Acaba con tus preocupaciones… ¡para siempre! Elizabeth George
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.
Título del original: Breaking the Worry Habit...Forever © 2009 por Elizabeth George y publicado por Harvest House Publishers, Eugene, Oregon 97402. Traducido con permiso. Edición en castellano: Acaba con tus preocupaciones… ¡para siempre! © 2011 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados. Traducción: Nohra Bernal Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. ReinaValera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. EDITORIAL PORTAVOZ P.O. Box 2607 Grand Rapids, Michigan 49501 USA Visítenos en: www.portavoz.com ISBN 978-0-8254-1285-1 1 2 3 4 5 / 15 14 13 12 11 Impreso en los Estados Unidos de América Printed in the United States of America
Contenido y Te invito a acabar con la preocupación… ¡para siempre!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
1. ¿Qué me pasa?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. Más meses que dinero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
3. Hasta que la muerte nos separe. . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
4. ¿Sabes dónde están tus hijos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
5. ¡Tengo treinta y sigo soltera! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
6. ¿Por qué tengo que ser la responsable de todo? . . . . . . 70
7. ¡Cuidado con eso! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
8. ¡No quiero ir! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
9. Lo que se siembra se cosecha. . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
10. ¿Qué pensarán los demás? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118 11. ¿Qué es lo correcto? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 12. Puedes correr, pero no esconderte. . . . . . . . . . . . . . . 143 Guía de estudio. Preguntas y reflexiones . . . . . . . . . . 155 Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Te invito a acabar con la preocupación… ¡para siempre! y
S
i tienes este libro en las manos, estoy segura de que existe un buen motivo: estás cansada de pagar el precio de la preocupación. Sabes que es perjudicial. Sabes que es inútil. Y sabes que no cambiará nada. Por el contrario, acaba con tu salud, con tus relaciones y con tu paz mental. Bien, ¡tengo buenas noticias para ti! No eres la única. La preocupación nos afecta a todos. De hecho, la preocupación fue mi compañera permanente durante décadas. Después de darme cuenta de que negaba el poder de Dios y de que no producía resultados positivos, supe que debía acabar con ella. Puesto que mis propios métodos para deshacerme de la ansiedad no tenían éxito, busqué ayuda en la Biblia. Fue entonces cuando encontré en ella las verdades transformadoras de Dios que me guiaron a acabar con mi hábito de preocuparme. Acompáñame y entérate de lo que descubrí que funciona y que me ayudó a acabar con la preocupación. Y puesto que viene de la Palabra de Dios, también puede funcionarte a ti. Acaba con tus preocupaciones… ¡para siempre! examina doce áreas de la vida diaria que producen ansiedad en el corazón de una mujer. Por ejemplo, ¿has tenido alguna vez un problema de salud, un niño con dificultades, padres enfermos, ancianos o a punto de morir? ¿Cómo manejas los problemas económicos, el temor, las circunstancias de tu vida y la culpa? ¿Te inquietas cuando debes tomar una decisión difícil? ¿Y qué de lo que pien7
san los demás? Anímate. No hay necesidad de preocuparse por nada. Por la gracia de Dios, y con su ayuda, puedes acabar con la preocupación de una vez… y para siempre.
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¿Qué me pasa? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Mateo 6:27
y
Hay ciertos días críticos en la vida de toda mujer. El recuerdo de
uno de ellos, y la ansiedad que sentí aquella vez, nunca se borrarán de mi memoria. Todo empezó con un chequeo médico anual de rutina. La primera alarma se encendió con la cara de preocupación de mi médico. La segunda, cuando dijo: “No me gusta cómo se ve esto. Voy a ordenar una biopsia”. Luego se encendió una más fuerte. Los resultados contenían una temible palabra: “anormal”. Miré al piso, sin querer oír lo que mi médico decía, pero oyéndolo de todas formas. “No podemos estar seguros de si es canceroso o no hasta que hagamos más exámenes. Pero definitivamente hay algo que no es normal. Voy a ordenar una cirugía para quitar el pólipo”. Al final se supo que aquellas celulas anormales no eran cáncer. ¡Y estoy muy agradecida por eso! Pero créeme que fue uno de esos momentos en la vida en los que tuve una lucha seria con la preocupación, el temor, la ansiedad y las especulaciones. El tema de la salud es terreno fértil para la preocupación, que se cría con mucha facilidad. Lo sé y hablo por experiencia propia. Pero mi verdadera tarea no fue librar una batalla física, ¡sino espiritual! Pasé por un tremendo bajón en mi espiritualidad. Fue como volver al punto cero en mi fe y mi confianza en Dios. 9
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Después de un período de completo fracaso y falta de control, me di cuenta de que tenía que poner mi vida en orden. Tenía que dejar de moverme en la dirección destructiva hacia la cual querían arrastrarme mi mente y mis emociones. Tenía que hacer un alto, recapacitar y moverme en una dirección completamente diferente, una mejor y correcta. Tenía que abandonar mi hábito de preocuparme a fin de vivir con la paz que solo Dios puede ofrecer cuando confiamos en Él de todo corazón.
El amplio espectro de las preocupaciones Tan pronto algo nos sale mal, o ante la sola idea de que podría salir mal, nuestra mente se descontrola. Empezamos a hacer conjeturas sobre lo que pudo haber desatado la crisis de salud, e imaginar de inmediato muchos escenarios y pronósticos posibles… hasta el sonido del impacto de la tierra sobre nuestro ataúd en una tumba. Nada ni nadie está exento de aparecer en el amplio espectro de las preocupaciones. Y ¿qué de los niños? ¿Qué será de sus vidas si yo muero o quedo incapacitada? ¿Y mi esposo? ¿Qué va a hacer sin mi ayuda? ¡Apenas si puede encontrar un par de medias iguales! ¿Y mis padres? ¡Oh, no! Ya tienen suficientes problemas de salud y preocupaciones. ¡No tiene sentido que un hijo muera antes que sus padres! Y así, una tras otra, se desata una avalancha de preocupaciones. De igual forma, sube la adrenalina y el ácido estomacal. Además, se acelera nuestro ritmo cardíaco, y se incrementa la presión arterial. A veces estamos tan angustiadas que no podemos probar bocado. O pasamos por aquellos días en los que no podemos parar de comer, esperando encontrar en todo lo que ingerimos alguna comida “que nos consuele”. Incluso puede que busquemos, o le pidamos a nuestro médico, algún tipo de medicamento que nos ayude a enfrentar nuestra ansiedad desmedida, algo que nos calme o por lo menos prometa una buena noche de descanso. Cada noche trae desasosiego, y ningún amanecer trae consuelo o alivio. Pensamos que más valdría estar muertas.
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El consejo divino sobre la salud, la vida y la muerte ¿Has oído decir: “Al nacer, empezamos a morir” o “Lo único seguro en la vida son los impuestos y la muerte”? La vida y la salud son regalos de Dios, y nunca debemos despreciarlos. Sin embargo, también es cierto que ambos son efímeros. Moisés habló de la muerte y puso la vida en su perspectiva transitoria, cuando escribió: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:10). Como puedes ver, la muerte es inevitable. Y como enseñó Jesús con su interrogante en Mateo 6:27: “¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?” (nvi), es imposible alargar la vida. Por tanto, según lo enseña Cristo, ¿para qué preocuparte por la realidad y el momento de tu muerte? No obstante, la vida y la salud deben entenderse desde una perspectiva bíblica apropiada. Considera estas verdades extraídas de la Palabra de Dios: La buena salud es algo natural y normal. ¡Tenemos un Dios grande y lleno de gracia! Él permite que la lluvia caiga sobre malos y buenos (Mt. 5:45). La gran mayoría de las personas sobre la tierra goza, en términos generales, de buena salud a lo largo de su vida. Claro, en ocasiones padecen algún virus, una gripe o una lesión muscular. Pero por lo general, la mayoría goza de buena salud. Día tras día, e incluso año tras año, vivimos alegremente sin pensar siquiera en nuestra salud porque no experimentamos problemas ni dolencias físicas. Y así debería ser. Aun en un mundo que está bajo maldición a causa del pecado, Dios ha diseñado nuestro cuerpo para que funcione bien y sin dolor, en una condición saludable. La humanidad puede gozar de la gracia de Dios en lo que respecta a la salud física.
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No hay garantía de una vida libre de dolor o enfermedad. Cuando el pecado entró en el mundo, trajo dolor, enfermedad y muerte. Tú, al igual que cualquier mortal sobre la tierra, estás bajo la maldición que vino como consecuencia del pecado de Adán y Eva en el huerto de Edén. Jesús quería que sus seguidores, y que nosotras, conociéramos la dura verdad. Él dice terminantemente: “…En el mundo tendréis aflicción…” ( Jn. 16:33). Esta aflicción puede presentarse en forma de persecución religiosa, relaciones tensas o en el implacable proceso de envejecimiento. Dios nunca prometió a sus hijos una Sin importar lo vida de salud. Quizás por esto Pablo que suceda en nunca pidió a otros orar por su salud. tu vida aquí Tampoco oró por la salud física de sus lectores. En cambio, oró por su en la tierra, salud espiritual (Col. 1:9-11). el dolor o el Años atrás, cuando mi esposo tormento que pastoreaba y enseñaba en la clase de enfrentes, ¡deja escuela dominical para personas mayores, ellos le citaron con frecuencia a un lado tus un versículo que los consolaba ante preocupaciones la pérdida de su cónyuge. Se trataba y mira a lo alto! de una descripción del “nuevo cielo”: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4). Este pasaje describe la realidad y la angustia del sufrimiento en la vida, pero también los gratos deleites y el bienestar prometido que aguardan al pueblo de Dios en su presencia en la eternidad. Sin importar lo que suceda en tu vida aquí en la tierra, el dolor o el tormento que enfrentes, ¡deja a un lado tus preocupaciones y mira a lo alto! El dolor físico no es siempre negativo. Es grandioso disfrutar de salud y de un cuerpo vigoroso, pero también podemos agradecer que nuestro cuerpo nos avise cuando algo está mal. Según la ubicación y la naturaleza del dolor, por lo general un
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profesional de la salud puede ayudarnos. Puede que tengamos que soportar una enfermedad o una condición pasajeras, pero generalmente nos recuperamos rápido, y todo vuelve a la normalidad. Si el dolor no hubiera aparecido, no habríamos sabido que algo estaba mal. Estoy segura de que has oído o conocido el caso de alguien que visitó al médico por un síntoma o dolor inicial, y luego supo que esa acción y detección a tiempo salvaron su vida. Así que la próxima vez que sientas un dolor, agradece a Dios el aviso. Y actúa, no esperes. Descubre lo que causa el dolor y aplica el tratamiento necesario. El dolor físico es una oportunidad para confiar en Dios. A veces nuestro dolor se debe a una condición más prolongada de semanas, meses, años o toda la vida. ¿Qué hacemos cuando eso ocurre? La respuesta típica a esto es preguntar: “¿Por qué, Dios? ¿Por qué yo? ¿Qué he hecho para merecer esto?”. Sin embargo, es mejor responder con oración: “Dios, ¿qué quieres enseñarme?”. El apóstol Pablo sufría una de estas dolencias agudas y prolongadas, a la que denominó “aguijón en la carne”. Pablo batalló contra este aguijón. De hecho, le pidió a Dios que se lo quitara. ¡Lo pidió tres veces! (2 Co. 12:7-8). ¿Cuál fue la respuesta de Dios? Él dijo a su siervo Pablo: “… Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” (v. 9). El Señor le mostró a Pablo que a pesar de que sufría, no estaba solo. Dios estaba con él, fortaleciéndolo. Aunque el dolor y el sufrimiento del apóstol no cesaron, contó con la ayuda necesaria para enfrentarlo. Sólo tenía que confiar en que Dios lo fortalecería para enfrentar un dolor crónico. Al final, Pablo comprendió y pudo declarar: “…Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vv. 9-10).
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Para el cristiano, el sufrimiento es la oportunidad para confiar en Dios y darle gloria. Y cuando confiamos y descansamos en Él, esto trae paz a nuestra mente y a nuestra alma. Mientras escribo aquí en mi computadora, gozando de buena salud (al menos por hoy y por el momento), es más sencillo para mí hablar acerca de confiar en Dios en tiempos de dolor, enfermedad y quebranto físico, que si estuviera sufriendo alguna dolencia. No obstante, siempre oro que cuando eso ocurra, lo cual es seguro, pueda seguir el ejemplo de Pablo y confiar en la gracia de Dios en medio del sufrimiento y el dolor. Pido lo mismo en oración por ti. Para nosotras, como cristianas, el sufrimiento es siempre una oportunidad para confiar en Dios y darle gloria. Cuando el sufrimiento prolongado toque a tu puerta, recuerda estas palabras del predicador estadounidense Henry Ward Beecher: “Cada mañana tiene dos asas, podemos tomar el día por el asa de la ansiedad o por el asa de la fe”.1 Tú eliges. ¡Cerciórate de tomar con fuerza el asa de la fe! La salud espiritual es más importante que la salud física. Estoy segura de que valoras tu buena salud tanto como yo. Sin embargo, cuando te haces cristiana, tu vida física queda relegada a tu vida espiritual. Los cristianos reciben y nutren una perspectiva eterna. Nuestros intereses deben tomar una dimensión celestial. Aquí también Pablo nos ayuda mostrándonos la óptica correcta para ver la vida y la salud: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya…” (Fil. 3:20-21). ¿En cuántas reuniones de oración has visto que el tema predominante son las peticiones por la salud? Si bien estas oraciones son importantes, te recuerdo de nuevo que en ninguna de sus cartas Pablo pidió jamás a sus lectores orar por su salud cuando sufrió o estuvo en prisión. ¿Cuáles son algunos motivos de oración que encomendó él a favor suyo?
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- Un corazón valiente. Pablo deseaba predicar con valentía, con una vehemencia que sólo Dios podía dar (Ef. 6:19). - Una puerta abierta. Pablo necesitaba que Dios abriera una puerta para predicar el evangelio (Col. 4:3). - Un mensaje claro. Pablo deseaba que su predicación comunicara con claridad el mensaje de Cristo a fin de que muchos pudieran oír y creer (Col. 4:3). ¿Qué pedía Pablo en oración por sus oyentes? Estas son algunas de sus peticiones: - Sabiduría y conocimiento. Pablo deseaba que sus lectores también fueran llenos de la sabiduría y el conocimiento de Dios (Col. 1:9). - Un andar digno. Pablo deseaba que los seguidores de Cristo anduvieran “como es digno del Señor” (Col. 1:10). - Fortaleza interior. Pablo quería que los creyentes fueran fortalecidos con poder en su hombre interior mediante el Espíritu de Dios (Ef. 3:16). Estoy segura de que ya has captado el mensaje. Tu vida y tu salud son importantes. Sin embargo, son solo temporales y terrenales. Pero tú, como hija de Dios, vas de camino a una existencia superior, una que es eterna y celestial. No eres más que extranjera y peregrina en esta vida (1 P. 2:11). Sin embargo, estando aquí y de camino hacia la gloria, sé buena mayordoma del cuerpo que Dios te ha dado para hacer su obra aquí en la tierra. Cuida tu salud, pero no te afanes. Y sobre todo, no te preocupes. Antes bien, sé disciplinada y cumple con la parte que te corresponde.
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Aplicación personal
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He dedicado gran parte de este capítulo a motivarte para que no te preocupes demasiado por tu salud física. Pero ¿has notado la palabra “demasiado”? Tengo una pequeña lista de tareas que te pueden ayudar a mantener en perspectiva esa preocupación por tu salud (o la de tus familiares y amigos). ü Cuida tu salud. Aunque eres ciudadana de los cielos, vives en un cuerpo que precisa tu cuidado. Tu cuerpo es el “templo del Espíritu Santo”, y no eres tu propia dueña (1 Co. 6:19). Y Pablo añade: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (v. 20). Cuidar tu cuerpo es una forma de glorificar a Dios. ü Cuida lo que comes. Dios quiso proteger a su pueblo y por eso prescribió una serie de leyes sobre la dieta. Por ejemplo, las naciones paganas del Antiguo Testamento no tenían conocimiento acerca de las enfermedades y la necesidad de cocinar los alimentos antes de consumirlos. Pero los israelitas tenían las instrucciones divinas. Aunque la mayoría de los cristianos hoy no siguen de manera estricta las leyes de la dieta, los principios en los que se fundamentan encierran sabiduría: vigila bien lo que comes y cuánto comes, y cómo lo preparas. La información de cualquier paquete o lata de comida te dirá si debes o no comerlo. Durante varias décadas, he leído con frecuencia libros y artículos acerca de la dieta y la nutrición. ¡Intenta hacerlo! Eso te hará más consciente, experta y cuidadosa con lo que llevas a tu boca, ¡aquello que entra en un cuerpo que pertenece a Dios! ü Controla tu peso. Posiblemente esto se logrará si cuidas lo que comes. No obstante, es útil pesarte a diario. Elige un “peso ideal” en función de tu salud, estructura corporal y
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estilo de vida. Luego procura ceñirte a él cuanto sea posible. Yo registro mi peso a diario en una gráfica. Como reza el dicho, ¡una imagen vale más que mil palabras! Puedo ver exactamente lo que ocurre, si sube, si baja. No hagas lo que yo hice por años. Leía y sabía que debía cuidar lo que comía y mi peso, pero no hacía nada al respecto. Es impresionante lo diferente que es aplicar estas dos prácticas diarias. Recuerda también que el dominio propio es un fruto del Espíritu (Gá. 5:23). Esto hace que tus hábitos alimenticios y tu peso sean asuntos tanto físicos como espirituales. ü Haz ejercicio con regularidad. Médicos y nutricionistas coinciden en que el ejercicio regular contribuye a una buena salud. Pablo dijo a su discípulo, el joven Timoteo, que “…el ejercicio físico trae algún provecho…” (1 Ti. 4:8, nvi). Programa un poco de ejercicio en tu rutina, aunque sea un poco. También es un asunto de mayordomía, de cuidar del cuerpo que es de Dios. No me queda realmente tiempo de hacer ejercicio. Tengo que sopesar los beneficios de cada decisión que tomo acerca del uso de mi tiempo. Pero trato de incluir al menos una caminata diaria. He aprendido a considerar el ejercicio como una inversión, no en mi longevidad (que depende de Dios), sino en mi calidad de vida (que es mi aporte personal). ü Hazte chequeos médicos con regularidad. Hace poco, un viejo amigo nuestro tuvo su chequeo médico anual. Los médicos descubrieron algo y quitaron de inmediato un tejido canceroso antes de que pudiera esparcirse. Los chequeos médicos de rutina no logran descubrir todo, pero son una forma de protegernos o prevenir enfermedades. Puedes
Puedes quedarte en casa y preocuparte por la posibilidad de que algo ande mal… o puedes hacerte un chequeo.
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quedarte en casa y preocuparte por la posibilidad de que algo ande mal… o puedes hacerte un chequeo y saberlo con certeza. La acción y la información mantendrán bajo control tu preocupación frente a lo desconocido y tendrán un efecto calmante sobre ti. ü Atiende las señales de alerta. Ya he dicho antes que el dolor es un mecanismo corporal que nos alerta de problemas. Bien, parece que algunas personas prefieren preocuparse por su dolor que ir al médico y conocer la causa. Temen mucho lo que podrían descubrir y posponen el chequeo hasta que es demasiado tarde para descubrir y tratar algo a tiempo. Cuando tienes algún dolor, que puede o no ser un problema, no te preocupes. Haz algo. ¡Ve al médico y averígualo! ü Pon la mira en el cielo. Permíteme hacer una advertencia: si no tienes cuidado, puedes aferrarte tanto a este mundo y ocuparte tanto de tu salud física que pierdes de vista tu llamado celestial. Esto no significa descuidar tu salud o la realidad física, pero sí que debes asumirlos con “ligereza”. Así, en caso de que la enfermedad e incluso la muerte sobrevengan, pueden verse como una simple transición. El apóstol Pablo manifestó esta visión celestial, en las cosas de arriba, cuando declaró: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. También anhelaba “…partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:2123). Como enseña el himno: “Pon tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor, y lo terrenal sin valor será a la luz del glorioso Señor”.2 ü Confía en la providencia de Dios. ¡Haz todo lo que sea necesario para alimentar esta confianza! Es fundamental que acabes con cualquier inclinación que tengas a preocuparte, incluso por tu salud. La pasión que te consume debe ser siempre la voluntad de Dios, no la tuya. Eso significa que debes orar a Él y desear su voluntad por encima de todas las cosas, y esto incluye tu bienestar, sa-
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lud y longevidad. Ora como Jesús: “…Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10). También cultiva el hábito (¡uno muy bueno!) de leer tu Biblia diariamente. Este solo hábito, como ningún otro, mantendrá tu mente enfocada en Dios. Y así, cuando algo ocurra, tu primer pensamiento será: “No te preocupes, confía más bien en el Señor”. Cuando hayas visto a Dios actuar en las páginas de tu Biblia, conocerás acerca de su naturaleza, de su fortaleza, de su poder. Y eso se traduce en una confianza creciente en Él.
Acaba con tus preocupaciones... ¡para siempre!
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Solía acostarme con mi almohada debajo de mi abdomen para calmar mi úlcera, en vez de ponerla debajo de mi cabeza para dormir. Al fin reconocí que la preocupación es un pecado y un hábito terrible. A medida que leía mi Biblia y crecía como cristiana, me resultaba inevitable notar que había muchos mandatos bíblicos para los seguidores de Dios que nos instan a no preocuparnos. Elegí estos dos y los recordaba cuando sentía arder mi estómago o me hallaba preocupada y afanada. Jesús ordenó: “…No os afanéis por vuestra vida…” (Mt. 6:25). Y Pablo ordenó: “Por nada estéis afanosos…” (Fil. 4:6). Lo cierto es que la preocupación es contraria a la voluntad de Dios para tu vida. También afecta a tu salud. Los estudios médicos han confirmado esta observación del doctor Charles Mayo, cofundador de la mundialmente famosa Clínica Mayo: La preocupación afecta a la circulación, al corazón, a las glándulas y a todo el sistema nervioso. Nunca he conocido a un hombre que haya fallecido por exceso de trabajo, pero muchos han muerto por la duda.3
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Espero que estés de acuerdo en que la preocupación es un mal hábito que ofende a Dios, y que daña tu vida y tu salud. Un hábito es lo que haces de manera cotidiana. Los hábitos pueden ser buenos o malos. Leer tu Biblia y orar son buenos hábitos que desearás implementar en tu vida. Pero cualquier hábito, ya sea una acción o una actitud, o un proceso de pensamiento, que te arrastra para alejar tu corazón de Dios y enfocarte en ti misma, es malo y exige un cambio serio y radical. La preocupación es sin duda uno de los hábitos que desvía nuestros ojos de Dios. La preocupación dice que “aquello” (lo que sea que te preocupa) es algo que Él no puede manejar, o que no puede resolverse con Dios o por su gracia. Esta actitud es completamente opuesta a la confianza en Dios. Bien podrías sacar un aviso que dice: “No confío en Dios”. La meta del crecimiento espiritual es cambiar el mal hábito de la preocupación con el excelente hábito de confiar en Dios. Cualquiera que sea tu situación, haz tu parte. Haz todo lo que puedas. Pero sobre todo, ¡asegúrate de confiar a Dios tu inquietud!
5 Fíate de Jehová de todo tu corazón… Proverbios 3:5
…Bienaventurados todos los que en él confían. Salmo 2:12
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