sucesivas que testimonian la pro fundidad y la vivencia de la crisis y las representacio nes de su superación en las capas populares, pero también en núcleos ilustrados contagiados por ellas. El complejo fenómeno de Savonarola y sus huestes «lloronas» (los piagnoni). que llegó a oenetrar incluso entre los seguidores de Ficino, es la manifestación más importante de este movimiento que profetizando la depuración y reforma completa del hombre y de la Iglesia daba expresión a la insatisfacción de las masas
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Un mundo gastado
populares, indicando y canalizando al mismo tiempo su exigencia de renovación. También Maquiavelo, su pensamiento, es hijo de la crisis, explicación de la cri sis y superación y salida de la misma; pero si en el ob jetivo Maquiavelo coincide con las tradiciones de la «renoviato», si sus esquemas mentales son en cierto modo formal similares, en nuestro autor adquieren un sesgo y un desarrollo completamente nuevos: la revo lución maquiaveliana está en haber pasado de la reli gión y la eclesiología a la ciencia de la política y al Es tado; se podría decir acaso que en lugar del fantasma del Apocalipsis, el Anticristo y el papa Angélico asoma el rostro de Leviatán. Muy frecuentemente la idea y el anhelo de la «re novado» (o reforma, etá nuova, novo seculo...) apare cían vinculados con la astrología, es decir, ,se ponía en conexión el nuevo curso humano (el «renacimiento») con el comienzo de un nuevo ciclo celeste, en una apli cación más del principio de la influencia o determina ción astral del mundo terreno y humano. No significa otra cosa la boga de la doctrina de las «grandes con junciones celestes» que concebía las mutaciones (as censos y ocasos) de los imperios y hasta de las religio nes como efecto de los ciclos celestes y particularmen te de las grandes conjunciones de los planetas supe riores, en ese pequeño y cerrado cosmos premecanicista en el que la Tierra central es el punto de referen cia absoluto de los movimientos y la confluencia de las fuerzas celestes. Presente por igual en las comuni dades hebrea, musulmana y cristiana, la doctrina de las grandes conjunciones llega al siglo XV desde la Edad Media por múltiples caminos y de la mano de di ferentes autoridades: Alkindi, Albumasar, Abraham bar Hiya, Roger Bacon, Pedro d'Ailly, Pietro d'Abano, Biagio Pelacani da Parma: la conjunción de Júpiter con Saturno indica el ascenso de la «lex judaica»; con Marte, de la caldea; con el Sol, de la egipcia; con Ve nus, de la mahometana; con Mercurio, de la cristiana; la conjunción con la Luna señala el advenimiento del Anticristo. Abraham bar Hiya había señalado que
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Un mundo gastado
cuando al cabo de 144 conjunciones se produzca de nuevo la conjunción de Júpiter con Saturno en Aries, tal y como estaban dispuestos los cielos en el momen to de la creación del mundo, ocurrirá la renovatio mundi: haec conjunctio fortis renoval statum mundi. El mundo nacerá de nuevo, pues las formas descenderán y se incorporarán con la máxima capacidad generativa en la materia de este mundo desgastado en el período anterior. El ideal de la «renovatio» y la temática de las grandes conjunciones celestes implican por tanto una precisa filosofía o concepción de la historia: un natu ralismo marcado (susceptible de ser vinculado, es cierto, con un providencialismo divino pues -como dice el salmista- coeli enarrant gloriam Dei o en térmi nos ficinianos, los cielos son signos indicativos de la voluntad de Dios), un curso cíclico de los asuntos hu manos y fundamentalmente el presupuesto de que los orígenes, el comienzo, constituyen el punto de máxi ma perfección en el ciclo, pues el tiempo siguiente no es sino el consumo de la riqueza ontológica y generati va inherente al momento inicial de creación. Un coro lario de esta concepción de la historia (que sólo con el triunfo del mecanicismo y su ontología empieza a de saparecer) es que para que se produzca la superación de una crisis histórica es necesario haber apurado previamente la copa de corrupción y que la regenera ción no puede ser otra cosa (como ya indica el prefijo) que un retorno a los orígenes. Muestra a la vez de la enorme difusión de la doc trina de las grandes conjunciones y de la inquietud e insatisfacción popular nos la ofrece la conmoción sus citada por la gran conjunción de Júpiter y Saturno en Escorpión prevista para 1484. En los círculos platóni cos florentinos se veía en ello la indicación de que se iba a entrar, sin dolores ni traumas, en la «renovación universal», es decir, en el retorno de los Saturnia regna virgilianos predichos por la Sibila cumana. En 1481, en su Comento sopra la Comedia di Dante, C. Landino interpretaba así el pasaje dantesco del Veltro
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Un mundo Restado
relacionándolo con la conjunción anunciada para 1484: Yo creo que el poeta, excelente matemático, ha percibi do astrológicamente en el porvenir algunas revolucio nes celestes, por medio de las cuales verá su fin la co dicia: será la edad de oro y debemos deseárnosla pró xima. El Veltro será pues esta influencia que nacerá entre el cielo y el cielo...: el año 1484, el 25 de noviem bre, a las 13 horas y 41 minutos, tendrá lugar la con junción de Saturno y Júpiter en Escorpión, bajo el as cendente del quinto grado de Libra, lo cual significa un cambio de religión. Dado que Júpiter domina a Sa turno, esto significa que el cambio será hacia lo mejor y como no puede haber religión más verdadera que la nuestra, tengo la firme esperanza de que la cristiandad alcanzará una vida y una organización excelentes. De fonna que podremos decir: Jam redil el Virgo, redeunt Saturnia Regna, jam nova progenies cáelo demittitur alio. La misma idea comunicaba a Ficino Egidio de Viterbo: Hec sunt, mi Marsili, Saturnia regna, hec toties a Sybilla et vatibus aetas aurea decantata. Los platónicos interpretan, pues, llenos de optimismo, la época como el cumplimiento de la profecía virgiliana. ¿Cómo ex trañarnos entonces de que en estos años esté repre sentado en los mosaicos de la catedral de Siena, en el interior del templo, Hermes Trismegisto flanqueado por las sibilas y entre ellas la sibila de Cumas «cuius meminit Virgilius eclog. IV » El mismo proyecto filosó fico de Pico della Mirándola (la «concordia» universal de todas las religiones y filosofías que debía promul garse en el congreso que intentaba convocar en Roma en 1486) era una expresión del ideal de unidad y paz que sustentaba la versión platónica de la «renovatio». Las grandes expectativas vinculadas con la gran conjunción celeste de 1484 no quedaban reducidas al círculo platónico. En el mes de abril de dicho año un profeta que se hacia llamar Giovanni Mercurio da Correggio anunció a caballo por las calles de Roma la
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Un mundo gastado
transformación del mundo y el advenimiento de la edad de oro sobre la base de la conjunción celeste y el credo hermético que le había llevado a denominarse Mercurio. Los años 1482 y 1483 registran por toda Ita lia y Florencia grandes milagros y prodigios que testi monian la ansiedad ambiental: Cuento este hecho -dice el cronista florentino Lúea Landucci- porque el mundo estaba alterado en la es pera de grandes cosas por parte de Dios. Los inevita bles pronósticos astrológicos alimentaban esa ansie dad: Pablo de Middelburg en sus Pronostica ad viginti annos spectantia advertía que las conmocio nes causadas por la conjunción se desplegarían en un plazo de veinte años; Antonio Arquato pronosticaba la destrucción de Europa. De tinte catastrofísta, a diferencia del optimismo de los cultos ambientes platónicos, eran sin embargo las expectativas populares, se plantearan o no la «re novado» en términos astrológicos. Savonarola, la pre dicación savonaroliana. que desde 1490 prende exten samente entre el pueblo florentino y también en sec tores ilustrados, muestra un planteamiento de la re forma y regeneración humanas como consecuencia de la acción directa de Dios, al margen de las revolucio nes celestes. Para el monje dominico y sus seguidores los tiempos están maduros para la intervención divina porque la corrupción en Italia y en Florencia ha llega do al máximo; los prodigios (ese rayo que ha caído so bre la cúpula de Brunelleschi, del lado de San Loren zo y del palacio Medici, no puede sino amenazar ai ti rano pagano Lorenzo el Magnífico) y la misma existen cia de las profecías de que Dios hace portavoz a Savo narola anuncian que la intervención de Dios es inmi nente y se va a desplegar en dos fases: en primer lugar el castigo y la purgación necesarios por la corrupción imperante en la Iglesia; Italia toda, Florencia y Roma (la corrompida «meretriz» babilónica), serán arruina das por las guerras, las calamidades, las pestes, en jus to e inevitable castigo divino que servirá al mismo
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Un mundo gastado
Savonarola
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Un mundo gastado
tiempo de purgación y exhortación a la penitencia. Y entonces, Dios llevará a cabo con ese pueblo regenera do y restaurado la renovación de la Iglesia y el retor no a la pureza originaria; los infíeles se convertirán al cristianismo y la humanidad recuperará la paz y la unidad en una sola Iglesia. Esta etá nuova iba a coinci dir con el poder y el auge de Florencia, la ciudad guía en la reforma destinada por Dios a convertirse en la «nueva Jerusalén»; Oye, Florencia -decía Savonarola en un sermón- lo que yo te digo; oye lo que Dios me ha ins pirado... de tí saldrá la reforma de toda Italia. Esta oleada profética y milenarista, estas corrien tes y actitudes escatológicas no desaparecen de Italia ni mucho menos de Florencia con la muerte de Savo narola en 1498. Latentes al menos hasta 1530, por lo menos mientras vive’ Maquiavelo, el profetismo y las expectativas de la renovación rebrotan constantemen te muy en consonancia con los avatares políticos de Florencia y de Italia: se espera el Apocalipsis pues se cree que el Anticristo está ya en el mundo, en la Igle sia, y se le individualiza ora en el papa Alejandro VI, ora en el turco o en algún príncipe cristiano (recorde mos que en 1500 Lúea Signorelli pinta en Orvieto la Historia del fin del mundo, concediendo al tema del Anticristo un lugar preferente); pero se cifran las espe ranzas en el Reformador, en el Papa o pastor Angélico que dirigirá la renovación de la Iglesia, y se cree reco nocerlo en sucesivos profetas, en algún príncipe y has ta en el nuevo papa León X. Las angustias políticas florentinas traen consigo la reproducción en la ciudad de las profecías apocalípti cas: Piero Bernardino, Francesco da Montepulciano, Francesco da Meleto, quien, con complicados cálculos numéricos con base en las Escrituras, fecha en 1517 el comienzo de la «renovado». Esta es, en suma, la Italia y la Florencia de Maquiavelo, quien en ocasiones da expresión a esos mismos anhelos de paz, concordia y renovación, como por ejemplo en su canción degli spiriti beati de 1513; en el capítulo final del Principe se hace eco también de los presagios y prodigios celestes
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Un mundo gastado
que auguran la regeneración de Italia: «se ven aquí he chos extraordinarios sin parangón realizados por Dios mismo: el mar se ha abierto, una nube os ha mostrado el camino, ha manado agua de la roca; ha llovido aquí maná». También Maquiavelo ve a Italia y Florencia en el fondo de la crisis y corrupción; también él aspira a la renovación y a la reforma, concibiéndola -en el marco del ciclo- como un retorno a los orígenes; pero más allá de esta coincidencia nos encontramos con la revolución maquiaveliana: él no se representa el pro blema en términos de religión, Iglesia y pecado, sino en términos de política, Estado y ciencia política. La salida de la crisis no va a venir para él del reformador religioso, sino del «príncipe nuevo», que también pue de (y debe) ser reformador religioso. El hombre «nue vo» para él no será el viejo cristiano volcado a la hu mildad, la trascendencia y la otra vida, sino el viejo ro mano formado por la educación como ciudadanosoldado, lleno de mundana gloria, grandeza de ánimo y virtú, con la patria como horizonte valorativo total. La inversión maquiaveliana se expresa perfectamente en las siguientes lineas del capítulo X II del Príncipe: «Y quien decía que la causa de todo ello [la crisis ita liana y la invasión de Carlos VIII] se hallaba en nues tros pecados, tenía razón, sólo que no eran los que él creia, sino los que yo acabo de exponer». El inmodificable punto de partida de una naturaleza humana go bernada por la ambición insaciable imponía una sola vía para la organización relativamente estable de la convivencia humana: la fuerza, es. decir, la razón y las armas, o sea: el Estado. Con Maquiavelo nace, al me nos en la theoria, el mito de la Europa moderna, el gran monstruo Leviatán: Todas las ciudades que durante algún tiempo se han gobernado por príncipe absoluto, por aristócratas o por el pueblo, como se gobierna Florencia, han te nido para su defensa las fuerzas combinadas con la prudencia, porque ésta sola no basta y las otras o no ejecutan bien las cosas o, ejecutadas, no las conser van. Son por tanto estas dos cosas el nervio de to-
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Un mundo gastado
das las señorías que fueron o que serán por siempre en el mundo. Y quien ha observado las mutaciones de los reinos, las ruinas de los países y de las ciuda des, ha visto que no estaban causadas por otra cosa que por la falta de armas o prudencia.
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Un mundo gastado
Arbol genealógico de Maquiavelo.
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Los primeros años (1469-1498)
« Nacqui povero, et imparai prima a stentare che a godere» (aF. Vettori. 18-III-1513) Nicolás Maquiavelo (Niccoló Machiavelli) nace el 3 de mayo de 1469. Era el primer hijo varón del notario Bernardo Machiavelli. El linaje Machiavelli está docu mentado en Florencia desde el siglo XIII: son güelfos y forman parte del popolo grasso del Oltrarno, aunque obtienen sus rentas de la tierra y no de la práctica del comercio o de la manufactura; en el curso del tiempo este linaje proporcionó además abundantes magistra dos (gonfalonieros y priores) al gobierno comunal. Sin embargo, la situación económica del padre de nuestro autor era más bien modesta y pobre: la fami lia debía salir adelante con los escasos ingresos de la profesión paterna y con el parco producto de las tie rras de Sant 'Andrea in Percussina, el lugar al que Ma quiavelo se retirará más tarde (en 1513) y donde com pondrá el Principe. Son escasos los documentos y los testimonios so bre estos primeros años de la vida y formación de Maquiavelo: nuestro autor nos sale al encuentro de una manera brusca y directa en 1498, es decir, el mis mo año en que empieza a trabajar como funcionario en la cancillería florentina. Sin embargo los últimos veinticinco años han visto salir a la luz unos pocos -pero muy importantes- documentos que han permi tido (sin eliminar en modo alguno la oscuridad de esta
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fase) desvanecer algunas afirmaciones de la historiagrafía anterior. Dichos documentos son fundamental mente tres: el diario (Libro di ricordi) que el padre de Maquiavelo mantuvo de septiembre de 1474 hasta 1487; el códice vaticano Rossiano 884 que contiene una copia del De rerum natura, lucreciano y del Eunuchus de Terencio de la propia mano de Maquiavelo; y finalmente los documentos oficiales descubiertos por N. Rubinstein sobre la candidatura y elección de Ma quiavelo al cargo de secretario de la segunda cancille ría florentina. El diario paterno nos señala la dura existencia co tidiana de la familia Machiavelli, pero nos muestra también los libros que se hallaban presentes en casa y cuyo número intentaba aumentar Bernardo Machiave lli sirviéndose del abaratamiento que la imprenta ha bía traído consigo. Dejando aparte los libros de leyes, la biblioteca paterna contaba entre libros propios y prestados con obras de Cicerón, Biondo, Ptolomeo, Aristóteles, Prisciano, Juliano y las Décadas de Tito Livio. Bernardo Machiavelli anota cuidadosamente que adquirió en propiedad la obra de Livio como recom pensa por haber preparado los índices para una edi ción que proyectaba un impresor florentino. La obra histórica que tan importante iba a ser después para Nicolás Maquiavelo se encuentra ya en un lugar prefe rente en el ambiente familiar. El padre de Maquiavelo está, por tanto, familiari zado con la cultura humanista contemporánea, cosa no extraña ni en Florencia ni en un jurista, pues la co nexión de los studia humanitatis con este sector profe sional se remontaba a los siglos inmediatamente ante riores y en la ciudad del Arno habían sido ejemplo de ello Salutati y Bruni; lo era además en aquellos mis mos años Bartolomeo Scala, canciller de la República florentina, con quien parece haber estado en relación Bernardo Machiavelli, pues figura como personaje en un breve De legibus et judiciis dialogus del Scala redac tado en 1483. Podemos pensar incluso que la relación y familiaridad de Bernardo Machiavelli se extendía al
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circulo literario del canciller, del que formaban parte Janus Lascaris (sabio griego que fue acaso el introduc tor en Italia del perdido libro VI de Polibio, tan impor tante para la noción maquiaveliana de los ciclos histó ricos) y el poeta Michele Marullo, enamorado del De rerum natura lucreciano hasta el punto de embarcarse en la tarea de una restitución filológica del texto origi nal del poema que Poggio Bracciolini había recupera do y traído consigo a Italia a su vuelta del concilio de Constanza. Las consideraciones anteriores pueden servir para alejar definitivamente la idea de un Maquiavelo ajeno e ignorante de la tradición y de los movimientos humanistas contemporáneos (por supuesto, otra cosa muy distinta es la polémica que él pueda sostener con determinados aspectos y presupuestos de la cultura humanista contemporánea). Aunque sobre el curso de sus estudios solamente disponemos de las breves ano taciones del diario paterno relativas a los comienzos de su aprendizaje del latín, no cabe duda de que su formación sigue los cánones humanistas del momen to, si bien es cierto que no puede parangonarse con la de los más doctos humanistas contemporáneos. No parece haber aprendido el griego, pero a esta época se remonta su familiaridad con los tres poetas florenti nos (Dante, Petrarca y Boccaccio), familiaridad y co nocimiento profundo de su obra, que le permitirá dia logar con Dante en su Discorso o dialogo intorno alia nostra lingua, servirse del Canzoniere del segundo como portavoz de sus propias inquietudes o estados de ánimo y finalmente incorporar a sus comedias y cuentos (desde la Mandrágora a la historia del Archidiablo Belfagor) todo el corrosivo humor del tercero. A estos años, en fin, se deben remontar unas lec turas latinas, mantenidas permanentemente con una asiduidad mayor o menor según se lo permitía su tra bajo: Justino, Biondo, Tito Livio, Terencio y en traduc ciones latinas manuscritas o impresas Platón, Aristóte les, Jenofonte, Tucídides, Polibio, Diógenes Laercio; lecturas con las que Maquiavelo tratará de compren-
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der y realizar mejor su trabajo (como cuando en octu bre de 1502, en el curso de la decisiva legación ante César Borgia, solicita de Florencia que le envíen ur gentemente -sin duda alguna para conocer mejor a su oponente- las Vidas de Plutarco) y por extensión com prender mejor los mecanismos de la pasión de su vida: la política o le cose dello stato, pero también el mismo ser humano. En cualquier caso se está muy lejos de conocer con la suficiente precisión las lecturas de Maquiavelo, así como el marco, la orientación con que le venían dadas y el propio Maquiavelo las dirigía. De ahí la im portancia (y los interrogantes que plantea) del descu brimiento del códice vaticano que contiene copiado de puño y letra por el propio Maquiavelo todo el De rerum natura lucreciano. El manuscrito ha sido fecha do a finales del siglo XV o comienzos del siglo XVI; podría, pues, remontarse a los primeros años de su trabajo en la cancillería, pero es indudable que nos in forma muy claramente sobre algunas características de la primera formación de Maquiavelo: un alcance, un interés y una perspectiva filosófica que quizá tenga algo que ver con la actividad de Marullo en Florencia y que nos muestra la presencia del naturalismo epicú reo en la Florencia savonaroliana. El conocimiento de Lucrecio en época temprana puede arrojar luz nueva sobre la «filosofía» de Maquiavelo y su concepción de la naturaleza humana, del origen de la sociedad huma na, de la problemática maquiaveliana de la ambición; en esta dirección obras literarias posteriores como el capitolo dell’ambizione o el Asino d'oro pueden ayudar nos a reconstruir la filosofía de Maquiavelo subyacen te a su concepción de la política. Evidentemente su «lunga esperienza delle cose moderne» comenzó ya en aquellos años, pero nada sa bemos de cómo va reaccionar. Jo, valorando y forman do paulatinamente su propio juicio en el curso de es tos años. Sí que sabemos en cambio -por las actas ex humadas por Rubinstein- que el 20 de febrero de 1498 Maquiavelo vio rechazada su candidatura para el em-
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pleo de segundo secretario de la cancillería, un puesto de importancia secundaria. La causa parece haber sido que Maquiavelo era sospechoso a los piagnoni, el partido savonaroliano que todavía controló estas elec ciones. Que efectivamente Maquiavelo no formaba parte de los entusiastas adherentes de Savonarola nos lo dice la carta que dirigió pocos días más tarde (el 9 de marzo) a Ricardo Becchi, embajador florentino en Roma, y en la cual informa a su corresponsal de los úl timos movimientos del fraile. Esta importantísima car ta es prácticamente el primer texto maquiaveliano lle gado hasta nosotros y tanto por la actitud mental como por el procedimiento analítico tan maduros y maquiavelianos que nos revela, nos hace lamentar do blemente la ausencia de textos anteriores que nos per mitan seguir la formación de un pensamiento que se nos aparece, de golpe, tan seguro de sí mismo y tan di ferenciado. Ciertamente es érróneo afirmar que en di cha carta está ya «todo Maquiavelo», pero no cabe duda de que tiene un inconfundible sabor maquiave liano e indica que Savonarola y su presencia dominan te en la vida florentina durante los cuatro años ante riores constituyen una experiencia decisiva en la for mación del pensamiento maquiaveliano, una experien cia además constantemente repensada y reevaluada por nuestro autor, como muestra toda su obra desde el Decennale primo hasta los Discorsi. En su carta Maquiavelo informa de los últimos sermones de Savonarola y de sus movimientos políti cos (pues el sermón era el procedimiento fundamen tal de intervención savonaroliana en la vida política florentina y de comunicación con sus partidarios). Asistente personal a esos sermones, Maquiavelo nos expone cómo Savonarola (temeroso de la nueva Signoria y de que se le entregara al Papa Alejandro VI) se esfuerza desesperadamente por unir y mantener uni do a su partido; Maquiavelo señala el recurso a la Es critura para justificar su aparente debilidad, para identificar a adherentes y oponentes con las escuadras respectivas de Cristo y de Satanás y para mantener la
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esperanza fírme en la ayuda divina, siempre a partir del principio del origen divino de los acontecimientos. Savonarola atiza también, con el mismo propósito, el fantasma del tirano: Dijo, además, entrando en varios discursos -como suele hacer- para debilitar aún más a sus adversa rios... que nuestras discordias podrían hacer surgir un tirano que nos arruinaría las casas y devastaría el país; pero que esto no iba contra lo que él ya había dicho (que Florencia debía prosperar y domi nar Italia) puesto que al cabo de poco tiempo seria expulsado... Y dijo que Dios le había dicho que ha bía uno en Florencia que trataba de hacerse tirano y mantenía consultas y modos para conseguirlo; y que querer expulsar al fraile, perseguir al fraile, no quería decir sino querer hacer un tirano. Sin embargp, cuando vio que la nueva signoria no actuaba contra él y que no corría peligro por esa parte dejó de hablar del tirano («ha mutato mantello») para volver a todos contra el papa, «y asi, según mi opinión [concluía su exposición Maquiavelo], viene secundan do los tiempos y coloreando sus mentiras». En neto contraste con Ficino (que en el mes de mayo redactará una Apología contra el Anticristo Jeró nimo de Ferrara, el soberano hipócrita) Maquiavelo no evalúa desde la religión ni condena religiosamente la acción de Savonarola; pensando ya desde la primacía de lo político, lleva a cabo una reducción política de lo «aparentemente» religioso en Savonarola, pero que resulta difícil de reconocer en su justo alcance (las de Savonarola son, dice Maquiavelo, «razones eficacísi mas para quien no las examina atentamente»). La reli gión, religiosidad, la profecía, la apelación a Dios, son en realidad según explícita Maquiavelo un instrumen to de control, de cohesión, de movilización y domina ción de que se sirve un Savonarola reducido a líder de facción, esto es, a político. Y es por esta funcionalidad política de lo religioso por lo que Savonarola puede adaptar su lenguaje o predicación a los tiempos, «cam-
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biar de vestido» y «colorear sus mentiras». En todo caso, no hay en Maquiavelo un escándalo por este uso de lo religioso ni tampoco una condena religiosa de tal uso (caso de Ficino), sino un desenmascaramiento de lo que él cree la verdad última de la acción del frai le, acompañada acaso de una burla irónica sobre el modo de proceder savonaroliano. Si la carta a R. Becchi no nos dice con quién está Maquiavelo, sí que nos expresa contra quien está, aun que sólo sea por el tipo de análisis a que somete la ac ción del fraile. Poco después ios acontecimientos se precipitan: Savonarola es detenido el 8 de abril en el mismo convento de San Marcos, junto a la biblioteca; el 23 de mayo era quemado públicamente en* la plaza de la Señoría y sus cenizas arrojadas al Arno. La caída de Savonarola arrastra a buen número de funciona rios de la cancillería, entre ellos a Ser Alexandro Braccesi, secretario o canciller de la segunda cancillería. Cuando en el mes de junio se cubre la vacante, la can didatura de Maquiavelo se impone sucesivamente en el Consejo de los Ochenta y en el Consejo Mayor. Ma quiavelo entraba, pues, en la cancillería como hombre de facción o parte, cuanto menos por su clara actitud y posición antisavonaroliana. Como señala Ridolfi, «fue precisamente la caída del «profeta desarmado» lo que le abrió la vía de la cancillería». Maquiavelo, sin embargo, fue nombrado tan sólo para el tiempo vacante dejado por su antecesor. Tuvo, pues, que ser reelegido en enero de 1500 y a partir de esta fecha su nombramiento fue renovado anualmente hasta enero de 1512. La secretaría de la segunda canci llería (ocupada preferentemente con la política inte rior, si bien la distinción de funciones no era muy rígi da) conllevaba la disponibilidad para otras funciones. Por ello en julio de 1498 un decreto de la Signoria lo nombraba secretario de los Dieci di liberta e pace, nombre nuevo de la vieja magistratura de los Dieci di Batía encargada de lo concerniente a la guerra y de las relaciones exteriores. En enero de 1507 añadirá a es tas funciones la de secretario de la nueva magistratu-
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Suplicio de Savonarola
ra de los N o v e d i m iliz ia , encargada de todo lo relativo a la nueva milicia ciudadana que Maquiavelo había conseguido imponer en sustitución de las armas mer cenarias y auxiliares. En 1498 empieza, por tanto, el período en el que nuestro autor aprende verdadera mente de una experiencia directa de las cosas de Esta do. El momento final llega cuando tras la caída de la República y el retorno de los Medici es depuesto de todos sus cargos el 7 de noviembre de 1512. Pasaba así a ocurrirle lo que por pasarle años antes a Ser Alexandro Braccesi le había abierto las puertas de la can cillería.
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«Quindici anni che io sono stato a studio allane dello stato, non gli ho né dormiti né giuocati» (aF. Vettori, 10-XII-1513) De 1498 a 1512 se extiende la lunga esperienza delle cose moderne que (como una de las dos fuentes del sa ber, según reza la dedicatoria del Príncipe) irá forman do su juicio y su pensamiento político en un contacto directo con la realidad política florentina e italiana del momento. El puesto desde el que Maquiavelo efec tuaba esta experiencia era ciertamente importante, pero debe ser situado en su justo punto. El estaba al frente de la segunda cancillería y subordinado al se cretario de la primera; la cancillería por otra parte -y esto es lo importante- constituía la parte administrati va del Estado florentino, siendo su tarea poner en es crito (correspondencia, actas, registros) y ejecutar lo acordado por las magistraturas legislativas y directa mente políticas, es decir, por la Signoria o gobierno y los Consejos. La cancillería carecía, por tanto, de ini ciativa o atribuciones políticas, pero en un estado como el florentino donde los cargos políticos eran co lectivos y su ejercicio estaba sometido a periodos de corta duración, las cancillerías -aún carentes de inicia tiva política- venían a garantizar la continuidad de la política, pues sus funcionarios permanecían en el puesto durante largos años. Maquiavelo deberá sin embargo sus grandes «ex-
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periencias» a su cargo de secretario de los Dieci di Ba tía, pues como tal será enviado en legación -solo o acompañado- en misiones incluso decisivas para la supervivencia de la república florentina: las cuatro le gaciones a Francia, las legaciones ante el emperador o el papa, las legaciones ante César Borgia. El hecho de que Maquiavelo jamás fuera enviado como orator, esto es, que sus legaciones no alcanzaran el rango de emba jadas, no nos puede llevar a engaño sobre su impor tancia, en ocasiones decisivas para la república y para él siempre enormemente instructivas. Muy pronto debió ya de manifestarse la capaci dad y competencia de Maquiavelo para salir adelante en las misiones que se le encargaban, pues su amigo y colega en la cancillería Biagio Buonaccorsi le informa ba en agosto de 1500 (a propósito de su primera lega ción ante el rey de Francia) que no quería dejar de sig nificaros hasta qué punto vuestras cartas satisfacen aqui a todo el mundo. La eficacia y fidelidad de Maquiavelo ayudan a comprender su envío frecuente a misiones de importancia mayor o menor, el que se dejara en sus manos el reclutamiento de la milizia y asimismo la confianza y vinculación con Piero Sodcrini, gonfalo niero de justicia a perpetuidad, es decir, jefe del go bierno florentino tras la reforma constitucional de 1502. La experiencia de la política italiana, florentina y europea, vivida ademas en sus puntos de tensión, le permitió ya desde 1499 dar contenido y orientación a su ideario militar, a su polémica con la política floren tina y los principios que la inspiraban; le permitió en trar en contacto con la fuerza o la debilidad política y sus causas a través de su contacto con Francia y el Im perio, con César Borgia o el papa Julio II. La experien cia de estos años iba quedando, por otra parte, recogi da, asimilada y teorizada en una serte de escritos que comprenden desde la vasta correspondencia oficial in tercambiada con el gobierno florentino en el curso de sus legaciones hasta los opúsculos en prosa o en ver so. Son composiciones que, con excepción del Decen-
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nale primo, permanecieron inéditas en vida de Maquiavelo, pero cuya importancia (incluyendo la corres pondencia oficial) es verdaderamente grande, pues nos muestran la formación de su pensamiento político y la progresiva afirmación de su juicio. El problema fundamental de la república florenti na desde 1494 era la reconquista de Pisa, «rebelada tras cien años de estar sometida a los florentinos» (Príncipe, Cap. V). En 1499, apenas instalado Maquiavelo en la cancillería, Florencia realiza un gran eshierzo militar para recuperar la ciudad rebelde y ello da origen al primer escrito de Maquiavelo: Discorso fatto al magistrato dei dieci sopra le cose di Pisa. Es un traba jo de cancillería en el que Maquiavelo pretende pre sentar el problema pisano en sus justos y precisos tér minos: Que recuperar Pisa es necesario si se quiere con servar la libertad, puesto que nadie duda de ello, no me parece necesario mostrarlo con razones distin tas de las que vosotros mismos conocéis. Sólo exa minaré los medios que conduzcan o que puedan conducir a ello, los cuales me parecen ser la fuerza o el amor, por ejemplo: el recuperarla por asedio o que ella os venga a las manos por su propia volun tad. En este intento de encarar el problema en sus tér minos reales, sin ensoñamientos ni mixtificaciones po demos ver la conciencia maquiaveliana de que la polí tica florentina es errónea y su insatisfacción ante ella. El escrito hace mención de la «debilidad y desunión» florentinas como grave obstáculo para la recuperación de Pisa y puede ser complementado con lo que Ma quiavelo decía en carta de julio de 1499 a P. Tosinghi (comisario florentino en el ataque contra Pisa): «y así se va contemporizando con uno y con otro [Francia y Milán], usando del beneficio del tiempo». Maquiavelo se nos aparece, por tanto, desde el primer momento en oposición a la política florentina, una política de la que acabamos de recoger dos de sus
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rasgos y de la que se burlará amargamente en el Prin cipe y los Discorsi. En efecto, como muestra la misma correspondencia oficial de Maquiavelo, la política flo rentina se caracterizaba por una serie de principios devenidos casi expresión proverbial: cautela extrema, postergación de las decisiones hasta el limite de lo po sible y obsesión por permanecer al margen de los pro blemas,pretendiendo jugar a todas las bandas; se tra taba en suma de «temporeggiare» (algunas legaciones de Maquiavelo y las más importantes -p. ej. las lega ciones ante C. Borgia- tenían esta finalidad), godere il benefizio del lempo y buscar ante todo la neutralidad circulando por la via di mezzo. La política florentina estaba basada en un desconocimiento del verdadero papel de la fuerza, de los riesgos que comportaba la propia debilidad y en la resistencia al empico de pro cedimientos contrarios a la religión por el temor (dada la especial vinculación de Florencia con Dios; pues esta creencia no es privativa del período savonaroliano) de incurrir en castigos ulteriores. La correspondencia oficial de Maquiavelo nos lo muestra cada vez más consciente de que tal política no concuerda ni con los tiempos ni con lo que podría mos llamar principios del «arte», convencido de que se deben alterar las raíces que impedían una eficaz política florentina. El 3 de octubre de 1500, durante la primera legación a Francia, escribía a la Signoría: Si vuestras señorías no ponen remedio se encontra rán -y pronto- con este rey en tal situación que ten drán que pensar más en guardar y defender lo que tienen, y la libertad propia, que en recuperar lo perdido [i.e. Pisa] ...Asi que, magníficos Señores, veis en qué términos se encuentran las cosas por aquí; y verdaderamente nosotros [Maquiavelo esta ba acompañado por G. dclla Casa, pero todas las cartas son suyas] juzgamos que la amistad y enemis tad de este rey dependen de la respuesta. No creáis que valen aquí o razones o argumentos, porque no se les hace caso... Recordamos reverentemente que envíen Vuestras Señorías los embajadores y pronto. 40
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a fin de que por vuestra primera carta se entienda que vienen y se pueda sacar algún fruto. Más tarde, con ocasión de la primera legación ante el emperador se expresará así: No sé cómo hacer para que no se rompa porque, di cho sea con reverencia, Vuestras Señorías han hila do esta tela tan fino que es imposible tejerla... Y por eso diré con reverencia que sería necesario inclinar se por uno de los dos partidos... y así ver dónde hay menos peligro y entrar allí, afirmando de una vez el ánimo en el nombre de Dios; porque queriendo es tas cosas grandes medirlas con e' compás, los hom bres se engañan «(30-V-1508)». Pero con anterioridad a todo esto, el ataque y el asedio de Pisa en 1499 había resultado un fracaso tan grande que había dejado en entredicho incluso la reputación florentina. Las tropas mercenarias a las ór denes de Paolo Vitclli habían retrocedido cuando Pisa estaba ya a su merced; las tropas suizas y gasconas ce didas por Luis XII de Francia ni siquiera llegaron a combatir, pues se marcharon o fueron despedidas por los florentinos tras un paréntesis de indisciplina y mo tín. Esta experiencia mostró a nuestro autor desde los primeros momentos las limitaciones, los peligros y la inutilidad de las tropas mercenarias, y auxiliares. Jun to con la experiencia francesa y la de César Borgia, que en 1502 había procedido a alistar a la población de la Romaña, las características ideas militares de Maquiavelo (como veremos no tardarían mucho en afirmarse) pueden haber tenido su origen en el desca labro de 1499 y en la reflexión sobre el mismo. El descalabro de Pisa había afectado también al prestigio francés y el mismo rey de Francia había de bido pagar los sueldos de las tropas mercenarias ante la negativa florentina. Este y otros roces con Francia amenazaban con dejar completamente aislada a Flo rencia en unos momentos en que la república carecía
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de defensa armada. Para justificar y defender la acti tud florentina fue enviado Maquiavelo en legación a Francia en julio de 1500. Su estancia en la corte fran cesa se prolongó hasta noviembre de aquel año; esta primera legación, complementada con las de 1504, 1510 y 1511, asi como con las legaciones a Alemania y al Emperador en 1508 y 1509, tiene una importancia decisiva en la formación de su pensamiento político: la experiencia francesa suponía el contacto con el pri mer Estado moderno, mientras la experiencia alema na e imperial representará el contrapunto feudalmedieval. La enseñanza de estas legaciones fue recogi da por Maquiavelo en breves opúsculos redactados en algunos casos inmediatamente después de regresar a Florencia: el De natura gallorum de 1504, el Rapporto delle cosa della Magna (de junio de 1508), el Discorso sopra le cose della Magna e sopra Vlmperatore (de 1509), el Ritratto delle cose di Francia (de 1510), el Ritratto delle cose della Magna (de finales de 1512). Estos opúsculos, y también la correspondencia oficial, nos muestran cómo Maquiavelo sabe discernir lo fundamental de la masa de observaciones que tiene delante, tanto en lo que se refiere a la estructura del Estado como a los principios inspiradores de la políti ca cotidiana. Francia ofrece a Maquiavelo el espec táculo del poder bien asentado y organizado, el con trapunto de Italia y Florencia; Francia es un Estado unitario, centralizado, en donde la administración de pende de la voluntad del rey. La monarquía heredita ria tiene conseguido y garantizado el consentimiento a su dominio; los «humores» o clases sociales se encuen tran perfectamente equilibrados (como veremos justo lo contrario de lo que Maquiavelo cree encontrar en la historia de Florencia) gracias a unas instituciones (ordini) que hacen posible la estabilidad, sobre todo gracias a la monarquía, rica, prestigiada y captada acertadamente por Maquiavelo en su papel de nervio y aglutinante central del Estado: La corona y los reyes de Francia son hoy más vigo-
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rosos, ricos y más poderosos de lo que fueron ja más... Los poderosos barones son hoy en su totali dad obsequiosísimos [con el rey]... Son los pueblos de Francia humildes y obedientísimos, y tienen a su rey en gran veneración. Maquiavelo se percata de que la tremenda fuerza concentrada en el rey puede ser perfectamente dirigi da hacia la acción exterior al disponer de un ejército permanente no feudal y de unas finanzas saneadas. Esta monarquía francesa poderosa y consciente de su fuerza proporciona ya en 1500 importantes lec ciones de política efjettuale al secretario florentino. La importantísima carta a la Signoría del 27-VIII-I500 re gistra la amarga constatación de Maquiavelo de los criterios, los únicos criterios, que rigen la política con temporánea: Pensamos que habrá que proceder a pagar a los sui zos o pensar en como os vais a defender del despre cio que se concebirá contra vosotros, el £ual -en nuestra opinión- aumenta cada día, por sí mismo y porque es fomentado y ayudado por vuestros ene migos. Y no piensen vuestras Señorías que aquí va len buenas cartas o buenas razones, porque no se les hace caso. El recordar la lealtad de esta ciudad hacia esta corona, lo que se hizo en tiempos del rey anterior y los dineros que se gastaron y los peligros que se corrieron, cuántas veces nos hemos alimen tado de vanas esperanzas, lo que ha hecho última mente, cuánta ruina ha ocasionado a vuestra ciudad el último desastre, lo que Su Majestad se podría prometer de vosotros cuando fuerais fuertes, qué gran seguridad aportaría vuestra grandeza al Esta do que su Majestad tiene en Italia, cuál es la lealtad de los otros italianos. Todo eso es superfluo, porque ellos analizan estas cosas de distinta manera y las ven con ojos distintos de quien no ha estado aquí; porque están cegados por su poder y por la utilidad presente y tienen tan sólo en consideración a quien está armado o dispuesto a dar. Y esto ahora perjudi ca bastante a Vuestras Señorías porque les parece
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que carecéis de estas dos cualidades... y os valoran pro nihilo. El poder, la fuerza y el dinero, todo lo demás pala bras; esta es la enseñanza que de la política contempo ránea aprende Maquiavelo en Francia. En medio de la primera legación francesa Maquia velo debió también dedicar sus esfuerzos a reflexionar sobre la ruina de Italia y la política francesa. En una de sus cartas oficiales (21-X1-1500) refiere su conversa ción con el cardenal de Rouen y su crítica de la políti ca francesa, no sólo por sus resultados inferiores a lo que la riqueza y el poder del reino harían esperar, sino también porque va en contra de los principios permanentes de la política; como se ha puesto a me nudo de manifiesto, Maquiavelo está anticipando el desastre de la política francesa en Italia y el capítulo tercero del Príncipe: ... esta Majestad [Luis XII] debía observar y seguir el orden de quienes con anterioridad han querido poseer un país extranjero, el cual consiste en dismi nuir a los poderosos, mimar a los súbditos, conser var a los amigos y guardarse de los compañeros, es decir, de quienes pretenden tener en aquel lugar la misma autoridad; y si Su Majestad mirase quién quiere ser su compañero en Italia, vería que no son ni sus Señorías [i. e. Florencia] ni Ferrara ni Bolo nia, sino aquellos que con anterioridad han tratado siempre de dominarla. En el caso del Imperio, Maquiavelo percibe funda mentalmente los contrastes con Francia; frente a la fuerza, cohesión, unidad y equilibrio de los «humores» con el rey como centro de gravedad, el Imperio ofrece un espectáculo de fraccionamiento, desarmonía y des equilibrio. Los tres humores (emperador, ciudades, príncipes feudales) aparecen enfrentados entre sí y el resultado de ello es la falta de fuerza y unidad en el Imperio y la debilidad del emperador, incapaz de lle var una política decidida por el sabotaje y deslealtad
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tanto de príncipes como de ciudades, temerosos de que la grandeza del emperador se traduzca en la pér dida de su autonomía. Las legaciones a Alemania le permitieron asimis mo conocer la naturaleza de los alemanes (los suizos sobre todo, con su rudeza y libertad) y del emperador (con sus patentes defectos: mal administrador del di nero, ingenuo, voluble, inconstante), base de los jui cios emitidos posteriormente en las obras mayores, desde el Príncipe y los Discorsi hasta el Arte de la gue rra. Muy distinta, pero complementaria, es la enseñan za extraída por Maquiavelo en 1502 de sus dos legacio nes ante César Borgia, el hijo de papa Alejandro VI, que en una carrera fulgurante iniciada en 1499 andaba recuperando los territorios de la Iglesia. César Borgia estaba además en la base de las dificultades florenti nas: parecía haber fomentado las rebeliones de Arezzo y la Val di Chiana y las luchas entre las facciones de Pistoya; Borgia se había paseado en 1501 con su ejérci to por el territorio florentino, obligando a la república a firmarle un contrato de condottiero para que saliera del territorio. La debilidad florentina ante la fuerza prepotente de César Borgia se muestra en las amena zas de éste de restaurar a los Medici en Florencia, ex plotando al máximo la agudización de las tensiones y la lucha entre las facciones, típica de la historia floren tina. Borgia se hallaba por tanto tremendamente pre sente en la política florentina y es de suponer que Ma quiavelo hubiera considerado ya en su fuero interno esta figura antes de ir a su encuentro en 1502. La primera legación tuvo una duración muy breve para Maquiavelo (del 22 al 26 de junio) e iba acompa ñado de Francesco Soderini, hermano de quien aquel mismo año iba a ser elegido gonfaloniere a vita. En la carta del 26 de junio los dos mandatarios comunica ban su impresión de César Borgia y aunque el autor del juicio parece ser el cardenal, podemos pensar que Maquiavelo compartía su opinión:
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Luis XII de Francia.
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Este señor es muy espléndido y magnifico y en las ar mas es tan animoso que no hay cosa grande que no le parezca pequeña; por la gloria y por conseguir Estado jamás descansa y no conoce fatiga ni peligro; se pre senta en un sitio antes de que se haya sentido su parti da del lugar donde estaba. Se hace querer bien por sus soldados; ha alistado los mejores hombres de Italia, las cuales cosas lo hacen victorioso y terrible, junto con una perpetua fortuna. César Borgia se presentaba, pues, como el contra punto de la política florentina. Sin embargo, fue en la segunda legación (de octu bre de 1502 a enero de 1503) cuando Maquiavelo -que en esta ocasión iba solo- tuvo ocasión de conocer real mente y admirarse ante César Borgia. La legación te nia como objeto dar garantías a Borgia (pero sin com prometerse de forma positiva) ante la rebelión de sus condottieros (los Orsini, los Baglioni, Vitellozzo Vilelli, Oliverotto di Fermo). Se trataba de una sublevación contra su señor de los feudatarios eclesiásticos, que habían terminado percatándose de que la solidez y unidad de los Estados de la Iglesia implicaba necesa riamente su propia ruina. Así, «para no ser devorados uno a uno por el dragón», se rebelaron contra C. Bor gia, cuya situación -absolutamente desasistido- era, a comienzos de octubre, desesperada. Maquiavelo tiene ocasión de comprobar el miedo de César Borgia ante el peligro que acechaba a su construcción política, pero asiste a un miedo que no se traduce en parálisis de la acción, sino en señal para un planteamiento sereno, reflexivo, previsor y organi zado de la defensa. El duque Valentino se le presenta seguro de sí mismo, firme, decidido y dispuesto a esperar la ocasión propicia para devolver el golpe. Las abundantes cartas redactadas en esta legación captan con precisión el carácter de su interlocutor y sus cua lidades políticas; son cartas además que muestran cumplidamente que César Borgia se está convirtiendo ante los ojos de Maquiavelo en modelo de principe nuevo y su conducta en la apropiada en aquella situa
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ción, poniendo así en buena medida la base de lo que será el capitulo VII del Principe: Este señor sabe muy bien que el Papa puede morir cualquier día y que debe pensar en procurarse an tes de su muerte cualquier otro fundamento si quie re conservar los Estados que tiene (8-XI-1502), [...] los Orsini y Vitelli le han dado después una muestra ca paz de hacerle sabio si np lo era ya, y le han mostra do que debe pensar antes en conservar lo adquirido que en adquirir más; y la manera de conservar es es tar armado con armas propias, mimar a los súbditos y hacerse amigo de los vecinos, lo cual es precisa mente su propósito (13-XI-1502). César Borgia se mostraba a Maquiavelo como principe nuovo consciente de la necesidad de «asegu rarse» en sus nuevos estados, superando con la virtú la dependencia de la fortuna, poniendo sus raíces me diante ordini nuevos y sobre todo con armas propias. Borgia mostraba también a Maquiavelo el uso adecua do del secreto («com o ya he escrito en varias ocasio nes a Vuestras Señorías, este señor es secretísimo y no creo que lo que se tenga que hacer lo sepa otro que él», 26-XII-1502), la combinación adecuada de prepa rativos bélicos y negociación («para decir en dos pala bras cómo van las cosas por aquí: por un lado se habla de pacto, por otro se prepara la guerra», l-XI-1502). Borgia muestra a Maquiavelo la espera paciente de la oportunidad («Y o -habla Borgia- por otra parte con temporizo, escucho todo y espero mi momento, 23-X-1502) y el uso decidido de la misma cuando se presenta, lo cual ocurrió en el magnicidio de Sinigallia cuando sus propios enemigos vinieron por sí mismos a sus manos. Borgia, en suma, mostraba a Maquiavelo la naturaleza felina y salvaje de la política, el hecho de que la necesidad de asegurarse imponía inevitable mente una conducta contra la fe, contra la moral y la religión, el disimulo y la retórica como consustancia les a la política; Borgia mostraba un uso ejemplar de
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lo que luego llamará Maquiavelo (en el capítulo XVIII del Príncipe) la zorra y el león. Ante todo este muestrario Maquiavelo expresa su «admiración»: Ramiro de Lorca ha sido encontrado esta mañana en la plaza, partido en dos mitades; allí está todavía y todo el pueblo lo ha podido ver. No se sabe bien la causa de su muerte, a no ser que asi le há parecido al Príncipe [C. Borgia], el cual muestra saber hacer y deshacer a los hombres a su gusto, según sus mé ritos (26-XII-1502), [...] [Borgia] llamóme después [de capturar a sus enemigos], alrededor de las dos de la noche, y con la mejor cara del mundo se alegró con migo por lo sucedido, diciendo que me había habla do de ello el día anterior pero que no lo había des cubierto todo, lo cual era cierto. Añadió luego pala bras sabias y amistosísimas por encima de toda me dida hacia esta ciudad [Florencia], aduciendo todas las razones que lo llevan a desear vuestra amistad, cuando no falte por vuestra parte: de tal forma que me hizo quedar admirado, admiración y estupefacción que muestran el reconoci miento por Maquiavelo de la corrección política de las acciones del duque y de su frialdad, pero al mismo tiempo una conciencia de la monstruosidad de lo que políticamente es correcto. Se trata en suma de la con ciencia de una tensión no armonizable y tampoco cancelable entre la fuerza y la moral, entre kratos y ethos, tensión que discurre bajo toda la reflexión maquiaveliana y que no desaparece bajo el principio de la auto nomía de la política. La experiencia borgiana sustenta los escritos de 1503, importantísimos en el proceso de formación y formulación de su pensamiento. El primero de ellos es la Descrizione del modo tenuto dal duca Valentino nello ammazzare Vitellozzo Vitelli, Oliverotto di Fermo, il signor Pagolo e il duca di Gravina Orsini, redactado, en enero de dicho año,- nada más regresar a Florencia de la legación ante el Valentino. Se trata de una descrip
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ción periodística, sin apenas comentarios personales, de todo el arco de acontecimientos comprendido en tre la rebelión de octubre y el episodio de Sinigallia en el que Borgia engañó y asesinó a sus lugartenien tes. La rápida narración tiene las características de un registro objetivo destinado a servir de instrumento de trabajo para una elaboración teórica posterior. Sin embargo se aprecia una cierta construcción literaria, un cierto forzamiento e incluso falseamiento de los hechos reales con vistas a dar mayor realce a la exce lencia política y militar de César Borgia, cuya figura empieza a perder sus aristas reales para verse someti da a ese proceso de transformación que hará de él el símbolo del «príncipe nuevo» (de una idea y de una exigencia de acción), cuya cristalización completa de berá esperar hasta 1513, es decir, hasta el capítulo VII del Príncipe y la reflexión dramática sobre la crisis flo rentina e italiana y la única solución posible. La figura de Borgia no ha alcanzado aún este nivel o el principe nuovo no ha alcanzado todavía su función posterior, pero en todo caso Borgia es magnificado frente a unos subordinados que no han sabido reconocer que «no se debe ofender a un principe y después fiarse de él». Es cierto que Maquiavelo asistirá en octubre-noviembre de ese mismo año al hundimiento político de C. Bor gia (durante la legación a Roma para el cónclave del que salió elegido papa Julio II, enemigo acérrimo del nombre de los Borgia, tras la muerte en agosto de Ale jandro VI y el breve pontificado de Pío III); es cierto que Maquiavelo se percató de que el duque cometía el mismo error que anteriormente sus lugartenientes, es decir, fiarse de quien (Julio II) había sido ofendido por él y consiguientemente debía buscar su ruina: «y el duque se deja transportar por esa animosa confian za suya y cree que las palabras de los demás han de ser más firmes de lo que han sido las suyas» (carta a los Diez del 4-XI-I503). Esto no impide sin embargo que Borgia sea transformado (y aparezca en Príncipe V II) en el político perfecto que actúa según la sabidu ría política y que prescribe al príncipe nuevo, aunque
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a pesar de todo la exigencia de empiricidad y realismo que Maquiavelo se impone a sí mismo termine aflo rando en ese mismo capitulo creando así la curiosa tensión que lo caracteriza. La enseñanza borgiana (y también la de Francia) se expresan asimismo en los otros dos opúsculos de 1503: el titulado Parole da dirle sopra la provisione del danaio, fatto un poco di proemio e di scusa y el titulado Del modo di trattare i popoli delta Valdichiana ribellati. Su estructura formal es muy distinta de la del opúscu lo anterior; no se trata de una narración de hechos, sino de discursos directos en los que la critica fortísima de la política florentina (tanto militar como exte rior e interior) va unida a una presentación de la si tuación real y de la política consecuente ante los cie gos florentinos reticentes a ver. Las Parole da dirle han sido consideradas el escri to más maduro de Maquiavelo antes de las grandes obras y la primera síntesis teórica de la lección de las cosas modernas. En sus pocas páginas Maquiavelo afirma la identidad subyacente a la historia, junto con la prudencia y la fuerza (en otras obras hablará de leyes y armas, justicia y armas) como condición im prescindible para la conservación del Estado, insis tiendo además en el papel central de la fuerza o de las armas, es decir, en la debilidad florentina: Todas las ciudades que durante algún tiempo se han gobernado por príncipe absoluto, por aristócratas o por el publeo [cfr. Principe I], como se gobierna Flo rencia, han tenido para su defensa las fuerzas com binadas con la prudencia, porque ésta sola no basta y las otras o no ejecutan bien las cosas o, ejecuta das, no las conservan. Son, por tanto, estas dos co sas el nervio de todas las señorías que fueron o que serán por siempre en el mundo. Y quien ha observa do las mutaciones de los reinos, las -ruinas de los países y de las ciudades, ha visto que no estaban causadas por otra cosa que por la falta de armas o de prudencia... Y de nuevo os replico que, sin fuer zas, las ciudades no se mantienen, sino que llegan a
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su fin, el cual les viene o por desolación o por servi dumbre. Vosotros os habéis visto enfrentados este año a una y otra; y volveréis a encontraros en la misma situación si no cambiáis de opinión. Maquiavelo formula asimismo el principio de que la fuerza es la base de las relaciones interestatales y que, por tanto, la amistad tiene su base última en la desconfianza: Toda ciudad, todo estado, debe considerar enemi gos a todos aquellos que pueden tener esperanza de poder ocupar el suyo y de quienes no se puede de fender... Porque entre los hombres privados las leyes, los escritos, los pactos hacen observar la pala bra y entre los señores sólo la hacen observar las ar mas. Y si me decís: recurriremos al rey de Francia, me parece haberos dicho también que el rey no está por defenderos, porque éstos no son ya aquellos tiempos. Además no siempre se puede echar mano a la espada de otros y por eso es bueno tenerla al lado y ceñírsela cuando el enemigo está lejos, que después ya no se está a tiempo y no se encuentra re medio. Las relaciones interestatales no están sometidas a un principio regulador como ocurre entre los indivi duos (el propio Estado), sino que constituyen un mar co podríamos decir puramente natural y salvaje. La consecuencia lógica es que el Estado debe des cansar necesariamente -de lo contrario no puede ha blarse de Estado- en la propia autonomía, es decir, debe bastarse a sí mismo: «N o hubo jamás ni señoría ni república sabia que quisiera tener su Estado a dis creción de otros o que teniéndolo le pareciera tenerlo seguro». Las Parole tienen como objetivo convencer a los florentinos de la necesidad de gastar el dinero sufi ciente para tener garantizada la defensa militar y en su argumentación Maquiavelo muestra su profunda convicción de lo erróneo de las bases sobre las que se
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César Borgia.
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asienta la política florentina. El opúsculo termina con una referencia a un tema también decisivo en el pen samiento maquiaveliano: la fortuna -los cielos- pue den alterar las cosas humanas en un sentido u otro, pero la única garantía posible de disponer el futuro en sentido favorable viene dada por una política basada en los imponderables de la política, esto es, en la pru dencia y la fuerza: «Porqué yo os digo que la fortuna no muta sentencia donde no se muta de orden; ni los cielos quieren o pueden sostener una cosa que quiere hundirse por todos los medios». Maquiavelo afirma que, aun admitiendo los quiebros imprevisibles de la fortuna y de los astros, cada cual se fabrica su propia fortuna {quisque faber fortunae suae). Del modo di trattare i popoli della Valdichiana ribellati continúa la polémica con la política florentina, en este caso con la política -para Maquiavelo erróneaseguida con respecto a las poblaciones rebeladas en 1502 al dominio florentino. El opúsculo es importante porque muestra la presencia de Tito Livio y de Roma como punto de referencia político, pero sobre todo porque muestra la presencia explícita en nuestro au tor de la concepción de la historia y de la naturaleza humana en que se fundamenta el papel modélico de Roma: He oído decir que la historia es la maestra de nues tras acciones, y especialmente de los principes, y el mundo estuvo siempre habitado por hombres que han tenido siempre las mismas pasiones... Por tanto si es cierto que las historias son la maestra de nues tras acciones no estaba mal que quien tenia que cas tigar y juzgar las tierras de la Valdichiana tomara ejemplo e imitara a quienes fueron los señores del mundo [i.e. los romanos]. Los tres opúsculos de 1503 permanecerán inédi tos en vida de Maquiavelo; de 1504 sin embargo es el Decennale primo que sería publicado en 1506. Se trata de una composición en verso en la que Maquiavelo historia la primera década de la República (1494-1504)
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y está dedicado a Alamanno Salviati, jefe de la facción optimate o aristocrática, en un momento en que los aristócratas mostraban su oposición a la milizia per manente que Maquiavelo había sugerido al gonfalo niero Piero Soderini. Tras la jocosa descripción del movimiento político-militar italiano durante aquellos años se oculta un plan premeditado y consonante con los escritos del año anterior: acusar a Florencia por su política militar y denunciar la situación fruto de ella: la falta de ejército, la falta de autonomía, el estar a merced de otros ya sean los franceses, César Borgia o las tropas mercenarias. Complementariamente el «poe ma» incide y señala (a esta conclusión tiende en su gradación y fin) la necesidad de armas propias -asi pues, la dedicatoria a A. Salviati cobra contenidoemanada de la situación italiana: crisis, hundimiento de los estados, discordias y guerras que no sólo no han terminado, sino que se recrudecerán: No está la fortuna aún contenta, ni ha puesto fin a las itálicas discordias, ni está la razón de tantos males muerta Por tanto fácilmente se comprende que hasta el cielo alcanzará la llama si nuevo fuego entre ellos se enciende Vale que se confie en piloto cauto, en los remos, en las velas, en las jarcias; pero seria el camino fácil y corto si tornarais a abrir el templo a Marte El Decennale primo, por tanto, afirma de nuevo la tesis de las Parole da dirle: prudencia y armas, aña diendo que las armas han de ser «propias», es decir la idea de la milizia que ya había precipitado en su men te. La preocupación, sin embargo, y el temor al desas tre que puede traer consigo la carencia de armas no alcanza todavía la dimensión total del pathos trágico
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de 1513 ni en consecuencia es valorado el principe nuevo como la única solución. Los opúsculos considerados hasta ahora se mue ven en un plano estrictamente político, aunque muy a menudo den expresión explícita a los fundamentos y principios que rigen tal ámbito. De 1509 sin embargo parece ser otra composición en verso titulada Capitolo dell'ambizione, donde Maquiavelo se extiende sobre el tema de la ambición y otras consideraciones sobre la naturaleza humana que permiten yer ya notablemente configurado el marco filosófico general en el que se asienta su concepción de la política, del poder y en ge neral de la convivencia humana ordenada dentro del Estado. La ambición está universalmente ínsita en la natu raleza humana y Maquiavelo llega incluso (en consonáncia con la filosofía natural contemporánea) a plan tear su origen como resultado de la constitución de la naturaleza humana a partir de la influencia astral. La ambición, insaciable siempre y exterminadora de la concordia, está en el origen de la infelicidad humana; el hombre sería feliz si careciera de ambición, es de cir, si su naturaleza fuera como la naturaleza animal: >4 todas partes la Ambición y la Avaricia llegan. Estas en el mundo, cuando el hombre nació, también nacieron; y si ellas no estuvieran, sería bastante feliz nuestro Estado. potencia oculta que en el cielo se nutre entre las estrellas que él girando encierra, a la naturaleza humana poco amiga, para privarnos de paz y darnos guerra, para quitarnos toda quietud y todo bien, mandó dos furias [Ambición y Avaricia] al habitar en tierra. Por ellas la Concordia se ve expulsada y para mostrar su deseo infinito ¡levan en la mano una urna sin fondo.
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Son versos, como se puede ver, importantísimos por el cuadro filosófico que plantean y las corrientes filosóficas tradicionales con que pueden ser puestos en conexión. El conjunto del capitolo da un cierto de sarrollo a estas ideas, pero habrá que esperar al perío do que se abre en 1513 y a obras como los Discorsi, el Asino e incluso las Istorie- Fiorentine para encontrar una formulación extensiva de todo este sustrato filo sófico. De momento, el capitolo delVambizione conti núa diciéndonos que, aunque natural y astralmente impuesta sobre el género humano, la ambición tiene su origen tras el pecado original; de esta forma queda -incluso admitiendo una natura humana- un estadio previo precainita que tiene también los caracteres de un estado salvaje, sin propiedad y donde la vida es «quieta y dulce». Por ellas [Ambición y Avaricia] la quieta y dulce vida de que la morada de Adán estaba llena, se vio junto con Paz y Caridad expulsada. Y su alto poder demostraron una vez que pudieron hacer en los primeros tiempos un pecho ambicioso, un pecho avaro, cuando los hombres vivían desnudos y privados de toda fortuna y cuando aún no había de pobreza y de riqueza ejemplos. No es difícil percibir en estos versos un eco y una fusión de elementos cristianos, astrológicos y epicú reos. Podemos pensar en un lamento implícito de que el hombre no sea de otra manera y su naturaleza dis tinta, manifestación alternativa de la escisión entre kratos y ethos. Podemos acaso reconocer incluso la nostalgia del pasado perdido, de los saturnia regna, con la matización de que Maquiavelo (a diferencia del platonismo y los milenarismos) no cree en una restau ración de ese Estado originario que él por otra parte ve más bien en el sentido epicúreo y lucreciano de una humanidad «primitiva» e incluso de una «ciudad
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de puercos» frente a la ciudad-Estado cuyo motor es la ambición. Como hemos dicho, muchos de estos te mas encontrarán una formulación algunos años más tarde, pero de momento podemos reconocer la impor tancia de la lectura de Lucrecio y asimismo la presen cia de elementos de la tradición aristotélica de corte naturalista-astrológico. El capitolo continúa señalando como de la natu raleza humana dominada por la ambición surge el movimiento (ascenso y descenso, felicidad y ruina) tanto en los seres humanos individuales como en los Estados. Teniendo en cuenta la inmutabilidad de tal naturaleza humana, el único freno posible, es decir, la única posibilidad de orden y paz es la dualidad ya afir mada anteriormente por Maquiavelo: ley y fuerza, es decir, el Estado: De aquí nace que uno sube y otro baja, de aquí depende sin ley o pacto el variar de todo mortal Estado y así siempre estuvo el mundo hecho, moderno y antiguo A cada uno el bien ajeno es siempre molesto y por eso siempre con afán y pena al mal de otro está vigilante y presto. A ello instinto natural nos lleva por propio movimiento y pasión propia, si ley o mayor fuerza no nos frena. Como las formaciones estatales son individuos en frentados por la ambición (recuérdese la enseñanza ya recogida en las Parole) sobrevive o «sube» el Estado en el que reina la valentía, la virtud armada y las bue nas leyes: Mas si quisieras saber la causa de que una gente impere y la otra llore, reinando en todas partes la Ambición
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si con Ambición está conjuntamente unido un corazón feroz, una virtud armada, entonces el propio mal raramente se teme. En el caso de un buen orden el Estado puede di rigir la ambición reprimida en el interior contra el exterior. En cambio allí donde la ambición no encuen tra freno ni cauce, sino por el contrario cobardía y des orden el resultado es el desastre y la ruina. Para Maquiavelo Italia es el ejemplo que testimonia palpable mente esta situación y él tiene muy claro que no hay excusa posible «porque la educación puede suplir las carencias de la naturaleza» (versos 112 ss.) La única solución posible en la ruina, y por lo tanto para Italia, es virtú y buen ordine: Si de otros aprender alguien se digna cómo se debe usar la Ambición, el mal ejemplo suyo [de los italianos] nos los enseña. Dado que el hombre de si no puede expulsarla [la ambi ción], debe el juicio y el intelecto sano con orden y valentía acompañarla. En cada obra, por tanto, y a medida que pasan los años va ahondando en Maquiavelo la conciencia de crisis italiana, que ahora la atribuye al ocio, a la cobar día, al desorden. La superación se pone en la fortuna y en mejores órdenes («arderán sus tierras y sus villas/ si gracia o mejor orden no la vencen» a la ambición), pero todavía no se ha adquirido la certeza de que tal orden restaurador sólo puede venir dado por las cir cunstancias excepcionales del principe nuevo. Pero por aquel entonces la república florentina había decidido ya armarse con «armas propias». Tras el estrepitoso fracaso del nuevo intento de reconquis tar Pisa en marzo y septiembre de 1505, el gonfalonie ro P. Soderini aceptó finalmente la sugerencia maquiaveliana de la milizia y encargó al secretario que procediera al alistamiento y organización de los infan
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tes por el territorio florentino. Con excepción del pa réntesis de la legación ante Julio II (agosto-noviembre de 1506) esta es la actividad fundamental de nuestro autor durante aquel año. En diciembre el Consejo Mayor aprobaba la «ordenanza de la infantería» por la cual se daba rango institucional a la milizia y se crea ba la magistratura de los Nove della milizia para encar garse del nuevo ejército. El preámbulo de la disposi ción aprobada por el Consejo (redactada por Maquiavelo y en buena parte reiterativa de las consideracio nes expuestas por el secretario en un opúsculo titula do Discorso dell'ordinare lo stato di Firenze alie armi) venía a constatar las tesis sustentadas ya desde hacía tiempo por Maquiavelo: Considerando los Magníficos y Excelsos Señores que todas las Repúblicas que en los tiempos pasa dos se han mantenido y crecido han tenido por principal fundamento suyo dos cosas, a saben justi cia y armas, para poder refrenar y corregir a los súbditos y defenderse de los enemigos... conociendo cuán poca esperanza se puede tener en las gentes y armas extrañas y mercenarias... juzgan ser correcto armarse de armas propias y de hombres suyos pro pios. Estudiosos como Pieri, Chabod y Bertelli han se ñalado las limitaciones e incluso contradicciones de la milizia florentina y maquiaveliana, fundamentalmente que la exigencia de un ejército cuidadano se veía vio lada en la práctica al efectuarse la leva entre los súb ditos del distrito rural, carentes de derechos de ciuda danía, pero asimismo que la clarividente exigencia de una fuerza militar directamente dependiente del po der político y guiada por éste se veía dificultada consi derablemente por la dispersión del mando necesaria para contrarrestar el temor de que la milicia sirviera a algún individuo o grupo para implantar la tiranía o aniquilar a los enemigos. El proyecto maquiaveliano (en su dimensión última de ejército permanente y uni ficado de ciudadanos directamente dependiente del
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poder político central) estaba, en última instancia, en contradicción con la estructura misma del Estado flo rentino, marcada por la oposición ciudad (Florencia)/ territorios sometidos y por la escisión de la ciudada nía florentina en facciones irreconciliables y recelosas. En cualquier caso aquí está el origen del ideario mili tar que más tarde será expuesto en el Arte delta guerra. Será además la milicia quien consiga recuperar Pisa en 1509. Maquiavelo tuvo un notable papel en los dife rentes momentos del asalto final. Su presencia en la política florentina parece haber sido en estos momen tos importante, superior en todo caso a lo que le per mitía el simple cargo de secretario; su papel en la or ganización de la milicia, su papel en la toma de Pisa, su presencia frecuente en legaciones importantes para la ciudad y su vinculación personal con el gonfalonie ro Soderini hicieron a Maquiavelo sospechoso a los aristócratas u optimates, para quienes aparecerá en medida creciente como mannerino o apéndice de Soderini. La fortuna de Maquiavelo se vinculaba cada vez más con la suerte y destino de la república y del gonfaloniero de justicia. En 1511 y 1512 Florencia queda en medio del con flicto que enfrenta al papa Julio II (y a su lado se irán poniendo los diferentes poderes italianos y europeos hasta configurar la Liga Santa) con Luis X II de Fran cia en lo que va a ser el hundimiento de la política francesa en Italia. Ante esta situación la política flo rentina mostró una vez más todos sus defectos de in decisión y búsqueda obsesiva de la neutralidad: Y crean Vuestras Señorías como creen al Evangelio que si entre el Papa y el rey de Francia surge la gue rra, no podrán estar sin pronunciarse en favor de una parte, dejando a un lado todos los respetos que se tuviese hacia la otra... Y porque la oportunidad tiene una vida corta, conviene que os decidáis pron to. Así se expresaba Maquiavelo durante la tercera le
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gación a Francia, en 1510. Sin embargo la no ruptura de la alianza francesa llevó a la invasión del Estado florentino por las tropas de la Liga en agosto de 1512. Tras el descalabro de la milicia ante las tropas españo las y el saqueo de Prato tiene lugar la deposición y huida de Soderini el 31 de agosto; retornan los Mcdici como ciudadanos privados y se forma un gobierno de aristócratas tras algunos cambios constitucionales. Fi nalmente, el 16 de septiembre se produce el golpe de Estado que devuelve a los Medid el viejo control que la familia poseía sobre la ciudad; una balía o comité de excepción suprime el Consejo Mayor y la milicia florentina junto con la magistratura de los Nueve. Maquiavelo sigue en su puesto de secretario de la segun da cancillería, pero apenas se le confía ya trabajo. Fimalmente el 7 de noviembre de 1512 es depuesto de su cargo de secretario de la cancillería y de los Diez: die V¡¡ novembris. Praefali magnifici et excelsi Domini et Vexilíijer... cassaverunt, privaverunt et totaliter amoverunt Nicholaum domini Bernardi de Machiavellis ab et de offitio Cancellarii secundae cancelleriae. Tres días más tarde era condenado a un año de confinamiento en el territorio y al pago de mil florines de oro como fianza, que fueron desembolsados en su lugar por tres amigos. Como golpe final una decisión del 17 de noviembre le prohibía entrar en el palacio de la Signoria durante doce meses. Los Medici, nuevos señores de la ciudad, no se fiaban del secretario que con tanta fidelidad había servido a la república y a So derini. Comenzaba el triste y oscuro período post res perditas. Sin embargo, antes de pasar a este nuevo periodo es del todo necesario detenernos un momento a consi derar la importantísima composición denominada Ghiribizzi al Soderini (Fantasías escritas desde Ragusa a Fiero Soderini), atribuida tradicionalmente a los mo mentos inmediatamente posteriores a la pérdida del puesto y la caída de la república. La enorme importan-
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cia de la composición reside en que anticipa concep tos y planteamientos decisivos del Principe y de los Discorsi, particularmente el capítulo XXV del Princi pe. El tono amargo y pesimista de los Ghiribizzi (don de la fortuna se impone a la virtud a diferencia del arrebato pasional a favor de la última en el Principe) se explicaba por el momento, inmediatamente post res perditas en que parecían haber sido escritos. Pero Ridolfi y Ghiglieri, en lo que el primero ha denominado «la mayor novedad en la biografía de Maquiavelo desde hace un siglo», han retrasado la redac ción del texto a septiembre de 1506 y demostrado que la ocasión y motivo de la composición fue la tremenda impresión causada en Maquiavelo por la ocupación -contra todo pronóstico racional- de Perugia por Julio II. Maquiavelo fue testigo personal de todo ello por encontrarse precisamente en legación ante el papa e informó admirado a Florencia en carta del 13 de sep tiembre (en Discorsi I, 27 insiste sobre el mismo parti cular). La recuperación del autógrafo maquiaveliano permitió a Ridolfi y Ghiglieri fechar los Ghiribizzi como escritos desde Perugia en septiembre de 1506. Descubrimientos ulteriores han demostrado que cons tituyen la respuesta a una carta de Giovan Battista Soderini, sobrino del gonfaloniero. Al remontarse a 1506 ya no se puede explicar la perspectiva pesimista del opúsculo por la amargura que siguió a la pérdida del empleo y a la caída de la república. Por otra parte ahora pasan a remontarse a un momento relativamente temprano esos plantea mientos teóricos tan maduros -casi idénticos literal mente a su formulación en las obras maduras-, aleján dose hacia atrás del momento que tradicionalmente se les atribuía, pocos meses antes de la composición del Príncipe. Tras el preámbulo Maquiavelo expresa su deci sión de considerar, coincidiendo con la mayoría, no los medios, sino el resultado o fin de las acciones políti cas. La razón de ello, confiesa Maquiavelo, es que me
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dios contrapuestos conducen muy a menudo a un mis mo resultado: Pero de dónde nace que maneras de actuar diversas sean en alguna ocasión igualmente beneficiosas o perjudiciales, yo no lo sé, pero me gustaría saberlo; sin embargo, con el fin de oír vuestra opinión me atreveré a deciros la mía. La respuesta a este interrogante es precisamente lo importante de la carta y el anticipo de tantas ideas ulteriores ya plenamente asentadas: la naturaleza de los tiempos (el mutar -en función incluso del aconte cer y movimiento astral-cósmico- de las condiciones naturales generales en que se desarrolla la acción hu mana) es más variable que la naturaleza humana; de ahí los frecuentes cambios humanos, la alternativa de felicidad y desastre, esto es, el mutar de fortuna. El hombre es incapaz de adaptarse a los cambios de los tiempos, en primer lugar por ignorancia del futuro en la medida necesaria y en segundo lugar porque la na turaleza humana no es lo suficientemente flexible: Mas, dado que los tiempos y las cosas cambian fre cuentemente en el todo y en los particulares y los hombres no cambian sus fantasías ni sus modos de proceder, sucede que se tiene durante algún tiempo buena fortuna y durante un tiempo mala. Y verda deramente quien fuera tan sabio que conociera los tiempos y el orden de las cosas y se acomodase a ellos, tendría siempre buena fortuna o se guardaría de la mala, y así vendría a ser verdad que el sabio gobierna los astros y los hados. Pero, puesto que de estos sabios no se encuentra, teniendo los hombres en primer lugar la vista corta y no pudiendo además gobernar su propia naturaleza, sigue de ello que la fortuna varía y gobierna a los hombres y los tiene bajo su yugo. Pero ¿qué es esta fortuna absolutamente domina dora sobre el hombre? No es únicamente una realidad externa, un poder ajeno al hombre; está también en el
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Im R u e d a de la F o rtu n a ,
dibujo de Miguel Ángel.
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«Albergaccio» de Maquiavelo en SantAndrea in Percussina.
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El secretario florentino (1498-1512) hombre y es constituida por él, pues en última instan cia la fortuna es el límite humano, el límite de nuestro saber y de nuestra naturaleza (la ignorancia e inflexi bilidad humanas hacen nacer la fortuna) o la conjun ción de dos naturalezas no armonizadas: la del hom bre y la del mundo. Como dice Maquiavelo, recordan do el lema de Ptolomeo y de la tradición astrológica, el hombre sabio dominará los astros, sólo que el hom bre nunca alcanza el carácter de tal. Los G h ir ib iz z i no nos dicen cuál es la causa de esta divergencia hombremundo. Será en obras posteriores donde encontrare mos la referencia a que el resto de los animales no su fren de este mal y donde se nos pondrá en conexión la fortuna con la ambición y con el movimiento de las cosas que constituye la grandeza y miseria del hom bre. Pero, evidentemente, no podemos por menos de reconocer que Maquiavelo había aprendido mucho de estos quince años de contacto con las cosas de Estado.
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«La fortuna ha fatto che, non sapendo ragionare né dell'arte della seta, né dell’arte della lana, né de’guadgani né delle perdute, e'mi conviene ra gionare dello stato, et mi bisogna o botarmi di stare chelo, o ragionare di questo» (a. F. Vettori, 9-IV-1513) «Post res perditas»: nada mejor que esta anotación (consignada por Maquiavelo al ordenar sus papeles personales tras la pérdida del empleo) para indicar su estado de ánimo y mostrar con toda claridad la coinci dencia en su conciencia entre el hundimiento de la re pública y el infortunio personal. La pérdida del em pleo significaba mucho para el «quondam segretario», tal como él mismo firmaba amargamente la carta a su amigo Francesco Vettori del 9 de abril de 1513. Signifi caba en primer lugar la pobreza para él y su familia, reducidos ahora a las escasas rentas de la propiedad de Sant'Andrea in Percussina: «no puedo estar así mu cho tiempo sin devenir, por pobre, digno de despre cio», dirá en la famosísima carta a Vettori del 10 de diciembre de ese mismo año. La interesantísima co rrespondencia «familiar» (privada) durante estos años registra constataciones amargas de esta dura situación económica y de sus efectos sobre el ánimo del autor: Me estaré, pues, así con mi mala suerte, sin encon trar a nadie que se acuerde de los servicios que he prestado o que crea que puedo ser útil en algo. Pero
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es imposible que pueda estar mucho tiempo asi por* que yo me consumo y veo, si Dios.no se me muestra más favorable, que un dia estaré obligado a mar charme de casa y ponerme de servidor o canciller de un condestable, si no me queda otra solución, o plantarme en algún lugar desierto a enseñar a leer a los crios, dejando aquí mi familia haciéndose cuenta de que yo me he muerto; pues estará mucho mejor sin mí, que estoy acostumbrado a gastar y no puedo estar sin gastar (10-VI-1514). La pérdida del empleo supone además una gran amargura para Maquiavelo, que se siente abandonado y marginado sin ningún reconocimiento a su talento y a los servicios prestados. La amargura se irá acentuan do con los años, cuando vayan fracasando uno tras otro sus intentos por conseguir gracia ante los nuevos señores de Florencia. Las dedicatorias de sus grandes obras (Principe, Discorsi, Mandrágora) registrarán fiel mente esta amargura y postergación que, sin embargo, también se expresa ya en 1513, por ejemplo en esta carta del 16 de abril en la que (citando a Petrarca, como siempre de memoria y con un cambio lleno de significado) nos dice: «Por eso si alguna vez yo rio o canto, hágolo porque sólo tengo esta via de desfogar mi acerbo llanto. Buena parte del carácter de Maquiavelo está en esos versos (en los que Petrarca hablaba no de «eva cuar» o «desfogar», sino de «ocultar») o en estos otros que, aunque de fecha desconocida, son complementa rios y nos confirman este Maquiavelo philosophe au masque: Yo espero y al esperar crece el tormento yo lloro y el llorar nutre mi cansado corazón yo rio y mi reir no pasa adentro yo ardo y mi ardor no llega afuera. La pérdida del empleo representa, finalmente,
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un ocio difícil de soportar para quien había pasado los catorce años anteriores en contacto directo y cotidia no con el apasionante y feroz mundo de la política ita liana y florentina. Por eso es muy probable -pero care cemos de documentos que permitan apoyar las supo siciones- que la reflexión teórica sobre las causas del fracaso florentino e italiano comenzara a ocupar su ocio desde los primeros momentos y que acaso a estos momentos se remonten también las reflexiones sobre la obra de Tito Livio, acompañadas quizá de anotacio nes al margen en aquel volumen que había heredado de su padre. Para aumentar todavía más sus problemas, difi cultades y amarguras, Maquiavelo se encontró impli cado en febrero de 1513 en la conjura antimedicea de Pietropaolo Boscoli. Aunque inocente, su nombre figu raba sin embargo en una lista encontrada a los conju rados; ello le supuso la cárcel, la tortura y la incerti dumbre por su propia vida. La elección como papa de León X (el cardenal Giovanni de Medici, hijo de Lo renzo el Magnífico y «señor» de Florencia) al mes si guiente le permitió salir amnistiado y escribir inme diatamente a Vettori: «espero no volver a caer m ás; sí, porque seré más precavido, sí, porque los tiempos se rán más liberales y no tan desconfiados». Aunque ya se estaba en Cuaresma y el Carnaval por tanto había pasado, la alegría en Florencia por la elección (que tantos beneficios podía reportar a la clientela medicea) llevó a organizar nuevos festejos y para el trionfo delta pace que se celebró enfrente del palacio Medici en la Vía Larga compuso Maquiavelo su Canto degli spiritu beati. El breve poema es interesante porque nos muestra que Maquiavelo acoge y da expresión al deseo universal de paz, a la esperanza de la reconcilia ción y pacificación de los cristianos bajo el pontificado de León X, a la esperanza general del retorno de la edad de oro (e tom i il mondo a quella prima etade). Las representaciones de la crisis y su superación en térmi nos milenaristas, proféticos y escatológicos, la temáti ca del retorno de la Edad de Oro (el redeunt Saturnia
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regna virgiliano) son del conocimiento de Maquiavelo. Lo importante para nosotros es que muy pocos meses después (en el Príncipe) efectuará un diagnóstico de la crisis y de la única vía de recuperación o regeneración de la corrupción en términos completamente distin tos, a saber, en términos de la ciencia política, de la política realista, de las cosas tal como son y no pueden dejar de ser. Esta es la inflexión, ya lo hemos señalado anteriormente, que Maquiavelo hace dar al pensa miento en general y al pensamiento político en parti cular. Durante estos primeros tiempos de su desgracia Maquiavelo reside en su «albergaccio» de Sant'Andrea in Percussina, pequeña localidad situada a siete millas de Florencia, en la antigua vía postal romana. De vez en cuando baja a Florencia, y entonces se divierte («pero si alguna vez»...) con sus amigos y frecuenta a la Riccia, «cortesana» florentina a la que de vez en cuan do roba besos de pasada, y la tienda de Donato del Como. Para intentar al mismo tiempo invertir el rum bo desfavorable de la fortuna, trata de encontrar un acceso a los Medici y conseguir que la poderosa fami lia le encargue algo. Envía a Giuliano de Medici unos tordos capturados en su palomar de Sant'Andrea y los acompaña de un soneto para ver si un po'del pover Machiavello/ Vostra Magnificienzia si ricordi, exhortándo le significativamente al final: iasci Vopinioni/ vostra Magnificienzia, e palpi e tocchi/ e giudichi a le mani non agli occhi, donde ¿cómo no ver una referencia a la ineludible necesidad del político de atender a la ver dad de las cosas y no a las opiniones o apariencias, esto es, a no guiarse por lo ojos, sino por las manos y lo que uno palpa y toca, tema que Maquiavelo nos de sarrolla en ese mismo año en el magistral capitulo XVIII del Príncipe? Para conseguir por su mediación el favor mediceo Maquiavelo escribe también a su amigo Francesco Vettori (cuya amistad se remontaba a la legación ante el emperador que habían hecho juntos en 1508), em
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bajador florentino ante el papa y persona bien situada ante el nuevo régimen: Procurad, si es posible, que Su Santidad se acuerde de mí, a fin de que en el caso de que sea posible co mience a ocuparme, o él o los suyos, en cualquier cosa (13-111-1513) [...]. Si estos señores nuestros se dignan no dejarme en tierra, lo agradeceré y creo que me portaré de manera que también ellos tengan motivos para considerarlo una buena decisión (18-III-1513) [...] yo no puedo creer que si se maneja mi caso con alguna habilidad, no consiga ser em pleado en cualquier cosa, si no por cuenta de Flo rencia, al menos por cuenta de Roma y del pontifi cado, en cuyo caso yo sería menos sospechoso (16-IV-15I3). Pero Vettori (que es un hombre tutto da sé) no pa rece -acaso por conocer de antemano la inmodificable hostilidad medicea hacia Maquiavelo- haber hecho casi nada en favor de nuestro autor. En todo caso, sea por eso o porque no tiene nada que ofrecer, Vettori desvía en sus respuestas el tema hacia la política: el lugar de la fortuna, la tregua franco-española, la paz en Italia. Y Maquiavelo se deja seducir: Si os ha resultado un fastidio el analizar las cosas, por haber visto que muchas veces los hechos suce den en contra de los análisis y de las concepciones que nos hacemos de ellos, tenéis razón, pues lo mis mo me ha ocurrido a mi. Sin embargo, si yo pudiera hablaros no podría evitar el llenaros la cabeza de castillos porque la fortuna ha hecho que, no sabien do razonar ni del arte de la seda ni del arte de la lana, ni de ganancias ni de pérdidas, debo razonar sobre el Estado y me resulta necesario o hacer pro pósito de callarme o razonar sobre ello (9-IV-1513). Cuando en su carta del 21 de abril solicita Vettori su juicio sobre la tregua («aprobaré vuestro juicio por que -si os he de decir la verdad sin adulación- lo he encontrado en estas cosas más sólido que el de cual
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quier otro hombre con el que haya hablado»), nuestro autor ya no se puede contener: deseoso -retirado en Sant'Andrea- de satisfacer su pasión política, sus ga nas de «discurrir sobre las cosas de Estado» a pesar de que en ese gusto suyo por el envelamiento diga lo contrario, el «antaño secretario» responde en los si guientes términos: Al leer vuestra carta, que la he leído varias ve ces, he olvidado la infeliz condición mia y me parece haber vuelto a aquellos manejos en los que he pasado en vano tantas fatigas y perdi do tanto tiempo. Y aunque haya prometido no pensar más en las cosas de Estado ni razonar sobre ellas, como atestigua el que me haya re tirado al campo y haya evitado tratar estos te mas, sin embargo para responder a vuestras preguntas estoy obligado a romper toda pro mesa (29-IV-1513). Desde este momento hasta finales de agosto, Maquiavelo aborda las cuestiones que le plantea su ami go en una correspondencia que se va calentando con cada carta. De la discusión epistolar con Vettori sobre la problemática contemporánea italiana y europea, así como sobre las perspectivas de una solución favorable para Italia, Maquiavelo llegaba en sus cartas del 10 y del 26 de agosto a las siguientes conclusiones: la «paz» que ambos han intentado construir en sus cabezas es muy difícil; la unión de los italianos invocada por Vet tori es imposible; un posible ejército italiano incapaz; los suizos constituyen un peligro ante el cual no hay defensa en Italia. La conclusión final con que Maquia velo cerraba la carta del 26 de agosto era la siguiente: Y porque esto me aterra, quisiera poner remedio y si Francia no basta, no veo ya remedio alguno y quiero comenzar desde ahora a llorar con vos la ruina y esclavitud nuestra, que si no se produce ni hoy ni mañana, se producirá sin embargo mientras todavía estemos vivos. De esta forma Italia tendrá esta deuda con el papa Julio y con los que no pon
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cPost res perditas» (1512-1527) gan remedio a la situación si todavía ahora es posi ble.
La conciencia de Maquiavelo, pues, en ese mo mento era apocalíptica, de desastre colectivo inminen te, cuya culpa sin embargo correspondía a los italia nos: a la Iglesia por su política temporal y espiritual; a los príncipes italianos por su ambición y su cobardía, por su desunión, por la desidia en formar ejércitos ciudadanos y por esa desidia que los ha llevado a olvi dar las necesarias «defensas» frente a la «riada» ex tranjera. No hay virtud, sino dependencia total de la fortuna. La correspondencia con Vettori ha llevado a Maquiavelo a este punto límite, de desastre total, a no ser que «si todavía es posible,, quienes lo tienen en la mano pongan remedio a la situación». El mismo proceso de profundización teórica en la crisis italiana y en las posibilidades de superación lo venía efectuando Maquiavelo en solitario en sus co mentarios a Tito Livio. Al mismo tiempo que mante nía su correspondencia con Vettori, en sus reflexiones sobre Tito Livio llegaba a importantes conclusiones acerca de la «ordenación» de los Estados y la recom posición del orden o regeneración en una sociedad co rrompida: Se debe tomar lo siguiente por una regla general: ja más o raramente ocurre que alguna república o rei no se vea ordenada bien desde el principio o refor mada de manera completamente nueva al margen de los viejos órdenes, a no ser que sea ordenada por una sola persona; antes bien es necesario que sea uno solo quien dé el modo y de cuya mente depen da cualquier ordenación de ese tipo. Por eso un or denador prudente de una república y que tenga la intención de querer ayudar no a sí mismo, sino al bien común, no a su propia sucesión, sino a la pa tria común, debe ingeniárselas para apropiarse de toda la autoridad; jamás reprenderá un ingenio sa bio a quien se sirva, al ordenar un reino o constituir una república, de alguna acción extraordinaria. An tes bien, es conveniente que si lo acusa el hecho lo
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excuse el efecto (Disc. I. 9; Rómulo, Moisés, Licurgo y Solón son citados como ejemplo); y se puede sacar esta conclusión: donde la materia no está corrompida los tumultos y otros escándalos no dañan; donde está corrompida las leyes bien or denadas no sirven a no ser que estén promovidas por alguien que las haga observar con una fuerza extrema mientras la materia se vuelve buena, lo cual yo no sé si ha ocurrido alguna vez o si es posi ble que ocurra (Disc. 1,17). La correspondencia con Vettori se interrumpe a finales de agosto, cuando el embajador no responde a la carta maquiaveliana del 26 de agosto ni el propio Maquiavelo hace nada por mantener el contacto. Nuestro autor enmudece completamente y nada sabe mos de él hasta diciembre; a finales de noviembre Vet tori reanuda el intercambio epistolar y en su respues ta del 10 de diciembre Maquiavelo da la explicación de su silencio y recogimiento total. Su actividad coti diana ha sido del siguiente tenor. Llegada la tarde, vuelvo a casa y entro en mi escri torio. En el umbral me despojo de la ropa de cada día, llena de fango y porquería, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde -recibido por ellos amistosamente- me alimento con aquella comida que es solamente mía y para cual nací. No me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles la razón de sus acciones y ellos por su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de todo afán, no temo la pobreza, no me acobarda la muerte: todo me transfiero en ellos... Y puesto que Dante dice que no hay ciencia sin retener lo que se ha entendi do, yo he anotado aquello de lo que por su conver sación he hecho capital y he compuesto un opúscu lo De Principatibus, en el cual profundizo cuanto puedo en las particularidades de este tema, discu tiendo qué es un principado, cuántas son sus clases, cómo se adquieren, cómo se conservan, por qué se pierden. Y si alguna vez os ha agradado alguna fan
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tasía mía. ésta no os debería disgustar y debería ser grata a un principe y especialmente a un príncipe nuevo; por eso lo dirijo al magnífico Giuliano.1 En esos meses, desde julio a diciembre, Maquiavelo había redactado de un solo golpe el libro que la posteridad iba a conocer como II Principe. Para llevar a cabo dicha tarea había interrumpido la redacción de los Discorsi en torno al capítulo 17 y 18 del primer li bro. Aunque algunos autores (Gilbert en cierta medida y sobre todo Hexter y Barón) hayan negado este ori gen del Principe en los Discorsi y retrasado toda la re dacción de esta última obra a años posteriores, noso tros seguimos considerando más fundamentada la cro nología tradicional de las obras, que goza de defenso res clásicos como Chabod y en la actualidad está sos tenida por Ridolfi y Sasso. La reflexión política maquiaveliana, tal y como viene configurándose en la primera mitad de 1513 en los primeros capítulos de los Discorsi. se apoya en el saber, en las lecturas y en las reflexiones acumuladas en los catorce años anteriores de febril actividad. Has ta qué punto había progresado su pensamiento lo he mos visto en el capitulo anterior. Lo que ahora lo im pulsa es la aguda conciencia de la crisis político-social italiana y la comprensión de sus causas a partir de una determinación general y completa de los diferen tes principios y elementos implicados en la fundación, organización y conservación del organismo estatal, to mando como punto de referencia la Roma republica na, entendida como límite del ideal político, es decir, como la construcción estatal más perfecta testimonia da por la historia. Es evidente que este proyecto (los Discorsi) constituye una obra de amplio respiro, de profunda y meditada reflexión y análisis. El Principe emana de la misma atmósfera y drama personal y cot. Para una exposición más pormenorizada del origen del Príncipe a la luz de la correspondencia con Vettori y los Discorsi, remitimos a nuestra introducción a la traducción del Principe pu blicada por la editorial Materiales, Barcelona 1979, pp. 20-31.
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lectivo, pero su punto de partida se halla en la volun tad de superar esa crisis y regenerar o reformar la materia italiana junto con la conciencia de la extraor dinaria dificultad de todo ello. El Principe nace, en consecuencia, de esa voluntad de acción y del conoci miento de la única vía de acción posible para conse guir la superación de la crisis: la ciencia de la política, la política realista fundada en el necesario curso de las cosas y en los imponderables de la naturaleza hu mana. El tono exaltado y pasional del Principe no sólo emana de esa voluntad de acción, sino también -y no en escasa medida- de la afirmación de la ciencia de la política y sus principios frente a las representaciones ilusorias, deformadas, abstractas e ingenuas de la polí tica humanista. La polémica con el humanismo rezu ma en toda la obra aunque se exprese con particular énfasis en algunos momentos, como puede ser el exor dio del capítulo XV. El Principe, por tanto, es una obra que pretende impulsar a la acción, pero sobre la base de la «scienza política»; el análisis y la demostración teórica, racio nal, sustenta inevitablemente la obra y le da toda su fuerza y capacidad persuasiva, pero resulta evidente que en esta obra no puede encontrar (por su misma génesis, estructura y función) expresión explícita y completamente articulada todo el armazón teórico en que se apoya. Esta es (y será) la tarea de los Discorsi; en El Principe hay más bien y en buena medida ele mentos implícitos, expresión de principios y corola rios mediante el recurso del aforismo. El Principe diagnostica desde las máximas de la ciencia política las causas del hundimiento italiano: la falta de «armas propias» (i. e. las armas mercenarias y auxiliares), la ausencia de virtud y la dependencia to tal de la fortuna, la política no realista, es decir, el des conocimiento de la fuerza y la prudencia. Al mismo tiempo ofrece la vía de salida y regeneración, dando un salto adelante considerable con relación a los re sultados alcanzados en los opúsculos anteriores. Para Maquiavelo está claro ahora que solamente hay una
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solución: el príncipe nuevo que implante un principado civil. Solamente una personalidad poderosa (un nuevo Ciro, Rómulo, Moisés, Teseo) que -asumiendo con su extraordinaria virtud la oportunidad que le brinda la fortuna, usando la prudencia y la fuerza, la zorra y el león- restaure completamente la materia humana co rrompida informándola con el orden nuevo emanado de órdenes o instituciones nuevas, esto es, sólo un «principe al tutto novo» puede hacer salir a Italia de su estado actual de postración y dominación bárbara. Los capítulos VI y VII (reasumidos en el capítulo fi nal) dan clara expresión a este principio básico, pre sentando además a César Borgia como modelo de «príncipe nuevo» al que sólo la fortuna ha hecho fra casar. Pero «.principado nuevo» con autoridad plena y completa del príncipe no quiere decir principado ab soluto o monarquía despótica y hereditaria; para Maquiavelo está claro que -con independencia del acceso al principado, de la oportunidad y de su uso (cap. VIII) - el principado debe ser «civil» (cfr. cap. IX), esto es, un principado encaminado a la construcción de un modelo estatal en el que los «humores» (pueblo y «grandes» o aritócratas) discurran teniendo cada uno su parte y articulados hacia la perfección del conjun to, justamente lo contrario de los estados italianos, que son estados de «facción» o «parte», populares o nobiliarios (como veremos enseguida, este punto es el hilo conductor de las Istorie fiorentine maquiaveliañas). El «principado nuevo civil» realiza la composición constructiva de los dos «humores» sociales fundamen tales garantizando el «honesto» deseo del pueblo («no ser dominado ni oprimido por los grandes», Príncipe IX ) sin anular políticamente a los grandes. Con esta obra el principado civil realiza la exigencia que Maquiavelo había formulado con anterioridad (Disc. I, 9); «un ordenador prudente de una república que tenga la intención de querer ayudar no a si mismo, sino al bien común, no a su propia sucesión, sino a la patria co
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mún». Por otra parte el principado civil, descansando en el pueblo, puede evitar compartir el poder con la aristocracia en un sentido feudal; el deseo negativo del pueblo -no ser oprimido- garantiza la «unidad» y «centralidad» del poder, es decir, la superación mo derna del feudalismo. Evidentemente, Maquiavelo considera la República superior al Principado civil, pero el punto que aquí cuenta es que en la corrupción político-social es «imposible mantener una república o crearla de nuevo» (Disc. I, 18); «sólo el principado nuevo permite salir de la situación de corrupción* (Disc. I, 17; Prínc. VI, VII, XXVI). Pero ¿es posible realizar esta tarea? ¿existe el hombre excepcional capaz de realizar la reforma del hombre y del Estado? El Príncipe nace de la necesidad de la tarea y pretende iluminar la vía al presentar el «conocimiento» imprescindible; al construir -en su vertiente voluntarista y movilizadora- el mito de Cé sar Borgia (cap. VII) y al apelar a la virtud frente a la fortuna El Príncipe prentendia mostrar que la empre sa era algo más que posible, pero el lector puede reco nocer fácilmente que Maquiavelo se ve obligado a re conocer (en la conclusión del capítulo VII, y por la exi gencia de su análisis realista y científico) que Borgia fracasa por su propio error y no por la malignidad ex traordinaria de la fortuna, que la fortuna triunfa siem pre en última instancia sobre el hombre por la incapa cidad humana de adaptarse plenamente a ella (cap. XXV y cfr. los Ghiribizzi al Soderini). Como señala Gennaro Sasso: Con estas consideraciones realistas y más agudas Ma quiavelo rompía de hecho su gran mito «racional» del principe nuevo. Aquel principe habría debido superar dificultades «extraordinarias» y no ceder jamás a la debilidad de un momento; era por tanto imposible que triunfara en su tarea, ahora que el análisis del escritor había demostrado con tanta lucidez que cualquier hombre, incluso el más virtuoso y prudente, es prisio nero de sus cualidades y jamás consigue «variarlas» con las cosas, las cuales -precisamente por esto- *va-
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rían» y gobiernan a los hombres manteniéndolos bajo su «yugo». El mito «racional» caía, pues. Y Maquiavelo mismo constataba su caída cuando concluía pasio nalmente (pero al mismo tiempo conscientemente) el capitulo [Princ. XXV] dando su preferencia «perso nal» no a los prudentes, sino a los impetuosos, a aquellos en suma que habrían iniciado la gran aven tura del «principe nuevo», aún ahora que su análisis había demostrado que el triunfo era sólo probable, no «necesario». Al final Maquiavelo sólo podía aportar como prenda del éxito la misma degradación absoluta de Italia, la disposición favorable de los italianos y los prodigios o presagios celestes «realizados por Dios mismo: el mar se ha abierto...» (Princ. XXVI). Más allá sólo estaba la dificultad y la incertidumbre: dependía de los hombres mismos el resultado final. Natural mente esto no quiere decir que Maquiavelo fuera un «profeta desarmado»; él cree saber lo que hay que ha cer, cómo y por qué. La «extraordinaria» dificultad del proyecto depende de las cosas mismas y de los mis mos hombres que son los sujetos; su propia ciencia política descubre todo ello, la contingencia del proyecto. A falta de un apoyo mayor, Maquiavelo ha cía con su mito y con su exhortación final (cap. XX VI) lo que los sabios romanos: «interpretar los augurios según la necesidad» (Disc. I, 14). Por otra parte, como había dicho a Vettori en la carta del 10 de diciembre, su obra «debería ser grata a un príncipe, y especialmente a un príncipe nuevo; por eso lo dirijo al Magnífico Giulano [de Medici]». El Príncipe, además de la aclaración teórica y la voluntad de indicar la vía de la recomposición italiana, tenía como elemento impulsor la esperanza maquiaveliana de conseguir mediante esta vía el favor de los señores de Florencia y escapar con ello a esa pobreza que ter minaría por hacerlo «despreciable». Compleja es, por tanto, la génesis de la obra debido a esta interrelación de factores personales y colectivos, pero lo cierto es que reducir E l Principe a un informe técnico sobre el
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principado absoluto para conseguir con ello un em pleo político, es una deformación absoluta de la géne sis, estructura y propósito de la obra. Sin embargo ni Giuliano ni Lorenzo de Medici (a quien terminará dedicando y presentando El Príncipe en 1516 tras la muerte del primero) prestaron aten ción alguna ni a la obra ni a su autor, en parte por des interés personal y en parte porque desde Roma el mismo jefe de la familia (León X) seguía vetando al «povero Machiavello». Por ello nuestro autor (siguien do a su admirado modelo: «yo creo, he creído y creeré siempre que es cierto lo que dice Boccaccio: que vale más hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentir se», carta del 25-11-1514) se enamora y persigue a una jovencita: «He abandonado los pensamientos de las cosas grandes y graves; ya no me deleita leer las cosas antiguas ni razonar de las modernas. Todas se han convertido en razonamientos dulces que agradezco a Venus» (3-VIII-1514). Pero evidentemente el veneno de la reflexión polí tica era demasiado fuerte para que Maquiavelo dejara de leer sobre los antiguos y razonar sobre el presente durante mucho tiempo. Si los Medici siguen prohi biéndole salir de su estado de postración, he aquí que un grupo de jóvenes florentinos, de importantes fami lias, lo acogen amablemente en las reuniones que cele bran en los jardines de uno de ellos, Cosme Rucellai. Pasa así a formar parte Maquiavelo a partir de 1516 o 1517 de las famosas reuniones de los Orti Oricellari, cuyo espectro temático se extiende de la literatura y la lengua a la política y la filosofía. En los miembros de la tertulia (Cosme Rucellai, Zanobi Buondelmonti, Luigi Alamanni, Francesco da Nerli, Jacopo Nardi y hasta Francesco Cattani da Diacceto, el fiel discípulo de Ficino) encuentra Maquiavelo aprecio a su talento, amistad y hasta favores ocasionales. Estas reuniones (tan importantes para el rumbo de la cultura florenti na e italiana del siglo XVI) representaron sin duda al guna un fuerte estimulo para que Maquiavelo se con centrara en su obra personal. Fruto de estos años son
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Antonio da Brescia: León X.
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el Discorso o dialogo intomo alia nostra lingua (obra cuya paternidad ya no se discute apenas hoy y en la cual Maquiavelo -recogiendo sin duda discusiones en los O rti- ensalza el origen florentino de la lengua lite raria que por aquel entonces se imponía en Italia), L'Asino (poema inacabado de 1517, contrapunto en cierto modo de la Comedia de Dante y cuya denomina ción como L'Asino d'oro responde a la sugestión de la obra de Apuleyo. Como hemos señalado anteriormen te su interés filosófico es notable y nos referiremos a ella en los próximos capítulos), La Mandrágora (de 1518) la primera comedia moderna del teatro italiano, de éxito general incluso en vida de Maquiavelo). A sus contertulios de los Orti lee también Maquia velo sus comentarios a Tito Livio. Su interés impulsa a nuestro autor a continuar su redacción y a reunirlos er un volumen. En 1517 está en condiciones de pre sentar y dedicar a sus amigos Cosme Rucellai y Zanobi Buondelmonti el resultado de sus reflexiones livia nas, que es a la vez la exposición más estructurada de su concepción de la política y del Estado. La dedicato ria muestra tanto el resentimiento ante el olvido de los Mcdici como su profundo reconocimiento a esos amigos jóvenes que tanto aprecian sus razonamientos: Os envío un presente que -si bien no corresponde a las obligaciones que tengo con vosotros-, es, sin duda alguna, lo mejor que Nicolás Maquiavelo ha podido mandaros, porque en él he expresado cuan to sé y cuanto he aprendido de una práctica larga y una lectura asidua de las cosas del mundo... Y creed que en lodo esto sólo tengo una satisfacción: el pen sar que, aunque me haya engañado en muchos de sus particulares, en una única cosa sé que no he errado: en haberos elegido a vosotros, a quienes de dico por encima de cualesquiera otros, estos Discur sos míos; si, porque al hacerlo me parece haber mostrado alguna gratitud por los beneficios recibi dos: sí, porque me parece haber salido del uso co mún de los escritores, que suelen dedicar sus obras a algún principe y cegados por la ambición y la ava
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ricia alaban en él todas sus buenas cualidades cuan do deberían censurarlo en todos sus defectos. Por eso yo, para no incurrir en este error, he elegido no a quienes son príncipes, sino a quienes por sus infi nitas virtudes merecerían serlo; no a quienes po drían llenarme de grados, honores y riquezas, sino a quienes no pudiendo querrían hacerlo. Con los Orti Oricellari está vinculado también el Arte della guerra cuya acción está localizada en 1516 y nos presenta las discusiones sobre la temática militar sostenidas en el marco de los jardines Ruccllai por el condottiere Fabrizio Colonna (alter ego de Maquiavelo) y los jóvenes florentinos amigos de nuestro autor. La obra, sin embargo, fue redactada entre 1518 y 1520 e impresa en Florencia en 1521, a diferencia del Principe y de los Discorsi cuya edición impresa se retrasó hasta 1531 y 1532, muerto ya Maquiavelo. La obra daba ex presión pormenorizada al ideario militar del autor, fruto por igual de sus lecturas y su experiencia perso nal: la necesidad de unir el poder político con la fuer za militar, el ideal del ciudadano -soldado, la función indeclinable de la «religión» en la milicia, la adopción entusiasta de la Roma republicana como modelo ópti mo testimoniado por la historia, la apelación a la in fantería y la negativa a considerar «el dinero como nervio de la guerra». El Arte della guerra termina sus siete libros con la condena taxativa de los príncipes italianos, y la exhortación a no perder la fe en la rege neración, con que hemos abierto el capítulo primero: No quiero ni que temáis ni que desconfiéis de ello, porque este país parece nacido para resucitar las cosas muertas, como se ha visto en la poesía, en la pintura y en la escultura. Pero en 1520 Maquiavelo comienza a encontrar por fin gracia ante los Medici. A la muerte de Lorenzo, duque de Urbino, se hace cargo del gobierno florenti no el cardenal Giulio de Medici, futuro papa Clemente VII. Tras una entrevista con el cardenal y gracias al
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apoyo de sus jóvenes amigos de los Orti, Maquiavelo consigue de la todopoderosa familia ese primer gesto y empleo que le permite empezar a levantar cabeza: en noviembre de ese año el studio florentino lo em plea como historiador (ad componettdum annalia et cronacas florentinas et alia faciendum). El sueldo es escaso, pero él valora la posibilidad que se le ofrece de iniciar el regreso y el honor de emplearse en unas tareas -las de historiador- que habían sido desarrolla das el siglo anterior por los grandes cancilleres huma nistas: Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini y Bartolomeo Scala. Como ensayo de sus trabajos de historiador, Ma quiavelo redactó en 1520 la Vita di Castruccio Castracane di Lucca, pero en la figura del ciudadano privado que llegó a condottiero y señor de Lucca, apoyándose únicamente en su prudencia, talento militar y menos precio de todo aquello que no tuviera vinculación di recta con la milicia, daba Maquiavelo expresión mítico-literaria a su ideal pedagógico ya subrayado en el Arte delta guerra: el principio del ciudadano-soldado (o príncipe-general) y la educación para la milicia con la «patria» como horizonte axiológico total, en un marca do contraste con la tradición pedagógica del humanis mo. De 1520, y redactado para el papa León X por en cargo del cardenal Julio, es el Discorso delle cose fiorentine dopo la morte di Lorenzo. El encargo emanaba de la preocupación medicea por la definitiva constitu ción política florentina ahora que la línea de Cosme había quedado extinguida con la muerte de Lorenzo. Partiendo una vez más de que la patria es el valor su premo («creo que el mayor bien que se puede hacer, y el más grato a Dios, es el que se hace a la patria»), Ma quiavelo trata de persuadir a los Medici de que la mayor posibilidad de un ordenamiento constitucional estable en Florencia viene dada por aquella ordena ción republicana que consiga dar satisfacción a los di ferentes «humores» o sectores sociales. Son las mis mas reflexiones que Maquiavelo desarrollará, a la luz
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del estudio histórico, en sus Isiorie fiorentine, es decir, en la «Historia de Florencia» que en cumplimiento de su contrato con los Medici y con el studio empieza a redactar en ese mismo año y no terminará hasta 1525. Pero, como veremos también más adelante, éste era asimismo el tema de los Discorsi y en general el nú cleo de la reflexión política y constitucional maquiaveliana. Pero ahora la fortuna parecía empezar a sonreír ya a Maquiavelo. La década de 1520 empieza con unos años en los que el talento de nuestro autor empieza a ser reconocido de manera general en los diferentes campos, desde la literatura a la política. En 1521 es en viado por la Signoria florentina al capítulo general de los frailes menores como legado; evidentemente no hay comparación posible con aquellas legaciones de sus años de secretario y el propio Maquiavelo lo reco nocerá cuando en las cartas familiares se titule iróni camente «oratorc a fra Minori», pero la asume como primera muestra de un retorno a la política que pue de ir a más. Además, esta legación le permite entablar la importante amistad con el que iba a ser gran histo riador Francesco Guicciardini. En aquel mismo año se imprime el Arte de la guerra y todo son elogios para su autor y al siguiente aparece en Venecia la Mandragora. En 1523 es elegido papa, como sucesor de Adriano VI, el cardenal Giulio (i.e. Clemente VII), el Medici que más apreciaba su talento, mientras el filósofo aristoté lico Agostino Nifo plagiaba en su De regnandi peritia el Príncipe maquiaveliano, que aunque inédito todavía circulaba ya bastante de forma manuscrita. Y Maquia velo además se enamora y persigue a la Barbera, can tante florentina cuya amistad acompaña sus últimos años. Esta relación inspira la Clizia, comedia estrenada en Florencia con un éxito total en enero de 1525 y en la cual el protagonista Nicómaco (viejo enamorado de una joven) mostraba claramente hasta qué punto Ni colás Maquiavelo era capaz de reírse de sí mismo; quanto in cor giovenile é bello amore; /tanto si discon viene/ in chi degli anni sttoi passato ha il fiore. El triun-
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Esbozo para el
A rte de la G u e rra ,
manuscrito de Maquiavelo.
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fo, finalmente, de la Mandrágora en Venecia en 1526 parecía representar ya la consagración de Maquiavelo como escritor. En 1525 había presentado en Roma a Clemente VII los ocho libros de sus Istorie Fiorentine, en los que había llegado hasta la muerte de Lorenzo el Magnífico en 1492. Su propósito era continuar la obra hasta el momento contemporáneo, sirviéndose para ello de su propia experiencia política y de las recopilaciones de documentos oficiales hechas cuando ejercía como se cretario. Sin embargo el desencadenamiento de la guerra y el retorno pleno a la política le obligaron al abandono total del proyecto. La Historia de Florencia de Maquiavelo está muy lejos del rigor, del método en la selección y control de las fuentes que caracterizan la obra historiográfica de Francesco Guicciardini. Maquiavelo se contenta con adoptar una fuente literaria para el tema que estudia y seguirla hasta el límite de lo posible. El interés (no tabilísimo) de la obra histórica maquiaveliana reside en la problemática y en las tesis políticas que dirigen la narración de los hechos. Ya en el proemio manifies ta la intención de atender (frente a los historiadores anteriores) a los conflictos internos de Florencia, a las luchas civiles. La historia florentina se le presenta -como en general toda la historia italiana tras el fin del imperio romano- como un proceso continuado e incontenible de corrupción y decadencia, opuesto en su negatividad a la perfección del Estado romano. Co rrupción y contraste total con Roma constituyen los criterios rectores de la narración y ambos derivan en última instancia de la falta de una correcta ordena ción constitucional del antagonismo entre los «humo res» o clases sociales: Las graves y naturales enemistades existentes entre el pueblo y la nobleza, causadas de que éstos quie ren mandar y aquellos no obedecer, son causa de todos los males que nacen en las ciudades; porque todas las demás cosas que perturban los estados to man su alimento de esta diversidad de humores.
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Esto tuvo desunida a Roma y esto, si es lícito igua lar las cosas pequeñas con las grandes, ha tenido di vidida a Florencia.Sólo que en ambas ciudades los efectos resultantes fueron opuestos porque los en frentamientos que hubo en el principio de Roma en tre el pueblo y los nobles se dirimían discutiendo, los de Florencia combatiendo; los de Roma termina ban con una ley, los de Florencia con el exilio y la muerte de muchos ciudadanos; los de Roma siem pre acrecentaban la virtud militar, los de Florencia la destruyeron completamente... Florencia ha llega do a aquel grado que puede ser reordenada fácil mente en cualquier forma de gobierno por un legis lador sabio... Cierto es que cuando ocurre (que ocu rre raras veces) que, para buena fortuna de una ciu dad, surge en ella un ciudadano sabio, bueno y po deroso que ordena leyes por medio de las cuales se aquietan estos humores de los nobles y del pueblo o se frenan de manera que no puedan hacer mal, en tonces se puede llamar a esa ciudad libre y se pue de juzgar aquel Estado firme y estable, porque, fun dado sobre buenas leyes y buenos órdenes, no tiene necesidad, como tienen los otros, de la virtud de un hombre que lo mantenga (Ist.Fior. III, I y IV, I). Los Medici -ésta viene a ser la tesis implícita- no han sabido o querido asumir este papel de «sabio, po tente y buen ciudadano» ni ejecutar esta tarea de re modelación consistente en crear unos órdenes capaces de hacer discurrir los humores sin perjuicio para el co lectivo. Podemos decir que Maquiavelo está indicando que los Medici han renunciado a convertirse en prínci pe nuevo y a ordenar, sobre la base del popolo, ese principado civil que dé lugar a la constitución mixta que haga posible una armónica simbiosis de los dos humores sociales. Por el contrario, con los Medici, como en el resto de Italia, la corrupción se ha amplia do hasta el punto actual. De esta manera la tesis de fondo de las Istorie viene a coincidir con el Principe y los Discorsi; el principado nuevo y civil personificado en la fuerza, talento y filantropía del «redentor de Ita lia». La concepción cíclica -ascendente y descenden
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te- de la historia, expuesta en el primer capitulo del li bro quinto, podía mantener la esperanza de que la re generación estaba próxima y, en consecuencia, la na turaleza no dejaría de producir el «redentor» virtuoso capaz de regenerar la materia con la forma de su nue vo orden: Suelen los países las más de las veces en sus varia ciones pasar del orden al desorden y después de nuevo del desorden al orden, porque al no estar concedido por la naturaleza a las cosas del mundo el pararse, cuando llegan a su más alta perfección -no teniendo ya a dónde subir más alto- conviene que desciendan. De la misma manera, una vez han descendido y llegado por causa de los desórdenes al punto más bajo, conviene necesariamente que, no pudiendo descender más, empiecen a subir. Y así siempre del bien se desciende al mal y del mal se asciende al bien. Porque la virtud engendra tranqui lidad, la tranquilidad ocio, el ocio desorden, el des orden ruina; y semejantemente, de la ruina nace el orden, del orden virtud y de la virtud gloria y buena fortuna». Este punto de inversión del ciclo hacia la reden ción podía ser la reanudación de la guerra en Italia entre Francia y España (Francisco I y Carlos V) y el pacto italo-francés contra el emperador (Liga de Cog nac) tras la batalla de Pavía y el inútil acuerdo de Ma drid. Maquiavelo, en carta a Guicciardini del 17 de mayo de 1526, se inflamaba y abandonándose al so lemne latín exclamaba: Libérate diuturna cura Italiam, extírpate has immanes beluas, quae hominis, praeter faciem et vocem nihil habent. Pero muy pronto se percató Maquiavelo (para quien la guerra había representado la vuelta plena a la política activa, primero como canciller encargado de supervisar la fortificación de Florencia y después como comisario militar ante las tropas italianas de la Liga) de que lo que se fraguaba no era el comienzo del
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ascenso hacia la perfección, sino el desastre y la ruina totales de Italia. En estos momentos finales su amis tad con Guicciardini se hace aún más intensa, en bue na medida por su coincidencia de puntos de vista: am bos se oponen a las actitudes vacilantes de Clemente VII (cual nuevo Soderini) y a su política de vta di mezzo que no gana nada y expone a lo peor; ambos son conscientes del desastre a que conduce la política pa pal: Yo quiero a Francesco Guicciardini; quiero a mi pa tria más que a mi propia alma... Y, por el amor de Dios, puesto que no se puede alcanzar la paz, si no se puede alcanzar, cortad de inmediato, de inmedia to, las conversaciones y de manera tal -con cartas y declaraciones- que nuestros aliados nos ayuden. Pues, asi como la paz -si fuera observada- sería to talmente la certeza de nuestra salvación, de la mis ma manera, negociar la paz sin hacerla, sería la cer teza de nuestra ruina (cartas de 16 y 18-IV-1527). Y llegó la ruina: las conversaciones no sirvieron para nada. Las tropas imperiales entraron a saco en Roma el 6 de mayo de 1527. Pocos días después los Medici se exilian de Florencia y se restaura la repúbli ca popular, de inspiración savonaroliana. La nueva re pública, para la cual el viejo secretario estaba con los Medici, margina a Maquiavelo en la renovación de empleos. Aquejado de peritonitis aguda (seguramente) por culpa de unas pastillas que él tomaba -«povero Machiavello»- para calmar los dolores de vientre) mo ría en su casa de Florencia el 21 de junio. Como decía en su conclusión de la Esortazione alia penitenza -probablemente de aquellas fechas- asumiendo una vez más a su querido Petrarca, pero esta vez sin equi vocarse. e pentirsi e cognoscer chiaramente che quanio piace al mondo é breve sogno.
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•Los dioses, abandonando la tierra, se volverán al cielo... ¿Por qué llorar, Asclepios?... Se creará un derecho nuevo, leyes nuevas». En su obra De naturalium effectuum admirandorum causis sive de incantationibus, redactada en 1520, Pietro Pomponazzi -asumiendo por su cuenta la teoría del horóscopo de las religiones determinada y conec tada con la temática de las grandes conjunciones ce lestes- formulaba el principio de la «historia de las re ligiones»: determinadas inexorablemente por los as tros -por Dios,pero Él está alejado del cosmos puesto que opera mediantibus corporibus coelestibus- las reli gones (las leges) se suceden históricamente unas a otras; cuando se avecina el fin de una ley o religión, la pérdida del favor de los astros se manifiesta en la in credulidad y descomposición crecientes,pero también en la ausencia de prodigios, milagros, profecías y todo tipo de manifestaciones indicadoras de su verdad. Por el contrario, los cielos determinan ahora naturalmente el auge de una nueva religión y su verdad la estable cen confiriendo la facultad profética y taumatúrgica a los portavoces de la nueva ley, pues de otra manera no podrían introducir nuevas reli giones y nuevas costumbres tan diferentes. Así, las fuerzas esparcidas en las hierbas, en las piedras y en los animales racionales e irracionales parecen concentrarse en ellos por don de Dios y de las inte
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ligencias, tanto que con razón son creídos hijos de Dios. Asi surgió y así se extendió el cristianismo y la figura de Cristo; así ahora parece manifestarse ya pró ximo el fin y el ocaso de la ley cristiana, pues los cie los parecen privarle de su fuerza: Por eso todo se enfria qhora en nuestra fe, los milagros cesan, excepto fingidos y simulados, pues el fin parece estar próximo (nam propinqus videtur esse finís). Pocos años antes, en sus Discorsi, Nicolás Maquiavelo no se había detenido nunca a exponer con detalle su visión del cosmos y sin embargo ocasionalmente, en el curso de su argumentación política, había hecho referencias puntuales a aspetos del cosmos que se in sertan en la cosmovisión naturalista, aristotélica o pla tónica: en el capítulo quinto del libro segundo comien za nuestro autor diciendo que a aquellos filósofos [no es más preciso Maquiavelo, pero podemos pensar en los aristotélicos averroístas] que han pretendido que el mundo sea eterno, creo que se podría replicar que si fuera cierta tanta antigüedad, seria razonable que nos hubiera queda do memoria de más allá de 5.000 años. Pero tal objeción no tiene en cuenta -continúa Maquiavelo- que la memoria de los tiempos se pierde por razones di versas, de las cuales parte provienen de los hom bres y parte del cielo. Ejemplo de las primeras se rían «las variaciones de las sectas [i.e. de las religio nes] y de las lenguas», pues la primera medida de toda religión nueva -ahi está el comportamiento del cristianismo frente a la religión gentil- es destruir toda memoria de la vieja religión. En cuanto a las causas que proceden del cielo, son aquellas que destruyen el género humano y reducen a pocos los habitantes de parte del mundo, lo cual sucede o por peste o por hambre o por inundación.
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No cabe duda de que Maquiavelo recoge aquí la vieja tradición de las catástrofes periódicas, tomándo la acaso de Polibio (libro VI), acaso de Platón (Leyes III, 677 a-c; Timeo 22b ss.; Cridas 109 d), acaso sencilla mente del ambiente. Esta conexión de los cielos con las transformacio nes sociales y humanas se manifiesta de manera pre via o profética en forma de prodigios, revelaciones, adivinaciones u otros signos. En Discorsi 1,56 nos ofre ce Maquiavelo su aportación a las discusiones sobre la Profecía, tan extendidas en conexión con la difusión contemporánea del profetismo político-religioso: De dónde nazca no lo sé, pero se ve por los ejem plos antiguos y modernos que jamás sobreviene en una ciudad o en un país un accidente grave sin que sea predicho o por adivinos o por revelaciones o por prodigios o por otros signos celestes. Y para no alejarme de casa a la hora de probarlo, todo el mun do sabe con cuánta anterioridad predijo el fraile Savonarola la venida a Italia del rey Carlos VIII de Francia... Todo el mundo sabe además que antes de la muerte de Lorenzo de Medici el viejo, fue sacudi da la catedral en su parte más alta por un rayo que causó gran daño al edificio. Todo el mundo sabe también que poco antes de que Piero Soderini -que había sido elegido gonfaloniero vitalicio por el pue blo florentino- fuera expulsado y privado de su gra do, el palacio [i.e. el palacio de la Signoria] fue ata cado también por un rayo. Se podrían añadir a és tos otros ejemplos que sin embargo, para evitar el aburrimiento, omitiré, pero nosotros diremos para completar un poco el cuadro que al día siguiente de que dicho rayo sacudie ra el palacio, Maquiavelo y Soderini hicieron testa mento. Fácilmente se ve que la situación o relación es la que Maquiavelo expone en el capítulo final del Prin cipe, exhortando al principe nuevo a realizar su tarea: «el mar se ha abierto, una nube os ha mostrado el ca mino. ha manado agua de la roca; ha llovido aquí
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maná: todo concurre a vuestra grandeza. El resto lo debéis hacer vosotros». Pero ¿cuáles son los mecanismos por los que tiene lugar esta predicción? Al comienzo del capítulo hemos visto la explicación «naturalista» de Pomponazzi, aje na a ángeles y demonios. Para Maquiavelo la causa de esto, creo que ha de ser discurrida e in terpretada por quien tenga conocimiento de las co sas naturales y sobrenaturales, cosa que no tenemos nosotros. Podría ocurrir sin embargo que, estando este aire -como pretende algún filósofo- lleno de in teligencias que por virtud natural prevén las cosas futuras y tienen compasión de los hombres, les ad vierten con signos de este tipo a fin de que puedan preparar las defensas convenientes. En todo caso, sea como sea, se ve que asi es en realidad y que siempre, tras acontecimientos de ese carácter, so brevienen a los países cosas extraordinarias y nue vas. (Disc. 1,56) Este filósofo no mencionado podría ser (entre otros) Marsilo Ficino, pues no en vano su discípulo Francesco da Diacceto frecuentaba los Orti Oricellari por los mismos dias que Maquiavelo. Por lo demás nuestro autor podía conocer perfectamente al «philosophus platonicus» e incluso haber estado presente en 1499 en su entierro; podría perfectamente conocer -aunque no es la única fuente por supuesto- el Co mento de Ficino al Banquete de Platón, tan difundido en su versión latina como en la traducción al vulgar. Aunque en materias de amor Maquiavelo era más epi cúreo y boccacciano que platónico (puede comprobar se leyendo el capitulo cuarto del Asino con una feroz y burlesca inversión de la relación Dante-Beatriz en la Comedia), en el comentario ficiniano al discurso de Sócrates-Diólima podía haber leído: ¿Quién negará que la tierra o el agua viven, cuando dan la vida a los animales nacidos de ellas? Si esta es coria del mundo está viva y llena de seres vivientes
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¿por qué no han de estar vivas y contener semejante mente seres vivientes en su seno el aire y el fuego, par tes del mundo más perfectas, y lo mismo los cielos? Pero percibimos esos animales celestes que son los as tros y también los animales terrenos y acuáticos; los ígneos y aéreos no los vemos porque no podemos per cibir el elemento puro del fuego o del aire. Sin embar go la diferencia es ésta: en la tierra hay dos géneros de seres animados, brutos y racionales, al igual que en el agua, pues siendo ésta más perfecta que el cuerpo de la tierra, debe estar también provista de razón. Sin embargo las diez esferas superiores sólo están adorna das,por la sublimidad de su naturaleza, con seres ra cionales... [los platónicos denominan] a los animales que, debajo del orbe de la luna, habitan la región del fuego etéreo o del aire puro o del aire nebuloso próxi mo al agua, demonios; a los que, racionales, habitan la tierra, hombres. Los dioses son inmortales e impasi bles, los hombres sensibles y mortales, los demonios son ciertamente inmortales y sensibles. No atribuyen a los demonios las pasiones del cuerpo, sino algunos afectos del ánimo, por los cuales aman de alguna ma nera a los hombres buenos, odian a los malos y se mezclan intima y ardientemente en las cosas inferio res y sobre lodo en el gobierno de las cosas humanas. Por estos servicios todos ellos parecen buenos. Maquiavelo (él mismo lo dice) no es un filósofo (profesional), pero su mundo, el mundo en el que ac túa el hombre y se desarrolla la política, es ese cos mos del naturalismo platónico o aristotélico en el que el movimiento sublunar, terreno, viene determinado por los astros. En el Asino (cap. III, vv. 88-96) se da ple na expresión a este elemento central de la cosmovisión entonces socialmente dominante: Mira las estrellas y el cielo, mira la luna, mira los otros planetas andar errando ora arriba ora abajo sin pausa alguna. A veces el cielo sientes tenebroso y a veces lúcido y claro, y asi nada en la tierra viene en su estado perseverando.
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De aquí nos nace la paz y la guerra, de aquí derivan los odios entre aquellos a quienes juntos un muro y un foso encierran. En este mundo la naturaleza humana se encuen tra también astralmente configurada; las cosas en ge neral -y entre ellas las humanas, el Estado- tienen «un curso que les es ordenado por el cielo» (Discorsi III, 1). Este mundo humano es radicalmente inmanente; la trascendencia a lo divino ha desaparecido, pues Dios se ha alejado tras la mediación de los astros y de los cielos. En este horizonte mundanal cerrado, la patria (la cittá, el stato) se convierte en valor absoluto y defi nitivo: «yo amo a mi patria más que a mi propia alma» decía en una carta a Vettori poco antes de morir, en tanto que había dado comienzo a su Discorso o dialogo intorno alia nostra lingua en los siguientes términos: Siempre que he podido honrar a mi patria, incluso con mi propio daño y peligro, lo he hecho de buena gana porque el hombre no tiene mayor obligación en su vida que ella, pues a ella debe en primer lugar el ser y después todo lo bueno que la fortuna y la naturaleza nos han concedido; y la obligación es tanto mayor para aquellos a quienes ha correspon dido en suerte una patria más noble. La religión misma aparece subordinada -en tanto que instrumentum regni y en tanto que ideología cohesionadora, educadora, formadora y movilizadora del cuerpo social- a la patria por su carácter y origen pu ramente «natural», en modo alguno sobrenatural. Y sin embargo, aunque la sociedad humana está en este cosmos del naturalismo regido por los ciclos astrales, cuya función causal Maquiavelo reconoce ex plícitamente, nuestro autor renuncia a ellos como fac tor explicativo y eurístico, para concentrarse en las re laciones causales puramente humanas, psicológicas y políticas: la grandeza y perfección de los estados van a ser la consecuencia no de un inexorable destino astral, sino de la virtud de los jefes y de los miembros, del le100
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gislador y de los ciudadanos; la decadencia -aún den tro del curso dado a las cosas por los cielos- será la consecuencia (y asi se explicará suficientemente) de los errores y debilidades humanas: la historia procede siempre en lo bueno y en lo malo de las pasiones hu manas, aunque más allá puedan estar los cielos e in cluso (como dirá más tarde Pomponazzi) «el juego de Dios». La misma consideración maquiaveliana de la religión puede servirnos de ejemplo: es evidente que políticamente la religión cristiana es mucho menos eficaz y positiva que la religión antigua, romana; «pa rece que con el cristianismo se haya afeminado el mundo y desarmado el Cielo», dice Maquiavelo en sus Discorsi (II, 2) en un pasaje que podemos vincular con los horóscopos o historia astrológica de las religiones, que pasan a ser asi un hecho puramente natural. Pero, con independencia de ello, para Maquiavelo estará claro que el destino de las religiones, su prestigio y función social, su eficiacia o ineficacia política, su con servación o decadencia, dependen de los seres huma nos, de sus pasiones, de la política y del Estado. En el mismo orden de cosas, los prodigios y presagios que muestran favorable la situación para la liberación de Italia no impiden que en todo caso la responsabilidad sea humana: El resto lo debéis hacer vosotros. Dios no quiere ha cerlo todo para no arrebatarnos la libertad de la vo luntad y la parte de gloria que nos corresponde en la empresa (Príncipe XXVI) Por lo demás, en este mundo puramente natural hay notables diferencias entre la naturaleza humana y la animal. En L'Asino (cap. VIII) insiste Maquiavelo en la perfecta, plena y armónica adaptación de la natura leza animal a la naturaleza global, lo cual es testimo nio de la «prudencia» animal y al mismo tiempo fuen te de su felicidad. La naturaleza humana, por el con trario, es peculiar: 101
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Todo animal entre nosotros Ihabla el hombre metamorfoseado en cerdo] nace vestido, defendiéndose asi del tiempo frío y crudo, bajo todos los cielos y por todas partes. Tan sólo el hombre nace de toda defensa privo, y carece de pellejo, espinas, plumas o vello, cerdas o escamas que le den escudo. Asumiendo temas acaso de Apuleyo, de Plutarco o incluso del epicureismo (sabemos que, además de Lu crecio, Maquiavelo conocía las Vitae de Diógenes Laercio, traducidas al latín desde hacía mucho tiempo por Ambrosio Traversari) Maquiavelo nos comenta la injustificabilidad de la presunta superioridad humana sobre los animales (cap. VIII, vv. 28 ss.) y sobre todo la menor adaptación del hombre a la naturaleza: «Jamás pondría fin a mi discurso /si mostrar quisiera cuán in felices/ sois vosotros más que todo animal terreno; /nosotros [habla siempre el cerdo] somos a la natura leza más amigos». La naturaleza ha dado a los hombres manos y lenguaje (¿no es lícito pensar en Lucrecio: «et manuum mira freti virtute», «At varios linguae sonitus natura subegit mittere et utilitas expressit nomina rerum»?), pero también la insaciable ambición causante del enfrentamiento (raticida y generadora del movi miento, es decir, de la fortuna: Las manos os dio naturaleza y el lenguaje, y junto con ellas asimismo la ambición y la avaricia que aquel otro bien destruyen. ¡A cuántas enfermedades os somete naturaleza primero y después fortuna! ¡cuánto bien sin efecto alguno os promete! No causa dolor un cerdo al otro cerdo, un ciervo al otro. Solamente el hombre a otro hombre mata, crucifica y despoja. Piensa entonces por qué quieres que yo retome a [hombre, 102
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estando ahora de todas las miserias libre que soportaba mientras que fui hombre, Y si alguno entre los hombre te parece un dios, feliz y alegre, no le creas mucho, que en este fango más feliz yo vivo, donde sin pensar me revuelco y baño (Asino, VIII, [130-151). Son en lo sustancial las palabras que Maquiavelo pone en sus Istorie fiorentine en boca del cardador que exhortaba a la audacia a sus compañeros de clase du rante la revuelta de los ciompi en 1378: No os amedrente la antigüedad de la sangre que ellos nos echan en cara, porque todos los hombres, por tener un mismo principio, son igualmente anti guos y han sido hechos por la naturaleza de la mis ma manera. Desnudadnos a todos y veréis que so mos iguales; vestidnos a nosotros con sus ropas y a ellos con las nuestras: nosotros pareceremos sin duda alguna nobles y ellos villanos, porque tan sólo la pobreza y las riquezas nos hacen diferentes... Por que Dios y la naturaleza han puesto todos los bienes de los hombres en el medio y están expuestos más a la rapiña que a la industria y más a las malas artes que a las buenas; de aquí nace que los hombres se comen unos a otros y siempre los más débiles se lle van la peor parte, (libro III, cap. 13). Podemos pensar,por tanto, que Maquiavelo nos presenta la antítesis entre una «ciudad de cerdos» y la «ciudad humana» regida por la ambición; inmediata mente nos viene a la memoria -dejando a un lado po sibles ecos de Plutarco -el famoso y significativo pasa je de la República platónica («Y si estuvieras organi zando, ioh Sócrates!, una ciudad de cerdos ¿con qué otros alimentos los cebarías sino con estos mismos?», Libro II, 372d ss.) o el consciente retom o epicúreo a la socrática ciudad de cerdos abandonando el estado ar tificial regido por la ambición. Pero Maquiavelo es un político y su mirada está centrada sobre la ciudad humana y sobre las pasiones que rigen necesariamente su movimiento con el obje103
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Grabado de Roma antes de la construcción de la iglesia de San Pedro.
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tivo de comprenderlo y de invertir hacia un buen or den el curso corrupto y degradado de la situación ita liana. Por esta razón nuestro autor ya no profundiza ulteriormente en la antítesis señalada en L'Asinoi se referirá en cambio en diferentes ocasiones al origen y génesis de la sociedad humana y del Estado, aunque no podemos decir que exista en la obra maquiaveliana un planteamiento unitario y completo de la cuestión. Nos encontramos,por el contrario, con planteamientos diferentes del origen de la sociedad humana en fun ción del tema concreto que Maquiavelo está desarro llando, con utilización de fuentes diversas. Ya nos he mos referido anteriormente (cap. III) al Capitolo dell'ambizione con su postulado del estadio inicial adamita o precainita, en el que la vida era «quieta e dolce», donde los hombres vivían «desnudos, sin pobreza ni riquezas»; este feliz estadio inicial -esta ciudad de cerdos- se veía turbado y desaparecía con la llegada de la ambición y sus consecuencias naturales. En esta situación sólo el Estado (la prudencia y la fuerza) po día garantizar el orden dentro de un grupo y la defen sa y protección frente al exterior. El cuadro que nos presenta L'Asirto no es en este sentido muy distinto: el estadio adamita o precainita es ahora atribuido a la animalidad, a la ciudad de cer dos, pero la naturaleza humana movida por la ambi ción insaciable genera el mismo resultado: ... los potentes /de su poder jamᣠestán saciados/. De aquí nace que están descontentos /los que han perdido y se destila inquina/ para hundir a quienes han vencido. /De donde viene que uno sube y otro muere;/ y el que ha subido siempre se consume/ por nueva ambición o por temor/. Este apetito los estados destruye /y tanto más es sorprendente que cada uno/ conoce este error y no lo huye /...Porque aquella virtud que basta/ a sostener un cuerpo cuando está sólo/ a regir luego mayor peso ya no basta/ ...Cierto es que suele durar más o menos /una potencia, según que más/ o menos sean sus leyes buenas y sus reglamentos. 106
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En la apertura de los Discorsi (libro I, caps. 1-2), antes de concentrarse en el análisis pormenorizado del problema del Estado como coordinación de todas las hierzas de la sociedad dentro de los «ordini» y las leyes, Maquiavelo efectúa algunas consideraciones so bre el origen de las ciudades, de la sociedad y del Estado. La perspectiva es en buena medida nueva, pues hay un esfuerzo mayor por establecer un proce so genético «natural» y bastante diferenciado; Maquia velo puede haber asumido el planteamiento de Polibio (del mismo libro VI del que en Discorsi I, 2 extrae la idea del ciclo de los seis regímenes o constitucio nes). pero algunas ampliaciones maquiavelianas nos hacen pensar en Diodoro Sículo y sobre todo en Lu crecio (en la doctrina sobre el desarrollo de la huma nidad expuesta en el libro V del De rerum natura): En el principio del mundo cuando los habitantes eran escasos, los hombres vivieron durante un tiempo dis persos a semejanza de las bestias, (multaque per caeium solis volventia lustra/ vulgivago vitam tractabant more ferarum. Lucrecio V, 931-32). La constricción a la unión emana del temor y de la búsqueda de seguridad, es decir, de la necesidad de una defensa, pero emana también de la imposición de una autoridad individual; en este momento y en estas circunstancias «nació el conocimiento de las cosas ho nestas y buenas», las leyes, los castigos y en suma «el conocimiento de la justicia». Para Maquiavelo no ad mite dudas que (al margen de la compulsión a la unión por razones de seguridad, temor y defensa) la fuerza cohesionadora y la fuente del derecho y de la ley es el jefe, el legislador, y «su virtú se conoce de dos maneras: la primera está en la elección del lugar [del asentamiento de la ciudad, del Estado], la segunda en la ordenación de las leyes. Y puesto que los hombres actúan o por necesidad o por libre elección y puesto que se ve que hay mayor virtud allí donde la capaci dad de libre elección es menor» se sigue para Maquia velo que la tarea del legislador (es decir, del creador
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y organizador del Estado) es prever todas las posibles situaciones futuras determinando siempre mediante su ordenación y los «órdenes» particulares la necesa ria actuación en cada caso del Estado y del cuerpo so cial: de tal forma que feliz puede llamarse aquel Estado a quien le corresponde en suerte un hombre tan pru dente que le dé leyes ordenadas de tal manera que, sin necesidad de corregirlas, pueda vivir segura mente bajo ellas... Por el contrarío tiene algún grado de infelicidad aquella ciudad que no habiendo en contrado un ordenador prudente se ve necesitada de reordenarse por si misma. Y de éstas es más infe liz todavía la que más alejada está del orden y está más lejos de él la que con sus órdenes se encuentra totalmente fuera del camino recto que la pueda con ducir al fin perfecto y verdadero. Porque las que es tén en este grado es casi imposible que por algún accidente se recompongan; aquellas otras que si no tienen el orden perfecto, han tomado sin embargo el principio bueno y apto para devenir mejores, pueden llegar a la perfección si los accidentes son favorables. Pero entiéndase bien lo que digo: jamás se ordenarán sin peligro porque un gran número de hombres jamás se ponen de acuerdo en una ley nue va que pretenda un nuevo orden en la ciudad, a no ser que una necesidad les muestre que es preciso hacerlo; y como esta necesidad no puede venir sin peligro es cosa fácil que dicha república se hunda antes de que se la conduzca a la perfección de un orden (Discorsi 1,2). Aunque algo tengan que ver los astros con todo ello, son los hombres quienes determinan el curso de la historia, de los Estados, de las cosas; son los hom bres quienes hacen la fortuna. Este es, pues, el escena rio de la trama. Visto ya, corramos la cortina y descen damos con la guia de Maquiavelo (nostro duca) obscuri sola sub nocte per umbram perque domos Ditis vacuas et inania regna: 108
De la religión a la política
quale per incertam lunam sub luce maligna est iter in silvis, ubi caelum condidit umbra luppiter, et rebus nox abstulit afra colorem.
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«Vero é che io so che io sono contrarío, come in molte altre cose, all'opinioni di quelli cittadini: eglino vorrieno un predicatore che insegnasse loro la via del Paradiso, et io vorrei tro vare uno che insegnassi loro la via di andaré a casa il diavolo... perché io credo che questo sarebbe il vero modo ad andaré in Paradiso: inparare la via dello Inferno per fuggirla» (a F. Guicciardini, 17-V-1521) Si, como acabamos de ver, el hombre es el sujeto de la historia, si de él depende en última instancia el curso de las cosas en la política y en el Estado, es lógico pen sar que el conocimiento del ser humano y de sus pa siones y móviles constituye el principio de la sabidu ría política: Suelen decir los hombres prudentes -y no por ca sualidad ni sin razón- que quien quiera ver lo que ha de ocurrir debe considerar lo que ha ocurrido, porque todas las cosas del mundo, en cualquier tiempo, tienen su justa réplica en el pasado. Es esto debido a que siendo dichas cosas realizadas por los hombres, que tienen y tuvieron siempre las mismas pasiones, conviene necesariamente que resulten siempre los mismos efectos (Discorsi ll¡, 43) [...] quien considera las cosas presentes y las antiguas conoce fácilmente que en todas las ciudades y en to dos los pueblos existen los mismos deseos y los mis mos humores, y que asi ha sido siempre. Por eso es fácil a quien examina con atención las cosas pasa 111
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das prever en cualquier Estado las futuras y usar los remedios que usaron, los antiguos o bien, en el caso de que no los hubiera, pensar otros nuevos por la semejanza de los accidentes (Disc. I, 39) [...] El ser humano es, pues, siempre el mismo y en consecuen cia también lo es la historia y la política. Uniformi dad. identidad y permanencia en la historia que son lógicas, pues pensar lo contrario sería suponer que «el ciclo, el sol. los elementos, los hombres habían variado de movimiento, de orden y de poder con respecto a lo que eran antiguamente» (Disc. I, proe mio). La historia y la política son siempre idénticas y los hombres además la repiten al ignorar precisamen te su uniformidad («más, puesto que estas considera ciones son descuidadas por quien lee o si son entendi das no son conocidas por quien gobierna, se sigue de ello que siempre ocurren los mismos escándalos en todas las épocas», Disc. I, 39, y compárese ton el texto del <4r/e de la guerra con que hemos abierto el capitulo I), esto es, al no descubrir su lógica inmanente ni ex traer la enseñanza que contiene: no se tiene un verdadero conocimiento de las historias por no extraer de ellas al leerlas aquel sentido ni gustar de ellas aquel sabor que tienen en su interior. De ahí nace que tantos como las leen sienten placer al es cuchar la variedad de los accidentes que contienen sin pensar por lo demás en imitarlas, juzgando la imitación no sólo difícil, sino imposible (Disc. I. proemio). Y sin embargo es cierto que la historia presenta diferencias, ahí está la gran distancia entre la vieja Roma y la actual Italia: Es verdad que las acciones humanas son ahora en este país más virtuosas que en aquéj y en aquél más que en éste según la forma de la educación en la cual aquellos pueblos han adoptado su forma de vida (Disc. III, 43) [...] y pensando yo como proce 112
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den estas cosas, estimo que el mundo siempre ha es tado de la misma manera y que en él ha habido tan to de bueno como de malo, pero que lo bueno y lo malo varían de país a país, como se ve por lo que se sabe de los reinos antiguos, que variaban entre si por la variedad de costumbres.pero el mundo se guía siendo el mismo. Sólo había la diferencia de que habiendo colocado primero su virtud en Asiria, la colocó en Media, después en Persia, hasta que vino a Italia y Roma (Disc. II, proemio). Identidad, por tanto, pero con diferencias de mayor o menor virtud y orden según los lugares, o de «ascenso y descenso» (progreso y decadencia) en vir tud y orden en el tiempo, que dependen asimismo del hombre, de la «educación», esto es, de la organización política y constitucional del Estado: porque estando las cosas humanas siempre en mo vimiento, o suben o bajan. Y se ve una ciudad o un país ordenados el vivir político por algún hombre excelente que, durante un tiempo, por la virtud de aquel ordenador, van siempre en aumento hacia lo mejor. Quien nace entonces en tal estado y alaba más los tiempos antiguos que los modernos se enga ña... Pero los que nacen después en aquella ciudad o país, cuando ya ha llegado el tiempo de la decaden cia, entonces no se engañan (Disc. II. proemio). La concepción uniforme de la historia se vincula asi con esta perspectiva de incremento y decadencia o corrupción que ya conocemos por las Istorie Fiorentiñe. (Cap. V, 1; cit. supra, p. 93) y que Maquiavelo re pite gráficamente en L'Asino: «Cierto es que suele durar más o menos /una poten cia, según que más/ o menos sean sus leyes buenas y sus reglamentos. /Aquel reino que impulsado es por virtud/ a actuar o por necesidad, /se verá que siempre asciende hacia arriba/ .../La virtud hace las regiones tranquilas;/ y de tranquilidad luego nos re sulta /el ocio: y el ocio arruina las ciudades y las vi113
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lias/. Luego, cuando un país ha sido envuelto /en el desorden durante un tiempo, suele tornar/ virtud a habitar de nuevo. /Este orden asi permite y quiere/ quien nos gobierna, a fin de que nada quede /o pue da quedar jamás bajo el sol firme (cap. V, vv. 76-102). El curso naturalista de los acontecimientos políti cos, predeterminado por un esquema de auge y des censo que podemos vincular con los astros, es reduci do por Maquiavelo una vez más (en Istorie V, 1) a la causalidad humana, sobre la que se concentra siempre el análisis aunque no se niegue el papel del cosmos ge neral: Vienen por tanto los países por estos medios a la ruina. Llegados a este estado y devenidos los hom bres sabios por los golpes, retornan, como hemos dicho, al orden a no ser que permanezcan sofocados por una fuerza extraordinaria. El mismo desDlazamiento hacia la causalidad hu mana encontramos en la noción del proceso histórico que Maquiavelo asume de Polibio al comienzo de los Discorsi (I, 2): el curso cíclico de los seis regímenes (monarquía-tiranía-aristocracia-oligarquía-democraciademagogia)- aunque nuestro autor reconozca que es «el círculo en el que girando se han gobernado y se go biernan todos los Estados» en la medida en que con servan su autonomía frente al exterior- pierde el ca rácter de rígida «economía de la naturaleza» que po seía en Polibio, para ser un producto del «caso», es de cir, del desenvolvimiento de los factores humanos y para ser una línea de desarrollo que puede ser evitada por un legislador prudente que establezca una verda deramente correcta y perfecta constitución mixta; éste es el caso de Roma, donde sin embargo «ello ho fue obra de un ordenador, sino del azar», nueva muestra de que para Maquiavelo es el hombre quien desarrolla su historia. Esta naturaleza humana siempre igual a si misma. 114
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y verdadera causa -al menos para la íheoria- de los avatares históricos, puede ser reducida a un haz de pa siones entre las que destaca la insaciable ambición: Es sentencia de los antiguos escritores que los hom bres suelen dolerse en el mal y aburrirse en el bien y que de estas dos pasiones nacen los mismos efec tos. Porque siempre que los hombres se ven impedi dos de combatir por necesidad lo hacen por ambi ción, la cual es tan poderosa en los pechos humanos que jamás los abandona por muy altos que puedan haber subido. La causa es que la naturaleza ha crea do a los hombres de tal manera que pueden desear lo todo, pero no conseguirlo. Así que. siendo siempre mayor el deseo que la capacidad de adquirir, resul ta de ello el descontento con lo que se posee y la poca satisfacción. De aquí viene la mutación de su fortuna, porque deseando unos hombres tener más y temiendo los otros perder lo conseguido surgen las enemistades y las guerras y de éstas la ruina de aquel país y el encumbramiento de éste (Disc. 1,37). La ambición, el desfase entre un querer insaciable y un poder limitado genera el movimiento en las cosas humanas que no es otra cosa que la fortuna con sus cambios. Como veremos más adelante ésta es un pro ducto de los hombres aunque ellos piensen lo contra rio y aunque ella los domine. Los hombres que están individualmente enfrenta dos en la dinámica de sus pasiones se encuentran por otra parte agrupados (Maquiavelo no se ocupa de la génesis y parece pensar además en un carácter perma nente) en clases sociales o en la terminología maquiaveliana (asumida de la medicina y filosofía natural; también del ambiente de la cancillería florentina) en los dos humores: grandi (nobleza, ricos) v popolo: porque en cualquier ciudad se encuentran estos dos tipos de humores: por un lado el pueblo no desea ser dominado ni oprimido por los grandes y por otro los grandes desean dominar y oprimir al pue blo; de estos dos apetitos contrapuestos nace en la
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ciudad uno de los tres efectos siguientes: o el princi pado o la libertad o la demagogia (Principe IX). Los distintos regímenes u ordenamientos consti tucionales son, pues, el resultado del enfrentamiento entre los humores sociales. Junto con el desarreglo, movimiento y caos originado por la dinámica de las pasiones, junto con la tendencia humana -de no exis tir fuerza mayor- al desarreglo, al abandono y al des orden, el enfrentamiento entre los humores nos deli nea el problema de Maquiavelo, a cuya solución va en caminada su obra teórica para la salvación y recupe ración de Italia, donde en su opinión la corrupción y descomposición político-morales han llegado al máxi mo. Dicho problema no es otro que cómo organizar las pasiones parar que su desenvolvimiento inevitable no sea nocivo, sino positivo; cómo ordenar las relacio nes entre los humores (grandes y pueblo) para que ambos encuentren satisfacción sin aniquilar o destruir al contrario. El problema es, en suma, cómo se puede estable cer un orden en las pasiones y los humores que permi ta contener la perenne propensión o disponibilidad del compuesto humano a la corrupción y la decaden cia. En las Istorie Fiorentine la historia italiana y flo rentina en particular se le aparecía a Maquiavelo como la historia de un fracaso permanente en la solu ción del problema en perfecta, total y completa antíte sis con la armonía conseguida en la vieja Roma repu blicana: Las graves y naturales enemistades existentes entre el pueblo y la nobleza, causadas de que éstos quie ren mandar y aquellos no obedecer, son causa de todos los males que nacen en las ciudades; porque todas las demás cosas que perturban los Estados to man su alimento de esta diversidad de humores. Esto tuvo desunida a Roma y esto, si es lícito igua lar las cosas pequeñas con las grandes, ha tenido di vidida a Florencia. Sólo que en ambas ciudades los efectos resultantes fueron opuestos porque los en 116
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frentamientos que hubo en el principio de Roma en tre el pueblo y los nobles se dirimían discutiendo, los de Florencia combatiendo; los de Roma termina ban con una ley, los de Florencia con el exilio y la muerte de muchos ciudadanos; los de Roma siem pre acrecentaban la virtud militar, los de Florencia la destruyeron completamente... Esta diversidad de efectos está causada por el distinto fin perseguido en una y otra por el pueblo.porque el pueblo de Roma deseaba gozar de los supremos honores al lado de los nobles, mientras el florentino luchaba por estar solo en el gobierno, sin que participaran en él los nobles. Y puesto que el deseo del pueblo romano era más razonable venían a ser los ataques a los nobles más soportables, de forma que la noble za cedía fácilmente y sin llegar a las armas. Por eso, tras alguna discusión, convenían en crear una ley que diera satisfacción al pueblo, conservando los nobles su dignidad. En cambio el deseo del pueblo florentino era injurioso e injusto, por lo cual la no bleza procedía a su defensa con mayor fuerza y por eso se concluía con la sangre y el exilio de ciudada nos. Además las leyes que después se promulgaban no estaban ordenadas con vistas al bien común, sino todas a favor del vencedor. Por ello resultaba que con las victorias del pueblo la ciudad de Roma se volvia más virtuosa... pero en Florencia, al vencer el pueblo.los nobles quedaban privados de los car gos públicos. Y si querían acceder a ellos se veían forzados no sólo a ser, sino incluso a parecer idénti cos al pueblo en ánimo y manera de proceder y de vivir... De esta manera la virtud de las armas y gene rosidad de ánimo que había en la nobleza se consu mía y en el pueblo, donde no existia, era imposible prenderla, por lo que Florencia devenia cada vez más baja y abyecta» Usi. Fior. 111, 1). Por eso en los Discorsi Roma es el modelo ideal y perfecto de composición positiva y estable de los dife rentes humores y pasiones. En la historia de Roma en contraba Maquiavelo realizada en el pasado su propia doctrina política, lo que explica desde el contrapunto romano las causas puntuales y pormenorizadas de la miseria y de la ruina italianas, junto con la única vía 117
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para la reconversión hacia la virtud y el orden. De esta manera puede Maquiavelo simultáneamente en su co mento liviano explicar la grandeza romana, construir su doctrina política y mantener un tenso diálogo con su propio tiempo al mostrarle en la «imitación del ar quetipo romano» a la vez su miseria y la vía de la rege neración. Porque para nuestro autor está claro que el orden solucionador del problema de la composición humana es y no puede ser otro que el Estado. Este no es otra cosa que una organización ordenada (en base a la pru dencia y la fuerza) del «corpo misto dell'umana generazione», de las pasiones y de los humores, regulados y canalizados a través de las leyes e instituciones u ór denes particulares (ordini) que constituyen el ordine general. Ahora bien, si el Estado es la única posibili dad de ordenar la convivencia humana, no todos los Estados u ordenaciones estatales configuran con la misma perfección el objetivo del orden y de la perma nencia, estabilidad o movimiento controlado y orde nado: el Estado es un organismo natural, dotado de un ciclo natural de vida como las demás cosas (de ahí proceden las frecuentes comparaciones de la política y del Estado con el mundo natural y con la medicina; cfr. Príncipe III y VII o Discorsi II, 5 y III, 1). También hay, por tanto, una decadencia y fin de los Estados de bido a factores y accidentes externos extraordinarios o imprevistos; pero el fin es debido también a defectos en su propia estructura, en su propio orden, y a la pro pia degeneración del ser humano, cuya corrupción no ha sabido evitar o posponer suficientemente (cosa por otra parte imposible) el ordenamiento constitucional y los diferentes ordini particulares. Por eso puede decir Maquiavelo que son igual mente «pestíferos» (pestiferi; Disc. I, 2) los seis tipos de Estados que constituyen el ciclo polibiano, tanto los tres «buenos» (monarquía, aristocracia, democracia) como los tres «malos» (tiranía, oligarquía, demagogia). Los tres últimos son negativos de por sí, pero tampoco los tres primeros constituyen un auténtico, pleno y es 118
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table orden, pues su vida es corta: «Son buenos en sí mismos, pero tan fáciles de corromperse que también ellos vienen a ser perniciosos» (Disc. I, 2). Frente a los Estados absolutamente desordenados e indignos de su nombre, frente a las tres ordenaciones estatales efica ces (pero a pesar de todo efímeras e inseguras) la constitución u organización estatal perfecta, aquella que consigue una más perfecta, armónica y por tanto más duradera realización de los fines del Estado, aquella que verdaderamente satisface el problema maquiaveliano antes mencionado (el problema huma no, político) es la constitución mixta: Digo pues que todos los modos mencionados son pestíferos,por la brevedad de la vida en los tres bue nos y por la malignidad de los tres malos. De tal for ma que, habiendo conocido este defecto quienes prudentemente ordenan las leyes y evitando cada uno de estos modos por si mismo, eligieron uno que participara de todos, juzgándolo más firme y más estable porque el uno vigila al otro, al haber en una misma ciudad principado, aristócratas y gobierno popular (Disc. 1,2). La perfección de la constitución mixta (de Roma pues «permaneciendo mixta se hizo una república per fecta») viene dada por la participación de los humores en la dirección y gobierno políticos, por la mutua neu tralización que el uno ejerce sobre el otro y, en suma, porque con ello se consigue la superación del espíritu de «facción o parte» en un verdadero planteamiento de «bien común». La constitución mixta constituye así para Maquiavelo, por un lado la más tajante negación de la tradición política (facciosa por antonomasia) de los estados italianos; por otro lado es también la plena manifestación de la libertad (el vivere civile y libero en oposición al vivere assoluto y lirannico) en la medida en que el humor popular presente en el gobierno es la «guardia de la libertad», esto es, la virtud del pueblo se manifiesta en la conservación (ya que no en la crea ción) del orden mixto diseñado por el legislador, fren119
Sisifo o el Estado
le a la ambición del humor contrario, es decir, de los nobles. El pueblo puede llevar a cabo esta tarea «por que el fin del pueblo es más honesto que el de los grandes, ya que éstos quieren oprimir y aquél no ser oprimido» (Principe IX); de ahí viene la gran estabili dad de la constitución mixta y la gran sabiduría del le gislador que (aun manteniendo a los «grandes» en sus dignidades y en su función dirigente) ponía la salva guardia y la conservación futuras de la libertad y del orden en el «pueblo»: y si los príncipes son superiores a los pueblos en el ordenar las leyes, formar sociedades.ordenar estatu tos y nuevas instituciones, los pueblos son tan supe riores en la conservación de los órdenes estableci dos que sin duda alguna hacen una aportación a la gloria de aquellos que establecen el orden (Disc. I, 58). Podemos encontrar aquí la causa de lo que había mos dicho con anterioridad (p. 59 s.) a propósito del principado nuevo que ha de sacar a Italia de su postra ción: ha de ser además civil y no absoluto, y ello no tan sólo ni fundamentalmente por razones de filantro pía, sino porque al apoyarse en el popolo (que tan sólo quiere no ser oprimido) el principe nuevo puede orga nizar una verdadera y duradera constitución mixta, gozando al mismo tiempo por ello de la necesaria sole dad (imposible en el caso de que se apoyara en los «grandes») al reformador y legislador. Pero la decadencia afecta también a la constitu ción mixta; su duración mayor o menor, su decadencia más o menos rápida y total depende de los hombres: de su naturaleza regida por la ambición, de la tenden cia humana a que la tranquilidad generada por la vir tud se transforme y degenere en ocio y desorden, ha ciendo así al Estado víctima de la «fortuna». Ya sabe mos por los Ghiribizzi que no hay hombre (legislador podemos decir ahora) que pueda prever todos los ele mentos corruptores para proscribirlos de la ciudad; tampoco hay religión o educación tan perfectas que 120
Sisifo o vi Estado
puedan mantener a los hombres incorruptos y virtuo sos de manera permanente. Hay un límite humano y por ello, llegado un cierto momento, comienza la di solución, es decir, el triunfo sobre la virtud humana de la fortuna, que en última instancia también es humana.pues aunque venza a los hombres y los tenga bajo su yugo es un producto de los hombres, de la di námica de sus pasiones y del limite de su saber y de su naturaleza. La única esperanza es que, cuando las cosas llegan a este punto,entonces se asiste a una nue va recreación: los hombres abatidos por la fortuna se pliegan en las manos del reformador a quien -cual va riante de Sisifo- le ha caído en suerte la oportunidad de ejercer su virtud organizando de nuevo la convi vencia. Y Sisifo realiza de nuevo su tarea en el marco no ya de un «juego de Dios», sino de un drama pura mente humano.
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El legislador
«Dovete adunquc sapere come sono dua generazione di combaltere: Tuno con le leggi, l'altro con la forza: quel primo é propio delluomo, quel secondo delle beslie: ma perché il primo molte volte non basta, conviene ricorrerc al secondo. Per tanto a un principe é necessario sapere bene usare la bestia e l uomo» (Príncipe XVIII). Se debe lomar lo siguiente por una regla general: ja más o raramente ocurre que alguna república o rei no se vea ordenada bien desde el principio o refor mada de manera completamente nueva al margen de los viejos órdenes, a no ser que sea ordenada por una sola persona; antes bien es necesario que sea uno solo quien dé el modo y de cuya mente dependa cualquier ordenación de ese tipo. Por eso un orde nador prudente de una república y que tenga la in tención de querer ayudar no a sí mismo, sino al bien común, no a su propia sucesión, sino a la pa tria común, debe ingeniárselas para apropiarse de toda la autoridad (Disc. I, 9) El legislador (Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo, Licur go o cualquier otro; tanto el legislador inicial como aquel que lleva a cabo la «retrotracción» hacia el prin cipio o los orígenes, como el principe nuevo) debe la oportunidad de ejercer su virtud a la fortuna, es decir, a la descomposición y desvalimiento de los individuos sobre los que va a desarrollar su acción: 123
El legislador
Era. por tanto, necesario para Moisés encontrar al pueblo de Israel, en Egipto, esclavo y oprimido por los egipcios, a fin de que ellos.para salir de la escla vitud, se dispusieran a seguirlo... Teseo no podía de mostrar su virtud si no encontraba a los atenienses dispersos (Principe VI). Maquiavelo nos presenta la acción y la obra del le gislador -la organización de la convivencia, de la segu ridad, de la potencia y de la expansión como medio imprescindible de defensa, mediante la conformación del Estado y sus ordini- en términos de la creación ar tística. El legislador es el demiurgo, el escultor cuya opera d'arte (cfr. Principe VI y XX VI) es el Estado; los hombres, los humores constituyen la materia que él modela imponiéndole la forma (el orden) correspon diente a su designio y proyecto emanado de su conoci miento de la realidad de las cosas (de la veritá effettuale). La figura del legislador -ornada por Maquiave lo, en un paradójico contraste con su concepción ini cial del hombre, con los rasgos de savio, buono e po tente cittadino (Ist, Fior. IV, 1) al que se ofrece como recompensa a su desinteresada y filantrópica acción la «gloria»- tiene en gran medida las características del filósofo-rey platónico. Además de prudencia y sabidu ría (esto es, además de un conocimiento de los porme nores del «arte dello stato» y de la materia humana que ha de moldear con sus nuevos órdenes) el legisla dor -como en el Político de Platón el rey-tejedor; cfr. Político 276b-d- debe poseer también la fuerza necesa ria para plegar la materia humana a sus disposiciones: No hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir, que hacer se promotor de la implantación de nuevos órdenes. La causa de tamaña dificultad reside en que el pro motor tiene por enemigos a todos aquellos que sa caban provecho del viejo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que se verían bene ficiados por el nuevo... Cuando [los legisladores] de penden de sí mismos y pueden recurrir a la fuerza, 124
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entonces sólo corren peligro en escasas ocasiones. Esta es la causa de que todos los poetas armados hayan vencido y los desarmados perecido... Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no hubieran podido hacer ob servar a sus pueblos durante mucho tiempo sus ór denes si hubieran estado desarmados. Esto fue lo que ocurrió en nuestra época a fray Jerónimo Savonarola, el cual cayó junto con sus nuevos órdenes tan pronto como la multitud empezó a perder su confianza en él, pues carecía de medios para conser var firmes a su lado a los que habían creído y para hacer creer a los incrédulos» (.Principe VI). En tanto que teoría de las condiciones que debe reunir el príncipe nuevo (una de las variedades del le gislador) el Principe nos presenta, sobre todo en los capítulos XV-XXIII, una muestra de cómo debe com portarse el legislador para realizar su obra. Rebasan do ya la política platónica y en notoria oposición con los planteamientos retórico-abstractos del humanis mo, Maquiavelo (desarrollando el principio formulado en Discorsi I, 9: «jamás reprenderá un ingenio sabio a quien se sirva, para ordenar un reino o constituir una república, de alguna acción extraordinaria. Antes bien, es conveniente que si lo acusa el hecho lo excuse el efecto») formula el principio de una política «realis ta», es decir, del único comportamiento posible para llevar adelante la obra sin hundirse. El planteamiento maquiaveliano del realismo inevitable al legislador.no oculta la dolorosa conciencia -no cancelada ni supera da- de la tensión y escisión entre kratos y ethos pre sente en lo que desde Croce se denomina, escamo teando el malestar maquiaveliano, «autonomía de la política» Me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente.porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo 125
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que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariemente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un principe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad (Príncipe XV). Por ello, tanto el legislador inicial como el prínci pe nuevo deben servirse (Príncipe XVIII) de la ley y de la fuerza -esto es, del hombre y de la bestia, de la zo rra y del león-, debe estar dispuesto si se ve forzado a ello «a actuar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión» (ibidem). De esta mane ra el destinado a establecer el orden, a canalizar las pasiones y organizar la convivencia, se ve abocado y legitimado a la violencia, al fraude, a la extorsión. El propio Maquiavelo lo sabe y es consciente detesta ten sión, de la inmoralidad de la política, pero (sic fata ferunt) no hay remedio posible: tantae molis erat Romanam condere gentern, o como él mismo dice citando al mismo poeta (Principe XVII): Res dura et regni novitas me talia cogunt moliri, et late fines custode tueri. Y sin embargo forma también parte de los expe dientes de gobierno del legislador, en su relación con la materia que informa, la simulación, es decir, la retó rica, sin duda alguna porque el moralismo y la morali dad están arraigados en el objeto de su elaboración artística: [el principe, el legislador] ha de parecer, al que lo mira y escucha, todo clemencia, todo lealtad, todo integridad, todo humanidad, todo religión. Y no hay cosa más necesaria de aparentar que se tiene que esta última cualidad,pues los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos ya que a todos es dado ver, pero palpar a pocos: cada uno ve 126
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lo que pareces,pero pocos palpan lo que eres (Prin cipe XVIII). Ya sabemos (cfr. cap. V) de la presencia -por me canismos causales apenas conocidos- de la profecía; en todo caso (y ello es una muestra más del plantea miento maquiaveliano de la política en términos es trictamente humanos) el legislador debe, para afian zar su nuevo orden, presentarse (¿qué otra cosa hizo Savonarola en Florencia?) como profeta y ministro de Dios: Y verdaderamente jamás hubo en un pueblo orde nador de leyes extraordinarias que no recurriese a Dios, pues de otra manera no serían aceptadas; por que son muchos los bienes conocidos por una per sona prudente que sin embargo no contienen razo nes evidentes que puedan persuadir a los demás. Por eso los hombres sabios que quieren superar esta dificultad recurren a Dios. Así hizo Licurgo, así Solón, así otros muchos que han tenido el mismo fin que ellos (Disc. 1,11). Comprobamos, por tanto, una vez más el despla zamiento de la religión hacia la política, la inversión de las relaciones entre ambas y la revolución maquiaveliana más allá del mantenimiento de esquemas for malmente similares a los de la tradición filosófica y el movimiento profético contemporáneos. La obra del legislador es total, pues cual demiur go conforma e informa totalmente el mundo humano. Su orden, la constitución y forma de vida por él esta blecida al incorporarla en la materia humana, debe te ner los caracteres de previsión total del movimiento futuro. La virtud del legislador -ya lo hemos compro bado anteriormente en el capítulo V -se muestra en el establecimiento de unos ordini a la vez sólidos y versá tiles,permanente forma de canalización de las pasio nes humanas capaz al mismo tiempo de resistir, sor tear y adaptarse a las contingencias y accidentes que pueda deparar la historia futura. Manifestación de 127
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esta total conformación de lo humano por el legisla dor, expresión de esta absoluta constitución política del hombre (de su bondad y moralidad), es la necesa ria e inevitable tarea del legislador de conseguir en la mayor medida posible determinar el comportamiento y actuación humanas por la coacción de la ley, elimi nando al máximo la elección, la incertidumbre,la im provisación: Los hombres jamás realizan nada bien sino por necesidad; pero donde hay demasiada posibilidad de elección y se puede usar licencia, lodo se llena enseguida de desorden y confusión. Por eso se dice que ci hambre y la pobreza hacen a los hombres in dustriosos y que las leyes los hacen buenos. Y cuan do una cosa actúa bien por Si misma sin la ley, no es necesaria la ley. Mas cuando esa buena costumbre falla se hace necesaria inmediatamente la ley (üisc. 1.3). Un ordenamiento legal de estas características mostraría en el legislador una virtud suprema, total, pues sus ordini no envejecerían, sino que se manifesta rían siempre jóvenes , siempre nuevos, recién forma dos. Pero, como va sabemos, la decadencia es inevita ble; no existe tal capacidad de previsión, ni los ordini son absolutamente firmes y versátiles, ni la religión y la educación conservan permanentemente su calidad formadora del ciudadano.. A partir de un momento co mienza el más o menos rápido descenso «hacia la par te más Ínfima», hacia la corrupción y el desorden. En tonces dos posibilidades existen de reconversión del proceso, cuyo protagonista es asimismo el legislador. En primer lugar (recordemos que la virtud y perfec ción están en los orígenes, en el primer momento de la formación) mediante un «retorno a los principios» (ritiraniento verso il principio): Es algo absolutamente cierto que todas las cosas del mundo tienen un final asignado a su vida. Sin cm128
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bargo generalmente recorren todo el curso que les es ordenado por el cielo aquellas que no desorde nan su cuerpo, sino que lo tienen ordenado de ma nera que o no se altera o si se altera es para su bien y no para su daño. Y, puesto que hablo de los cuer pos compuestos (como los Estados y las sectas reli giosas) digo que son para bien aquellas alteraciones que las reconducen de nuevo a sus principios. Por eso están mejor ordenadas y tienen más larga vida aquellas que se pueden renovar frecuentemente me diante sus propios órdenes o bien aquellas que, al margen de dicho orden, alcanzan esa renovación por medio de algún accidente. Y está más claro que ¡a luz del día que si no se renuevan estos cuerpos no duran. Como hemos dicho, el modo de renovarlos es reconducirlos a sus principios, puesto que todos los principios de las sectas religiosas y de las repú blicas y los reinos deben contener alguna bondad por la cual obtienen la primera reputación y su pri mer incremento. Y puesto que en el curso del tiem po dicha bondad se corrompe, aquel cuerpo muere inevitablemente si no interviene algo que proceda a recuperarla. Los médicos dicen por eso, hablando de los cuerpos humanos, «quod quotidie aggregatur aliquid, quod quandoque indiget curatione». Esta retrotracción hacia el principio, hablando de los esta dos. se hace o por accidente extrínseco o por pru dencia intrínseca... Surge por tanto este bien en los estados o por virtud de un hombre o por virtud de un orden (Dise. III. I). La reconversión a los principios -cuando una fuerza exterior, otro Estado, no lo sofoca y conquistaes, por tanto, una forma de mantenimiento del orden inicial: Si una república fuera tan feliz que encontrara fre cuentemente quien con su ejemplo renovara las leyes y no sólo la contuviera para que no se precipi tara a la ruina, sino que la recondujera hacia atrás, a su principio, tal república sería eterna (Disc. III,
22). 129 9
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Pero no está dado este destino a los hombres y a los estados; o dicho más correctamente, no son tan sa bios los hombres como para conseguir este resultado. Lo normal es (siempre que no sea conquistado, que es lo más frecuente, por un Estado más fuerte) la caída hasta la corrupción total. En ese caso -que es precisa mente el estado de cosas contemporáneo en Italia- so lamente cabe (y es tarea casi imposible, pues apenas hay virtud capaz de acometer tamaña empresa) que el timón (pensemos en Platón, Político 273c-e; pero de nuevo el marco maquiaveliano es simplemente huma no) sea asumido de nuevo por el legislador individual, por el «hombre bueno, sabio y prudente»: Y se puede sacar esta conclusión: donde la materia no está corrompida los tumultos y otros escándalos no dañan; donde está corrompida las leyes bien or denadas no sirven a no ser que estén promovidas por alguien que las haga observar con una fuerza extrema mientras la materia se vuelve buena, lo cual yo no sé si ha ocurrido alguna vez o si es posi ble que ocurra. Porque se ve que una república venida en decadencia por corrupción de la materia, si ocurre alguna vez que se recupere será debido a la virtud de un hombre que está vivo entonces y no porque la virtud del universal sostenga los buenos órdenes; y tan pronto como ese individuo muere se retorna a la vieja costumbre... De todas las cosas mencionadas surge la dificultad o imposibilidad d; mantener o crear de nuevo una república en las ciu dades corrompidas. Y cuando fuera posible crearla o mantenerla, sería necesario reducirla antes al principado que al estado popular con el fin de que aquellos hombres, que a causa de su insolencia no pueden ser corregidos por las leyes, fueran frena dos de alguna manera por un poder casi regio. Y quererlos hacer buenos por otras vías, sería o una empresa crudelisima o totalmente imposible (Disc. I. 17-18). Sólo el príncipe nuevo puede, pues, reformar y reordenar a los seres humanos corrompidos y concre130
El legislador
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___________ _____________ ______________ A_______ Edición del P r in c ip e de 1532.
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tamente esta es la única solución a los males de Italia. Llegado a esta conclusión en su redacción de los Discorsi en torno a junio de 1513, ¿es extraño que Maquiavelo pasara entonces a redactar de golpe y en ple na canícula el Príncipe, esto es, la teoría precisamente y el retrato del príncipe nuevo capaz de llevar a cabo, si por ventura era posible, la tarea de reformar Italia, pero no ya predicando (a lo Savonarola), sino con la ciencia política, esa de que Maquiavelo lo provee en su obra?
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«Quisque faber fortunae suae»
Werd'ich zum Augenblicke sagen: Verweile doch! du bisi so schón! Dann magst du mich in Fesseln schlagen Dann will ich gern zugrunde gehn! La recompensa del legislador, piensa Maquiavelo, es sencillamente la gloria: De entre todos los hombres que reciben alabanzas, los más alabados con mucho son aquellos que han sido jefes y ordenadores de las religiones; a conti nuación los fundadores de repúblicas o reinos (Disc. I. 10).
Dado que ambas son, en gran medida, tarea del le gislador y ordenador, a él corresponde pues la gloria máxima. Es una gloria correspondiente a su obra, pues en última instancia han llevado a cabo la acción máxima concedida al ser humano, la más importante: organizar la convivencia (sicher y al mismo tiempo tátig-frei zu wohnen), sacando a los hombres de la ani malidad y la barbarie o de la corrupción mediante su ordenamiento constitucional. Acaso sea esta la gran falacia y el tremendo engaño del «m ito» de Leviatán, del Estado moderno, mas no cabe duda alguna de que para Maquiavelo este sería el instante del verweile doch. du bisl so schón! El premio del legislador es la gloria del creador, pues su orden ha producido un hombre (recordemos que si los hombres son siempre iguales, también son 133
«Quisque faber fortunar suac»
diferentes y las diferencias dependen de la «educa ción», esto es de la obra del legislador; cfr. Disc. III, 43, cit. supra p. 112), una segunda naturaleza humana -la social concreta- resultante de las leyes, de la educa ción y de la religión por él establecidas y ordenadas. De esta manera la virtú particular del legislador ha creado la virtú cittadina, la virtud del cuerpo social. Leyes, educación, religión son valorados e inter pretados por Maquiavelo fundamentalmente en tanto que ordini, esto es como instrumenta regni o instru mentos del poder y también como elementos cohesionadores del cuerpo social al que se canaliza en deter minada dirección. Se configura con ello la necesidad unidireccional de base social que garantiza el compor tamiento correcto de los humores e individuos. Las leyes -en general el ejercicio del poder- tiene su base en el temor generado en los sujetos, base mucho más eficaz para la determinación de la conducta que el amor. Las leyes -el poder- deben sin embargo combi narse con el amor o en todo caso evitar el odio, esto es, el rechazo subjetivo, y predispuesto a objetivarse, de la ley y el poder (cfr. Principe XVII); se trata de una corrección lógica y natural, pues ley y poder -si gene ran el odio-dejan de cumplir su función originaria: la cohesión y articulación social en torno del Estado. Si la tarea de la educación es producir en los nue vos ciudadanos aquellas «buenas costumbres» que pueden «suplir los defectos de la naturaleza» (cfr. Cap. dell'ambizione, v. 112; cit. supra p. 61) generando la vir tud y la moralidad necesarias para la conservación y expansión del cuerpo social y del Estado, la religión es para Maquiavelo el componente fundamental de la educación y un ordine básico en el Estado: Deben, pues, los príncipes de una república o de un reino, mantener los fundamentos de la religión que en ellos se profesa. Hecho esto, les resultará fácil mantener su Estado religioso y por consiguiente bueno y unido. Y deben acoger y acrecentar todas aquellas cosas (aunque las consideren falsas) que la favorecen; y lo deben hacer tanto más cuanto más 134
'Quisque faber fortunae suae»
prudentes son y más conocedores de las cosas natu rales (Disc. I, 12). La religión tiene su asiento en la naturaleza hu mana y constituye una de las pocas fuerzas cohesionadoras e integradoras ínsitas en el hombre. Su funcio nalidad reside precisamente en esta capacidad suya de vincular y «ligar» a los hombres entre sí. Aunque la religión postula una divinidad y une a los hombres con ella, sin embargo su función última es la cohesión humana en una perspectiva puramente inmanente; lo propio en suma de un ordine político. Por ello los juicios maquiavelianos sobre el mayor o menor valor de las diferentes religiones tienen su punto de partida en la mayor o menor capacidad de educación política presente en cada una de ellas. De ahí la clara superioridad de la religión romana, paga na, sobre la cristiana: La religión antigua además no santificaba sino a hombres llenos de gloria mundana, como los capita nes de los ejércitos y los príncipes de las repúblicas. Nuestra religión ha glorificado más a los hombres humildes y contemplativos que a los activos. Ha puesto además el sumo bien en la humildad, en la abyección y en el desprecio de las cosas humanas; la otra lo ponía en la grandeza de ánimo, en la forta leza del cuerpo y en todas las otras cosas capaces de hacer a los hombres fortísimos. Y si nuestra religión exige que tú tengas en ti fortaleza, quiere que seas más capaz de sufrir que de hacer alguna cosa gran de. Esta manera de vivir, pues, parece haber vuelto al mundo débil y haberlo dado en botín a los malva dos, los cuales lo*pucden gobernar con toda tran quilidad al ver cómo la mayoría de los hombres, para ir al Paraíso, piensan más en soportar sus gol pes que en vengarse de ellos (Disc. II, 2). Sin embargo, Maquiavelo, convencido de que, por su esencial funcionalidad política, toda religión debe tener algo bueno, cohesionador en sentido política135
«Quisque faber forlunao suau»
mente positivo, considera esta disfuncionalidad del cristianismo no tanto una consecuencia de la veleidad de los astros como más bien de los errores humanos, es decir, es una consecuencia de una mala interpreta ción de la religión (y ello nos permite constatar una vez más el giro maquiaveliano): Y aunque parezca que el mundo se haya afeminado y que el cielo se haya desarmado, esto nace más bien de la cobardía de los hombres, que han inter pretado nuestra religión según el ocio y no según la virtud; porque si consideraran hasta qué punto nos permite ella engrandecer y defender nuestra patria, verían que ella quiere que la amemos y honremos y que nos preparemos para ser de tal calidad que la podamos defender. Las actuales formas de educa ción y unas interpretaciones tan falsas hacen, pues, que ya no se vean hoy en el mundo tantas repúbli cas como se veían antaño y, por consiguiente, tam poco se ve en los pueblos aquel amor por la libertad que tenían antes (ibidem). Y para Maquiavelo está completamente claro que ésta es una de las causas de los males de Italia; Y dado que muchos son de la opinión de que el bienestar de Italia nace de la Iglesia roma na, voy a examinar aquellas razones que se me ocurren en contra de ellos y alegaré dos razo nes poderosísimas que en mi opinión no están en contradicción. La primera es que a causa de los malos ejemplos de aquella corte [i. e. Roma] nuestro país ha perdido toda devoción y toda religión, lo cual es la causa de infinitos inconvenientes e infinitos desórdenes, pues de la misma manera que donde hay religión se presupone todo bien, allí donde falta se presu pone lo contrario. Tenemos, por tanto, con la Iglesia y con los curas nosotros los italianos esta primera deuda: hemos perdido la religión y nos hemos visto reducidos a la servidumbre; pero tenemos otra deuda mayor todavía y es que la Iglesia ha mantenido y mantiene a este 136
Quisque faber fortunae suae
país dividido. Y verdaderamente ningún país estuvo jamás unido y feliz, excepto si vino todo entero a la obediencia de una república o de un príncipe, como ha ocurrido a Francia y España. Y la causa de que Italia no haya lle gado a la misma condición, ni tenga una repú blica o un príncipe que la gobierne, es única mente la Iglesia (Disc. I, 12). La corrupción religiosa es, por tanto, causa de los males de Italia. Maquiavelo coincide, pues, en esto con la tradición milenarísta-apocaliptico-profética. La so lución está en una «renovatio» religiosa y de nuevo se da también la mano con dichas tradiciones. Pero, como sabemos, la coincidencia es tan sólo aparente, formal, pues se ha producido un desplazamiento sus tancial que ha hecho cobrar dimensión totalmente nueva a esas similitudes formales. El siguiente pasaje muestra tanto la coincidencia como la tremenda dife rencia: Considerando, pues, todas las cosas, concluyo que la religión introducida por Numa [en Roma] fue una de las causas más importantes de la prosperi dad de esa ciudad, porque ella trajo consigo buenos órdenes, los buenos órdenes traen consigo buena fortuna y de la buena fortuna nacieron los buenos resultados de sus empresas. Y al igual que la obser vancia del culto divino es causa de la grandeza de las repúblicas, de la misma manera el despreciarlo es motivo de su ruina; porque donde no hay temor de Dios, es necesario o que dicho reino se hunda o que esté sostenido por el temor a un príncipe que supla la falta de la religión (Disc. 1,11). Pero ¿es posible la reforma religiosa en Florencia y en Italia? ¿Es posible la salvación y el «renacimien to» italianos, tanto más cuanto que no es la obra de Dios, sino de los hombres? La necesaria reforma reli giosa, en el sentido maquiaveliano y no en el milenarista, se presenta a los ojos de nuestro autor como algo verdaderamente difícil. La religión prende fácil 137
«Quisque fiaber fortunae suac»
mente entre los pueblos rudos, salvajes e incultos, bas tante más difícilmente entre los pueblos cultos, refina dos y civilizados como los italianos. Podemos, por tan to, percibir la angustia de Maquiavelo al hacer estas consideraciones (Disc. I, 11) a lo largo de 1513 en su búsqueda de la vía de la regeneración. Sin embargo, una luz se abre: si Savonarola consiguió persuadir al pueblo de Florencia (que no es precisamente ni igno rante ni salvaje) de que era el profeta enviado de Dios y consiguió imponer sus órdenes durante un tiempo, entonces puede conseguirlo también algún otro y tan to más si tiene la fuerza de que carecía el fraile y asi mismo la ciencia (prudencia) que le faltaba al domini co, cuyos planteamientos religiosos no eran totalmen te correctos. Hay que saber violar la religión si es ne cesario (cfr. Principe XVIII): Creer que sin ti ha de luchar por ti Dios, estando tú ocioso y de rodillas ha devastado muchos reinos y muchos estados. Son muy necesarias las oraciones: completamente loco es aquel que al pueblo veta sus ceremonias y sus devociones, porque de ellas luego se cosecha unión y buen orden, y de éste buena después nos viene y alegre fortuna. Mas que no haya nadie de tan poco cerebro que crea, si su casa viene en ruinas, que Dios la salvará sin otro apuntalamiento, puesto que morirá bajo sus propias ruinas (Asino, V, (115-126). Ahora bien, se ha de aparentar siempre el mayor respeto por la religión: Cuando la razón mostraba a los romanos que se de bía hacer alguna cosa, la hacían aunque los auspi cios se mostraran contrarios; pero la envolvían en términos y modos tan acertados que no parecía que la hicieran con desprecio de la religión (Disc. 1, 13). 138
«Quisque labor fortunae suae»
Ya se sabe, nos dice el secretario florentino, que «el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo» (Principe XVIII). Hay mucha crueldad en todo ello (la moral no deja de condenar a la política; el ethos no es eliminado ni superado por kratos), pero es imposible de otra manera; pensemos en la bondad del fin y también el vulgo, nos lo acaba de decir, piensa asi. Hay que lanzarse, por tanto, a la empresa y la cien cia de la política nos ayuda: «que nadie, por tanto, des confíe de poder conseguir lo que ha sido conseguido por otros, porque los hombres nacieron, vivieron y murieron siempre de la misma manera» (Disc. I, 11). Pero ¿tenemos de verdad la ciencia suficiente? No; no se puede alcanzar la ciencia total ni existe el sabio total necesario para la garantía absoluta de éxi to. Es muv cierto que muy probablemente la virtud sera vencida por los imprevistos (llamados de la fortu na, pero aunque imprevistos son humanos) y por la humana incapacidad de adaptación a la «condición de los tiempos», es decir, a esa fortuna voluble que es también la obra humana. Entonces ¿qué hacer?, ¿estarse quietos?, ¿esperar de los cielos? Pero Maquiávelo ya sabe desde hace tiempo que «la fortuna no muta sentencia donde no se muta de orden; ni los cielos quieren o pueden soste ner una cosa que quiere hundirse por todos los me dios» (cfr. supra p, 38). Esperar sin hacer tan sólo trae rá consigo el que nos sepultemos bajo nuestras pro pias ruinas. Es el hombre el agente de su propio mun do. Solamente hav, por tanto, piensa Maquiavclo. una salida: Vale más ser impetuoso que precavido, porque la fortuna es mujer y es necesario si se quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla. Y se ve que se deja someter antes por éstos que por quienes proceden fríamente. Por eso siempre es, como mujer, amiga de los jóvenes, porque éstos son menos precavidos v sin tantos miramientos, más fieros v la dominan con más audacia.
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Quisque faber fortunae suae
Escena de una batalla. Escuela florentina, siglo XV.
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Bibliografía
Recogemos a continuación aquellos títulos que mayor utilidad nos han prestado en la confección del presente trabajo. Para una bibliografía introductoria más ordenada remitimos a nuestra traducción Nicolás Maquiavelo. El Principe, Barcelona, editorial Materia les 1979, p. 58-63. Fuentes NICCOLO, MACHIAVELLI, Opere, 8 vols. Feltrinelli Milán
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La filosofía de Nicolás Maquiavelo representa una de las primeras manifestaciones modernas del pensamiento realista y una de las aportaciones más descarnadas al análisis político. Considerado un pináculo del Renacimiento puede decirse que Maquiavelo descorre definitivamente el oscuro velo de la conciencia medieval y del poder cultural de lo divino. Miguel Ángel Granada nació en Zaragoza
en 1949. Es profesor de Historia de la Filosofía y de las Ciencias en la Universidad de Barcelona y autor de una edición crítica de El príncipe de Maquiavelo. Asimismo es autor de un estudio sobre Maquiavelo, Ficino y Savonarola.